LA TELARAÑA: febrero 2012

lunes, febrero 27

Anécdotas y ficciones

La Telaraña en El Mundo.

La realidad es una sucesión de luces y sombras en movimiento o quietud, una danza virtual bajo múltiples perspectivas, un corro de imágenes encadenadas con mayor o menor maestría. Martin Scorsese se luce, como pocos, en el prólogo de su película, «La invención de Hugo», y no importa que la historia, después, nos interese o no. Lo que vale es el cómo se nos narran las cosas que pasan o no pasan. Cuántas veces una sola metáfora sobre un lugar vacío y anónimo -si no irreal- nos despierta el fulgor o la fe en aquello que fuimos y somos. O seremos.
Pero nos aferramos a las anécdotas para tener dónde apoyar tanta gramática en el aire de las ideas y tanto tropiezo en el lodo de los hechos, acciones y omisiones. No extraña que nos venza cierto tipo de miedo o desaliento por lo mucho que suele ir -y seguirá yendo- de la realidad al deseo. En ese abismo, cuántas buenas intenciones se pudren, se pervierten y desaparecen.
Es lógico, pues, que en cualquier tertulia se nos escape el resquemor hacia la fragilidad de nuestra forma actual de vida. Cuesta reconocer que la ficción del Estado del Bienestar -con todos los derechos que, por adquiridos, creíamos vitalicios- se resquebraje como un castillo de naipes. Lo diré en voz baja. No me parece mal -ni bien- que todo se venga abajo, pero me parece horrible que no seamos capaces de mirar de frente al fracaso y de recuperar, en vez de perdernos en algaradas callejeras, la dignidad del que no tiene otra que reinventarse y reconstruir su futuro.

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sábado, febrero 25

Los intocables

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Está de acuerdo con la decisión judicial de anular la protección del edificio de Gesa?

No. ¿Cómo osan, los jueces, caer en la temeridad de anular la protección del edificio de Gesa, el mismo que ha sido, durante tanto tiempo, el mejor monumento histórico al ego histriónico y hasta fosforescente o diamantino de la incunable María Antonia Munar, el mejor ejemplo de cómo la política sirve para sellar venganzas personales, el mayor artefacto de la modernidad en una fachada que se nos va a caer de vieja y, tal vez, de irreal el mismo día que la finalicen, si es que ese día llega? Pues eso. No puede ser que Munar siga en la calle -entrando y saliendo de los juzgados, sí, pero en la calle- y el edificio de sus sueños tenga que soportar, antes que ella, la fuerza demoledora de las excavadoras o el furor controlado de la pólvora. Es inaudito.
O quizá no, porque la fachada marítima de Palma es un asunto muy surrealista. Ya ni quiero saber qué haremos luego con el socavón de su voladura. Puede que este consistorio opte por una cosa y que el próximo, o el siguiente, por otra. Y así, durante lustros seguiremos añorando la quietud ambarina de un edificio que nadie quiso nunca, porque sólo servía para pagar facturas y quedaba lejos y no tenía, apenas, aparcamientos. En suma, era un dechado de pequeñas catástrofes y se acabará convirtiendo en una gran catástrofe. Quizá en más edificios de lujo -o de protección artificial- que nadie habitará, quizá en un anexo del Palacio de Congresos o en unos asépticos servicios en mitad de un jardín que tardará décadas en dar alguna que otra sombra. Bueno, esto último no estaría mal.
Pero ahora, y ya en serio, toca decir la verdad a voces. Nadie le puede ver a ese prisma de cristal taimado ningún valor arquitectónico. Nadie le puede hallar ninguna seña de identidad, entre masónica y hermética, o entre mediterránea y bárbara, que nos señale con su acusador dedo étnico. No, nada de eso. Pero derribar el ego de Munar, así, sin más, me sigue pareciendo un suicidio colectivo y hasta moral. Primero hay que derribarla a ella, a toda su banda y a todos los socios que, a lo largo del tiempo, lo han sido (sin olvidar a los que aún lo son) y luego, limpio ya el paisaje de intocables, echarle un vistazo, con la mirada virgen, al edificio por ver si se cae solo de pura vergüenza, como debiera, o hay que ayudarle a que caiga, para que no haya mal que cien años dure. Los que UM pretendía durar. O más.

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viernes, febrero 24

Libros y porras

La Telaraña en El Mundo.

