LA TELARAÑA: noviembre 2011

miércoles, noviembre 30

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lunes, noviembre 28

Metáfora de los zombis

La Telaraña en El Mundo.

El zapeo, a veces, nos depara alguna sorpresa agradable. «The Walking Dead», por ejemplo, hace unos días. Dije agradable y dije bien, porque aunque el aspecto de los zombis de esa serie televisiva no sea plato de buen gusto, sí que nos resultan, de hecho, muy reconocibles y actuales. No es raro tropezarse, en un mundo tan ebrio como el nuestro, con gentes que viven -o desviven- de modo similar a esos espectros desnortados, aunque lo disimulen mostrándosenos con el porte distinguido que otorgan los lujosos relojes de pulsera, los elegantes abrigos de paño y los trajes de exquisito -y seguro que sangriento- corte. Uno diría, pues, que no son zombis, sino consejeros áulicos de alguna gran empresa, de cualquier multinacional o de un gobierno autonómico al uso. Transversal y agónico, claro. Pero no es así. Son zombis.
Zombis con los bienes embargados y una corte de abogados alrededor. Zombis que dan por buenas las prácticas habituales de falsear actas o que se escudan en los informes forenses para eludir la justicia. Zombis que vaciaron las arcas de un tesoro que no era suyo para convertirlo, quizá, en una faraónica pirámide de números rojos. Illesport. Nóos. Can Domenge. Cosas así.
Pero es cierto. Son muy golosas algunas metáforas. Y pocas lo son tanto como la de una humanidad errante de aquí para allá, y en manadas, sin más razón que calmar un hambre atroz e insaciable. No me tomen al pie de la letra, o sí. Yo hago casi como ellos. Tengo un hambre infinita de palabras.

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sábado, noviembre 26

La reina del lodazal

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Armengol debe ser la nueva líder de los socialistas en Baleares?

No. Y no es nada personal, sino todo lo contrario. No se puede perseverar en el error y la arrogancia, en la voluntaria confusión del electorado y en la tergiversación de los valores que se dicen -del dicho al hecho- representar o defender. El socialismo nunca fue nacionalista ni hizo de la lengua -de la lengua catalana o de cualquier otra: como si la música y, sobre todo, la letra de «La Internacional» pudiera confundirse con «Els Segadors» o con el «Asturias, Patria querida»- su única bandera de clase. Ese trapo está sucio y manoseado, es ridículo y está obsoleto y no esconde otra identidad que el vacío y la indigencia mental más absolutas, la caspa territorial de los antiguos parias de la tierra que ahora ya ni se sabe qué son. ¿No se sabe? ¡No lo sabrán ellos! Porque, sin duda, son otra cosa. Los parias ya somos todos y, claro, Armengol sin enterarse. Hay que leer más. Y el PSIB sin darse por aludido. Qué va. Hay que seguir leyendo más. Y evitar, así, que nos caiga otro cuatrienio sucesivo de pactos contra natura, de usura negociada, de caja única -que no unida-, de solidaridad convertida en demagogia de parte. En una redada de la inteligencia en la tierra de todos usurpada por unos pocos. Los mismos perros. Los mismos collares. La historia de siempre. Interminable el llanto de su tambor de hojalata.
Pero Armengol nos mira y en sus pupilas refulge el rayo elemental de la torpeza. La autoproclamada voz de la Izquierda -de la izquierda Única, que no Unida, como la caja- me recuerda el vozarrón de una tormenta asomando por entre las nubes negras y plúmbeas de un mal presagio. ¿El ojo de Dios en el centro de un triángulo? Pues algo así. O esa es la impostura. Son tiempos de usurpación, de confusiones y malentendidos, de falsas dialécticas buscando su síntesis, de naipes de fuego en los arenales y alamedas.
Pero Armengol no habita sino en una ciénaga y se baña en el légamo. En el cónclave bárbaro de las ciudades sitiadas por ese enemigo imaginario que siempre son los otros. Ah, el oxímoron de las viejas profecías. Esa sombra de oscuridad invencible más allá del crepitar de las hogueras. Ese miedo antiguo, que ya no es globalización sino primitivismo cavernario. Regreso al pasado. ¿Adónde si no, podría dirigirse quien ya perdió de vista el largo y tortuoso camino hacia el futuro? O es eso o es que ya no hay futuro. Elijan ustedes.

