LA TELARAÑA: marzo 2011

martes, marzo 29

Video de la Presentación en Madrid

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lunes, marzo 28

Apuntes de viaje 2


La Telaraña en El Mundo.

Hay muchas formas de escribir un dietario. 7 horas. Duermo. 8 horas. Duermo. 9 horas. Duermo. Día de muchas visitas en casa. Vacías. La Guerra. Sin novedad. Estos apuntes, extraídos al azar de un mundo flotante, forman parte del diario de Jacques Henri Lartigue, mucho más célebre, sin embargo, por sus fotografías y su obsesión por la velocidad y el vértigo detenidos. La vida atrapada en una imagen fija como en un par de palabras y su paradoja. Nadie puede escribir que duerme mientras duerme, pero el juego en diferido de la realidad y el lenguaje se mezclan como en un sueño. La guerra diaria. Sin novedad, claro.
O con ellas. Este fin de semana volvió a caer en Madrid el viejo muro de Pink Floyd o de lo que queda de ellos. De Roger Waters. «The Wall» otra vez cayendo. Es sólo un síntoma, pero también un recuerdo. Una metáfora que me ayuda a regresar, por ejemplo, al caos de Son Espases donde, a falta de servicios sanitarios que funcionen como debieran, se ha instalado un nuevo servicio lingüístico. Más ladrillo. Más muro.
Aunque aquí reciba el nombre de Punto de Aprendizaje de la Lengua y lo avalen el Cofuc y la directora de Policía o de Política Lingüística, Margalida Tous. Otro PAL que sumar al censo. En Son Espases como en la UIB. Y los enfermos languideciendo en las largas colas del tedio. A falta de cirugía, ración diaria de lengua. Y gratis. Así duele menos ponerse enfermo. O no.


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domingo, marzo 27

Los Lugares del Sitio en Castellana 210



Resultó entrañable. Muchas gracias a todos los asistentes, a Javier Jover, conmigo en la foto y en plena presentación del poemario, y a Javier Pérez-Ayala por su generosidad como editor y persona.

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sábado, marzo 26

Entrevista en El Mundo.


La podéis leer en PDF este enlace. Y a continuación:

¿Cómo encaja esta obra en el último periodo poético que cerraba Tratado de las cosas sin nombre, ya que está escrita con anterioridad?

La verdad es que no sé si encaja, si culmina, si prolonga o si abre nuevos derroteros, del todo originales, en mi obra. Esto último sería, obviamente, lo que más me gustaría, pero como no puedo asegurarlo… mejor no digo nada. Quizá convenga desmitificar esas ansias estructuralistas que, a poco que nos descuidemos, y nos descuidamos en muchas ocasiones, siempre acabamos sacando a relucir para explicar los pormenores de la propia obra, como si ésta fuera un puzle que el tiempo y la voluntad -esos pequeños dioses a los que concedemos tanta importancia- se encargan, a partes no sé si iguales, de completar. En realidad, no es así. El pensamiento no es tan lineal como solemos creer. A veces, avanza, sí, o eso parece, pero luego, de repente, retrocede; a veces se pierde o nos perdemos nosotros con él y, a veces, hasta reaparece donde menos lo esperamos. Es entonces, cuando nos reencontramos con nosotros mismos en el lugar más inimaginable. Dejémoslo, pues, en que el pensamiento y, por lo tanto, la propia obra, son una especie de reinvención continua, una explosión en todas las direcciones.

¿Cómo conjuga forma y contenido en el poemario?

Siempre he pensado que forma y contenido son, exactamente, la misma cosa. Y en este poemario, tal vez, he intentado, con mayor énfasis que en otros de mis libros, convertir el discurrir del poema en una réplica lo más exacta posible del pensamiento. Del mío propio, claro. Con sus saltos en el vacío, sus aparentes incongruencias y, sobre todo, con su plan último de evitar cualquier intento de síntesis donde poder descansar en paz. Esa autojustificación -tan dialéctica como estúpida- no me la deseo. Ni se la deseo a nadie, claro.

¿En qué medida y modo explora el lenguaje?

¿Quién explora a quién? ¿Exploro yo el lenguaje o es el lenguaje el que me explora a mí? No creo que haya una respuesta clara y unívoca -y, sobre todo, sincera- a estas preguntas, pero sea como fuere, no acierto a concebir mi poesía como algo que no intente llevar el lenguaje, o su percepción de él, lo más lejos posible. Hasta el sinsentido, como poco. Y más allá, por supuesto.

