LA TELARAÑA: enero 2011

lunes, enero 31

La cuesta de enero

La Telaraña en El Mundo.


Hoy finaliza enero, que es como decir que empieza su popular cuesta, ese vía crucis repetido, año tras año, -en realidad, como si nos gustara, porque hay que reconocerlo, sí que nos gusta y, más aún, nos aturde, chifla y hasta enloquece- en el que hemos de echarnos a la espalda los fastos de navidad, el cotillón, las uvas, Reyes y hasta las cuentas de Joana Barceló, por ejemplo. Es lo que tienen las tarjetas de crédito, que aplazan los pagos y demoran los débitos, pero nunca los olvidan. Ni por asomo.

Su aparición, ahora, en los extractos bancarios es todo un catálogo de material, que fue de lujo y que ya es de auténtico derribo -o, quizá, de acoso-, que fue sinónimo de alegría y ficción y se convirtió en lastre para lo que resta de mes, de año y, quién sabe, si de lustro. Uno siempre arrastra las viejas cadenas de su pasado como si fueran elegantes ajorcas y sí, resultan muy aparentes y son muy cómodas. Al menos, hasta un instante antes de aplastarnos.

A otros, sin embargo, les acosa otro tipo de ignominia. No sé si llamarla política o si, simplemente, sectaria. Preguntaré en Emaya, avisando antes a Malen Tortella, eso sí, de que nunca asistí a un mitin del PP, pero tampoco a uno de UM. Que no tengo más carnet que el de afiliado a la Seguridad Social. Es decir, un mezquino pasaporte que ya no me servirá para alcanzar la jubilación, ni que viviera cien años. Un triste papel mojado.

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sábado, enero 29

Monólogo del púgil solitario

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Mateu Isern es un buen candidato para hacer frente a Aina Calvo en Cort?


No. Pero, en esta ocasión, mi respuesta es negativa -o lo simula- tan sólo porque así me lo exige el sagrado guión de llevarle la contraria a Gaspar Sabater y, ya puestos, y aprovechando que Mateu Isern es un auténtico desconocido político para todos, seguir perseverando en lo que -en el fondo y, sobre todo, en las formas- más me gusta, que es meterme de lleno en casi todos los barrizales y explorar, sin más pertrecho que un buen racimo de palabras escogidas, los lugares más extravagantes e inhóspitos, esos que nunca son lo que parecen, o que se esfuerzan en mantenerse irreconocibles, esos lugares enigmáticos, de luz y sombras intermitentes, donde los perfiles pierden su consistencia lógica y se convierten en peligrosas arenas movedizas, en colmenas de hipótesis y en cascadas de laberintos con las coordenadas tan imprecisas y ensortijadas, que casi es mejor olvidarse de querer buscarles la salida. Siempre se sale, aunque no se sepa ni cuándo ni cómo. Ni, tampoco, por qué.

Así las cosas, lo cierto es que no descubrimos nada nuevo al asegurar que cualquiera -incluso Álvaro Gijón, vaya- le hubiera valido al Partido Popular para hacer frente a Aina Calvo. Es lo que tiene enfrentarse a nadie, que sólo puedes hacer filigranas ante el mismísimo vacío y que sólo puede vencerte la propia fatiga o, quizá, el tedio, o esa lasciva mirada de refilón al espejo y, al rato, empezar a preguntarte qué diablos estás haciendo ahí, como un púgil sudoroso ensayando golpes y fintas, si, en realidad, no hay enemigo enfrente, salvo tu propia soledad o esas ganas de agradar a un público que ya ni te mira, porque abandonó, hace tiempo, los aledaños del cuadrilátero y hasta las apuestas cerraron, porque ya tienes todos los números y el premio que te va a tocar, qué remedio, es un cúmulo de dejadeces y deudas, de artefactos inútiles y carriles bici, de proyectos de cartulina y carbón, de tranvías a ninguna parte.

