LA TELARAÑA: junio 2011

jueves, junio 30

Catálogo para indignados

La Telaraña en El Mundo. 

El sábado me encontré a los indignados de Plaza Islandia debatiendo el libro «Reforma o Revolución» de Rosa Luxemburg. No sé si entenderlo como un casual anacronismo docente o como una irreparable perversión del entendimiento. Yo les propondría, quizá, otras lecturas y debates. Pero allá ellos. Nunca me gustó dar consejos, aunque sí que me los dieran. No siempre los seguí, es cierto, pero ese es sólo mi problema. O ni eso.
Con todo, si quieren conocer la realidad que empiecen por leer a Sthendal, Víctor Hugo y Zola. A Durrell o Henry Miller. Después que se adentren en Dostoievski. Que aprendan a pensar -y a dudar- correctamente con Nietzsche, Cioran o Bataille. Que enloquezcan con Kafka, Joyce o Pound. Que regresen luego a los orígenes y se vacíen con los Presocráticos, con Cátulo y la Biblia, con Homero. Que merodeen Cervantes, Quevedo y Gracián. Dante y Milton. Hölderlin y Rilke. Camus y Sartre. Que encuentren la paz, y así la agonía, con los místicos Juan de la Cruz y Teresa de Ávila. Que recuperen a Borges, a Juan Ramón y a Eliot. Y que sigan leyendo.
Este es sólo un breve catálogo, un proyecto a vuelapluma de lo que sí sería una gran Biblioteca, unas huellas a seguir a tientas, y según el pálpito interior de los propios hallazgos, sabiendo que el mundo no se circunscribe, en definitiva, a ninguna Universidad -UIB, incluida- por muy abierta, libre y laica que se autoproclame.

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lunes, junio 27

La Historia, entre besos

La Telaraña en El Mundo.

La pasada semana, el mundo se detuvo mientras Scott Jones parecía besar a su novia, Alex Thomas, entre la niebla, el ruido y el polvo de los antidisturbios cargando contra la muchedumbre en Vancouver, Canadá. El hecho no fue tal, pero existe una foto que lo muestra. Su autor, Rich Lam, quizá no pase a la historia como sí ya lo hizo Alfred Eisenstaedt, uno de los dos fotógrafos de otro beso ilustre y alejado en el tiempo. Agosto de 1945. Algarabía en Times Square. Un marine besa con pasión a una enfermera y el mundo también se detiene. Un beso es sólo un beso. O dos. Incluso el de Judas. Pero nada puede competir con la sagrada y silenciosa irrupción de un beso.
Por eso la Historia siempre regresa a esos instantes detenidos y se reescribe en ellos, abriendo, igual que cerrando, sus periodos de éxtasis, tregua o colapso, como si Breznev y Honecker se hubieran besado alguna vez -la prueba está expuesta en la East Side Gallery- y así siguieran, enlazados, como en un ósculo eterno. Sus dos países, y el telón del terror en ambos, ya no existen sino en ese beso.
Sólo existimos, pues, en los besos que dimos y en los que, con suerte, aún daremos. Pero me cuidaría muy mucho de besar a según quién. No quisiera quedarme atrapado en unos labios ajenos y que el mundo siguiera girando sin atender a mi asfixia. O sí. Si hay que morir por algo, acaso hacerlo por un beso no sea la peor de las maneras.




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sábado, junio 25

La voz y los ecos

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Considera que la eliminación de la dirección general de Política Lingüística del Govern es buena?