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viernes, noviembre 25

La condición humana

La Telaraña en El Mundo.

Podría pensarse, tal vez, que la actualidad se circunscribe a lo que hagan o dejen de hacer un selecto puñado de nombres propios, un radiante o insulso catálogo de gente más o menos pública que, ya por azar o necesidad, mérito, inercia, catástrofe o por ni una cosa ni la otra, pura iniquidad política, se convierten en los puntos de referencia que luego sostienen, siquiera virtual o metafóricamente, estas columnas verticales -que leemos, sin embargo, de forma oblicua- que llaman de opinión y que no sé, a ciencia cierta, si lo son. Puede que sí y puede que no.
Sospecho, desde hace tiempo, que lo mejor que le puede pasar a uno con sus opiniones -aparte de convivir con ellas con el máximo pudor posible- es que los demás no las compartan en modo alguno. Ni por error. Ni en parte o en todo. Nunca. Nada.
Por eso espolvoreo, a veces, unos cuantos nombres propios -¡e ilustres!- por sobre otras tantas frases a medio tejer y compruebo que casi ni importa dónde caigan. O caigamos. La gramática de la realidad nos engulle a todos por igual y seríamos muy obtusos si creyéramos que algo esencial nos diferencia cuando recorremos, juntos o por separado, los mismos callejones repletos de obstáculos y tropezamos una vez y otra. Quizá nos distinga, eso sí, cierto tipo de fe, deseo, pasión o indiferencia extremas con que nos alzamos e insistimos, pero ese análisis de la condición humana, aquí, no me cabe.

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jueves, noviembre 24

El largo día después

La Telaraña en El Mundo.

A la noche electoral -cerrada con la euforia monótona de unos y la amnesia galáctica de otros- le sigue el largo día después, plagado de dilemas y telegramas de Merkel, de pasión y hasta de temblor y desgarro en los banquillos y las gradas, de movimientos subterráneos ante la realidad aplazada de un gobierno en funciones y otro en la sala de una espera que se hace eterna. Atrás quedan las ruedas de prensa y las soflamas: Rajoy y Rubalcaba no son Mourinho. Sólo Rosa Díez se le parece y, de ahí, su alegato -tan veraz como extemporáneo- contra una ley electoral que es como los malos árbitros. No satisfacen a nadie, pero sin ellos no habría partido.
En el PSIB las pizarras exhiben un sólo color. El negro. Y así no hay forma de apreciarles ni rastro de autocrítica o de contrición. Mal asunto, que se aclara un poco cuando nos auguran que Antich y, sobre todo, Armengol van a desaparecer, al fin, del domo socialista. Gran bien que se hacen y nos hacen, desde luego, pero habrá que verlo para creerlo. ¿Será así? ¿Seguro?
Con todo, lo único que me quedó claro de los resultados electorales -y así lo dejé caer en Twitter, que es el refugio favorito de los Ultra Sur, sí, pero también de los elípticos- es que Zapatero le ha hecho el harakiri a su propio partido y que, de paso, nos ha llenado de mugre nacionalista el Congreso. Si ese es su último servicio contra la crisis, no cabe duda: se ha lucido.

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lunes, noviembre 21

Lunes sabático

Hoy toca descanso.

sábado, noviembre 19

La ciudad sin nombre

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Qué nombre prefiere para la capital balear: Palma o Palma de Mallorca?