O sólo a una, a una ciudad de opereta fantasmal con las calles dormidas y los comercios, salvo los de los chinos, cerrados por defunción o desánimo. A una urbe donde todo sigue estando por hacer y hay que hacerlo y no encuentras el momento de empezar porque hay tantas ruinas que demoler que ni las excavadoras te bastan y los funcionarios hablan catalán, sí, pero no saben ni qué dicen y hay que empezar de nuevo. Otra vez. Como si nada. Como de costumbre. Como siempre.

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viernes, enero 28

El espíritu de cristal

La Telaraña en El Mundo.


Como hace un frío que me parece siberiano, aunque no lo sea, lo cierto es que -amén de zamparme varios gruesos documentales sobre las incómodas verdades del calentamiento global y su gélida pose sectaria: hablan de la Realidad como la Ley Sinde de la Red, sin saber cómo funciona- ando recluido, en casa, con la calefacción y las estufas de butano a tope -que le den a la capa de ozono- y una pila de libros; los de siempre y los que, por azar o búsqueda, me llegan sin más pretexto que su deseo de ser leídos. No es poca cosa.

Uno de ellos me sirve, además, para no dejarme llevar por la decepción. Casi que me vale, incluso, para renegar del relente y, más aún, de los iluminados que ya empiezan a vendernos -y aún no estamos en trance electoral- un futuro mejor y más libre, más solidario y próspero. Más sostenible. Más lo que sea. Más paparruchas.

Me refiero a «El Espíritu de Cristal», de Carlos Jover (Sloper, 2011). Su libro constituye una desoladora metáfora del actual estado de demolición en que vivimos, plasmada, no desde la épica de un activista, sino desde la lógica descreída y cruel de un observador atento. El mundo avanza, con paso firme, hacia la peor de las distopías. Lo sé y creo que Carlos también. Por eso nos ahorra la tarea de rellenar los márgenes inquietantes de su libro; ya ha tenido el buen gusto de incluir, en ellos, muchas de sus verdades más íntimas. Todo un hallazgo.

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miércoles, enero 26

el bálsamo de la poesía

Ahora en las borrascas
ya no oigo la lluvia
ni disfruto del olor a tierra mojada,
pero sigo contando los segundos
entre la descarga y el estruendo.



Estos versos, entresacados del libro Poeta menor, de Javier Pérez-Ayala (Ediciones AEP, Madrid, 2011) vinieron milagrosamente, anoche, a rescatarme cuando, dándoles mil vueltas a algunas metáforas de mi próximo libro -quizá el más sombrío y desolador que he escrito hasta la fecha- empezaba a creer imposible mantener la calma, la cordura o la indiferencia ante los paisajes de un infierno al que no le encontraba salida. La había.

Os recomiendo muy de veras la lectura del libro -balsámico, cristalino- de Pérez-Ayala. Más información en este enlace.

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martes, enero 25

poetas maiorquinos...

La Universidade Federal do Rio Grande do Sul (Brasil) acaba de publicar una antología bilingüe de diez poetas mallorquines en homenaje al Último Jueves... Resulta curioso. Nos hacen más caso en Brasil, por ejemplo, que en casa... !sobre todo que en casa y a los que escribimos en castellano!


Más información y algunos poemas en este enlace.

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lunes, enero 24

La hoguera de las vanidades

La Telaraña en El Mundo.


Ah, los artistas. Cuando me los nombran -siempre entre cifras, por supuesto- se me disparan, díscolas e inútiles, las alarmas. Díscolas, porque atruenan con espanto, e inútiles, porque la situación no es, aún, de riesgo, sino de ópera bufa, de cortejo de bar de alterne, de saberse asediado, en fin, por sus ciclópeas gestas y fruslerías. Pero es que me los nombran, últimamente, mucho. Quizá demasiado.

Parecería que el mundo está repleto de artistas y que el arte es un lugar común donde sólo vale la etiqueta, la tribu, la afiliación de género, la adscripción lingüística, la tendencia social, la sumisión a según qué cósmicas liturgias, qué turbias querencias, cuáles. Por ellas, por ejemplo, a Céline le han negado los homenajes en Francia. Inaudito.