Sí. Claro. Por supuesto. Pero lo primero sería preguntarse qué extraña perversión y qué cúmulo de errores de concepto han convertido las lenguas -ese fruto de Babel, esa dispersión bíblica que engendró las civilizaciones y dio sentido a la humanidad en su diáspora y en sus ansias de conocimiento- en simples apéndices territoriales, en marcas a hierro forjado de una identidad a la fuerza, en armas arrojadizas de coacción y hasta de chantaje, en banderías políticas, que no sociales, de ultraje, discriminación y abuso. Toda esa metralla absurda se sustenta en lo más hondo y oscuro de algún pozo negro donde fueron a parar los excrementos racionales de algunos y que ahí siguen, fermentando su basura y su lodo, su mefítico caldo de cultivo, su apestoso burbujeo a pócima sulfúrica, a brebaje para incurables, la  alquimia nacionalista en tiempos de globalización y barbarie y memoria tullida y mediocridad y usura. Todo ese viejo orden marcial que asoma, de nuevo, por entre los galones de la mugre.
Pero hay más. Qué coño es, con perdón o sin él, esa pantomima, parodia o dislate administrativo que da en dividir la lenguas en comunes o en propias, si las lenguas son de todos y, en especial, de quien las habla y escribe, de quien las estudia y las intenta hacer mejores, de quien juega con ellas -o se deja jugar, cómo no, por ellas- hasta recrear el mundo y transformarlo en otro y ser, él mismo, esa nueva palabra que ya dice algo más que las que le precedieron y así la frase -la sucesión de las frases- acaba renovando el universo entero y esta lengua no es esta ni es aquella sino todas a la vez y ninguna en concreto. Hoy soy alemán y griego y francés y chino. Soy americano del norte o del sur, de Cádiz, de Barcelona, de Madrid, de Valencia o de Palma. Soy la suma de tantas voces y lenguas como alcanzo y de tantas como no alcanzo, aunque sigo tras ellas como si ocultasen una realidad por descubrir. Así es. Y dejo el silencio o la oscuridad para los que no me sigan.
Así las cosas, una dirección de Política Lingüística menos es algo a celebrar, pero no es la fiesta completa. Habría que desterrar cualquier referencia a las lenguas de la faz administrativa de la tierra. Habría que dejar sonar las voces y sus ecos y danzar con ellos, entre sus tinieblas y sus luces. En ese claroscuro que damos en llamar el pensamiento y lo es. En no importa qué lengua.


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viernes, junio 24

El cólico lingüístico


La Telaraña en El Mundo. 
 
 
Acabo de pasar unas espectaculares y agónicas horas auscultándome un sorprendente cólico nefrítico. Hay que ver lo que le cuesta al cuerpo expulsar esa áspera arenisca, esas viejas excrecencias que le sobran y que, no obstante, se le clavan en lo más hondo, quizá con garfios poderosísimos y tretas sentimentales y con lazos y sogas, como si ocupar un territorio generase derechos vitalicios de pernada y parasitismo. Hay que ver cómo se resisten al desahucio, a la disolución y a la caída libre por el estrecho y angosto sumidero de la salud y la vida. Y lo bien que se respira cuando esa grava letal nos abandona. Si nos abandona.
Porque no está muy claro que la OCB -la Obra- vaya a renunciar, sin más, a los muchos derechos con que unos y otros la han ido arropando en el transcurso voluptuoso de las últimas legislaturas. Ya no sé cuántas. Ya perdí la cuenta. O es que fueron todas desde que se parió la democracia y aquí seguimos, con el cólico y las losas y las lápidas a cuestas.
Pero, de momento, ya ha salido el conseller de Educación, Cultura y Universidades, Rafael Bosch, a tranquilizarlos, con la garantía renovada de la difusión del catalán como lengua propia de las Islas y el cumplimiento de la Ley de Normalización Lingüística. Vale, es sólo un titular entre muchos otros matices esperanzadores, pero a mí ya me vuelven, por si las piedras, a doler los riñones. Los riñones, sí. Los dos.

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jueves, junio 23

Anónimos y vulnerables

La Telaraña en El Mundo.