¿Por qué le ha costado más que los anteriores?
El libro lo empecé a escribir antes de imaginar siquiera la atmósfera de «Tratado de las cosas sin nombre». Pero eso no es del todo cierto, porque tuve que abandonarlo, durante algunos años, porque no me atrevía a llevarlo hasta sus últimas consecuencias. No sé si me faltaba valor o si recursos técnicos. Tal vez, ambas cosas. Lo cierto es que el descanso le acabó, creo, sentando muy bien. Se convirtió en otro libro, por supuesto, con multitud de nuevos matices y con un aire interior que ya no era el mismo. Ni se le parecía. Creo que ahora sí que es el libro que yo quería que fuese.

¿Qué es aquí el asedio, además de infierno y desolación?
Bueno, estamos hablando de metáforas con metáforas y ese alud metafórico tiene siempre sus peajes. En «Los lugares del Sitio», el sitio es el asedio y sus lugares son las distintas perspectivas, desde las que el poema lo ausculta, primero, y nos lo muestra, después. O eso intenta. Pero el asedio no es un sinónimo exclusivo del infierno o de la desolación. Tampoco lo contemplo como algo del todo indeseable. En realidad, no lo juzgo en modo alguno. Ni soy optimista o pesimista respecto a sus efectos. Tampoco me ocupo de si tiene o no salidas. Sé que las tiene, pero eso es sólo una percepción personal y, quizá, dialéctica. No deberíamos olvidar que esa dialéctica posterior al poema -es decir, utilitarista- es también absolutamente ajena al poema. A su esencia, sobre todo.  
Si los miedos y anhelos son motores de la poesía, ¿ayuda escribir a evolucionar?

Lo de los miedos y anhelos está muy bien. Pero con ellos no se agota ningún catálogo; también hay placeres, hay éxtasis, y hay, por supuesto, necesidades. Lo que ayuda a evolucionar es saberse, siempre, inacabado. Y siempre insatisfecho. Escribir es sólo una actividad más y puede que, ni siquiera, la más importante. Marcos, yo escribo porque, seguramente, no sé hacer otra cosa… y bueno, eso no es malo ni es bueno, no me justifica ni, tampoco, me avala. Simplemente me define, sí, pero eso es algo inútil cuando lo único que no necesito, para nada, son definiciones ni adjetivos. Hago mi obra de forma solitaria y al margen de modas o corrientes más o menos literarias y sé que, así, me hago también a mí mismo. Pero también sé que me deshago. Y, pese a que pudiera pensarse lo contrario, no hay mayor problema con eso. Al final, siempre nos aguarda un hermoso silencio. A todos.

¿Es el infierno un buen alimento para la poesía?
Excelente. Como el purgatorio o como el mismísimo cielo. En todos esos lugares, el asedio es el mismo. En todos, hay que enfrentarse al lenguaje como lo que es, la única cosa que somos y fuimos y seremos. El tiempo, aquí, no existe, salvo como una sucesión magnífica de referencias culturales. Esa bruma que nos parece tan nueva es, en realidad, muy vieja y muy antigua. Igual en nosotros que en nuestros antepasados o en quienes nos sucederán. Lo único necesario para sobrevivir a la asfixia es conocer su génesis, su historia, su razón de ser y su voluntad, pese a todo, de seguir coleccionado hallazgos entre las tinieblas. La poesía es oficio de tinieblas…



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El grado especulativo

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree justo que Matas pierda todos sus bienes por la fianza trampa del juez Castro?

