LA TELARAÑA: Por amor a la lengua

sábado, noviembre 10

Por amor a la lengua

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que el Govern balear ha hecho bien al abandonar el Institut Ramon Llull por la deriva secesionista de Mas?
 
 Sí. Pero es que igual que hay matrimonios de conveniencia, también hay divorcios, separaciones o alejamientos temporales, diseñados a la exacta medida de los cónyuges, de los amantes, de los felices mortales que pasaban por ahí, entretenidos, y se encontraron un tesoro que cuidar por sobre todas las cosas, una gran ubre de la que mamar eternamente y más aún, que la eternidad acaba siendo poco tiempo, cuando la sed y el hambre llevan siglos de atraso, y uno se sabe, al fin, y albricias, en el interior cálido del útero materno, en el nido donde las águilas dejan sus piedras y celebran su mitología, en el refugio celular y étnico, en la cámara de gas, en el bunker universal -repito, universal- de la lengua. De la muy amada lengua, por cierto. Y por supuesto.
 Poco importa, luego, si ese juego preciso y limitado de vocales y consonantes tiene la mala costumbre de arrojarse por los precipicios de la secesión o del imperialismo. Poco importa todo, y mucho menos, además, cuando no hay dinero para mantener la ficción y el mundo entero se ríe y se asombra de Artur Mas, esa pálida sombra que recorre Europa y también la médula de otros territorios conquistados (creo que primero fue Quebec y luego Puerto Rico y ya no sé muy bien si ahora es Irlanda o Escocia) como un alma en pena, como un espectro desnudo y aterido, pero bajo palio y cuatro barras y con la sonrisa siempre por delante. Con la mirada perdida de los que no ven nada, porque dicen ver más allá. El qué de los iluminados.
 En este punto, es cuando sale Rafael Bosch y dice, desmelenado, que todo fue y es y será siempre «por amor a la lengua». Y que ahora un nuevo ente, el Consorcio del Institut d'Estudis Baleàrics, tomará las riendas de nuestro futuro cultural. Millón y medio de euros. Un soplo. O una nadería. Menos mal que siempre tendremos a la OCB -y a buena parte de la UIB- vigilando que las velas del pastel no se apaguen nunca.

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