LA TELARAÑA: julio 2011

sábado, julio 30

Bienvenidos a la Realidad

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que el Govern de Bauzá conseguirá saldar las deudas que dejó el Pacte?

. «We can do It!» rezaba el cartel -que no sé si hoy sería tachado de sexista por los arcangélicos querubines de la igualdad, ese artificio- de Rosie, la remachadora, alardeando de bíceps y, sobre todo, de matriarcal optimismo en plena Segunda Guerra Mundial, y lo mismo, pero ya no sé cuántas guerras, guerrillas o cruzadas después, parece querer decirnos Rubalcaba desde el plañidero irreal de su atalaya en Twitter, con la ingenuidad -o quizá el cinismo- por bandera. O por camiseta, en su caso. Podemos hacerlo, le creí entender también, ayer, a José Ramón Bauzá, mientras desmenuzaba las asombrosas cifras de la deuda pública y la abultada nómina de impagados y luego, en los gráficos de la debacle, las columnas en rojo se disparaban como alarmas radioactivas a través de los años y de las legislaturas: el rescoldo y las humaredas asfixiantes de un tiempo pasado entre los espejismos de la farsa y el timo, el despilfarro y la usura, la insostenible puesta en escena del Estado del Bienestar, esa quimera. Bienvenidos, pues, a la Realidad o esto ya no es lo que era. O sí, pero quién sabe.
Los grandes números son, desde siempre, algo abstracto y casi conceptual, una especie de vaporosas pinceladas en el aire de todos, que tanto valen para esbozar un infierno que un paraíso. No importa precisar mucho más, porque ambos lugares nos son, por igual, absolutamente inalcanzables y sólo nos cabe, por lo tanto, acariciar la esperanza de encontrar algún escondrijo, más o menos hospitalario, entre ambos extremos. En ese balanceo -y en la cuerda tensa de ese funambulismo- solemos hallar, finalmente, nuestro propio equilibrio. Marea un poco hacerlo, es cierto, pero uno se acaba adaptando a las caídas y a las recaídas, a los empujones. Y a las estrecheces. Qué remedio.
Pero no hay nada de malo en reconocerse y, ya puestos, en tomarse bien las medidas. Si no nos valen para un traje nos valdrán para un féretro. O para ambas cosas. Esto es lo que hay, vino Bauzá a decirnos. Lo dijo. Y nos expuso su radical receta de ayuno y también, me temo, de abstinencia, como si nos fuera la vida en ello. Es posible que así sea. El cuerpo de todos es también el de cada uno de nosotros, pero de eso nos acabamos enterando siempre tarde y mal o, incluso, nunca. Hay que cuidar al enfermo, vigilarle la tensión y hasta el ánimo. Sobre todo, el ánimo. Y que no decaiga.

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viernes, julio 29

La mesa del vacío

La Telaraña en El Mundo.

Hay fotografías que son algo más que una composición de lugar. Suponen, también, un universo de cábalas e interpretaciones, una fabulación sin más límites que los del pudor. O casi. Me refiero a la foto con la que, el miércoles pasado, este diario ilustraba la reunión del alcalde Mateu Isern con la cúpula de la OCB, ese ente que es cualquier cosa menos cultural y balear, pero qué más da. Hoy en día los nombres -y los acrónimos- son sólo juegos malabares.
Así, alrededor de la sonrisa del anfitrión, gravitaban el perfil austero de Fernando Gilet, la habitual mirada oblicua de Jaume Mateu, el rictus altivo de Tomeu Martí y las angostas ojeras de Marisa Cerdó. Sin duda, se trataba de una mesa de muy altos vuelos.
O no, porque lo más llamativo de la imagen era lo que había sobre la mesa. No había absolutamente nada. Ni un botellín de agua. Ni un par de folios extraviados. Era el vacío total o el desierto absoluto, porque, por no haber, no había ni un cenicero. ¡Ni un maldito cenicero! Pero ¿para qué diablos se habrían de reunir el alcalde y el Conseller de Cultura con gentes de tanto lustre ideológico y nacional y cavernario? ¿Para filosofar, acaso, sobre que la imposición de una lengua tiene una obvia intención de dominio administrativo del territorio? Bah. Les haría falta releerse desde Descartes a Derrida y, luego, aprender a mirarse a la cara. Me temo que eso es, del todo, imposible.