Del ilustre PM de las antiguas matrículas metálicas de los coches de la infancia al ubicuo PMI impreso en los tarjetones de embarque de los aviones. Del Palma coloquial y rápido, sintético y cómplice, al Palma de Mallorca redundante, territorial y casi eterno… Y sin embargo, creo que nunca supe qué nombre, cuál, tuvo Palma que no fuera Palma de Mallorca o Palma a secas, porque la Riera nunca dio para que esto fuera Palma del Río y aquí los toreros sólo llevan hondas o, en su defecto, demoledoras raquetas de tenis y además no son de Palma sino de Manacor, de Manacor de Mallorca; y entonces Palma, a fin de cuentas, es sólo la sombra alargada de la Catedral y un par de calles adyacentes, el santoral de San Miguel, Santa Catalina o San Jaime y, sobre todo, la cuesta moderadamente empinada de Olmos, ese nuevo carril fantasma para bicicletas enloquecidas y ebrias, que ora suben o bajan -si no cabalgan- sin frenos, claxon ni luces, serpenteando a la velocidad puñetera del vértigo por entre los últimos peatones ateridos (y atropellados) de esta ciudad a oscuras y, encima, por lo poco que veo, sin nombre. O con dos nombres.
No deberíamos perder, pues, el tiempo en descifrar el porqué absurdo e innecesario de este nuevo laberinto en que nos quiere meter Cort, como si no tuviera nada mejor que hacer. Lo tiene. Vaya que sí. Palma es Palma de Mallorca sin dejar de ser Palma. Mallorca es otra cosa. Y al Ayuntamiento de Palma más le valdría ocuparse de que la urbe luzca un algo más florida que hasta la fecha, si lo que quiere es mejorarla y no perderse en la vía muerta de los callejones sin salida.
No deberíamos estar -o eso creo- cada dos décadas reciclando topónimos, cuando lo que nos preocupa, por supuesto, no son los nombres propios -sólo falta que nos la rebauticen con el nombre que nunca tuvo: Ciutat de Mallorca, ya saben- sino la gramática al completo de la existencia, el día a día entre escaparates y vistas más o menos mutiladas, entre avenidas y rotondas donde lo que falta no es rotulación, sino limpieza y urbanismo. Menos humos y parques de cemento. Menos metros fantasmagóricos y trenes a ninguna parte. Menos mendigos en los portales de las iglesias y los cajeros de los bancos. Menos Palacios de Congresos al borde mismo del caos del tráfico y más paseos y arboledas, más terrazas donde tomar un café o, simplemente, leer un libro. Por ejemplo.


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viernes, noviembre 18

De urnas y dioses

La Telaraña en El Mundo.

  
A Sarah Williams la despidieron de Pittsburgh por dar clases de español con acento español -de España, Europa- en vez de acento latinoamericano, que es el preferido en esa Universidad americana. Allí, la profesora Monasterios, boliviana, la echó del claustro porque piensa que España es tierra de opresores, letanía de indígenas pasados por el torno y la cruz de la tortura y el exterminio.
Algo hubo de ello, claro, pero ignoro a qué regresan esas viejas historias para no dormir, cuando el mundo ya se nos antoja -siendo suaves- un albañal repleto de tópicos, como clínex de usar y tirar, un sumidero por donde huyen, una vez y otra, las buenas ideas sin dejar más rastro que el dolor de su pérdida. Será que pasa el tren de la verdad y lo dejamos escapar. Que vuelve a pasar y lo mismo. Será que la verdad -al revés que la mentira- sólo va envuelta en llamas y le tememos a ese fuego, a su desnudez y purificación. Mejor seguir en el lodo. Qué bien. Pues vale.
Pero hoy acaba la campaña electoral y mañana toca reflexión, antes que las urnas dicten su dominical sentencia. Todo recomenzará, pues, el lunes y habrá que ver, entonces, cómo les sentaron nuestros votos a los dioses de la usura, que son, también, los del mercado. En días de dioses tan prosaicos, es cuando uno añora el esplendor épico de los dioses antiguos. Su tragedia, no sólo era humana, sino que, además y sobre todo, tenía sentido. 

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jueves, noviembre 17

El filo y la traición

La Telaraña en El Mundo.

