LA TELARAÑA: La ciudad sin nombre

sábado, noviembre 19

La ciudad sin nombre

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Qué nombre prefiere para la capital balear: Palma o Palma de Mallorca?


Del ilustre PM de las antiguas matrículas metálicas de los coches de la infancia al ubicuo PMI impreso en los tarjetones de embarque de los aviones. Del Palma coloquial y rápido, sintético y cómplice, al Palma de Mallorca redundante, territorial y casi eterno… Y sin embargo, creo que nunca supe qué nombre, cuál, tuvo Palma que no fuera Palma de Mallorca o Palma a secas, porque la Riera nunca dio para que esto fuera Palma del Río y aquí los toreros sólo llevan hondas o, en su defecto, demoledoras raquetas de tenis y además no son de Palma sino de Manacor, de Manacor de Mallorca; y entonces Palma, a fin de cuentas, es sólo la sombra alargada de la Catedral y un par de calles adyacentes, el santoral de San Miguel, Santa Catalina o San Jaime y, sobre todo, la cuesta moderadamente empinada de Olmos, ese nuevo carril fantasma para bicicletas enloquecidas y ebrias, que ora suben o bajan -si no cabalgan- sin frenos, claxon ni luces, serpenteando a la velocidad puñetera del vértigo por entre los últimos peatones ateridos (y atropellados) de esta ciudad a oscuras y, encima, por lo poco que veo, sin nombre. O con dos nombres.
No deberíamos perder, pues, el tiempo en descifrar el porqué absurdo e innecesario de este nuevo laberinto en que nos quiere meter Cort, como si no tuviera nada mejor que hacer. Lo tiene. Vaya que sí. Palma es Palma de Mallorca sin dejar de ser Palma. Mallorca es otra cosa. Y al Ayuntamiento de Palma más le valdría ocuparse de que la urbe luzca un algo más florida que hasta la fecha, si lo que quiere es mejorarla y no perderse en la vía muerta de los callejones sin salida.
No deberíamos estar -o eso creo- cada dos décadas reciclando topónimos, cuando lo que nos preocupa, por supuesto, no son los nombres propios -sólo falta que nos la rebauticen con el nombre que nunca tuvo: Ciutat de Mallorca, ya saben- sino la gramática al completo de la existencia, el día a día entre escaparates y vistas más o menos mutiladas, entre avenidas y rotondas donde lo que falta no es rotulación, sino limpieza y urbanismo. Menos humos y parques de cemento. Menos metros fantasmagóricos y trenes a ninguna parte. Menos mendigos en los portales de las iglesias y los cajeros de los bancos. Menos Palacios de Congresos al borde mismo del caos del tráfico y más paseos y arboledas, más terrazas donde tomar un café o, simplemente, leer un libro. Por ejemplo.


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