Pero no iré más allá. Cada palabra atesora sus propios matices y ya casi ni importa si el mal uso la corrompe y muda en otra cosa. Hace unas noches se fallaron los Premios Ciudad de Palma -o lo que queda de ellos, sus desechos, vamos- de novela, poesía y otras disciplinas en catalán. Basta echar un vistazo a las fotos -y a la crónica de Inés Table- para comprender que los vips no fueron los artistas, sino los políticos -sobre todo Galmés, Armengol o Biel Barceló, deslumbrantes- que fueron posando, entre las tristes candilejas de la afectación, con sus mejores harapos como si fueran estrellas de cine. Lo son. Y esto es Hollywood. Como mínimo.

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sábado, enero 22

Iconografía del poder

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que perjudicará al PP haber tardado tanto en elegir candidato a la alcaldía de Palma?


Sí. Hay en el paisaje urbano una especie de inercia -anónima y pueril, pero invencible- que parece obligarle, de continuo, a convertirse en un expositor intermitente de la publicidad más inverosímil. Así, por ejemplo, igual que no podríamos concebir una imagen de Londres, New York, o Tokio sin los estrafalarios paneles luminosos de alguna multinacional más o menos monopolista -casi siempre, la misma-, tampoco reconoceríamos Palma, u otras ciudades de similar calado, sin su cíclica ración doméstica de aburridos carteles electorales, ese híbrido de marketing egocéntrico, artesanía visual sectaria o, en su defecto, demencial gamberrismo autóctono.

Con todo, el catálogo de la imaginería política está de capa caída. O quizá no. Me muestra Ángel Duarte, vía Facebook, un viejo cartel de la CNT-AIT donde se avisa al obrero de los vicios del alcohol, el tabaco y el juego, esas perversiones capitalistas que habrían -¡y la alarma es urgente!- de llevarle a la desesperación y la locura, y sí, hasta me parecen muy actuales. Pero no tanto. Ya no hay lugar ni tiempo para las moles recias de Tatlin, Larionov o Rodchenko. Tampoco para las maravillas del valenciano Josep Renau. Ya no hay humor, ni estómago, para el entusiasmo cerril de aquellos carteles que eran órdenes, loas y consignas, puños rotundos, frentes marmóreas y brazos de acero regados con el sudor de la gloria y la patria eternas, la vida y la muerte efímeras, el no pasarán, por el Imperio hacia Dios, y qué sé yo cuántos otros tópicos -hoces, martillos, cruces, yugos y flechas, incluidos- sin más peso que su vocación de mantra y su irrealidad de humo, réquiem, liturgia, nada.

Y en esa nada estamos. Se acercan las elecciones y en el cartel electoral del PP a la alcaldía de Palma sólo parecen tener su sitio asegurado las recurrentes gaviotas y el estrepitoso cielo azul. O algo así. Y eso no es suficiente. Hay que ponerle, además, un rostro humano y hacerlo pronto, para que todos vean con quien han de jugarse los cuartos y hasta el futuro. Leo que hay tres candidatos. Mateo Isern, Álvaro Gijón y Gari Durán. Pues vale. Por una vez -y bien mal que me sabe- no podré apelar a mi habitual y completo desconocimiento del entorno, porque hace unas semanas compartí mantel y viandas con Gari Durán. Sólo les diré que, además de atractiva, me pareció, sobre todo, una mujer inteligente. Me temo, pues, que lo tiene crudo.


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viernes, enero 21

«Walk on the wild side»

La Telaraña en El Mundo.


Llevo días con un fuerte catarro. Es lo que tiene fumar a la intemperie, en los zaguanes gélidos de los bares o en la zona muerta -tan concurrida, ahora, como una tertulia de exiliados en país ajeno- de los pórticos y los escaparates, justo frente al umbral de lo prohibido y justo en su filo, cerca, muy cerca de donde se reúne y comercia la gente sin más humos que su aliento, pero no ahí, sino en su envés, en el otro lado, el del borrasca y el destierro, el de la mirada perpleja, pero cómplice, el «wild side» que cantaba Lou Reed, mientras un saxo nos rompía el corazón y los tímpanos, el pecho y los pulmones, el lado salvaje, la puta calle.