Llego a casa, y casi que siento frío mientras me pongo al día con las penúltimas noticias. Las últimas ya pasaron. Me da, tras el estupor inicial, que el mundo anda un tanto enloquecido y que, así, no resulta nada fácil ser ecuánime. Pero no importa. Seámoslo. Resulta que hacía frío, también, en las aulas del Lluís Vives de Valencia y hacía tanto que los estudiantes salieron a las calles. De la suma de imágenes -y de sus oportunas manipulaciones de parte- deduzco que los antidisturbios no saben manejar sus porras al igual, por desgracia, que los estudiantes tampoco saben manejar los libros que esgrimen.
Pero la desmesura valenciana es, desde siempre, muy similar a la balear. Sobre todo, a la mallorquina. Hay una realidad política sin más horizonte que los juzgados y las cárceles y otra, quizá complementaria, que va dando tumbos entre la niebla de las buenas intenciones y la inercia cruel de lo que no tiene cura. O eso parece.
Pero la imagen, con todo, me conmueve. Libros contra porras. Como si esas viejas flores de 1968. Cómo pasa el tiempo y qué frío sigue haciendo. Gélido me quedo, sin embargo, cuando llego al pie de página donde la OCB plantea su penúltima maniobra. Quieren poner a dos jubilados en huelga de hambre contra la política lingüística de Bauzá. Quizá lo siguiente sea utilizar a niños, mejor si lactantes, para mostrarnos los límites de la desvergüenza. Si es que los tiene.

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jueves, febrero 23

Los tranvías de universo

La Telaraña en El Mundo.


A veces ocurren coincidencias. Así, mientras la UIB celebra la Semana de la Cultura Portuguesa, con la presencia de José Luis Peixoto y del peculiar dúo compuesto por el músico Joan Manel y el poeta Ponç Pons, yo escribo estas líneas desde Lisboa; encabalgando frases e ideas como si subiéndome, uno tras otro, a todos los tranvías del universo en pos de la sombra ubicua de Fernando Pessoa. Será que Lisboa es una ciudad repleta de “pessoas” y que nada puede reconciliar más y mejor a las personas que la consciencia de una derrota común en los brazos definitivos de un nostálgico y taciturno fado.
Llevo días, pues, observando la persistencia de las tradiciones contra el hedor del desasosiego. Pero el tobogán de la urbe sigue según su inercia ancestral y si rendí, ayer, culto a la belleza de la Torre de Belem, hoy lo hago a las ruinas del Castillo de San Jorge. Sé que, desde “A Brasileira”, me observa el propio Pessoa, pero yo estoy de ruta con Álvaro Caeiro y Ricardo Reis, mientras me hago llamar Álvaro de Campos y sé, en fin, que nadie descubrirá jamás que mi nombre es Bernardo Soares.
Pero dejo la realidad y vuelvo a la ficción. Los telediarios portugueses hablan bastante de nosotros, pero es que las movilizaciones de protesta son similares en todas partes. Observo la repetida máscara blanca de Guy Fawkes y recuerdo que los muchos rostros de Pessoa eran, todos, distintos. Por supuesto.

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martes, febrero 21

carnaval







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lunes, febrero 20

Sube despacio y luego baja.


Nada como un Castillo para mezclarse con las ruinas. Y ser uno con ellas.

 

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Voceros y detractores

La Telaraña en El Mundo.

Tiene Internet una resbaladiza facilidad para propagar las opiniones más dispares. Será la crisis o el caos, pero mis buzones de correo son un arcón en llamas, un extraño lienzo donde el pulso de unos se mezcla con el de otros y casi que resulta imposible hallar un solo trazo que se sostenga por sí mismo, por su valor intrínseco o por su firme negativa a buscar cómplices o adversarios. La lucidez escasea, pero eso no es culpa de la Red, sino nuestra. De todos.
Voy llenando la papelera de mensajes sin atender a su origen. Con su intención me basta. La culpabilidad -no importa si videos porno, pedófilos o terroristas- es sólo el señuelo para el viejo timo informático de los cien euros. El precio es la salvación. Munar, Mulet y Piris. O Jacinto Farrús y Pedro Serra, dos por uno. Y la misma soberbia. Luego está Lorenzo Bravo, sus huelgas incendiarias, sus insultos paridos en la «universidad del campo», dice, y su concepción social sin más remedios que los suyos. Ya no sé qué se hizo de la ejemplar autocrítica de la izquierda. ¿O de qué izquierda estoy hablando?
Se me agolpan, pues, las soflamas de voceros y detractores, sin olvidarme, tampoco, de la increíble quiebra de la Editorial Moll, del adiós a Espai Mallorca o del precioso póster carnavalesco de Enriqueta Llorca. Podría decirse que la actualidad asemeja un polvorín expectante. Un nido convulso. Un lugar donde, pese a todo, lo único que percibo con nitidez es el silencio sepulcral que precede, casi siempre, al trueno.

