LA TELARAÑA: La caja de Pandora

sábado, marzo 24

La caja de Pandora

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree justa la condena de seis años de cárcel al ex presidente Jaume Matas?

Sí. Pero esta sentencia y esta condena -todavía recurribles, ay- son tan sólo el primer peldaño de una escalera de caracol, lóbrega y chirriante, de veintitantos escalones más y una única luz, más que dudosa, muy al fondo, muy allá arriba. ¿Quién sabe dónde? Es, pues, un primer paso, sí, pero es, también, un sonoro aviso -cómo aúllan las sirenas- para navegantes sin más brújula que su cartera o su ombligo: que tome nota, sobre todo, María Antonia Munar y que ponga, cuanto antes, todos sus visones a remojar y que los veamos expuestos y ateridos, desnudos y relucientes, como en un museo de retales con el toro de Calatrava vigilando la bahía; que tome nota el valenciano Francisco Camps, tan ufano y «no culpable» -de momento- en su kayak o canoa de cañas y barro, en su lodazal de soberbia, en su surrealista monólogo en Telva. Que tomen nota, en fin, la legión de políticos -a derecha y a izquierda- que confundieron el dinero de todos con el de sus propios caprichos. O la lengua de todos con la suya propia. O los pactos con la connivencia. O las subvenciones con el fraude de los EREs. Por cierto, tantos buitres… ¡cuántos cadáveres que presagian!
En efecto, el paisaje huele tan mal, que apesta. Seis años y dos días le cayeron a Matas, quizá porque, por lo visto, nunca se supo ni escribir un mísero discurso, una perorata, una prédica o una arenga y, ahora, las palabras que no escribió se le revuelven con su espectacular daga de silencio entre líneas y su tinta reseca, su acritud, su especulación, su espejismo y su vacío.
Miro al cielo y me digo que hay presagios de tormenta y, bueno, casi que me alegro. Quizá convenga que llueva y que, además, llueva torrencialmente, para que se limpie la atmósfera y la torrentera se lleve los escombros hacia donde no haya forma de que renazcan. Es difícil, lo sé muy bien. Lo supongo. O me lo temo. Pero ya está abierta la Caja de Pandora y ya no hay forma de averiguar con qué baremos se miden los tiempos y las culpas, con qué balanza se equilibran los agravios, con qué bisturí se abren, igual que se cierran, las heridas y luego, tras el lógico periodo de convalecencia, el cuerpo social acaba sonriendo aliviado y, quizá, hasta satisfecho. Ya lo dijo Eliot. El tiempo no cura nada. El paciente ya se ha ido. De lo que se trata, ahora, es de si podernos levantarnos antes que nos embalsamen. Qué menos.

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