A falta de ironía y sentido del humor, intransigencia y consignas. Resulta glorioso ver cómo -y con qué fervor- se rasga los harapos la peña de la corrección política, la turba adoctrinada de los programas políticos como si dogmas de ley, la ralea selecta del neolenguaje, la fila menstrual y marcial de los que se tienen por biempensantes. Basta poco para exaltarlos, para que rajen y rujan en Twitter, Facebook o la prensa adicta, para que ladren, en fin, por las veredas desoladas y desoladoras del pensamiento único, ese uniforme.
Ello explica que la única intervención, casi, con cierta gracia de la plúmbea campaña electoral, que mañana finaliza, haya avivado el filo de las navajas. No me refiero al debate entre Ramis y Martín, sino a la entrevista a Álvaro Pombo en RTVE. Alecciona ver cómo un espíritu socarrón -o menos encorsetado que otros- se lanza a tumba abierta por el viacrucis político dando rienda suelta a sus fantasías y equívocos. Quizá ese juego nos fuera muy útil contra uno de los males más antiguos del hombre: la estupidez, siempre tan rígida.
Mientras tanto, el diario Balears, que fue del Movimiento y ahora es del Moviment -o sea, más de lo mismo- abrió su portada del martes con una especie de esquela y un sombrero cordobés anunciando que IB3 emitió una película en español. Tendré que resintonizar el canal y ver si la terrible traición tiene o no continuidad. Espero que sí.

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lunes, noviembre 14

El cuadro y el poema

La Telaraña en El Mundo.


Ya lo dije alguna que otra vez. Sabemos lo que vale un cuadro de Picasso, pero ¿cuánto un poema de Juan Ramón Jiménez? El tema no es baladí, sino al contrario. Nos sitúa de lleno en la compleja trama de relaciones -a veces, incestuosas- que se crean entre el mercado y el arte, entre la propiedad física y la autoría (que no propiedad) intelectual, entre el precio contable de la posesión y el valor sutil del conocimiento. Huelga decir que nadie, según parece, pagaría por un poema lo que por un cuadro, pero tanto el uno como el otro -esa sucesión de imágenes, metáforas, colores o elipsis- sirven para lo mismo, para entrever el mundo entero y atisbar, a través de su idéntico artificio, quizá como en una dolorosa revelación, el indescifrable destello que somos. O que no somos.
Hace unos días me topé con un venerable amigo. Venerable por su edad pero, más aún, por la amplitud y calidad de su erudición. Me echó en cara, amable, cariñosamente, cierto desánimo que él palpa en algunas de mis columnas, cierto pesimismo y hasta, quizá, desaliento. Sé que tiene razón, pero también sé que no la tiene.
Regreso al poema y al cuadro. A la lujuria especulativa del comprador y al orgasmo ya consumado del autor. Puedo ponerme en el lugar de ambos y casi que debo. Puedo ser uno y ser otro. De hecho, lo soy. Y en cada sonrisa de esperanza escondo siempre otra de desengaño sabiendo que son el haz y el envés de la misma sonrisa. Que la una sin la otra no podrían existir. No tendrían sentido.

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sábado, noviembre 12

Una medida rácana

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo:  ¿Cree que el Govern debe cobrar 10 euros por la nueva tarjeta sanitaria?
 