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jueves, julio 28

Más allá de las ideas

La Telaraña en El Mundo.
  
Podría hablar del pánico autonómico que se avecina, pero lo cierto es que hay dramas mayores. Vean, si no. Mézclese el nacionalismo que se quiera -es fácil, porque todos sirven igual para un genocidio que para otro- con la fobia al marxismo, al multiculturalismo y al Islam. Agréguense algunos tópicos, sin digerir, sobre los Templarios. Añádanse toneladas de absoluta indigencia mental. Adórnese el espantapájaros con un traje militar plagado de cruces, insignias y galones de chapa. Súmese la vorágine de las redes sociales, la pólvora y las armas. Muchas armas. Y agítese el cóctel.
Este es, más o menos, el retrato de Anders Breivik, el terrorista que en un día de furia, tras nueve años de hervor conceptual erróneo, mató a unas ochenta personas en Oslo y la isla de Utoya. Jamás he usado un arma de fuego, pero me asombra que, durante hora y media, nada ni nadie pudiera hacerle frente. Que el tiempo se ciñera al ritmo agónico del lento exterminio marcial de un único asesino entre cientos de víctimas en estampida. Es incomprensible.
O no tanto. Sabemos poco del miedo y aún menos -creo- del odio. Sabemos poco de las ideas que dejan de serlo y se vuelven un pretexto para lo inexcusable o un pasaporte para esa zona cero de la humanidad donde sólo habita la masacre. Habría que dedicarle más tiempo a las ideas, a su inocencia o no. A sus bondades y peligros. Pero este debate, aquí, no me cabe.

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lunes, julio 25

Del cine y las ideas

La Telaraña en El Mundo. 
Dicen que las películas del reciente Premio Nacional de Cinematografía, el mallorquín Agustí Villaronga, provocan entusiasmo en unos y desdén en otros. El aplauso más encendido o el desprecio más absoluto. La verdad es que no podría situarme en ninguno de esos bandos, porque jamás le pude aguantar, entera, ni una sola de sus obras. Un exceso de superfluo simbolismo y de tendenciosidad conceptual, fácilmente identificables, me lo impidieron. Pero ese no es su problema, sino el mío. O ni eso.
Con todo, lo mejor que le puede pasar a un creador -aunque lo sea de un arte tan manufacturado y coral como el cine- es tener a la crítica dividida, pero no indiferente. En ese contraste de opiniones es donde las ideas de cada uno encuentran su abono más fértil, su cúspide y tal vez su ocaso. Su razón última, su crisol de matices.
Pero yo no sé si las ideas tienen dueño. Si son del primero que las enuncia o si son de todos los que las llevan consigo sin necesidad alguna de pronunciarlas. Apostaría por lo segundo, pero quién sabe. A veces, el lenguaje nos desborda y nos abre a realidades que ni en el mejor de los delirios acertaríamos a describir, pero también, en otras ocasiones, son las intermitencias del día a día, el trato arduo con los demás y, sobre todo, la reflexión íntima, las que nos evocan las ideas más luminosas y los aforismos más exactos. Tendré, quizá, que revisitar la obra de Agustí. ¿Y si sigue sin gustarme? Pues paciencia. Siempre nos quedará Kubrick.

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sábado, julio 23

El círculo de los Uróboros

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree acertada la supresión del carril bici de Avenidas por uno alternativo?