Siempre he huido del anonimato en Internet. No me gustan las máscaras ni, sobre todo, los encapuchados. Y sin embargo, qué es un nombre, a fin de cuentas, sino una muletilla familiar que nos ponen -o nos ponemos- para poder pasar, aunque sea de refilón, por entre los arcos detectores de metales o gases de la realidad. Aquí la firma, la foto, el sello digital y, por supuesto, la póliza y hasta el nivel C de catalán, pero sólo por ahora, porque es de prever que, pronto, nos exijan también el tembloroso perfil en espiral del ADN o, mejor y aún más terrible, la curvatura inverosímil de nuestros pensamientos más íntimos.
Con todo, sigo firmando con mi nombre cuanto escribo en el aire y la niebla de la Red como en la arena de papel o polvo de la vida. No sabría diferenciar un lugar del otro y escindirse entre dos universos idénticos me parece una pérdida de tiempo, una esquizofrenia inútil, un viaje baldío hacia ninguna parte.
Pero ello no significa que el uso abrumador de los seudónimos no merezca una reflexión más o menos lúcida y seria y divertida. Estoy leyendo la nueva novela de Inma Chacón. Se titula «Nick, una historia de redes y mentiras» y, en sólo tres puntos, puede que ilustre la vida de muchos. A saber. Usas una identidad falsa. Tienes 647 amigos y ninguno es real. Vives una historia de amor que se convierte en miedo. Bienvenid@ a las redes sociales… O a la realidad, me temo.

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lunes, junio 20

A golpe de máscaras

La Telaraña en El Mundo.

Me encuentro con la desafiante máscara de Guy Fawkes por todas partes. En los videos de Anonymous -los hackers que el Ministerio de Interior aseguró, con hilarante inocencia, haber descabezado con la sola captura de dos o tres pardillos y poco más-, en las acampadas y manifestaciones del 15M y 19J, que fue ayer mismo, y hasta en el perfil de algunos amigos, más o menos virtuales, que igual piensan que la hora de V -la V de Vendetta, claro- ha llegado. Pues no sé yo.
El cómic de Alan Moore y David Lloyd, convertido en película por James McTeigue, nos sitúa en un futuro que, sin duda, ya conocemos. Eso es lo que me gusta -y me duele- de las distopías, que la línea del tiempo se quiebra y se retuerce y el ayer, el hoy y el mañana acaban siendo la misma cosa, el idéntico reflejo de nuestros temores más íntimos. Quizá la expresión más definitiva de cómo el destino habrá, finalmente, de someternos. O no, porque hasta el viejo guión del fatalismo debiera poder ser refutado. Estoy seguro.
Con todo, la actualidad no invita al optimismo. Estamos recogiendo una cosecha que no sé si merecemos. Igual sí. Es el fruto amargo de la usura y la necedad institucionalizadas. O quizá, tan sólo, la consecuencia lógica de un largo proceso de deterioro y decadencia. Cuando una civilización se agota suele sustituirla otra y, así, todo sigue su curso. Para bien o para mal, nunca cambia nada. ¿Nada? ¿Nunca?

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sábado, junio 18

Minimalismo de urgencia

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Está de acuerdo con la reducción de consellerias y altos cargos de Bauzá?