No. Pero hablar de justicia, o injusticia, en un asunto tan sumario y letal como este, casi me causa sonrojo. O vergüenza ajena. Risa. Malhumor. Quizá hastío. Lo primero que se me ocurre reseñar –quizá para ir divagando, como un buzo entre rizos, serpentinas, pirañas y tiburones, y siempre más allá de las dos aguas, ambas turbias y revueltas, de la verdad o la mentira- es que las desgracias ajenas, al igual que las propias, no deberían convertirse nunca en materia de discusión pública. Eso es cierto. O lo parece, pero tampoco del todo. Porque también es cierto, en este caso, que resulta muy difícil, sino imposible, deslindar por completo lo público de lo privado y asegurar, al menos con absoluta certeza, qué dineros de los muchos que parece haber manejado en su vida, Jaume Matas, son suyos por su propio trabajo o por ese milagro incendiario de la herencia familiar, y cuáles lo son por otra causa mucho más prosaica, el fenómeno perverso de la intermediación colateral y la fermentación corrupta, la actividad parapolítica, la megalomanía -compartida, en silencio más o menos cómplice, por unos u otros-, el rayo cegador o justiciero, quién sabe, de su ascensión vertiginosa y, también, de su fulgurante caída.
Con todo, la conexión valenciana de Matas siempre pintó muy mal. O incluso peor. Sobre todo, si la empezamos ilustrando con el espectro del arquitecto, ingeniero y seguro que áulico delineante, Santiago Calatrava, en su papel asistido de Sumo Hacedor de maquetas y delirios de grandeza, de abismos indecibles, de palacios de cristal y de puentes de aire. De colmenas de nada. De vacío. De liturgia que sólo espera una última e impactante aparición. Aquí es cuando entra en escena el Banco de Valencia. Nada menos.
Moody´s, esa entidad que cifra la crisis económica en sus orígenes bancarios, como si hubiera otros, acaba de colocar a ese banco bajo el desalentador epígrafe de Ba1, o grado especulativo, así lo llaman. Es, pues, el banco ideal para acabar de ilustrar el panorama y la pesadilla de Matas. El viejo sueño alquímico de las metáforas -¡y de los viles metales!- al servicio de un espejismo que ahora se materializa, como quien llama a aldabonazos a las puertas de la Justicia y le reciben con las facturas inaplazables de la usura y el embargo. La hora aciaga de la guillotina. O la hora feliz. Lógica. Necesaria, ¿La hora final? Quién sabe.


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viernes, marzo 25

Apuntes de viaje

La Telaraña en El Mundo.
Si no ha terciado un maremoto, una nube tóxica o un misil perdido de la guerra en Libia, esa guerra confusa -¡y el polvorín, alrededor!- de la que se ignora todo, hoy estaré en Madrid, retozando muy cerca de Atocha y el 11M, para repetir la descreída liturgia que suelo celebrar tras cada nueva entrega a la imprenta. Aquí el libro, su noticia, es sólo un pretexto para reunirme con amigos y algún que otro lector anónimo. Casi todo, en la vida, nos sirve de excusa para ni se sabe qué. Pero tanto da.
Lo que vale es ir haciendo. Ir pasando páginas como si surcáramos el universo con la sola misión de doblar la próxima esquina y la otra y la siguiente y así, ya en círculos o en oblicuas diagonales, concluir que no existe ese callejón sin salida donde el caos o la inercia política intentan confinarnos. Ese paredón. Esa mazmorra.
Me voy yendo, pues, como quien no quiere la cosa. Pero la quiere. Lo último que supe de Mallorca fue que los náufragos del Parlament cerraron la legislatura encantados de haberse conocido y de no volver a verse jamás. Firmaron una Ley de ciencia ficción y Buen Gobierno y abortaron una Ley de Igualdad, porque el PSIB, en el último suspiro, no aceptó la custodia compartida. Quizá, al volver, le dedique unas líneas al cretinismo de los que, en vez de abrirse al abanillo de las diferencias, se aferran al cerrojo de la uniformidad. Kafka ya lo hizo y ni caso le hicieron.

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lunes, marzo 21

Presentación de Los Lugares del Sitio en Madrid, Valencia y Palma de Mallorca

Os espero el próximo Sábado, día 26 de Marzo, a las 19,30 horas en Castellana, 210. Madrid y el Jueves, 31 de Marzo en La Casa del Libro de Valencia.







Más tarde, pero tampoco mucho, el viernes, día 8 de Abril, a las 20 horas, estaré en la Librería Literanta de Palma de Mallorca.

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Entre versos y ripios

La Telaraña en El Mundo.
  