Sí. Después de atravesar buena parte de los Pirineos y los Alpes y de disfrutar, aunque a vuelo de pájaro, de las panorámicas ruinas de los inigualables castillos franceses, casi sin aliento por el esfuerzo pero, sobre todo, por la belleza de la piedras esculpidas por el sol, el éter, la lluvia o los vientos, extenuado definitivamente el ánimo y con la rodilla algo más que adolorida -la mía, no la de Alberto Contador-, creo que me debería negar en redondo a tomarme en serio el ínfimo tráfico que hay en Palma sobre las dos ruedas de la discordia por entre las rotondas de la polución urbana y el caos automovilístico, el insufrible calvario del abrasivo cemento, las prisas sin justificar de los energúmenos y las zanjas que unos abren y otros, por necesidad o por sistema, reabren. Igual es que no quiero dejarme atrapar por lo que, acaso, sólo sea una simple maniobra de distracción y poco más. El cíclico rodar de las ruedas del tiempo, la pájara monumental de la dialéctica, el derrumbe lujurioso del sentido común. Pero me da que me he perdido, tras este prólogo repleto de escaramuzas y emboscadas, y que ya no sé muy bien si hablo de Palma o del Palma Arena. Y no es lo mismo. En absoluto.
Supongo que una ciudad debe satisfacer casi todas las necesidades -y hasta los caprichos- de sus moradores. Por ello, resulta de justicia que quienes deseen desplazarse en bicicleta dispongan de una red vial lo más acondicionada y segura posible. La misma receta debe valer, también, para los que utilizan el coche, el autobús o el taxi a todas horas e, incluso, para los que, como yo, vamos andando a todas partes. Será que no tenemos prisa o sabemos que las distancias, en Palma, no dan más que para estirar las piernas y no mucho ni, tampoco, demasiado.
Con todo, había que eliminar o sustituir, por infernales, esos carriles infernales en las infernales Avenidas de Palma. Al limbo, pues, con ellos. Bien hecho. Lo que ya no está tan claro es qué especie de delineante del infierno ha decidido reeditar ese círculo, a la manera de los Uróboros, tan sólo unos metros más adentro, en unas callejuelas donde la calzada y las aceras apenas sí cumplen con sus funciones mínimas. Tendría que hacérselo mirar y mejor si con lupa. Si hay un problema, lo suyo debiera ser eliminarlo por completo y no trasladarlo a otro lugar igual de conflictivo. O más. O eso creo.

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viernes, julio 22

La guerra interminable

La Telaraña en El Mundo.
Al despertar, Camps ya no estaba. Es una buena noticia, sin duda, pero me pilla algo lejos y, quizá, me convendría insistir con otro microrrelato más redondo y personal. Más comprometido. Probemos. Al despertar, el dinero ya no estaba. No está mal, porque es algo que suele pasarnos con frecuencia, pero tampoco me deja del todo satisfecho. Al despertar, el «Cap de Quers» ya no estaba. Pero sigo ignorando dónde fueron las bolsas del supermercado, el imaginario glauco de los fajos de billetes y hasta si el azul atormentado del mar seguía ahí o si, simplemente, ya no había nada. Nada de nada. Al despertar, ya no había nada.
Esa visión me sobrecoge a diario, pero me dura -por desgracia- tan sólo un instante. Abro los ojos al despertar y nada. Ni una sola luz o ruido. Ni un sólo objeto a mi alcance. Nada a mi alrededor y yo en ninguna parte. O en todas. Pero esa ubicuidad desaparece y enseguida me invade la bruma sudorosa de los sueños padecidos. ¡Cuánto se parecen a los que habitan el mundo! Y es que, tal vez, sean los mismos.
Pero no estoy seguro. Me paseo hasta la Plaza Madrid intentando revivir la película «Los Pájaros» de Alfred Hitchcock. Parece que las gaviotas nos han declarado, ahí, una guerra civil de lo más cruel y fratricida. Pero ni por esas. No me atacó ninguna. Escribí, entonces, el más inverosímil, quizá, de mis deseos. Al despertar, la guerra había concluido. ¿Será verdad?

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jueves, julio 21

Estado de catástrofe

La Telaraña en El Mundo.

Me lo dijo, con insondable pasmo, el director de una sucursal bancaria de Palma. «Ya no podemos fiarnos de la solvencia de nadie. Ni de los que antes creíamos sagrados, como el Estado o el Gobierno». Recordé, entonces, la herencia recibida por el actual Govern de Bauzá y me sonreí. Nunca había imaginado tener que mezclar lo sagrado con lo financiero. Pero quién sabe. Corren malos tiempos (para la lírica) y duele glosar sobre una percepción que ha desbordado los asideros de la lógica para trocarse en una suerte de evidencia general. Un estado de catástrofe donde uno se sabe una ficha más de un dominó que cae de corrido. Y rápido.
O no tanto. Porque luego salimos a la calle y vemos que la vida sigue con su rutina habitual. Siguen saliendo el sol y la prensa. Hay gente en los bares y comercios. Gente tranquila y gente indignada. Gente que ocupa edificios en plena Plaza de España, jugando a un colectivismo que ya no es creíble, ni lo fue nunca, y gente que piensa que todo regresará a lo que solía y la crisis la solucionarán los que la crearon. ¿Quiénes, si no?
Dudo, muy seriamente, que ello pueda ser así. Ignoro si sabremos luchar contra siglos de inercia y de fe optimista en el destino. O en el mercado, esa ramera. No sé si los nubarrones despejarán o si conviene prepararse para otra cosa muy distinta. De momento, y sólo por si acaso, me conformaré con no fiarme de nadie. Ni de mí mismo.