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domingo, febrero 19

Torre de Belem

Subir hasta arriba, al menos cuando hay centenares de visitantes, es un suplicio y un éxtasis sólo comparable a coronar la cúpula de San Pedro.



Y una vez arriba es la hora de meterse en el metro cuadrado de la guarida del vigia


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sábado, febrero 18

Hice dos amistades, silenciosas.


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La Quimera del Oro

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree justo que los sindicatos reciban subvenciones de los gobiernos de turno?


Sí. Supongo que las subvenciones nacieron, quizá a modo de mecenazgos substitutivos, cuando los auténticos mecenas empezaron a escasear o a desaparecer por completo, tal que ahora, para que todos aquellos proyectos sin viabilidad económica, pero sí social, cultural o simplemente humana, pudieran salir adelante. A duras penas, a trancas y barrancas o, incluso, a contracorriente. Para que las buenas ideas -que son las que nos hacen, de algún modo, mejores- no embarrancasen como el «Maverick 2» en plena isla de Formentera convertida, vaya dislate, en puntual arrecife. Esa maniobra deberán, aún, explicárnosla. La de seguir subvencionando a los sindicatos, también. Toca, pues, hilar muy fino.
La vieja guerra entre el Capital y el Trabajo viene abriendo trincheras desde la revolución industrial que no tuvimos. Pero en esas zanjas -de tanto escarbar en busca de rentas y franquicias- se nos han helado hasta los pensamientos y ya no hay dialéctica que nos permita regresar al principio, al lugar del estallido donde el mercado se convirtió en algo más que en un trueque y la vida dejó de tener sentido más allá de la rueda infernal del consumo. De la fábrica al sueño reparador y viceversa para, con el tiempo, encomendarnos al engaño de los ahorros latentes y la especulación en las lonjas del dinero y en el aire virtual de las bolsas, las corredurías de los sueños y, al fin, de los fracasos, las penalidades y el hambre. La pobreza de vuelta, porque nunca llegó a abandonarnos y, mientras tanto, todo fue ilusión y fue espejismo. La Quimera del Oro. Tiempos modernos. Cosas así.
Nos queda, ahora, lo más difícil, que es justificar el gasto de un dinero a cambio de no se sabe muy bien qué. ¿Qué ofrecen a la sociedad los sindicatos? Si hubiera que explicarlo tomando a Lorenzo Bravo como principal referente, la respuesta es bastante obvia. Nos ofrecen paz social y aborregamiento, si el dinero lo pone el Pacte, y nos ofrecen insultos, amenazas de huelga y hasta noches iluminadas de contenedores en llamas y cristales rotos, si el dinero no lo pone nadie o si lo pone, aunque sea a regañadientes, el PP. Pero hay vida más allá de Bravo y de sus bravuconadas. Hay vida más allá del STEI-i y sus cruzadas paralingüísticas. Hay vida más allá de la propia vida. Y si no la hay, paciencia. Al fin y al cabo, tan sólo se trata de dinero. Que les aproveche.

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viernes, febrero 17

Delatores y culpables

La Telaraña en El Mundo.