 
No. Como buen hipocondríaco, he de reconocer que me paso casi media vida entre médicos. De hecho, a menudo, en vez de ir de compras o de paseo me voy de médicos -eso digo, y no es un por decir- y esas visitas son, a veces, sólo por rendirle culto al ritual civilizado de la amistad y no como enfermo más o menos imaginario, aunque sé muy bien que, gracias a lo muy pacientes que son ellos conmigo, nuestra relación se ha ido afianzando muchísimo. Amigos para siempre. O algo así, que no todo ha de ser acumular amistades en las redes sociales. Es mucho mejor y más saludable tener amigos de carne, sudor y hueso, de temores, alegrías y esperanzas compartidas, de volante y receta al canto, de consejo personalizado y, también, de mutua, secreta e inviolable confidencia. El discreto encanto de las oscuras radiografías, ese desnudo integral que tanto nos iguala.
Está claro, pues, que no quiero ni oír hablar de interminables listas de espera, de consultas aplazadas o del tan manido como funcionarial, “Vuelva usted mañana”. Como dijo Eliot, «El tiempo no cura nada. El paciente ya se ha ido». Y aunque nunca sabremos, con exactitud, dónde se ha ido, sí sabemos que ya no volverá.
Y aquí es donde aparece el gobierno de Bauzá con un nuevo impuesto -nada que ver con el copago sanitario ni con otras sandeces, que dicen algunos- y miren, no. Alto ahí. Bastante cabreado me tiene ya mi seguro privado que, además de las mensualidades, no tiene ningún reparo en cobrarme, aparte, las visitas médicas, para no saltar de mi asiento ante este atropello de los diez euros por la tarjeta sanitaria. Y no es por el dinero -una miseria- sino por el ínfimo ingreso que genera. Si quieren recaudar a fondo, que acaben con las subvenciones a casi todo lo que se mueve. Doblas una esquina y te sale una ONG, por ejemplo, de terapias cromáticas de sostenibilidad. Pues vale. Pateas una piedra y te sale un coro de súcubos orgullosos de no importa qué igualdad o diferencia. Cruzas la calle y te atropellan cien manifestaciones de la OCB y su coro de asteroides subvencionables, aunque ya no de forma preferencial. O eso creo. Y suma y sigue. Si el Govern quiere ahorrar que les recorte las alas a esos pájaros pedigüeños, pero que no caiga en la racanería y el mal gusto de cobrarnos diez míseros euros por una tarjeta de plástico, por mucha foto, chip y listas de espera voltaicas que incorpore.

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viernes, noviembre 11

Hipocresía y dimisiones

La Telaraña en El Mundo.

Puede que ponerse ante el espejo parpadeante de las redes sociales tenga algún que otro efecto secundario. Gentes que en la vida real son educadas y comedidas se transforman, a golpe de mouse, en unos perfectos bárbaros digitales sin darse ni cuenta. Las dos nuevas víctimas de la locuacidad en Facebook o Twitter son Francisca Pol y Fernando Autrán que acaban de dimitir, o de ser dimitidos, en menos tiempo que vuela una frase de un extremo al otro del mundo y se convierte en tema del momento. Se pasa rápido de unas risas ficticias a un llanto auténtico.
Y sin embargo la cosa no es para tanto. Lo de Pol, por ejemplo, se resume en una total ignorancia de la etiqueta en la Red. Vale que la foto de Chacón sólo podía tener su maldita gracia en el submundo de los foros más cutres, entre los apasionados al Photoshop o al burdo erotismo fetichista. Vale, también, que se disculpara en el acto, pero no que lo hiciera escribiendo en mayúsculas, lo que en Internet equivale a gritar, y no es así como se debieran pedir disculpas. Pero tampoco, quizá, dimisiones.
Hay mucha hipocresía suelta para con las pequeñeces y mucha manga ancha para con lo importante. ¿De qué ha dimitido, hasta la fecha, José Blanco? ¿Ha dimitido de algo la pléyade política que nos ha conducido a la ruina general? ¿Dimitirá Urdangarin de sus galones monárquicos? Las comparaciones, aparte de interesadas, son siempre suicidas.

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jueves, noviembre 10

De ciclón en ciclón

La Telaraña en El Mundo.

Aunque la noticia pasó, casi, de puntillas, el lunes pasado -mientras la calle Olmos era un torrente de agua hacia el antiguo feudo de Munar, Buils y tantos otros: de nuevo en el ojo del huracán- acontecía, en pleno Mediterráneo, el primer ciclón tropical de la historia, según los análisis del Tropical Storm Position Center. Me extraña, a estas alturas, no haberle oído alguna opinión a Agustí Jansà. Pero ya nos vale con la diligencia de los lingüistas de la UIB para con la hache muda de Mahón. Suerte que el infierno pasó rápido.
Otras tormentas cursan más lentas. Podríamos lanzar las arengas más incendiarias sobre la impotencia de nuestro sistema socioeconómico para regenerarse a sí mismo. Acabo de ver dos ejemplos: Keith Olbermann, en Countdown, y Dylan Ratigan, en la MSNBC, pero no se atisba -más allá del aluvión de verdades- ni una sola solución práctica que le dibuje una salida a la crisis sin que sea preciso, antes, destrozar el actual escenario de la convivencia y convertirlo en otra cosa. Tampoco sé en qué.
El tema pinta tan mal que hasta necesita de un nuevo decorado y de unas reglas que ni conocemos. Aún no las hemos inventado. O las olvidamos, quizá cuando nos convino. A cambio, seguimos perdiendo el tiempo con el debate entre Rajoy y Rubalcaba y lo revivimos en Twitter para evitar que el sopor nos venza. Pero nos vencen la incredulidad, la decepción y la brisa del desánimo.