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lunes, julio 18

Huyendo del vacío

La Telaraña en El Mundo.

«Hay otros mundos, pero están en este. Hay otras vidas, pero están en ti», escribió Paul Éluard, cuando aún el surrealismo era una forma curiosa -y abierta y flexible- de auscultar la vida y, sobre todo, a sí mismos. Explicarse. Decirse. Multiplicarse, como tras un golpe furioso de dados, o abolirse, como entre las hélices de una frase de palabras inventadas. Evaporarse entre la niebla de un juego de magia o renacer tras un atentado contra la lógica. Todas esas posibilidades puede que ya pasaran a la historia pero, aun así, qué nuevas y qué útiles que nos siguen pareciendo.
Uno se expande -o se contrae, o ambas cosas o ninguna- entre las redes sociales como si entre mundos distintos, para reconocerse el mismo en todos ellos. Hay otros mundos, sí, pero son el mismo y el de siempre. Sólo se trata de perderse en ellos como si fueran otros y de encontrarse como si los otros fuéramos nosotros. Suele pasar. Y mucho, porque apenas sí sabemos quiénes somos.
Llevo unos días probando Google Plus, la nueva red social que sustituirá en el futuro, según los expertos, a Facebook o a Twitter. A Linkedin o a Tuenti. Pero lo dudo mucho. Voy repitiendo amistades y tópicos como si fuera gracioso reconocerse a cada instante. Leo las últimas noticias como si el mundo pudiera contenerlas todas. Luego apago el ordenador, en el preciso instante en que, en las calles, una sirena parece anunciar la llegada de algún barco que no vaya vacío. Creo que me gustaría subirme a ese barco.


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sábado, julio 16

La hora de las diferencias

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que es bueno que Cort haya recuperado el castellano en los premios Ciutat de Palma?


No. A veces hay que saber plantarse a tiempo y romper la baraja y abandonar, por completo, las absurdas guerras de los otros. No entrar en sus lodazales. Ni escarbar en las zanjas de sus miserias. Hay que saber dejar de lado tanto sus complejos de inferioridad como sus ínfulas retóricas de grandeza. Y olvidarse, incluso, de sus fobias y de sus filias y hasta dejarlos ir a su aire, aunque se nos antoje mefítico, o lo sea. No importa, porque, de hecho, nada importa. Hay que saber alejarse, por igual, de la indignación y la mediocridad. Reconocer que ese juego no es el nuestro ni, tampoco, el de ninguna lengua porque, ambas, la castellana y la catalana, están muy por encima de esa estúpida crispación ideológica, de esa manipulación y ese estropicio, de ese pensamiento único y necio -por único- en los subterráneos más lóbregos del universo.
Acabo de leer las opiniones de varios escritores mallorquines en catalán denostando la recuperación de los Premios Ciutat de Palma en castellano. Pues vale. Podría constatar mi desagrado y hasta mi repugnancia, pero no lo haré. Podría resaltar su exuberante pobreza de espíritu, pero tampoco. Podría exaltar sus memorables contradicciones -sobre todo, las de los que sí escriben en castellano, cuando se les paga- pero qué va. Cada uno es dueño de sus palabras y silencios y debe poder, en definitiva, elegir la compañía que desee, la que le honre y motive, la que le seduzca, le excite, le obligue a reflexionar mejor y, sobre todo, más hondo.
Por eso, Cort no ha acertado al insertar los premios Camilo José Cela o Rubén Darío en el ambiente enrarecido, triste y revanchista, de una cultura -la que se supone nuestra- que lleva lustros dejando de lado el castellano, denigrándolo, maltratándolo. La literatura en castellano ya tiene nueve mil premios en toda España, nos asegura López Crespí, frente a la escasa decena de premios en lengua catalana que, según nos informa, hay en Mallorca. Le regalo los números, y hasta los premios, si los quiere, porque no me sirven para nada. Ni siquiera para constatar que la diferencia aún no es proporcional a los usuarios de una lengua y otra. Esa comparación, además de perversa, es ridícula. Yo, por lo tanto, no hubiera mezclado los premios y, en cambio, sí que los hubiera convocado por separado. Igual ya va siendo hora de no mezclarse con quien no quiere mezclarse con nosotros.