Parece que lo primordial es que la Justicia, que es humana y ciega y que tiene, además, cierta fama de santidad díscola y advenediza, obre el prodigio de escribir recto, aunque sea con renglones torcidos. O algo así, porque no es fácil calibrar con tiento el punto de mira cuando el objetivo es siempre un bulto sospechoso y esquivo y arrecian nubes de plomo y una inesperada niebla opaca y no pocos obstáculos desconocidos y, acaso, inauditos.
Se trata, pues, de la eterna pugna entre el bien y el mal; y sus sucedáneos, que no son pocos. O del viejo carnaval del disimulo. Del cortejo. O de la ignominia. En efecto, si uso tantos símiles es porque aquí los nombres sobran y es la propia condición humana la que está, realmente, en juego.
Por eso me parece perfecto que, tanto en los pleitos sucesivos y encadenados de Munar como en los de Matas, -que son, por su exquisita nómina de imputados, los que mejor ilustran cómo se gobernaron estas Islas durante lustros- hayan aparecido, al menos, un par de arrepentidos que, además de purgar sus penas, cumplan con la decisiva penitencia de ir revelándonos el largo y tortuoso camino de la corrupción, el tráfico de maletines e influencias, la blasfemia de las facturas falsas, el lado oculto donde la civilización pierde su nombre y sus raíces y se convierte en la fábula metafórica de una cacería. Coge el dinero y corre, si puedes, si sabes. O si te dejan.

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jueves, febrero 16

Lengua y escarcha

La Telaraña en El Mundo.

Vivir en la irritación permanente debe causar un gran desgaste físico y sicológico, una especie de agónico estreñimiento -quizá la contracción o el estallido de alguna alarma vital- del que no cabe esperar nada bueno. Sólo en este contexto es posible que Joan Tardà, portavoz de ERC, se tome a mal los escarceos dialécticos de Carlos Dívar, presidente del Consejo General del Poder Judicial, sobre su experiencia profesional con el catalán y, ay, con el mandingo.
Dijo mandingo, pero pudo decir Maninka, Malinke, Mandinke, Mandinka o hasta Manya, que son las lenguas que hablan, con sus más y sus menos, los siete millones de personas del pueblo Mandingo. ¿Demasiados nombres para una lengua? Pues no lo sé. Cada cual es libre de llamar como quiera a lo que habla.
Lo que no es de recibo es la soberbia de creer, tal vez, en lenguas superiores e inferiores. Esa aberración solo cabe, si cabe, en el estrecho cauce que una mente nacionalista suele dejarle al raciocinio, la ironía o la inteligencia. Ese angosto pasadizo es un dédalo de zanjas, un albañal de escarcha maloliente. No extrañan, pues, los enconos y asfixias, las reivindicaciones eternas -como las del Moviment per la Llengua, contra las medidas de Bauzá- y el insufrible temor al ridículo, cuando detrás de cada voz sólo hay -siempre- alguien que abre los ojos y recrea, así, el mundo. Palabra a palabra y en no importa qué lengua. Pues eso.

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lunes, febrero 13

Rarezas y hábitos

La Telaraña en El Mundo.

Siendo sincero, no sé cuántas Diadas -es decir, Días de- gozamos en Baleares. Digo gozamos y tampoco, porque sé que no hay acuerdo entre unos y otros y lo que celebran unos no coincide con lo que los otros y cada Diada es un misterio y una agonía y un manojo de banderas y banderines distintos y el clamor va por barrios y salir, así, a la calle es peor que encontrarse en plenos carnavales y no tener a mano otra cosa que el obsoleto disfraz de cada día. Hay en la identidad de los pueblos algo que, por desgracia, no se soluciona ni con un mismo DNI ni, paradojas étnicas, con un casi idéntico paisaje molecular. El ADN, lo llaman.
Así las cosas, el próximo día 1 de marzo volvemos a tener la fiesta armada y el Govern promete galerías de arte, museos y edificios emblemáticos de la Comunidad -la Lonja, Bellver o la Almudaina- bajo el insólito régimen de puertas abiertas. No hay nada como el gratis total para hacer patria. O sólo terruño.
Con todo, y si estoy en Palma y si me he recuperado de un viaje a Lisboa, que tengo planeado para unos pocos días antes, no pienso dejar pasar la posibilidad de conocer, al menos, el Palacio de la Almudaina, donde creo que nunca he estado y, si no es así, tanto da, porque no lo recuerdo. Lo que sí que me asombra es la cantidad de museos, monumentos, jardines y hasta cementerios que uno visita cuando anda de viaje por tierras ajenas y el desprecio, casi olímpico, con que no visitamos, ni ganas, lo que tenemos más que cerca. A la vuelta de la esquina.

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sábado, febrero 11

La Corte y sus balcones

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Urdangarin tiene un trato de favor por parte de la Justicia?