 
No. O no tiene por qué. O ya lo veremos. O quién sabe. Parece obvio que el paisaje administrativo cambia, y además mucho, y que hasta pinta muy bien, muy seductor, lo que vemos o, quizá, intuimos, pero con eso no nos basta. Administrar la realidad es un tema complejo que escapa a toda lógica porque debiera ser -¡tan sólo!- un ejercicio de pura lógica y no una cíclica mudanza o vaivén de espejismos ideológicos, un simple corrimiento de tierras, de enseres o de bártulos. Hay que saber esperar y concederse, todavía, todo el tiempo que haga falta, y algo más, para observar y analizar el panorama con mucha más calma y, a la vez, con el espíritu crítico más despierto. Se trata de observar el mundo como si fuera -o lo hubiera sido alguna vez- una especie de obra de arte y ahora nos diésemos cuenta, al fin, de que algo le falta y de que algo, sin duda, le seguirá faltando siempre. Ese es un hecho constatado. Hablo de la realidad y hablo del arte de vivirla. Hablo de que le falta -y nos falta- mucha restauración y hasta una sobredosis de cuidados intensivos. Nos sabemos inacabados e insatisfechos, y así nos aceptamos, pero ya va siendo hora de que se empiecen a cuidar con mimo los detalles. Sobre todo, los detalles.
No nos vale, en principio, el tópico de aceptar la superioridad moral del minimalismo administrativo respecto a la exuberancia barroca de los gobiernos precedentes. O sí que nos vale y hasta puede que, en otro tiempo, pensáramos, convencidos, que el mejor gobierno es el que no existe. Pero ya no es así. O no del todo. Hay que gestionar una crisis sin precedentes y hacerlo sobre unas ruinas que ya casi nos sepultan y que, además, se nos deshacen entre los dedos de las manos. Este polvo en suspensión somos. En su lodo chapoteamos. Pero aún, y así, nos seguimos queriendo polvo y lodo civilizados. Cómo no.
Habrá que ver si las composiciones definitivas de Govern, Ajuntament y Consell de Mallorca acaban poniéndole un torniquete al despilfarro y a la molicie. A las duplicidades administrativas y a esa lacra que consiste en no hacer nada y, sobre todo, en no dejar hacer nada a nadie. Vamos a ver si Bauzá ha aprendido de las viejas, y no tan viejas, historias de Antich o Matas, y consigue, al fin, que la realidad y los números le cuadren. El mejor camino para recuperar la salud total es empezar, cuanto antes, la convalecencia. Pero ya.


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viernes, junio 17

25 años sin Borges

La Telaraña en El Mundo.


Hace tiempo que ya no leo a Jorge Luis Borges porque, en realidad, siempre me parece estar releyéndole en boca -o pluma- ajena. Como en la mía propia. Me lo repetí el pasado martes, mientras medio mundo celebraba el 25º aniversario de su muerte (en Ginebra, Suiza, Europa, la otra Argentina en el exilio de tantos: ese tango y ese vals que nunca supieron bailar los viejos peronistas) y el otro medio hacía también, aunque sin saberlo, lo mismo, con el solo e ineludible empeño de seguir vivos e intentar escabullirse de la precisión matemática del tiempo sin que le hieran sus cortantes aristas, esa sucesión gélida de espejos imaginarios, ni le aplaste ese dédalo de palabras que ya no significan casi nada de tanto malgastarlas en empresas indecibles, en silencios innombrables, en breves fulgores.
Pero no. Hoy no voy a comentar el discurso de investidura de Bauzá. Las buenas noticias hay que dejarlas enfriar hasta que cuajen o se disipen. Hasta que cuelguen del aire como el aire mismo o caigan como chuzos de punta. Vivir es más difícil que afrontar una hipoteca. Hay cláusulas ilegibles que ni Borges nos podrá explicar nunca.
Y, en realidad, prefiero que nadie nos las explique. Nos queda la ilusión de seguir doblando esquinas como si, al hacerlo, el paisaje pudiera regenerarse y ser otro o quizá el mismo y nosotros, al fin, ese sueño cumplido de no cumplir más que sueños y luego olvidarlos.


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jueves, junio 16

La mortaja ideológica

La Telaraña en El Mundo.

Por algo así como diez minutos escapé, ayer, a la explosión de un artefacto pirotécnico en una papelera de la Plaza de España. Cuando llegué aún olía a pólvora y el reguero de la indignación era también el del miedo. Fue entonces cuando me sentí más próximo a los pocos acampados que aún rondaban por ahí; cuando ya no quedan palabras que compartir -o las que quedan no nos bastan- conviene aferrarse a los silencios y a las miradas cómplices. Cualquier cosa vale con tal de hacer frente al estupor que sembró algún loco solitario que, por supuesto, no se representa ni a sí mismo.
Otro que tal, pero no tan solitario, me lo encontré en un video y en multitud de mensajes sin más orden ni concierto que el caos. Seguramente Cayo Lara, ese hiperbólico dirigente de la izquierda más dogmática, sólo quería darse un baño de multitudes a costa de los últimos indignados del 15-M y, a cambio, se llevó tan sólo unos baldazos de agua fría y algún que otro insulto.
Nada muy grave, pero sí, por supuesto, muy ilustrativo de cómo la demagogia suele acabar encontrando la horma de su zapato y convertirse en una agria sonrisa de vendedor frustrado, de tahúr vencido, de paria, en fin, recolocado en su sitio, allá en las antípodas de donde se deseaba. No es fácil situarse en el lugar justo y sentirse cómodo, sin las apreturas de la realidad aprisionada en una mortaja ideológica. En cualquier mortaja ideológica.

