LA TELARAÑA: De grafitis y constelaciones

sábado, marzo 17

De grafitis y constelaciones

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Educación debe exigir a los institutos que retiren las 'senyeras'?

No. Como no me gustan las exigencias ni las imposiciones de parte -de ninguna parte-, me da que, en el peregrino y momificado andamiaje de este caso de grafitis, banderas y banderías, lo mejor y más sensato es dejarles, a solas, con su estúpido juego de roles contrapuestos y abandonar, por completo, la partida. Allá ellos, tan ociosos y subvencionados: la OCB, el STEI-i y demás coro celestial de tahúres con los ases bizqueando en sus bocamangas. Allá ellos, tan lejos de la realidad y dogmáticos, tan simbólicos y sectarios con sus signos, que nada significan, y el grumo espeso de sus cuatro ideas paralelas. O para lelos. Allá ellos, sí, pero no allá ellos y acá nosotros, que esa es la división que quieren lograr como sea, y por la que suspiran, y no, me da que no la van a conseguir, al menos, entre mis cuatrocientas palabras, porque no me apetece que nadie disfrute a costa mía. Ni a costa de nadie.
Con todo, debo ser ecuánime y no ahorrarme descripciones ni adjetivos. Qué coño significan, en estas islas dejadas de la mano de Dios y tomadas por sus peores arcángeles, esos ridículos trapos con que engalanan colegios y puede que cárceles y hasta paredones. Cómo si quisieran poner la bandera de Islandia -otro archipiélago en el ojo de los huracanes- o la calavera y las tibias cruzadas de alguna que otra isla en los mares dictatoriales del Caribe o el mismísimo Pendón de la Conquista de Jaime I de Aragón, de Valencia y de Mallorca, Conde de Barcelona, Señor de Montpellier y de otros feudos de Occitania… No hay nada como buscar en la Enciclopedia Británica para encontrar hasta la lista inacabada de los reyes godos.
Que pongan y expongan, pues, lo que les plazca. Que nadie, en realidad, se fija en sus escaramuzas y si se fija es, quizá, por lo refulgente y químico de los colores. Que ya sabemos, también, que Miró teñía el sol de sus constelaciones de rojo y de amarillo y le añadía, luego, el nombre de España y el de Cataluña o el de Mallorca, el que fuera. No importan los nombres cuando todos son el mismo nombre, y el lugar en que vivimos los contiene todos. No importan los nombres, las banderas o las lenguas, si no buscamos un último nicho donde yacer y sí, qué menos, un lugar que explorar y reconstruir, si podemos. O nos dejan. No es difícil de entender, aunque no sé si lo he explicado bien. Diría que sí. Pues que así sea.

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