Sí. Leo sobre los entresijos de la pieza de Urdangarin -que así la llaman, como en un requiebro del lenguaje jurídico- y pienso, en efecto, ¡vaya pieza! Porque este juicio del caso Palma Arena, derivado en Operación Babel, va por piezas y, además, a tanto el kilo. Primero Diego Torres, luego la familia Tejeiro, después la primera tanda de la sinuosa y ovoide conexión balear, con Pepote Ballester a la cabeza, para llegar al éxtasis, quizá, el 25 febrero, con el mismísimo duque de Palma (de Mallorca, creo) en persona, e ir agotando el tema, ya en mayo, con el omnipresente Jaume Matas. Hay que ver cómo repite este hombre. Y lo que repetirá.
Se trata, pues, de una programación bastante completa, en la que no falta de casi nada. Pero es lógico. Al juez Castro le encantan las puestas en escena multitudinarias y grandilocuentes, le va el bullicio, las plateas repletas de personajes y hasta los gallineros -los balcones vecinos- bien atestados. Y mejor, por supuesto, si hay cámaras grabando y flashes de por medio y la hora del telediario se mezcla con la del arroz y los huevos -o lo que sea que haya para comer, si es que hay algo- y así se empieza a hacer mella pronto en los estómagos de la opinión pública y se caldea el ambiente y la pasión sube varios grados y el frío ambiental se troca en ardor y comunión, en coro de indignados, en revuelo de banderas y pancartas, en puesto de tiro al muñeco -huevos, tomates o insultos, que todo vale-, en un remedo soez y antidemocrático de una apócrifa Fira del Ram convertida en patio de barricadas.
No hay nada que odie más que las imágenes televisivas de los cadáveres políticos camino de la horca o la absolución. Resultan tan ociosas como desagradables, tan manipuladas como intolerables, tan barriobajeras como cualquier otro programa de telebasura. O peor. Con todo, la repugnante exhibición de los higadillos pertinentes debe ser igual para todos. Vale que al yerno del Rey, y no por seguridad, ni por los reparos de la Casa Real, sino para evitar espectáculos tercermundistas y plebeyos, le permitan entrar en coche -o a caballo, si le place- y no andando. Hasta ahí llego. Lo que no es de recibo es que si los juicios son grabados, se grabe a todos y a él no. Dijo el Rey, y no sé si aún le duele la lengua, que la justicia ha de ser igual para todos. Pues que lo sea. O, al menos, que lo parezca.

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viernes, febrero 10

Dopaje y mística

La Telaraña en El Mundo.

Algo han de decir, supongo, los que nunca ganan nada. Quizá por eso, la prensa y televisión francesas -sobre todo, Canal Plus France- la han tomado con Rafael Nadal, como efecto colateral del increíble, y casi que eterno, asunto de Alberto Contador, su pellizco de filete, o de lo que sea, en vena, y el ya muy manido asunto del dopaje, galopando entre la hipocresía general y la música de los himnos patrios. No ganan por casualidad, nos dicen, y ahí sí que hay que darles la razón. No se suben, por ejemplo, las rampas del averno sólo por azar. Hay que ponerle, también, mucho esfuerzo, preparación y hasta puede que mística.
Aquí ya llego a uno de mis territorios favoritos. No creo que Nadal, Contador o la selección española de fútbol entren en trance como si fueran Teresa de Jesús o Juan de Ávila. Tampoco que hallen su plenitud en el dolor y las llamas purificadoras de un campo de batalla y una hoguera, como Jeanne d'Arc, 600 años después de su nacimiento. Nada de eso.
Hace ya tiempo que el deporte profesional se convirtió en competición pura y dura. En un negocio político, donde las medallas mueven voluntades y dinero. El atleta será de carne y hueso, pero también es el resultado de muchas reacciones químicas. A unas las llaman dopaje y a otras, éxito. Con ese pacto se estimulará luego el gentío, ávido de trocar penas por alegrías. Y a mi no me parece mal que sea así. Ni bien. Tampoco.