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lunes, noviembre 7

Recordando aniversarios

La Telaraña en El Mundo.
  
Ayer salió el especial conmemorativo de los 30 años de El Mundo, El Día de Baleares, pero escribo estas líneas antes de haberle echado, siquiera, un vistazo. Ganas que le tengo y que espero, seguro, satisfacer pronto. Quizá por ello, y sabiendo que mi memoria es un lugar abarrotado de enormes conflictos y de no menores desapariciones, me decidí a hurgar en mis armarios -repletos de dislocados blocs de anillas y papeles desteñidos- a la caza y captura de mis primeras huellas en esta casa, su fecha, su temática. Uno cree, a veces, que el tiempo le va cambiando mucho o, quizá, muchísimo, pero acaba descubriendo, siempre, lo contrario.
Mis primeros artículos en este diario datan de 1984 y se extienden, mes a mes, y entre opinión y cultura, durante ese año. Luego desaparezco, cosa muy habitual en mí por aquel entonces, y no vuelvo a publicar hasta 1991: dos o tres columnas que casi parecían el aviso de un nuevo silencio que, en efecto, duró hasta septiembre de 2003. Casi nada. Estos días se han cumplido, pues, ocho años de mi regreso. Es un aniversario modesto, vale, pero es que tenía ganas de celebrar algo y no he encontrado nada mejor ni más a juego con una actualidad que no está, parece, para demasiados festejos.
O quizá sí. Siempre es un motivo de júbilo reencontrarse consigo mismo, igual en esos viejos papeles, que guardo como oro en paño, que en los documentos digitales que ahora me bajo de Orbyt, y saberse, desde siempre, en la mejor de las compañías. No es poco.

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sábado, noviembre 5

Con la toga reluciente

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que el juez Barceló, amigo de Mulet, debe hacerse cargo del juzgado que investiga los escándalos de UM?


Sí. Esto de andar condecorando, a bombo y platillo, y como si fueran deportistas de élite o marujas de postín, a los jueces que, más temprano que tarde, y eso lo sabes tú mejor que nadie, habrán de juzgarte -y hasta condenarte- tiene, sin duda, sus riesgos. Enrojece la estética del asunto en la misma medida que empalidece su ética -qué será eso, te preguntas cuando te lo plantean- y así el pastel, que tan sólo es, de hecho, un rebozado a destiempo, se desinfla como un merengue de nieve cuajado al calor intermitente, pero insobornable, de una hoguera o de un horno. El plumero se te acaba quedando, siempre, en posición vertical y peor aún, en pose enérgica y erguida, y bien que a la vista, por supuesto, de las siempre entrometidas cámaras y, claro, luego ya no hay forma de quitarse de encima el polvo edulcorado -ese polvillo blanco que parece caspa- y por mucho que sonrías -que sonríes- o le des de palmetazos a la solemne toga de tu juez favorito, no hay quien haga desaparecer las manchas, el rastro del grumo reseco, la evidencia pegajosa del lodo.
Pero los paisajes abiertos casan mal con la realidad íntima de esta isla, que es un lugar cerrado a cal y canto y rodeado de naufragios por todas partes. Y así, cuando sales a la calle, te tropiezas, inevitablemente, con todos y mira, a este le pusiste una medalla con calzador y a este otro se la quitaste y la procesión de lamparones no se agota nunca, porque es como un círculo y tú eres el centro de todas las tormentas, el lugar simbólico de la usura y el cinismo, de la política a la mediocre medida del precio ajeno y el valor propio, la compraventa de los votos y las voluntades, los ejércitos de parte que reclutaste sin medir bien ni tus fuerzas ni las suyas. Ya va siendo hora, María Antonia Munar, que se haga justicia, al fin, contigo y los tuyos.
Por eso no me parece mal que el fornido juez Barceló retome las riendas de lo que, en otro tiempo, dejó pasar de forma un tanto así como descuidada. Hay que pensar y hasta que creer que su reluciente toga ya sólo recuerda, del polvo y del lodo, la alergia y el sonrojo que le produjeron. Y que ahora sí que ya estará en disposición -nunca es tarde si aprendemos que jamás amanece ni anochece del todo- de desmarcarse de las afinidades selectivas y de ponerse, sin remilgos, manos a la obra. Ciegamente. O con la venda opaca de la justicia en los ojos.