He de reconocer que me llevo muy bien con la actualidad, pero que no siempre fue así. Aún me recuerdo poniéndole zancadillas y cepos y empellones y pulsos y dimes y hasta, quizá, diretes. Pero no demasiados, porque cuando algo pasa tan veloz, como la actualidad, acabas reconociendo que no hay forma de detenerla y que urge apartarse para que no te atropelle ese día a día enloquecido por las repeticiones sin más sentido que la inercia. O el vértigo. O el poder absurdo de alguna fuerza desconocida.
Lo cierto es que, ahora, todo me funciona mejor. Yo la dejo hacer y ella me deja decir. Ella sigue corriendo mientras yo hablo. O escribo. No me escucha ni me lee, pero por qué habría de quejarme, si siempre fue así. Creo que me gusta esa indiferencia. Creo que hasta podría enamorarme de ella.
Mientras tanto, hoy se celebra el Día Mundial de la Poesía y no sé muy bien si lo que me toca es barrer para casa y demorarme entre versos ilustres y ripios infinitos o ser congruente y tratar esa efemérides como lo que es, otra ridícula muestra del espejismo de los días convertidos -lazo, bandera, libro o ebook en ristre- en el efímero pretexto de nunca se sabe qué solemnes intenciones o qué ruidosos juegos florales. Cuanto más solemnes y ruidosos, mejor. Hay cosas que, si no se celebran cada día, es mucho más decente no celebrarlas. Pero igual yerro, porque con la actualidad ya se sabe. Nunca se sabe.

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sábado, marzo 19

La pasión por las cadenas

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Cort debe gastarse un millón de euros en un sistema de ‘bici pública’ para Palma?


No. Sobre las dos ruedas fuimos, sobre todo, niños y, acaso, también adolescentes, pero no durante mucho tiempo, porque ahí mismo, enseguida, ya empezamos a tener demasiada prisa y, además, la compañía quería estar cómoda y lucir seductora e ir rápida y ver mundo y que la brisa le sonrosase el ánimo y que el efímero poder de la velocidad la convirtiera en algo de paso, en una experiencia, un cataclismo, un viaje a través de la noche y las autopistas con el pulgar siempre alzado, porque había que subirse y bajarse en marcha y no había tiempo para la pausa o el descanso, para el senderismo de los sentidos y sí, eso creíamos, para el vértigo, las fugas inverosímiles y los placeres hasta el síncope, a toda pastilla y sin frenos, hasta que el asfalto cediera o estallara el cuerpo y el coche y el mundo entero con nosotros. O sin nosotros. Qué largas nos parecen, ahora, aquellas autopistas donde nos perdimos sin acabar de encontrarnos y en donde seguimos, a veces, buscando aún esa antigua ráfaga de luz o viento que ya no existe. Quizá porque la imaginamos bajo el efecto de alguna fiebre pasajera. Quizá porque sólo fue un sueño necesario. Tal vez porque no existió nunca.
Sobre los recuerdos, sin embargo, sólo cabe ir paso a paso y respetando las señales y los síntomas, acechando su estela intermitente, su paso de cebra descolorido, su rutina y su lento revelado. Ya no podemos regresar a la oscuridad de ese negativo donde nos dejamos la piel y las ilusiones, el pedaleo a contracorriente, el pulso tullido de una forma de vida que nos dejó exhaustos, sí, pero no imbéciles, amortajados o paralíticos. No, al menos, del todo.
Por eso no entiendo el regreso al pasado que Aina Calvo lleva proyectando, como única actividad reseñable, para una ciudad que siempre tuvo más pasado que futuro, más murallas que extramuros, más patios feudales donde encerrarse que arrabales donde expandirse, más hollín que hojarasca. Más tiempo detenido que vértigo, exuberancia, transgresión o, simplemente, cultura. Dejarse un millón de euros entre bicicletas y carriles de cartón piedra no es sólo prolongar la imagen fantasmal de una ciudad sitiada por la sombras y la desidia, la soledad y el silencio. Es también, y sobre todo, ponerle más cadenas a ese vigía nocturno que, como el viejo Diógenes, recorre ahora, escéptico, las calles de Palma en busca de vida, sin encontrarla.


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viernes, marzo 18

Los nombres del Apocalipsis

La Telaraña en El Mundo.