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jueves, febrero 9

Nariz contra nariz

La Telaraña en El Mundo.
Hacía frío, pero salí a pasear. O salí a pasear, porque hacía frío. Eso no significa que el frío me brinde iluminaciones o quimeras fuera de lo común. Qué va. El frío me desasosiega, me encoge y desgarra el alma pero, aun y así, lo prefiero al calor, porque nos obliga a la acción y no a la inercia, a la lucha y no al descanso.
No es raro, pues, que tardara muy poco en subir la Costa de la Sang y sumergirme en la exposición «en Pessoa» de Juanma Pérez. Ana Bonmatí y Perfecto Cuadrado han creado un espacio solemne con materiales modestos. El arcón virtual de Bernardo Soares, los collages donde se superponen el gris de la vida y el ni se sabe de los sueños, los tranvías trepando por las colinas de Lisboa en busca del único paisaje que existe: el que somos. Es de agradecer que la UIB, a veces, se ocupe también de la cultura.
Pero hablaba del frío y del calor. De la desnudez pactada del verano y de la incertidumbre curiosa del invierno polar. Mientras hace frío te puedes encontrar a alguien en mangas de camisa, cuando no en bermudas y playeras o quizá nadando, y nada, tan tranquilo. Y tú tiritas y miras y remiras y no te lo crees, pero es que el termostato de cada cual es muy suyo y, por unos pocos grados sobre cero, otros dejarían sus iglúes y se vendrían a nuestras playas de arena o, ahora, aguanieve, y nos saludarían nariz contra nariz. Y hay pocos saludos más amables y cálidos que ese.

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lunes, febrero 6

Febrero y las nieves

La Telaraña en El Mundo.

Resulta que nací el año más frío del siglo XX, cuando la nieve cubrió Mallorca y también Palma. Recuerdo cómo me la describían mis padres y cómo, sin poder evitarlo, yo miraba alrededor y, desilusionado, no veía ni rastro de sus huellas blancas, de los enormes monigotes o de ese frío sereno y silencioso que siempre coincide con la caída de los copos.
Hay en YouTube varios videos de ese Febrero insólito y casi que lamento que la nieve no aguantara hasta fin de año para conservar alguna imagen nívea de ese frío y de su resplandor. Pero no fue así. La nieve no dura siempre y menos en estas islas, donde lo único eterno es el ruido de la corrupción y el trasiego en los juzgados. De ese caos sólo espero que acabe pronto y que los culpables cumplan condena. De la nieve, en cambio, me preocuparía que volviera para quedarse, porque ya dejó de parecerme idílica y sí, por desgracia, la antesala de una situación de bloqueo y parálisis, de puertas, ventanas, caminos y aeropuertos cerrados. De islas, en definitiva, sitiadas.
Y esa cuarentena sí que es un gran problema, que no trajo la nieve, sino la niebla de Spanair y la torpeza de los que quisieron convertirla en su aerolínea de bandera. Salir de Menorca, a día de hoy, es una odisea, porque hay pocos vuelos y sus precios están por las nubes. O más allá. La solución, claro, no pasa por Ryanair y su zoco de saldos y hangares arrasados, sino porque se nos garantice la misma movilidad que al resto de ciudadanos de España. O de lo que sea.

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sábado, febrero 4

Otro febrero con nieve en los tejados de Palma




Fíjense cómo andaba el mismo lugar en Enero del 2005. Por no hablar, claro, de la gran nevada de 1956. Link.

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La oferta y la demanda

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Está usted de acuerdo con que los comercios de Palma abran los domingos?

