LA TELARAÑA: Una temporada en el Infierno

sábado, marzo 2

Una temporada en el Infierno

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que la autonomía ha sido beneficiosa para Baleares tras 30 años de Estatut?
 
  No. O no necesariamente. O hay que ser muy fetichistas -mejor si hasta la exageración- para creer que una forma determinada de gobierno -salvada sea, la democracia- es, por sí misma, mejor que cualquier otra y aferrarse, entonces, como fieles y parroquianos sumisos y poseídos, además, por el presunto dogma de fe de que un poder y una administración próxima (y hasta familiar) es preferible a una gestión, quizá telúrica, desde el infinito remoto de la lejanía. Pues no sé yo. O para que quiero que me gobiernen las mediocridades locales en vez de las foráneas. O viceversa. O al revés. Habrá, en fin, que ceñirse al precario saldo de los balances para sacar alguna conclusión en limpio. O ni eso. Pero intentémoslo.
 El mito del autogobierno lleva treinta años -felicidades- derritiéndose, pero aun y así goza de buena salud. O de tanta que ya empieza a derivar -y a la deriva- hacia el independentismo. Dios nos pille confesados. O mejor, no, que no nos pille, que la penitencia sería terrible. Pero qué más da. Lo único cierto es que no nos ha bastado padecer la excelsa nómina de gobernantes que nos han deparado las urnas y, sobre todo, los pactos y regateos partidistas -desde Gabriel Cañellas a Jaume Matas y Francesc Antich, que repitieron, sin olvidar a Cristòfol Soler y al actual José Ramón Bauzá- para desengañarnos del todo. O para convencernos de que quien nos gobernó desde las sombras fue, casi siempre, María Antonia Munar y su séquito de paniaguados. Y su espíritu. O su tribu. Y su secta. O ese ente tan doméstico que son las Islas a precio de ganga y derribo. O pelotazo.
 Pero no todo ha sido negativo. En absoluto. Hemos aprendido a conocernos y a saber lo que no sé si sabíamos. Somos tal y como nos gobernamos -aunque parezca imposible- y así nos ha ido y así nos seguirá yendo con el gobierno y la forma de gobierno que sea. Treinta años no es mucho tiempo, aunque sea casi media vida. Siempre nos quedará la otra media para intentar remediarlo. O para salir corriendo.

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