LA TELARAÑA: Los Lugares del Sitio, en Literanta - Lo que dije.

sábado, abril 9

Los Lugares del Sitio, en Literanta - Lo que dije.



Qué bueno reencontrarse con tanta gente conocida. Muchas gracias a todos. Bien. Ojalá yo tuviera algo realmente nuevo que decir sobre «Los Lugares del Sitio», el libro que hoy nos convoca, que no haya dicho ya en las presentaciones previas a ésta, donde recibí el apoyo del editor del libro, Javier Pérez Ayala, en Madrid, o de Justo Serna, en Valencia, entre tanta otra, no buena, sino magnífica gente, como me encontré en esos lugares, sin olvidarme, por supuesto, del poeta, amigo y editor de cabecera, Javier Jover, hoy ausente contra su voluntad. Pero voy a intentarlo.
«Los lugares del Sitio» es mi nuevo libro y no lo es. Lo es porque acaba de salir de la imprenta y no lo es porque empecé a escribirlo muchísimo tiempo antes que «Tratado de las cosas sin nombre», mi anterior publicación. Lo es, también, porque acabé de reescribirlo hace tan sólo tres meses. O menos. Y lo es, por supuesto, porque cuando hace tres o cuatro años lo abandoné en un cajón y en una carpeta de mi ordenador, su historia siguió persiguiéndome… hasta hoy y más allá, según me temo y quizás explique posteriormente.
A este libro, pues, le he dedicado más tiempo y esfuerzo que a ningún otro. Más horas, días y meses luchando contra su firme y retorcida voluntad de escapar a mi control. Más cábalas, correcciones y reescrituras, más revueltas, reinicios, suspensiones, hibernaciones y hasta formateos completos que a ningún otro anterior, para acabar, al fin, convirtiéndose, creo, en el libro que yo deseaba que fuera.
Pero yo quería hablar de libros, de viajes y de laberintos. Y voy a hacerlo. El cerebro sirve para irse de viaje y la memoria para volver a casa, leí, más o menos, en la exposición «Por laberintos», en Caixa Fórum de Valencia, el martes de la semana pasada. Y así es, en efecto. «Los Lugares del Sitio» describe el viaje a través de un laberinto y, al mismo tiempo, ofrece las claves sobre la única manera de salir -que no de escapar, que conste- de dicho laberinto. No se trata de escudarse en el viejo ardid del hilo de Ariadna sino de algo mucho más sencillo. Se trata de volver sobre los propios pasos, de desandar el camino y de regresar al principio, al origen. Pero el viaje es largo porque la memoria flaquea, la bruma acecha, o las llamas nos rodean, y el frío o el calor, alternativamente, nos aproximan a la parálisis y a la asfixia. El viaje es largo, también, porque intenta ser una réplica lo más exacta posible de mi propio pensamiento.  Y esa tarea implica sumergirse bajo un alud de metáforas para hablar, asimismo, de otra metáfora. He de recordarme, me digo a menudo. He de auscultarme, me repito. He de regresar a ser quién soy, me digo también. He de vigilar esa esquina que ya doblé como si fuera otro y la que doblaré luego, cuando ya sí sea otro. He de perseguirme, incluso. Y en la vertiginosa ficción de esa sucesión de escenas he de volver a caer donde ya caí y he de levantarme donde ya me levanté. Y al revés. He de recordarlo todo para poder olvidarlo después. Y sólo entonces, habré de olvidarme también de mí mismo. Por completo. Lo afirmo. He de convertir el tiempo en lo que es y no en lo que yo quisiera que fuera, aceptarlo como una turbulenta colmena de citas -versiones y perversiones- culturales, de formas de entender la vida o la muerte, el largo y tortuoso deambular de la tribu humana desde la luz del paraíso y desde la oscuridad de las cavernas hasta la luz intermitente de nuestros días o la oscuridad postnuclear o postmoderna, sea eso lo que fuere, que ahora parece también amenazarnos. Ahora como ayer y como mañana. Como siempre. Dante, Milton, Eliot, Juan Ramón, Juan y Teresa así también lo hicieron. O lo intentaron.
Se trata, pues, de reencontrarse tras haberse perdido y de perderse acto seguido, de hacerse y deshacerse una vez y otra, en cada verso, en cada estrofa y en cada página de cada libro. De éste como de los anteriores y de los que vendrán. Hacerse y deshacerse. Multiplicarse y mutilarse. Mirarse en los espejos y encontrárselos, tantas veces, diáfanos y luminosos, como reticentes y opacos. Tanto da. Ninguna dialéctica nos culminará jamás por completo. Ninguna explicación ni síntesis, más o menos simplista o indulgente, agresiva o cínica, irónica o delirante, nos describirá del todo. Ninguna nos traerá la paz del equilibrio eterno y sí, menos mal, el vaivén constante de lo que aún está vivo. O se lo cree. O quiere estarlo. Ninguna, en definitiva, podrá ir más allá de lo que ya sabemos. Somos seres inacabados e insatisfechos, hermosamente tullidos, que un día nos acostamos en el lecho del deseo y, sin saber cómo ni porqué, nos levantamos en el de la realidad. Esa herida, supongo que tan necesaria como útil, la abrimos con cada verso y la cerramos de igual manera. Con el poema. Pese al poema.
«Los Lugares del Sitio» recorren un universo en progresiva degradación dialéctica. Palpable, incluso. El asedio y sus lugares. El instante singular de un asedio que reverbera desde las distintas perspectivas del poema convirtiéndose, así, en una mezcla de desolación y de gramática. De lenguaje como única prueba de nuestra existencia y de la suya. Lo diré de otra manera. No se puede escapar al asedio como no se puede escapar al lenguaje. Pero sí se puede, creo, desandar lo andado y una vez cumplida la última página del libro y así del viaje, regresar a la primera y reiniciar, de nuevo, el éxodo, la migración, la marcha nómada de la existencia. Proseguirlo con la certeza o con la incertidumbre, con la indiferencia o con la pasión poéticas, de que nunca nos parecerá igual ni lo sentiremos de igual modo, aunque sus paisajes se repitan como en una pesadilla y su atmósfera última -por citar un viejo lugar común y concluir como si con una broma-, su atmósfera última, decía, acabe siendo el grado cero de la escritura. Cómo no.
Un abrazo a todos.

PD. Después le llegó el turno a las lecturas de poemas, a la tertulia y a las bromas y veras. Una gozada de la que os dejo algunas fotos...






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