LA TELARAÑA: Del amor al odio

sábado, febrero 16

Del amor al odio

 
La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Urdangarin debe alojarse en Marivent la víspera de su declaración ante el juez Castro?
  
 Sí. Ya me parece suficiente escarnio y escarmiento (aunque no sé si social o si personal) que a Urdangarin le descabalguen del mármol retórico y regio de la Rambla y hasta que le quiten, que todo se andará, la Medalla de Oro de la Comunidad que le concedieron no sé por qué insólito y surreal motivo. También vale (aunque no seamos capaces de entenderlo) que los políticos, que hasta hace muy poco tanto se preocupaban por servir fielmente sus intereses y participar, cómo no, de sus florecientes negocios, le maldigan, ahora, con tanta virulencia. Será que, finalmente, vale todo, o casi; que ya se sabe que del amor al odio -y más cuando son fruto de algún interés oculto y, tal vez, compartido- va sólo un paso. Un simple tropezón. O menos aún. Quizá nada.
 
 Pero ya es sacar las cosas de quicio pretender, además, prohibirle, como propone Més Per Mallorca -es decir, la nueva coalición nacionalista: los mismos perros, con perdón, que antes respondían a las siglas de PSM-IV-ExM- pasar la noche en alguna modesta suite -quizá en la más modesta y maloliente- de Marivent. Bastante castigo tendrá ya con lidiar, de noche y en ese palacio de mentirijillas, con la ronda de las sombras y el corro espectral de los muertos pretéritos -nobleza ajena obliga- rondándole desde el umbral desvanecido de los sueños hasta el frío y áspero despertar del alba y la guillotina de la citación en el Juzgado. El 23F, nada menos.
 
 Pero no seamos, tampoco, más papistas que el próximo Papa. O que el anterior. Y si el Duque (ahora, Duque consorte) prefiere, bien por propia voluntad o por no enrarecer más el ambiente, prescindir de las estancias reales, tampoco pasa nada, porque siempre le quedará, supongo, alguna de sus propiedades o de su socio, Diego Torres. O eso, o los restos del palacete de Jaume Matas. O bajo algún puente sin embargar. Total, la noche pasa rápida y, más aún, si uno se la pasa empalmado. Qué suerte.

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