LA TELARAÑA: El tercer hombre

lunes, marzo 19

El tercer hombre

La Telaraña en El Mundo. 

Tiene su peligro mezclar ficción y realidad. Me encuentro, quizá, en la Viena ocupada de 1947, investigando el asesinato de un amigo. Hay una mujer hermosa y un tercer hombre rondando las sombras y las cloacas. Sé que Orson Welles aparecerá pronto, pero también sé que lo que les cuento sólo sucede en la pantalla del mismo Ipad con que escribo estas líneas y estoy en Palma e ignoro si la ciudad está ocupada o liberada. ¿Quién podría asegurarlo en pleno marzo de 2012?
No hay dos lugares, sino uno, pero se me acumulan los temas, mientras me vence la sensación física de su levedad o vacío. Todo parece salir de un viejo libro en descomposición o del fracaso de un laboratorio en las afueras de la cordura. O sea, aquí mismo, donde nada es lo que parece y hago malabarismos para no perder la sonrisa y la compostura. Los buenos modales, vamos.
Días atrás, Mangado le dedicó unos sapos y alguna que otra víbora al edificio de Gesa. No discrepo de su análisis, pero no sé si lo dijo para que nada le haga sombra a su Palacio de Congresos o porque sabe que las cañas se volverán lanzas y que su proyecto acabará siendo el centro de todas las miradas. Y en esa diana, alguna flecha dejará su huella y, también, su herida. Por ahora, lo único que puedo decir de su inacabado atrio -en estos días de cólera y patrullas lingüísticas- es que su perfil me aterra cuando llego, por la autovía, a Palma. O cuando me voy. Debieran haberlo ubicado más atrás. En el lugar de Gesa o, quizá, en Viena. ¿Por qué no?

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