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lunes, junio 13

Liturgia de la actualidad

La Telaraña en El Mundo.

La búsqueda de la actualidad más rabiosa nos suele conducir a callejones sin salida. Es como adormilarse ante la orilla del mar; a una ola le sucede otra y a ésta otra y, al cabo, la sucesión se eterniza hasta que te dejas vencer por el ronroneo de lo mismo y decides que no hay nada nuevo en esa repetición y esa inercia. La vida debe de andar por otra parte, piensas entonces, pero ese «dèjá vu» te sigue persiguiendo y hasta lo das por bueno. O por familiar. O quizá por inevitable.
Así, poco a poco, vas cayendo en una especie de fatalidad que no tiene nada de trágica y sí, mucho, de civilizada. Una especie de indiferencia íntima y casi absoluta. Un saber que el mundo exterior tiene sus pautas y que interferir en ellas es inútil y que, además, puede ser contraproducente. Los muros se escalan o se derriban, piensas luego, como queriendo llevarte la contraria, pero enseguida cedes. Lo mejor es vadearlos, sin indignarte siquiera. O indignándote, pero sin que se te note. Por pudor e higiene. O porque sí.
Es por ello que apenas tengo palabras para la algarabía de algunos. El sábado se grabó, en Blanquerna, otro «Lipdub» -ese karaoke donde unos, por norma la OCB o el GOB, ponen la letra y la música y los demás bailan como títeres- para exigir su peatonización total. Lo busco en «YouTube», pero no lo pillo. Regreso a la orilla del mar y las olas se siguen sucediendo. Es lo normal. Y que dure.

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sábado, junio 11

El palacio de la desidia

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que el PP debe retomar las obras de Palacio de Congresos interrumpidas por falta de pago?

No. Cuando las cosas se hacen con desgana o como sin querer, incluso pudiendo, acaban eternizándose en un compás de espera que nunca presagia nada bueno. Al contrario. La caja única de Carles Manera recibe los fondos de Madrid, unos veinte millones de euros, para financiar la construcción del Palacio de Congresos y, como por arte de magia, se convierte en un agujero negro y se los traga. Que si la sacrosanta lista de las prioridades, que si las monsergas del despilfarro sostenible, que si las partidas inaplazables de la empatía, la sombra alargada de los comisarios de la lengua, los gastos cuánticos del personal, la visa común de un enorme naufragio colectivo… Así el dinero vuela rápido y si alguien corre, que le echen un galgo. O dos. Ya no hay un euro en las arcas y el solar presenta un panorama desolador de tabiques desorientados, cornisas afligidas y columnas solitarias sin más cimientos que la indiferencia, la desidia y el abandono generales. Sólo un pequeño terremoto, uno mínimo, y nada se tendría en pie. Absolutamente nada.
Y ahora viene la respuesta a la pregunta. Yo no sé, de veras, si necesitamos un Palacio de Congresos. De hecho, parece que ya han montado uno en pleno centro de Palma, en la Plaza de Islandia, perdón, de España. Uno con sus guarderías y sus teatrillos, su jardín ecológico, su zona de meditación trascendental y de masajes, su sala de prensa -permanentemente abierta en Facebook o Twitter-, su cine nocturno, sus comedores públicos, sus tiendas de acampada, sus múltiples cenáculos y mercadillos, sus comisiones infinitas y agónicas y abstractas, sus humos alucinógenos y su espectacular -e indescriptible- mugre en torno de la estatua ecuestre de Jaime I El Conquistador, bandera nórdica en ristre. Nada menos. Todo un reclamo turístico de altísimo voltaje y de no menor calado. ¡Y todo gratis! O llovido del cielo, como el maná bíblico. Qué gran ejemplo para la ciudadanía.
Pero no es oro todo lo que reluce. Tenemos unas ruinas asentadas en plena fachada marítima, una mole inmóvil y suspendida, anclada, bajo una inmensa nube de polvo gris y blanco y negro. Y a su alrededor, sólo el caos, las idas y venidas, las miradas de refilón, las facturas impagadas y, quizá, impagables, el semblante rancio de lo que, de tanto sentirse desubicado, acaba pareciendo también extemporáneo. Igual lo es, en efecto. Y, además, sin remisión.