«El tiempo no cura nada. El paciente ya se ha ido», escribió T.S. Eliot, con la asombrosa lucidez de lo exacto. En efecto, nada se cura y la enfermedad permanece mientras la gente desfila, a ratos con sus canciones y, a ratos, con sus plegarias, como si celebrando una romería siniestra, y el aire se vuelve sólido y gris y ácido y la catástrofe se eterniza como si eso fuera la vida: una procesión o una marcha suicida hacia un abismo invisible, un baile en círculos concéntricos e infinitos, una lluvia torrencial de deseos y esperanzas diluyéndose en nada. O en casi nada.
Porque siempre nos queda el rumor del éxodo. Esa huida de la ubicua Zona Cero, que es como huir de ninguna parte, porque en todas acechan las llamas; fue Lower Manhattan en Nueva York y Tavistock Square en Londres, Atocha en Madrid, Chernóbil en Ucrania, Eyjafjallajökull en Islandia y ahora Fukushima en Japón. O cualquier arrabal en la agitada noche del Islam. Aquí al lado. Aquí mismo. En el interior herido de todos nosotros.
Ya no hay distancias. Nunca las hubo, aunque los nacionalismos sigan recreando sus mapas de contornos lingüísticos y perfiles étnicos, ese atlas, ese acordeón plegado que chirría igual al abrirse que al cerrarse. Pero hoy el peor de los clamores anuncia los nombres del Apocalipsis sin saber qué tipo de revelación final nos aguarda más allá de las máscaras de gas y los velos de la intransigencia.


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martes, marzo 15

Página Nueva

En Club De Poesía.

Ahí, también, podéis leer la magnífica entrevista que me hizo Alberto Gómez y este mismo fragmento de Los Lugares del Sitio -en concreto, del poema La Ciudad Sitiada- que reproduzco a continuación:


Cada instante es único y su soledad nos agobia.

Errante en las arterias el veneno
deja su arco de fiebre y sus flechas
en el pulso de esta ciudad rendida
y somnolienta. Pálida larva de fuego.

Nadie tienta la luz bajo sus pórticos
ni esculpe el grito exacto de la escarcha.
El moho de las vendas se adhiere a la piel
y un aluvión de personajes bate
sus colmillos a modo de alianza.

Escribir su historia es asomarse
a la palabra que cae sobre la piedra.
Láminas que se cruzan y son tumbas.
Heridas en los brazos de un suicida.
Sombras sin márgenes en un cuaderno
de páginas estrechas y quebradas.
Inmóviles rumores invisibles.

Hay un ángel de plomo envolviendo
con un velo de almagre las aristas del cuerpo,
el rostro, el paisaje, las entrañas disueltas.

A veces, el silencio y el desencanto,
el temor o la angustia nos transforman
en estatuas de sal. Alrededor no hay nadie,
ni lo hubo nunca; sólo las hojas de los árboles,
que nos sepultan mientras vigilamos,
indiferentes, el vaivén de la marea
–o cualquier otra línea imaginaria–
en busca de raíces y excrementos.

La hora del té no existe. Preferimos
alargar la siesta hasta el anochecer
y permitir que el alba nos sorprenda
apostando frenéticos en un ring de lodo.

No hay límites en este juego. Nadie
tiene absolutamente nada que ganar.

Labramos las consignas en los cuerpos
sudorosos. Nos gusta abrir sus llagas
y murmurar sobre la descomposición
de la carne o la ausencia, tal vez, del espíritu;
como si todavía conservásemos
el discurso ilustrado y gigantesco
de las generaciones pasadas. Nos alivia
ver cómo se retuerce la caligrafía ilegible
de nuestros pensamientos. Intentamos
no levantar jamás la vista al cielo.

Nos gustaría hacerlo pero sentimos
tanto pánico a la belleza
como respeto a nuestra condición de lisiados.

Parece que el aliento de la Hidra
desdibuja la noche con sus cuchillas de oro.

Pero hoy regreso a las terrazas arrasadas
por bancales de niebla y fuego, en busca
del néctar de algún cuerpo que se parezca
al tuyo. Te conocí de noche, cuando el amanecer
ya era casi imposible y me sabía presa fácil,
légamo púrpura en tus uñas rojas,
y me rondaba el frío azote de la anemia,
su extraña percusión en el pecho, su hormigueo
insoportable en el vientre y en las manos desnudas,
el crujido rotundo en el cuello y el rápido viaje
de las cabezas rodando, el ombligo anudado
y el estertor de la asfixia. Te lo dije y callaste.

O quizá sólo sonreíste admirablemente
sabiendo que el placer siempre es anónimo.

No somos nadie. O sí. Somos Ulises
burlando a Polifemo. Los orgullosos descendientes
de una tribu en viaje hacia el reino del olvido.
Ya hemos llegado, pero preferimos ignorarlo
y fingir que el destino es un lugar inalcanzable.