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viernes, julio 15

Creación y destrucción

La Telaraña en El Mundo.

Antes de construir, lo primero es destruir lo que estorba, lo que está enquistado y nos quita el aire y oprime y ciega, lo que no sirve ni como cimientos ni alcanza, tampoco, el valor memorable de las ruinas. Esa es una premisa que conocemos muy bien, desde siempre, los que batallamos, metáfora a metáfora, con las palabras y las ideas, los que naufragamos en los arrecifes del lenguaje, los que aceptamos, en definitiva, que habremos de perecer, tarde o temprano, en mitad de esa agonía y de ese fracaso que, mientras tanto y no por azar, son los que, valga la paradoja, nos mantienen, aún, con vida. Pero pensamos que merece la pena. Lo sabemos.
Por eso ya voy empezando a despedirme, con todos los honores posibles, de los carriles bici de las Avenidas. Ayer mismo, en un alarde de euforia casi suicida, los crucé como una docena de veces, esquivando algunos ciclistas, tan silenciosos e invisibles, que se me antojaron espectros recorriendo, en sueños, el sol y las ruedas de la tarde, los espejismos del asfalto, la frágil línea que separa el atropello del encontronazo.
Espero, también, poder despedirme, en breve y a lo grande, de algunos de los profesores -aunque, por desgracia, no de todos- que dejaron las aulas para convertirse en estibadores políticos de una Consellería que ha heredado un paisaje educativo en el que escribir o leer con un mínimo de corrección es, por ahora, una entelequia.

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jueves, julio 14

Serpientes de verano

La Telaraña en El Mundo.
  
Aunque el tópico -ese aforismo tullido entre los pesados brazos de la inercia- suela identificar el verano como la mejor época del año para acometer, al fin, ese inmenso abanico de lecturas pendientes que siempre se nos acumulan, la verdad es que no comparto esa idea. Para nada. A mí el sudor me bloquea los textos ajenos, me los convierte en galimatías indescifrables, en losas que me agobian -o repelen- y en laberintos sin más salida que la huida previa. Mejor ni entrar en ellos. Ni asomarse, siquiera.
Prefiero, al contrario, las páginas absolutamente en blanco, los territorios vírgenes donde sé que cualquier signo que me dé por escribir se multiplicará al instante, quizá porque la tinta y el sudor suelen jugar a diluirse y a formar espejismos acuosos y, quizá, sulfúricos, en los que las frases empiezan asemejando fonemas unicelulares y acaban convirtiéndose en enredadas y caleidoscópicas serpientes. De verano, claro. Pero cosas así son las que diferencian la literatura de otras prosas. O el desnudo total de los ejercicios de estilo.
Con todo, hay que ceñirse, también, a los hechos, para no espantar las pocas ideas que sobreviven a la canícula. Me asombra el trabajo de los chicos del 15M, sección anti desahucios. Y lo mismo diría de las cuentas atadas y bien atadas de Carles Manera. Es lo que tiene atar las cosas con según qué nudos. Que se deshacen solos y no queda títere en pié.

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lunes, julio 11

La Lonja de los féretros

La Telaraña en El Mundo.