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viernes, junio 10

La historia y sus ruinas

La Telaraña en El Mundo.

Quizá la historia sea una ciencia que se aplica en agitar árboles de hoja caduca, una sucesión de referencias culturales e ideas, en definitiva, que sólo se sostienen bajo determinadas circunstancias. En ellas crecen y se fortalecen, pero sólo mientras subsiste el trazo firme de sus coordenadas. Luego el aire muda y el croquis de la existencia se diluye y ya nada es lo que era, o sí, pero las certidumbres se desmoronan como murallas de naipes que fueran civilizaciones exhaustas y vencidas. Con todo, una ilustre colección de ruinas.
Comparto la alarma de los historiadores con la RAH y su Diccionario. La hagiografía de Franco me asquea. Pero otros desvaríos, en cambio, me consuelan. Alguien -nos narra un iluminado- vio las huellas de un carmelita descalzo en la nieve -sin explicar cómo las distinguió de las de otro ser humano- y quedó en trance. Esa metáfora vale su peso en oro. No para la historia, claro, pero sí para el enigma diario de transitar por un barrizal de huellas y no adivinar, siquiera, cuáles son las nuestras.
Nos convendría, por ejemplo, sumergirnos en el libro de Gari Durán, «Los límites de Ares» y reeditar el viaje de Ulises hasta Ítaca. Asomarnos a la ética de la Grecia antigua como si a la propia cosmogonía. O a una de ellas. Si aún nos asombra y admira, es porque es más fácil reconocerse en los orígenes de nuestra cultura que en sus ruinas. Por el hedor, sobre todo.


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lunes, junio 6

La venda y la herida

La Telaraña en El Mundo.

Parece, en fin, que el sueño de todos sea convertirse en funcionarios públicos. Eso se desprende, al menos, de la rancia polémica entre el catalán como mérito o requisito para engrosar las filas oficiales, no sólo de la estéril burocracia sino, también, y ahí sí que hay que hilar muy fino, de las trincheras vocacionales de la educación o la sanidad. Cierto es que, en las Islas, ya muchos lo lograron -y que así andamos de estreñidos-, pero esos muchos, aún no son todos. Hay desheredados a los que urge esa plaza vitalicia en el paraíso.
No negaré que la cosa tiene su lógica y su paripé y hasta su monstruoso orgullo étnico. Debe doler sentirse abocado a un poso de taza de té sin más futuro que las horas muertas del tedio, el paro y la desolación. Debe angustiar la sensación de exilio y desgarro por no pertenecer a esa casta superior que monitorea nuestras vidas igual que vigila nuestras lenguas y vela por nuestra higiene cultural. Pronto nos rondarán el pensamiento. Ya están en ello.
Por eso convocaron, en Facebook, una inminente manifestación desde la Plaza Islandia -o lo que queda de ella- hasta la sede del PP al grito «A Balears, el Català és i serà un requisit!». Resulta curioso que antes, incluso, de que Bauzá tome posesión de las ruinas heredadas, ya le quieran imponer sus pintorescas bulas. Eso es ponerse la venda antes de la herida, pero igual cuela. Con el PP balear nunca se sabe.

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sábado, junio 4

El «balconing» administrativo

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que la situación de las arcas es peor de lo que dice el Govern de Antich?