Nos adornamos con alhajas negras, con túnicas
repletas de ecuaciones científicas y llanto
de algún bisonte herido en la estampida;
bailamos al ritmo único de los timbales
y arañamos la cal del muro, la piedra viva
y finalmente el hueso.

No importa si el vacío nos embriaga.

Brilla un candil, allá muy lejos.
Podría ser una estrella fugaz, una hoguera
o el lugar siniestro de un último combate.
Podría ser la imagen devuelta de la sed
o el clamor de Babel desmoronándose.

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lunes, marzo 14

Las cosas de Inés

Es decir de Inés Matute y en este enlace. Gracias!

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Los Siete Magníficos


La Telaraña en El Mundo.


La línea de la consciencia es siempre frágil y, además, intermitente. O sea, que es y no es, según cómo y cuándo. Y según dónde. Por ello, no nos resulta difícil, en absoluto, asistir a la furia de las catástrofes naturales, los terremotos y las gigantescas olas de los tsunamis como si no fueran con nosotros y su horror nos pasase por encima, sin rozarnos. Los españoles, bien, dijo alguien. Vaya suerte.

Pero, quizá, yo esté exagerando y sí que nos conmueva, y no poco, ver correr multitudes aterrorizadas y temblar edificios y desplomarse tejados y sentir que el cielo puede algún día caerse sobre nosotros, huérfanos de refugios, entre carriles bici y casas de papel y vidrio y vigas corroídas por la humedad y los años. Mucho habría que desescombrar para encontrarnos, luego, si algo así nos sucediera.

Pero otros tsunamis sí que tuvimos -o tenemos- entre nosotros. Lo recordé el otro día ojeando la fotografía de la nueva ejecutiva de UM, perdón, de Convèrgencia. Los Siete Magníficos, o los Siete Samuráis, rellenaban la escena con tan poco glamour y fotogenia, que casi habría que preguntarse si esas virtudes son proporcionales al grado de imputación de los posantes. Parece que Noguera, Serra, Munar, Melià, Mora, Amengual y Coll, con sus ropas vaqueras y su gesto displicente, quieren disimular que son los herederos del peor maremoto que jamás asoló estas tierras. Espero que nadie lo olvide.



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domingo, marzo 13

Programación Casa del Libro de Valencia, Marzo 2011



La presentación en Valencia de Los Lugares del Sitio será el 31 de Marzo, a las 19,30 horas. Pero antes, en Madrid, estaré en Castellana 210, el día 26, a las 20 horas. Y algo después, el 8 de Abril, en la Librería Literanta de Palma de Mallorca, a las 20 horas.

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sábado, marzo 12

Adiós, adeu, Govern


La respuesta al debate de los sábados en El Mundo¿Cree que el rechazo al catalán demuestra que el Govern se equivocó al imponerlo?
  

Sí. Mezclar conceptos tan relativos y esquivos, tan íntimos y sutiles, tan sujetos, a la vez, a la necesidad y al azar, como son la lengua en que uno se expresa de preferencia y el volátil territorio en el que se vive, sólo puede conducir a magníficos callejones sin salida, a paredones como muros de acero donde no cabe, ni siquiera, el tisú de las lamentaciones, a pozos enormes como agujeros negros, a formidables trágalas del dinero público, de la oficialidad constituida, de la insignia patria, de la estupidez normativa, de la burricie filosófica, de la angostura cafre y la vagancia espiritual, de ese extraño universo subterráneo donde los gobiernos pierden de vista el día a día y se quedan ahí, flotando, entre sudorosos espejismos, en los que la fiebre aprieta, y temblorosas pesadillas por donde rondan, voraces, los alienígenas y los mutantes, las quimeras y los fracasos, los eternos planes cuatrienales y los imposibles balances sin más cuadratura que la del círculo, ese lugar del que nunca se sale cuando se está adentro.

Para gestionar la realidad, lo primero es aceptarla y lo segundo, no ponerle las manos -¡y qué manos tan sucias!- encima, que eso es perversión insostenible, no sé si de género o de sexo oral, de materia en salmuera, de manipulación acreditada, sí, pero en cualquier caso, intolerable. Pero para la gestión -algo tan simple- no sirve este Govern. No sé para qué sirve. ¿Sirve para algo este Govern? ¿Sirve o se sirve? ¿Nos sirve? ¿Sirve?