No molesta, a veces, dejarse tomar el pelo. O en su defecto, aparentarlo. No hay nada de malo en asistir a cualquier tipo de ceremonia como si más allá del artificio de la confusión hubiera algo. No suele haberlo, pero qué importa. A Fabricio Plessi lo había visto cortando el hilo de agua de un grifo con unas tijeras de podar. Convirtiendo los arcos del Padiglione de Venecia en cascadas de agua o en cortinas de fuego. O rajando el mar con una sierra. Videoarte, conceptualismo o arte pobre. Un vómito, una flema, un orgasmo o, quizá, la herencia de la célebre mierda enlatada de Piero Manzoni a precio de oro.
Pero no hay problema, ya dije, en seguirle el juego y si ahora le dejan inundar con catorce llaüts el excepcional espacio gótico de La Lonja, lo mejor es ir y dejarse llevar por los espejismos. Buscarle al Mediterráneo sus esencias -de mar viejo, sabio y también muerto- entre la luz, la música y la madera astillada. Pasearse entre las barcas volcadas como si entre féretros y susurrarnos: aquí yacen siglos de exploración para acabar encontrando el vacío.
Pero tampoco. Hay lugares esquivos y lugares que, acaso, no están al alcance de cualquiera. Ya quisiéramos encontrar el auténtico vacío y no esta mezcla de símbolos alrededor de la ausencia. O de la pérdida. De la desvergüenza de ignorar que el arte más pobre sólo precisaría de la palabra para no llegar a ninguna parte y del silencio para abrir sus heridas y caer en sus hermosos pozos sin fondo, para siempre.

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sábado, julio 9

La imaginación al poder

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree acertada la decisión de cerrar Televisión de Mallorca?

No. Ya les hablé, ayer, de mi nulo aprecio por Televisió de Mallorca. No hace falta, pues, que les repita que jamás me interesó su más que discutible contenido y que, sobre todo, me repelen hasta la saciedad y la náusea tanto su función ideológica de brazo armado al servicio de ciertos sectores en el poder como su deriva económica de despilfarro sospechosamente selectivo. Vale, sin embargo, que sobre gustos no quepa decir gran cosa de importancia o de peso objetivo y que, además, todos sepamos, o debiéramos saber, que el despilfarro -acaso por lo convulso de su propia naturaleza o de la naturaleza humana- siempre es selectivo y no atiende, ni puede, a otras razones que no sean la connivencia o el capricho, la carta marcada, la cuota de parte, la rentabilidad política, el as en la manga, el reparto entre afines y la segregación obligada y explícita de los otros, ese infierno, al parecer, inevitable e inextinguible. Qué mala suerte para algunos. Qué milagro para todos.
Y sin embargo, resulta muy difícil discernir en la actualidad qué puede esperarse y qué no de una televisión. Su lugar es cada vez más ambiguo, difuso y volátil. El lugar de las noticias parece estar ahora en otra parte. En Internet, en los blogs digitales y en la marea mutante de las redes sociales, en el boca a boca electrónico, sí, pero también en el simple deambular por las calles deteniéndose, tan sólo, cuando el cuerpo lo pide y el pulso de las ciudades bombea un aire ritual a fiesta o a funeral, a orgia, a vida o a muerte. A ese directo rabioso ya no alcanza la televisión. De hecho, no alcanzó nunca.
Pero de ahí a cerrar el dial y sepultarlo en la oscuridad y el silencio, va un largo trecho. Seguro que hay otras opciones y que es posible -con imaginación- idear una televisión propia -no del Consell ni del Govern de turno- donde quepa todo aquello que acontece y que se está haciendo en las Islas y que, por desgracia, no acaba de encontrar otra salida que los clics del ratón en las páginas de YouTube, como los experimentos audiovisuales de Toni Nievas, con Félix Maestro de contracultural maestro de ceremonias, por ejemplo. O la miríada de actividades -presentaciones de libros o tertulias y torturas varias- que sólo aparecen, si aparecen, en las agendas mínimas de los diarios y luego nada. ¿Puro material de olvido? No estoy seguro. Igual valdría la pena replanteárselo.


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viernes, julio 8

La televisión o la vida

La Telaraña en El Mundo.
  