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viernes, noviembre 4

La tragedia heredada

La Telaraña en El Mundo.
  
Grecia no queda muy lejos de Baleares y no parece que ello sea producto del azar geográfico, sino, más bien, de políticas muy similares, de la infame consecuencia de un exterminio vergonzoso, el de la vieja cultura democrática, y de una hecatombe premeditada, la del despilfarro sin más límites que la caja única y el arqueo agónico de los días contados. Cuatro años no son una eternidad, pero pueden dar para bastante. O quizá para mucho, si de lo que se trata es de exprimirle el jugo líquido a la fruta madura del bienestar y salir luego corriendo, como si a escote, pero lavándose las manos a toda prisa.
La situación económica que hemos heredado -es un por decir- de Antich y de la banda de sus cuarenta aliados circunstanciales, es realmente la parodia de una tragedia al más puro estilo griego. Aquí no hubo héroes ni catarsis, pero sí coros improvisando el ditirambo. No hubo corifeos, pero sí máscaras y coturnos. Y Zeus acabó siendo la tiranía de una lengua única y, por supuesto, el sonar agitado de las alcancías.
Ya tenemos presupuestos. No son, quizá, los que nos gustarían, pero igual tampoco son los que nos esté permitido cumplir a rajatabla. Tengo mis dudas de que Bauzá logre enderezar el panorama y convertir, en fin, los despojos de un saqueo irracional y bárbaro, en una economía que, paso a paso, vaya olvidando su mutilado origen y, sobre todo, sus arcas vacías. Pero ya lo veremos.

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jueves, noviembre 3

Liturgia de los puentes

La Telaraña en El Mundo.


Los puentes constituyen una buena metáfora de lo que es, al menos en parte, la vida. Son, en efecto, lugares de paso de un lugar a otro -¡cómo si hubiera lugares distintos!-, paisajes enajenados del presente y subyugados por la ilusión del tránsito y que, por ello mismo, apenas sí se perciben como tales, porque lo que nos importa es atravesarlos rápido y llegar, así, a donde queramos ir. O eso pensamos. De hecho, lo creemos firmemente.
Pero la realidad es muy terca y nos demora, muy a menudo, en esos mismos puentes, que quisiéramos lanzaderas y se nos convierten en holladeros sin principio ni fin; en eternos pasillos suspendidos en el aire y el tiempo, en el vacío, en la bruma, en la solemne, pero irrealizable, idea de conocer el más allá y visitarlo y regresar como si nada. O si todo.
Pero no hay idea que no repose en alguna anécdota. Pasé la semana pasada recorriendo el Puente Carlos, de Praga, como si allí toda la historia de Europa se hubiera detenido, conmigo. Y así era, porque así me lo pareció. Esta semana, sin embargo, la he pasado en Palma, varado de un modo similar entre la quietud de todos los Santos y de todos los muertos. Había flores y mendigos -casi por igual- en ambos sitios. Y la sombra de todos los lugares visitados era la misma que se quedaba quieta, conmigo, cuando tocaba convertir la liturgia del viaje en el simple hecho de mirar alrededor y sonreír, pese a todo.

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