Tantas servidumbres concluyen en una hermosa piedra de molino colgada al cuello cuando ya no hay hombros -¡ni hombres!- capaces de soportar tamaña gravedad. Se trata de un descenso rápido hacia la oscuridad y la asfixia. Hacia la nada. Un viaje desolador que, como es lógico, precisa de alguna distracción para irlo padeciendo como si fuera otra cosa. Vengan, pues, las encuestas. Lengua común, lengua propia. Una ristra de sandeces entre las que nos dan a elegir, cuando la elección ya no es posible ni lo fue nunca. Pero hay que justificar las nóminas, sus peajes silentes a un dios menor y minúsculo, al súcubo o al íncubo de la identidad, esa glosa indecible, ese cúmulo de señales perdidas en la niebla, en la tribu, en la sangre. O en la noche repleta de cristales y cuchillos, de aristas cortantes, de heridas abiertas, de catástrofes y, finalmente, de éxodos. La noche de los tiempos. Adiós, adeu, Govern.




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viernes, marzo 11

«Un Corazón de noche»


La Telaraña en El Mundo.


Abro los ojos al crepúsculo de las alertas del Govern. Avisos de huelga y de isla encarcelada. El catalán pierde terreno. Timbales de crisis y éxtasis de subvenciones. Será que la realidad se vuelve más tozuda cuanto más la quieren manipular. Pero ese duelo es irreal y mejor desdeñarlo. Prefiero ceder a la lujuria de la cuidada edición de «Un Corazón de noche» (Editorial Sloper). Ignoro si su autor, Philip Meridian, es sólo una quimera de Felipe Hernández, un nuevo capítulo de sus novelas anteriores, una esencial elipsis hurtada al olvido, una trasmutación obligada, el avatar recurrente de alguna pesadilla que le persigue desde hace lustros, décadas, quizá siglos, o si es un revuelo de ingenio en busca de otra complicidad más terrible y humana, más literaria. En realidad, no importa.

No debiéramos airear las historias personales salvo para saltar al infinito o al vacío, a esos lugares sin retorno que, sin embargo, son de todos y a todos nos dibujan por igual. Sin fisuras ni llamaradas, sin culpables ni víctimas, sin remordimientos, con el perfil desnudo del pecho roto y el corazón latiendo. O algo así.

Y es en las palabras de este libro donde no sólo late, sino que se desborda, y no sólo el corazón, que es frágil y tornadizo, sino el espíritu entero, el formidable hallazgo de la voz de todos reencarnándose en la gramática abisal, pero cristalina, de Philip. O de Felipe. O de ambos.

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lunes, marzo 7

Las energías renovables


La Telaraña en El Mundo.


Puede que todo se reduzca a una mera cuestión de gasto u ahorro de energía. Hoy, ya puesto, podría despilfarrar todas mis fuerzas, las que consume mi ánimo o usurpa mi desánimo, para meterme en camisa de once varas. Podría, quizá, destripar el texto de algún clásico -pienso en «El Criticón», de Baltasar Gracián, pero también me valdría, por comodidad y cercanía, «El Hacedor», de Borges- y liarme a hachazos con la panda de iletrados que, a falta de saber escribir por sí mismos, se entretienen en rehacer lo ajeno, donde ya reinaba el barniz original de la inteligencia, sin más hallazgo que alguna pincelada de ingenio, entre otras muchas de vergonzosa procacidad. No es lo mismo y, además, no se le parece.

Pero no voy a seguir hablando de imposturas. En el teatro de la vida cada cosa tiene su lugar y su sitio. Se trata de ahorrar energía. De subirse al coche eléctrico, por ejemplo, y acercarse hasta la UIB, por si hay suerte y cabe asistir a un cursillo de sexo en vivo y en directo, como leo que ha ocurrido en la Universidad de Northwestern, Chicago.

Se trata de ahorrar en todo, en velocidad, en luz, en maldades públicas, en mentiras privadas, en cábalas y proyectos estúpidos, en usura y, si llega el caso, hasta en palabras. Pero el caso no acaba de llegar, porque las palabras son la única energía renovable que nos queda. Quizá sea porque siempre se las lleva el viento. Y bien que hace.


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sábado, marzo 5

Ocho años

Me había, como de costumbre, pasado desapercibida la fecha, pero este blog cumplió ocho años hace tan sólo unos días.

En Internet, eso es una eternidad.

En la vida real, también.

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Puput i Angelots

Joan Pla me dedica su columna y su viñeta. Un fuerte abrazo, Joan!

