LA TELARAÑA: Delirios de grandeza

sábado, octubre 15

Delirios de grandeza

La respuesta a la pregunta de los sábados en El Mundo: ¿Cree que el antiguo edificio de Gesa, que protegió Munar, tiene que dejar de ser BIC?


No. Sólo a Marìa Antonia Munar, tan peligrosamente prosaica, ella, como carente de ilustración y buen gusto, se le podía ocurrir, entre muchas otras cosas, catalogar de Bien de Interés Cultural a ese monstruo reflectante en pleno solar de Núñez y Navarro, en la prolongación de la sombra dentada y prodigiosa de las agujas de la Catedral o los arcos romanos de la Almudaina, el vaivén tortuoso de las murallas, la fina línea del asfalto serpenteando justo al borde del mar y los arrecifes y el rocío, en el centro mismo -quizá mitológico, quizá irreal- de ese lienzo, siempre inacabado, al que llamamos la fachada marítima de Palma. Ese lugar que sólo existe desde lejos o, mejor, desde muy lejos, desde las alturas de Google Earth, por ejemplo, o desde la alquimia tipográfica de un atlas o el angular desorbitado de una fotografía aérea y remota, fantasmagórica.
Pero ya se sabe que el arte es un misterio y la cultura, tan sólo, su liturgia. O al revés. O al contrario. O qué sé yo, o qué puedo, sobre todo, decir yo, ahora, en este delicado instante de turbación y frío muscular en el que casi todo pierde su significado y, por ejemplo y ya puestos, una escultura se convierte en una instalación y un cuadro en un artefacto y un poema en un cúmulo de fractales o en un diorama de insensateces y no hay otra realidad que el plagio ilustrado o la intertextualidad, el holograma inverosímil de unos pocos multiplicándose en los otros y así el mundo es -¡tan sólo!- la perversión de un ojo que cerró, hace tiempo, sus pupilas y aceptó -a la fuerza ahorcan- que todo es representación y delegación y usurpación y este cuerpo ya no es el mío y esta tierra no es la que es y ni importa, porque nada se pierde, sino que se transforma, o ni eso, y lo que era, o debía ser, el hogar es, ahora, una ruina y un eufemismo y sólo una mirada limpia -nueva o vieja, pero virgen y transparente- podría devolvernos lo que ya no existe. ¿Seguro que no existe?
Estoy convencido que Munar vio en el edificio de Gesa la representación exacta de su ideal artístico y no sólo eso. También debió sentir que ahí podía, al fin, eternizar su propio éxtasis de posteridad. Y como podía, lo hizo, y no seré yo quien se lo discuta. Lo malo de los delirios de grandeza ajenos es que te dejan el paisaje hecho unos zorros y eso no te facilita, en absoluto, reponerte del susto o de la risa. O de ambos.

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