No sé qué teclas he de apretar para que aparezca, en pantalla, la patriótica sintonía de la Televisió de Mallorca. Podría buscarlas, pero me da pereza y, además, no creo que importe si está en el canal 45 o en el 69. Por ahí andará. El caso es que no la veo casi nunca, que es uno más de entre esos canales fantasmas que sólo refulgen en las noches de insomnio cuando me pongo a rondar, como un autómata, el espectro y me dejo burlar, durante breves segundos, por algunas echadoras lascivas -cuanto más lascivas, mejor- de cartas, alguna emisión medio porno o alguna de esas infinitas sesiones de preguntas estúpidas que nadie parece acertar. Hay que ver cuánto se parece la televisión a la vida. O viceversa.
A todo esto, la izquierda y los nacionalistas andan obcecados con la supervivencia de la televisión que fue de Munar, primero, y de Armengol, después. Tanto monta o monta tanto, porque siempre fue de los mismos. De esa minoría en el gobierno -y aledaños- dispuesta a copar con su lengua y sus subcontratas las veinticuatro horas de la parrilla. Y alguna más si fuera posible.
Con todo, hay muchas actividades reseñables en Mallorca -y Baleares- que nunca han sido cubiertas por IB3 ni por TVM. Tampoco por la amplia prole de televisiones más o menos piratas -aunque todos sepamos de quien son- que surgen cuando uno se lanza a su búsqueda más allá de la TDT y de los dígitos inasibles del poder.


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jueves, julio 7

Contra el verano

La Telaraña en El Mundo.
  
Después de ver las fotos de Leire Pajín en la isla de Lazareto, Menorca, que fue asilo para apestados y presos políticos, y que hoy es sólo para egregios ministros, me he convencido -aparte de añorar, paradójicamente, el otrora habitual posado isleño de Ana Obregón- de la obscenidad insoportable del verano. No cabe esperar nada bueno de un par de meses bañados en sudor y asfixia, ni de un montón de horas expuestos a la violencia solar y al lujurioso vacío del pensamiento. Ese descanso es atrofia. Un tiempo muerto en el que intentamos olvidarlo todo y cargar unas baterías que ya no sé si son tan recargables como creíamos. Me agota no hacer nada.
Y más que me agota -me consume- abrir paréntesis artificiales en el día a día y pretender, además, disfrazarlos de vergeles. La realidad no nos espera ni un segundo. Nada se aplaza aunque nos dé por sumergirnos en la parálisis de una burbuja tullida de sol y agua marina, pero igual nos pasaría en una plaza pública tomada a la fuerza.
Así, a los acampados de la Plaza Islandia el calor y cuatro hostias, apenas, de los antidisturbios -porque estos chicos no saben cómo arreaban los grises- acabaron, también, por descerebrarlos más de lo que ya lo estaban. Ayer pasé por el lugar y daba lástima ver cómo algunos turistas buscaban el atrezo de la revolución y sólo percibían, entre las grietas del empedrado, la nostalgia estéril de un paraíso perdido.

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lunes, julio 4

La cultura de la usura

La Telaraña en El Mundo.

Ni Rafael Nadal, ni las asombrosas revelaciones en el caso DSK, ni la boda principesca en Mónaco. Las estrellas del fin de semana en la Red han sido, por abrumadora mayoría, Teddy Bautista y su corte de ilustres recaudadores. Pocas veces se había visto tanta jarana y bulla, tanta chirigota y cachondeo, tanta indignación y suspiro de alivio, o de venganza, como cuando se supo que el jefe de la SGAE se encontraba ante la Guardia Civil dando cuenta de sus cuentas y de esa bruma opaca donde se bifurca el dinero igual que la dignidad. Todo es volátil cuando se basa en el artificio, en la usura, en el capricho y en la manipulación consentidas.
Llevamos años pagándoles un canon preventivo que nos convertía en delincuentes sin derecho a la presunción de inocencia. Pero tanto da. ¿Quién es inocente hoy en día? ¿Lo es el Ministerio de Cultura permitiéndoles un monopolio tan absurdo como maquiavélico? ¿Lo son ellos, meros títeres, al fin y al cabo, del más antiguo de los desórdenes, la gula, la codicia y la voracidad insaciable del poder?
No tengo respuestas, pero ni las necesito. O no, al menos, con urgencia. Se puede ir por la vida discretamente o, al contrario, avasallando. El único consuelo es que estos últimos se olvidan de que, algún día, pueden ser ellos los avasallados. Y así les luce, mientras tanto, la contabilidad y hasta el pelo que creen que nos han tomado. Pero qué burros que son.