No. Pero es que hay cosas con las no importa estar de acuerdo o en desacuerdo. A ver, los hechos son sólo los hechos -¡nada menos!- y si hoy, por un decir, es domingo y yo estoy en Palma de vacaciones soleadas -aunque nieve o granice, vaya desastre- lo normal es que prefiera encontrar los comercios, los bares y los restaurantes, los jardines botánicos y hasta los palacios de congresos, las iglesias y, por supuesto, los museos con las puertas bien abiertas, de par de par. Faltaría más. Pero si estoy en mi casa levitando con las musarañas e indiferente -o así- al mundo que me rodea, está claro que me dará lo mismo cómo estén por allá afuera los bazares, las lonjas y las tabernas.
Es decir, que todo depende -y no poco, sino muchísimo- de lo que necesites y, también, de cuándo lo necesites. Pero es que, además, me tiene ya harto -y no es de ahora- tanta intrusión pública, tanta ordenanza municipal y tanta prohibición caprichosa -que si no fumar, que si no ir a pecho descubierto por según qué zonas, que si vivir en catalán o castellano, que si fas o si nefas-, que lo único que me parece decente es devolver la calle a sus legítimos propietarios: los que pasean y devoran, así, su ocio y los que intentan, de la mejor de las maneras, que su negocio no se vaya a pique. Un poco de respeto para ambos, que es como decir para todos, no estaría de más. Nunca está de más el respeto.
Por otra parte ya les supongo enterados de la creación de la «Fundación Palma 365» que pretende alargar a nueve meses la actividad turística que, por ahora, sólo dura en Palma seis meses. O quizá menos, porque son desoladores los festivos del año entero, cuando la ciudad parece presa de alguna parálisis y todo es silencio y vacío alrededor del sol y la bruma y no hay más rastro humano que el de algún émulo de Diógenes en ruta -imposible, claro- hacia ninguna parte. O hacía sí mismo. Bienvenida esa Fundación, por supuesto, y bienvenidas también todas las libertades que sean, pero siempre hay una premisa anterior que no acaba, nunca, de cumplirse. Un comercio debe abrir cuando le conviene. Si en lunes, en lunes y si en domingo, en domingo. Si de día o si de tarde o si de noche. Si las veinticuatro horas eternas de los chinos o si sólo las doce o las ocho del que sabe escoger cuándo toca trabajar y cuándo no. Así, a su aire. O al de la oferta y la demanda.

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viernes, febrero 3

Oro en el estiércol

La Telaraña en El Mundo. 
Supongo que en política, como en casi todo, siempre se está a tiempo de caer todavía más bajo, pero el diputado del PSM-IV-ExM, Antoni Alorda, al comparar la actuación lingüística del Govern con el trato que Franco dio al catalán, lo tiene muy difícil. Casi que imposible y, además, no tengo intención alguna de acompañarle en su incendiario descenso hasta los infiernos. O más allá, que todo tiene su otro lado y es fácil encontrar una timba de tahúres si se la busca, con el ahínco suficiente, en el lugar más subterráneo. O por ahí.
Ya sé que no le será muy útil que le recuerde que el lodo es, de por sí, bastante espeso y que por mucho que lo siga ahondando se suele tropezar con tramos de piedra viva donde hasta los taladros, a veces, se atoran pero, por si no sucede así, luego resulta que a una capa de excrementos le sigue otra y, claro, huele fatal y el desenlace sólo pueden ser la asfixia y el plomo en las ideas; y hasta aquí llego, porque ya lo perdí de vista y lo supongo muy lejos, allá en el magma de la confusión. O del tedio.
Pero puede que no sea ese el destino que sueña Alorda. Igual es que más abajo -y él bien que lo sabe a estas alturas, ya, del viaje- siempre hay petróleo y alguna que otra subvención lingüística y hasta el paraíso perdido de los que sólo saben que medrar del erario público. ¡Y constitucional! O tal que así. Virutas de oro en la incierta pedrería del estiércol.

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jueves, febrero 2

Lenguas de la realidad

La Telaraña en El Mundo.

Pienso en las barbas del vecino a remojo. O en las mías. La actualidad tiende al gag y a la parodia. Lo que ocurre aquí o allá puede suceder en cualquier otra parte. Así, a Alejandrina Cabrera, candidata al consistorio de San Luis, Arizona, la han obligado a retirarse de las elecciones por su falta de fluidez en inglés. Es sólo una anécdota, pero no nos extrañaría que, en breve, alguien que no hable catalán resulte, también, del todo impresentable en Baleares. ¿Y si no hablase bien castellano? Bueno, sólo con recordar la oratoria de Cañellas, Matas o Antich ya nos vale. No. No hay problema.
No sé qué idiomas, cuáles, debieran ser precisos para subirse al pedestal del poder. Cuántos más mejor, pienso, pero igual yerro. Sería de ver un presidente que discurriera, quizá, en latín o griego -además de en alemán- pero que supiera explicar la realidad en el propio e indescifrable dialecto de lo real. Para ello no valen las lenguas muertas ni vivas. Ni el catalán ni el castellano. El lenguaje de la realidad es una mezcla de tantas voces que descifrar su gramática requiere de un don de lenguas que acaso ya no existe.
Habría, pues, que buscar un universo paralelo en el que vernos como si fuéramos otros. Y juzgarnos en él, aquí, como allá en San Luis, Arizona, donde más del 90% de la población es hispana y habla, de preferencia, en castellano. Ese lugar me resulta muy familiar. ¿No les parece?

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