LA TELARAÑA: Sobrevivir al horror

sábado, enero 21

Sobrevivir al horror

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que se deben perseguir penalmente los políticos manirrotos?

No. Claro que no, salvo que se quiera eliminar de la faz de la tierra a toda la casta política que en la historia es o ha sido, lo que no sería ninguna mala idea, por cierto. Pero me temo que no es en eso en lo que piensa Cristóbal Montoro, cuando nos habla de exigir responsabilidades penales a la miríada de gestores públicos que incumplan la Ley de Estabilidad Presupuestaria -como si fueran las mismísimas Tablas de la Ley, oigan- sino todo lo contrario. Dejarnos en las manos presuntamente limpias de un contable aséptico, de un ente neutral -quizá con las neuronas digitales y el alma de silicio- que vaya colocando las monedas, los fajos y las sacas en el lugar exacto donde más les crujan, de placer, los estómagos agradecidos a las agencias calificadoras de la actual infamia, a Standard & Poor´s, a Moody´s o a Fitch Ratings. O a cualquier otro golpista financiero que pueda andar por ahí escondido; y seguro que hay muchos y que el Ministro de Hacienda debiera conocerlos mejor que nosotros.
Vale ya, pues, de fórmulas magistrales y de ojos ubicuos que todo lo ven y que, al instante, lo juzgan y condenan, como si nos quisieran introducir en una segunda parte de la pesadilla de Orwell, la que no escribió él, y estamos, quizá, escribiendo nosotros, porque las cosas no funcionan así y el mundo aún no es un lugar ajeno a la lucha entre la búsqueda del paraíso y el hallazgo del infierno, entre la inercia de los errores y el arrebato de las pasiones, entre el viaje a ninguna parte y la demora en el laberinto de una turbulenta lucha contra un medio, desde siempre, hostil y un contenido, nuestro interior, mucho más sobrevalorado y frágil de lo que pensábamos. O no. No está, de hecho, tan vacío como algunos quisieran. En absoluto.
Pero hay algo de vacío adentro, sí, y también hay indignación. Mucha. Y un cúmulo atronador e indigesto de leyes que ya debieran velar -esa es la teoría- por la absoluta transparencia administrativa de los gobiernos y, sobre todo, de los desgobiernos. Simplificar su funcionamiento no estaría de más, pero reducir la gestión política a presentar un balance cerrado y, así, perfecto, sólo es una anécdota económica en un mundo repleto, también, de otro tipo de necesidades y sentimientos, de arte, de horror, de belleza o de azar. De esas anécdotas vivimos sin saber si podremos sobrevivirlas. Pues debiéramos.

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