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sábado, julio 2

El padre pródigo

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Tiene derecho un padre que supuestamente abandonó a su hija a reclamar ahora la custodia?


Sí. Hay tantos padres deseando, metafóricamente, que sus hijos les abandonen de una vez por todas -porque ya tienen treinta años o cuarenta o los rondan y no tienen trabajo ni lo esperan y como en casa de los viejos no se vive ni se come ni se duerme en ninguna otra parte, sobre todo si esa otra parte no existe, porque el presente es un infierno y el futuro no existe y no hay otra que eternizarse en las sudorosas y abarrotadas trincheras del hogar familiar- que la propuesta inversa, la de que un padre biológico quiera recuperar a su hija, de cuatro años y pico, perdida en el áspero fragor, quizá, de la disipación, el error o la vida, casi que nos enternece. Pero no mucho ni tampoco del todo. Sólo se debiera poder abandonar a alguien una vez. Una sola vez y para siempre. Todo lo demás es metralla sentimental. O ardid. Usurpación. Quizá engaño. Querer y no poder. O buscar la luz donde ya no la encontramos porque no la hay ni la hubo nunca.
Pero, aun y así, seguimos teniendo dudas. Muchas y hasta quizá razonables dudas. Toneladas de urdimbre arremolinándosenos en las entrañas. No somos jueces ni queremos serlo. Sabemos tanto -y tan poco- de la complejidad humana como de su enorme debilidad y de su locura transitoria, ese paisaje que igual se degrada que se redime y se convierte, acaso, en otro. No sé yo. O sí. Porque me da que siempre es hora, todavía, de empezar de nuevo, de reintentarlo otra vez, de regresar al instante donde se nos torcieron las cosas y en esa encrucijada maldita y desconocida -quizá milagrosa- recuperar la brújula y la dignidad perdidas. O lo que encontremos que más se le parezca.
Vivimos en época de sucedáneos y de eufemismos. Es cierto. En días que nos taladran los tímpanos con su brisa de acero. Hay una niña abandonada y recogida. Unos padres adoptivos que se la han ganado a pulso y un padre de regreso, no se sabe de dónde ni hacia dónde. Hay una niña abandonada. Y los servicios del Instituto Mallorquín de Asuntos Sociales alrededor de todo y de todos. Y la infamia -y también las poderosas razones- de la propiedad privada campando sobre los terrenos afectivos o sanguíneos. Demasiada tortura administrativa en territorio tan virgen y frágil como una niña de cuatro años. No quisiera ser ella. No soy ella. Pero la veo en la foto abrazada a su padre biológico y me digo por qué no.

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viernes, julio 1

La inquietud de los cuervos

La Telaraña en El Mundo. 

Me he propuesto hablar muy poco -o nada- de los nuevos inquilinos del Govern, el Consell y el Ajuntament. No, al menos, hasta que pasen los cien días que dictan la cortesía y, sobre todo, la lógica. En realidad lo que quisiera es no tener que hablar o escribir nunca sobre ellos; ese sería el síntoma inequívoco de que todo marcha sobre ruedas. Pero será difícil que suceda. Mucho.
Con todo, está meridianamente claro que no todos piensan hacer lo mismo. Allá ellos. Aún no han ni aterrizado, Bauzá, Salom e Isern, y ya les empiezan a llover los dardos envenenados de la OCB o el PSM; en definitiva, de quienes ven peligrar la impunidad, más allá de toda ley escrita, en que vivían, el absoluto despotismo de los comisarios lingüísticos, el perverso y acre perfil de las franquicias eternas. El singular graznido nacionalista de las cavernas.
En este sentido, la epístola -publicitada ya en los medios afines- que Jaume Mateu, el presidente ecuménico de la Obra, se ha apresurado a enviar a José Ramón Bauzá, es un laxante ejemplo de cómo desde la retórica en apariencia más pulcra -aunque no exenta de una sobredosis metafórica que raya el delirio- se puede amenazar a todo un pueblo quedándose, además, con una cínica sonrisa entre labios. Cartas así son las que, tras la breve lectura de rigor, debieran procurar, no un gusto enorme sino algo más, al ser arrojadas a la papelera. Un placer inenarrable.

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