LA TELARAÑA: Los arrecifes del utilitarismo

sábado, abril 21

Los arrecifes del utilitarismo


 La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que la Fiscalía debe pactar las penas con los clanes del narcotráfico?

No. Igual no hay otra que tratar de escribir recto con renglones torcidos y es así, de hecho, como vamos construyendo lo que llamamos la Realidad sin saber, exactamente, qué es o de qué material está hecho; y no lo sabemos, porque puede ser muchas cosas pero, también, ninguna y, en el fragor de la batalla, nos extraviamos y confundimos la piel con la hiel, el sudor con el esfuerzo y la vigilia con la posesión y no, no es eso. Nada es eso, ni nosotros, porque el mundo se nos escapa tras el parpadeo de rigor y entonces todo cambia y es ya otro espejismo y hay reflejos y perversiones y hasta pesadillas que no podemos controlar, porque nos aturden y ciegan; y hay una densa niebla flotando entre nosotros y nosotros mismos, entre el objeto que palpamos y el deseo con que lo hacemos, entre la sonrisa que damos, quizá como triste moneda de cambio, y la que recibimos, siempre tan efímera e incompleta.
Hay, pues, un abismo entre los planes que trazamos, como si fueran la red perfecta para el cazador furtivo que nos gustaría ser, y lo que en ellas, al fin, acabamos encontrando. Poco. Muy poco. O nada. Se nos escapa la realidad -o su ficción- igual que nuestra brújula pierde el norte y embarrancamos en los miserables arrecifes del utilitarismo. La metáfora viene a cuento de la pregunta de hoy y de mi respuesta. No me parece de recibo desentrañar la madeja de los hechos con la balanza maloliente de las contraprestaciones en la mano. Y si ya no me parecía bien que la Fiscalía usara ese método en los casos de corrupción política, mucho menos me lo parece que lo haga con el ir y venir claustrofóbico de los clanes de la droga, con el trasiego infernal de nuestros cárteles domésticos de la miseria organizada en una especie de supermercado público -Son Banya- donde todos sabemos lo que hay y qué tipo de gente anda ahí chapoteando con el barro hasta el cuello y las cejas. O las venas.
O sea, que no. Que la justicia ha de ser igual -sin eufemismos- para todos y que los pactos, componendas y delatores, aunque puedan parecernos útiles, lo único que añaden es otra vuelta de corrupción al más que retorcido entramado subterráneo de la marginalidad. Que no, que prefiero la dura lucha suicida de, por ejemplo, los antisistema, que la de tratar a corruptos y corruptores como si fueran los emprendedores del futuro. Vaya mierda de futuro, ese.

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