No. Extraer conclusiones de un paisaje con vocación surrealista, donde nada es lo que parece -o sí, pero sólo en el peor de los casos- y los actores principales cuelgan de gruesos hilos como sogas y siempre hablan, cuando hablan, por boca ajena, como si recortados por las tijeras de podar de un apuntador invisible y, además, el decorado es de cartón piedra, cuando no de piedra pómez, y las pocas luces que aún se adivinan se filtran desde las cloacas como si fueran el sarpullido inevitable de una nube tóxica de interpretaciones de lugar y parte, no resulta fácil ni, tampoco, agradable. En realidad, es un ejercicio de funambulismo dialéctico más allá de los balances y del color rojo, sanguíneo, de los saldos finales, una especie de «balconing» luctuoso, donde la verdad siempre acaba estrellándose contra el suelo baldío del empedrado. Cuánto nos gustaría reanimarla.
Pero no sé si podremos. Toda la farsa de las instituciones puede resumirse en un sucio juego de cartas entre tahúres. El Govern de Antich y el Consell de Armengol le deben dinero al Ayuntamiento de Aina Calvo, por ejemplo. Unos cincuenta millones de nada. O de euros. Hay que ver lo mucho que viaja nuestro dinero. Viaja por nosotros y, encima, nos deja en tierra, varados para siempre en los andenes malolientes y nebulosos, gélidos, de la ruina. Pero eso es sólo una forma de ver las cosas porque, de seguro, la deudas no se acaban ahí y los caudales van de los faldones de una alfombra a los de otra y hoy es un tren y mañana una fachada marítima o un simulacro de metro u hospital, una eterna riada paralingüística o cualquier otra estupidez del género indescifrable.
Así las cosas, no cabe pensar que a Bauzá le sorprenda encontrarse las arcas desvalijadas. Y lo que diga Antich sobre ellas -con Carles Manera de principal juez, rehén y testigo de cargo- es pura anécdota, versión o perversión. Simple especulación gratuita de quien ya perdió de vista la realidad y prefirió dejar que la bola de nieve del despilfarro continuara engordando. La política grasienta de la bulimia militante frente a la anemia conceptual. O qué sé yo. A Bauzá sólo le queda realizarle la autopsia al cadáver de la realidad y evitar que esa bola de nieve que rueda -grande, enorme, ya inmensa- ladera abajo, acabe explotando donde siempre. Es decir, en nuestros bolsillos. Y bien difícil que lo tiene. Que lo tenemos.


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viernes, junio 3

Hermosamente vencidos

La Telaraña en El Mundo.

La música de Leonard Cohen es, a estas alturas de la fiesta, casi la única que aún me acompaña en mis mejores momentos, esos instantes sagrados en que busco la comunión con alguien o sólo conmigo. A veces la encuentro y, a veces, no, pero el remolino pausado y terco de su voz me engulle siempre y me inunda -quizá con la misma vocación subterránea o submarina del ridículo metro de Palma en cuanto llueve- con su avalancha de graves, su alud de conceptos y metáforas, su ritmo lento y mortecino, irreal, terriblemente hermoso. Hermosamente vencido.

Pero esa historia empezó hace una eternidad y desde entonces hasta aquí y ahora, todo ha sido demolición y decadencia de sueños y esperanzas, algo así como una suma, no tanto matemática como enloquecida, de errores y hallazgos, que nos han hecho avanzar o retroceder, que eso nunca se sabe con certeza, hasta dejarnos a solas con la que puede ser la melodía de una vida. O de sus ruinas. No precisamos muchas músicas para ser felices y sí, en cambio, un gran silencio, un silencio perfecto. Una paz, acaso, con un pulso similar al de nuestra respiración íntima.

Ahora levanto la aguja de mi viejo tocadiscos como quien libera una vena agotada y somnolienta. Repaso lo escrito y me digo que no sé si Cohen, en la actualidad, aprobaría este paisaje apocalíptico. Pero tanto me da. Cada uno es dueño único de sus palabras. Aún es así, pero no sé hasta cuándo.

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miércoles, junio 1

En la Fira del Llibre

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