LA TELARAÑA: La vecina del quinto

jueves, agosto 25

La vecina del quinto

La Telaraña en El Mundo.

A veces uno entra en esta columna como si en un ascensor. Las sonrisas, entre amables y forzadas, de los vecinos derivan pronto hacia esa vertiente prosaica del tiempo que es el tiempo atmosférico, qué calor que hace, pero ya pasará, supongo, todo pasa, y qué lento que sube o baja esta especie de féretro vertical, cómo le crujen las costuras y los tirantes, y cuánta publicidad en los buzones, y cuántas facturas, mierda de crisis, y así hasta que van venciendo los pisos y toca sonreírle a los espejos y suspirar, quizá, de alivio, o quién sabe, si de deseo insatisfecho o de claustrofobia.
Las relaciones de vecindad encubren siempre la sospecha cómplice -sobre todo, en el interior de los ascensores- de que debe existir algún gobierno en la sombra y así, de hecho, casi nadie sabe nunca, con certeza, quién es el nuevo presidente ni quién el culpable último de que nada funcione como debiera. O al revés. De que todo marche de fábula.
Con semejante lógica -por lo demás, aplastante- se puede no sólo hacer una crónica erudita sobre los males comunitarios, sino también una completa disección del panorama político en general. Tengo un vecino que adora a Bauzá y otro que no podría vivir sin Armengol. Cuando me toca embarcarme con ellos -y eso me sucede en algunas ocasiones- me acabo bajando, indefectiblemente, en el rellano de la vecina del quinto. Por si las moscas y la película. O por si acaso.

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