Pero la fiebre y la provisión de analgésicos, el temblor y los pañuelos arruinados no hacen sino protegerme de la otra música y el otro humo. Afuera rugieron los mártires de Sant Sebastià, como si se hubiera abierto la veda de las hogueras y lapidaciones, el lento goteo de grasa por entre las comisuras de los labios, la ceniza, el tizón y la leña de un atávico rumor a nada.

Así es la fiesta, cuando no nace de adentro sino de una comisión de iletrados promotores de un desvarío cualquiera. El que sea. Porque si me apeteciera quemar algo -que no es el caso- me iría al Senado. Allí, al menos, entre la orgía de los traductores y la barbacoa de las lenguas, podría degustar la cruda realidad y su ahumado sabor a estupidez, a locura, a bruma. O a broma.

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martes, enero 18

echando una ojeada alrededor

lunes, enero 17

visión del futuro





No sé si las fotos de DevianArt se pueden copiar y pegar impunemente. La cuelgo y, si lo saben, ya me lo dirán. El nombre del autor figura en el nombre del archivo y, además, se puede leer en la imagen misma. Será que el autor y su creación tienen, siempre, el mismo nombre. O que son, como ya suponía, la misma cosa. Pura filigrana de niebla en la niebla.

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Regreso a la náusea

La Telaraña en El Mundo.


Primero huele y luego apesta. Ese es el ciclo vital de la basura antes de ubicarse en los vertederos y filtrarse por entre las rendijas de la maquinaria pesada, pero selectiva, del reciclaje -esa pertinaz alquimia- y perpetuarse, así, en más materia fecal y en más basura, en más hedor y en más y mejores filtraciones, en más facturas y encargos, en más cálculos y hedores administrativos, en más adobo -ese maná fariseo- para las cloacas donde algunos parecen haber encontrado su hábitat natural y preferido, su más selecto hogar y, también, la peor definición para el más completo y diáfano de sus perfiles: la náusea que precede a la peste. O viceversa.

No me refiero a las once mil ratas negras que han proliferado en Sa Dragonera -ese islote ya lo invadimos en los ochenta y tan sólo nos sirvió para confirmar que los días de vino y rosas siempre fueron días contados- sino de la «Operación Cloaca», una perfumada trama de hechos y deshechos que nos retrotrae a los gloriosos tiempos del primer gobierno de Antich, con Munar en el Consell, y no sabemos, aún, hacia qué parajes, cuáles, habrá de llevarnos. Quién sabe.

La historia política de estas islas tiene tanto que ver con el reciclaje que no hay desastre que no se repita hasta la exageración y la parodia, hasta el paroxismo y la vergüenza, hasta ese lento suicidio de andar, a cada rato, volviendo atrás y regresando al principio. A la náusea.

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sábado, enero 15

La ciudad y sus espejos

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que la mejor solución para el antiguo edificio de Gesa es la demolición?

No. Ignoro si romper un espejo -o una criminal mole de cristales tintados, en este caso- nos depararía siete años -¡siete más!- de bíblicas maldiciones o si, con su demolición, podríamos enterrar todo cuanto hemos ido acumulando en la vida y ya nos sobra, que no es poco, por cierto. Ambas opciones merecerían el mismo estudio parasicológico -como mínimo- que el capricho surreal de Munar -ahora apoyado por Aina Calvo- de declararlo Bien de Interés Cultural. Sí, ya sé, la fascinación y el horror suelen ir de la mano y hasta fundirse en un abrazo. O en nada.

Con todo, mi relación -fallida- con los espejos me obliga a preservarlos por sobre cualquier otro destino. En los espejos uno se descubre como si fuera otro, sin serlo. Nadie lo es, pero aceptarlo nos destruiría. Por eso escrutamos, ávidos y torpes, su fría superficie ingrávida y su espectral interior de aire o luz, de sueños o deseos. ¿Qué o quién no habitaría en los espejos, si ya no pudiera morar en otra parte sino en su exilio físico o su ilusión óptica?