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De uniones y convergencias


La respuesta al debate de los sábados en El Mundo¿Cree que UM se camufla tras Convergència per les Illes Balears?


No. Uno de los tópicos al que solemos agarrarnos, con mayor o menor exaltación y frecuencia, es el de intentar empezar de cero cuando ya todo, o casi todo, se nos ha venido abajo. Es el espejismo de la invisibilidad tras el catastrófico derrumbe y sus nubes de polvo, ruido y náuseas. ¿Cuántas veces no hemos formulado, u oído formular, ese deseo, esa intención, esa quimera? La tabla rasa, la huida total, el cambio de identidad, el adiós al mundo perverso y cruel que no supo entendernos, el retorno del hombre nuevo y sin pasado, sin deudas, sin rémoras ni garfios, sin anclajes ni fronteras, sin límites ante un universo que vuelve a ser virgen y que, además, ya no nos recuerda. ¿Cómo va a recordarnos? ¡Si somos otros!

Se trata, desde luego, de un gran sueño y de una enorme desilusión, después, al comprobar que algo falla en alguna premisa -transitiva- de nuestros sofismas, que acaso nunca nos evaporamos del todo, que siempre alguien nos acaba recordando qué o quién fuimos, y lo que hicimos, qué heridas sembramos, qué torpezas cometimos, qué huellas, qué deudas siguen, ahí, inmutables y celosas: la ubicua vigilia de un tiempo antiguo, pero no mucho, que siempre acaba regresando, tan sólo, para repetirse y retratarnos. Al final, somos quienes fuimos. Y lo seremos siempre. Mal asunto. O bueno. Muy bueno.

Por eso, no puede hablarse de camuflaje en el tránsito imaginario de UM a Convergència per les Illes Balears. No puede hablarse, siquiera, de nuevo partido, de caras, savia o ideas nuevas. ¿Qué nuevas ideas, si nunca las tuvieron? Son los mismos que lideran, con holgura, todos los rankings de la corrupción. Los mismos que no tuvieron más ideología que conquistar las máximas parcelas de poder y las mayores cantidades de dinero inimaginables. Y todo les fue saliendo a pedir de boca. Las dobles contabilidades, el tráfico de votos e influencias, las especulaciones inmobiliarias y no sé cuántas historias más. Sólo tienen, quizá, un leve atenuante y es que, tanto a su derecha como a su izquierda -esos dos lugares histéricos-, siempre hallaron algún socio y algún cómplice dispuesto a colaborar en su aberrante carrera entre las instituciones y los calabozos. Pero ello no les salva ni redime. Al contrario. Sólo su desaparición fulminante podría reparar, siquiera un algo, las maltrechas costuras de una democracia como la que tenemos. Aún. Y pese a todo.



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viernes, marzo 4

Modelos de disolución


La Telaraña en El Mundo.


Parece que en el Govern y en sus aledaños, esos abrevaderos rubios y ojerosos de Socías, todo son prisas y hasta ansias vivas, por recrear -se diría que de la nada, pero no es así, sino del lodo, la basura y la podredumbre- un nuevo partido bisagra que permita, chirridos aparte, cuadrar los números de las elecciones autonómicas y seguir soñando con la tiranía cuántica de las mayorías progresistas, las alianzas acrobáticas, el maquillaje de las siglas convirtiéndose en escaños y conserjerías, en subvenciones y cargos, en comandita de plegarias, en aluvión frugal de intereses. En la sal gorda de una democracia mutilada.

Pero se me ocurren varias preguntas. ¿Qué modelo de disolución, por ejemplo, usará la difunta UM para acercarse, siquiera, a esas lejanas urnas? ¿Desaparecerá sin más, como Maria Antònia Munar o Miquel Nadal, dejando, tan sólo, un polvillo fino, como de niebla de azufre o perfume francés, revoloteando sobre un reguero de cadáveres políticos?

¿Logrará Convergència convertirse en la quinta columna que se abra paso por el desierto empedrado de las fianzas judiciales, los calabozos y los registros? ¿Podrá Melià abanderarles sin que le asolen los monstruos del turbio pasado? ¿Llegará alguien con él? A falta de respuestas, acabo de apuntarme en Avaaz.org pidiendo la exclusión de los imputados de las listas electorales. Puro cliché simbólico, lo sé, pero menos da una piedra.

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