Así, en ellos, hasta creemos reconocernos, pero no siempre. Entre la imagen y su reflejo -ese dual artificio- media un espacio inhabitable, un lugar tan indecible como el enigma que decimos ser, porque lo sentimos propio y, además, lo reencontramos en ese otro que nos mira igual que le miramos, con la misma curiosidad y consciencia expectantes de compartir, al fin, algún misterio común en ese viejo cruce de miradas: miedo, deseo o impotencia ante lo que se nos escapa, porque los espejos anulan el tacto y nublan el ojo y convierten nuestras tres míseras dimensiones en un bosque de imágenes repetidas y distorsionadas. Irreales.

Palma se mira en los espejos reflectantes de Gesa y se asombra. O yo, al menos, me asombro (de verme) y de ver a Palma desparramándose hacia el mar, que la mece y golpea, y hacia el interior profundo del asfalto y las cloacas, las callejuelas, parques y avenidas, el abanillo de los arrabales que van creciendo como si huyeran de una nube sombría y una borrasca, quizá la nuestra, hasta diluirse en un enjambre de imágenes quietas. Ya muertas. Dejen a Gesa como está y conviértanlo, si quieren, en el Palacio de Congresos que no precisamos, en un Club de Fumadores impenitentes o en la sede marmórea y deslumbrante de todas las consellerías habidas y por haber. Lo que quieran, pero no toquen sus malditos cristales.

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viernes, enero 14

Incompetencia o vudú

La Telaraña en El Mundo.


Parece que una madeja de espaguetis tuneados da mucho juego. Le valió a David Yerga para ilustrar el cartel fallero -de Valencia, claro- y, también, a Carmen Matas para que la comisión de Sant Sebastià -ese saldo de Grosske- nos empapele Palma con su pasquín; no se sabe aún -o sí, pero da igual- si emparentado con el apropiacionismo -esa moda tan vieja como necia- o con el plagio. Hay que calzarse de plomo ante el sismógrafo de la propiedad intelectual, los derechos de autor o las regalías del humo, la pólvora o el fuego de fogueo, esa doble parodia.

Casi tanto, según CCOO, como si uno visita Son Espases. Allí, hasta el enfermo más imaginario puede acabar astillándose una rodilla o la pelvis, pero sólo si tiene suerte, porque si no, le puede llover un falso techo o hasta un quirófano entero. Es lo que tiene inaugurar una mansión de los horrores como si fuera un hospital de referencia o, peor aún, desafiar el vudú ancestral de los coritos de La Real. Tiene peligro.

Pero no hay dinero para más. O sí. Ya pueden los payeses añorar sus ayudas. O los farmacéuticos alinearse en la cola del paro. Ya podemos todos ajustarnos el cinturón y algo más. Sólo hay dinero para el catalán; es decir, para que unos pocos, básicamente la OCB y sus satélites, vivan como nobles retirados sin que les afecte el humo de ninguna hoguera. Ellos las encienden y nosotros las apagamos. O las pagamos, mejor dicho.

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lunes, enero 10

¿Dicho y hecho?

La Telaraña en El Mundo.


Existe un tipo de miedo, que llamaré, por ejemplo, humano, que suele acabar, a menudo, de manera fatal, con el tumultuoso y maldito abrazo de la violencia o el acoso. En esos instantes de lenguaje mutilado por la destrucción, la bestia sustituye al hombre -o a la mujer, que no hablo de cuestiones de género- negándole la palabra y, con ella, el raciocinio. Así, a un golpe de gracia le sucede otro y luego sólo queda un charco de sangre, angustia o confusión, una sombra de terror, crimen o ira, un aura de muerte anticipada y un rebrote rojizo de hielo, al fin mudo, en la garganta. Qué horror de paisaje.

Pero hay otros miedos, también humanos, pero, más aún, sociales y políticos, que suelen derivar en dos terribles patologías, la arrogancia y la verborrea. Son dos variantes de otra violencia, quizá más civilizada, donde la castración efectiva del lenguaje acaba siendo idéntica. En ella no importa comunicar, ilustrar o informar. Sólo valen el proselitismo y la propaganda, el fogonazo rastrero de las medias verdades o mentiras dando el mundo por finiquitado. O por humillado, diría yo.

Es por eso que no pienso entrar en más detalles sobre la espantosa web -ditifet.info- que el Govern ha parido -u abortado- para glosar sus trabajos hercúleos en la antesala misma del paraíso. O más allá. Hace tiempo que no leo ficciones que se digan basadas en hechos reales. Vaya mierda de ficciones y hechos.

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sábado, enero 8

Revelaciones desde la cárcel

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Vicens llevará a los fiscales hasta el dinero de Munar?

Sí. Supongo que hay lugares y situaciones límites en las que ya nada importa demasiado y la voluntad empieza a derretirse hasta convertirse en un hilillo de niebla -o a enloquecer de inquietud o claustrofobia- y, entonces, el deseo es pura convulsión y no quedan más coordenadas que las de cualquier asidero, el que sea, para evitar el naufragio definitivo y paliar un tanto así la zozobra y escapar como sea, y al precio que sea, aunque la huida, en realidad, ya no sea posible y todo se reduzca a un simulacro para acallar la conciencia y regresar al cálido salón del hogar como si los destrozos fueran reparables y todo pudiera volver a ocupar el lugar que ocupaba antes y a ser como era y se pudieran cerrar las heridas, como si fueran paréntesis artificiales y de las llagas no brotara un hedor incurable, y la atmósfera, ahora fría y polvorienta, pudiera volver a caldearse como quien regresa del destierro y se cree el hijo pródigo y quiere que la fiesta empiece de nuevo, que la música atruene, que la familia -ah, la familia- se vuelva a reunir y brinde, solemnemente, por el futuro, el presente y hasta, quién sabe, si por el pasado. Pues habrá que verlo.

Con todo, la verdad es que Bartomeu Vicens ha tardado más de lo esperado en intentar mover su última ficha y arrojársela a los fiscales Joan Carrau y Pedro Horrach, como si en esa apuesta arriesgada o suicida se escondiera el salvoconducto mágico, la revelación capaz de arrancarle, metafóricamente, la soga del cuello y colgársela a María Antonia Munar como si fuera un collar de alta pedrería, con gruesas borlas de plomo y acero, de grava o marés, la rueda de molino con que hundir la corrupción y revelar el mapa de su tesoro escondido.

No negaré mi escepticismo, pero quizá la cárcel pueda obrar milagros. Y si muchos otros, como Fray Luis de León con su «De los Nombres de Cristo», Gramsci, con sus «Cuadernos», Cervantes con algunos capítulos del «Quijote», el Marqués de Sade, con su elocuente «Justine», Byron y su «De Profundis» o Miguel Hernández, con su «Cancionero y romancero de ausencias», por ejemplo, fueron capaces de dar a luz algunas de sus obras maestras bajo la sombra oblicua y hambrienta de las rejas, igual Vicens se saca de la manga lo que aún no está en los escritos y al final se consuma el prodigio de que la justicia resplandezca por completo. No es fácil, pero sí posible. O eso creo.

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viernes, enero 7

Los pájaros muertos

La Telaraña en El Mundo.


Hace tiempo que desconfío igual de las élites que del voluntarismo anónimo del gentío. Pero en esta suspicacia hay tanto de aprecio y curiosidad como de desapego e indiferencia. Lo que me fascina de los seres vivos es su capacidad de mutación y resistencia, abandono y entrega, fugacidad y firmeza. Ese «todo en uno» nos mejora y culmina. Nos añade perfiles impensables. Nos convierte en otros sin usurpar nuestra identidad, esa entelequia.

Por ello suelo pasarme horas revisando la enciclopedia global que ya es la Wikipedia. Lo hago con escepticismo, porque no sólo el oro reluce. Ayer mismo, un iluminado introdujo en la reseña sobre mi persona, bajo el epígrafe de curiosidades, que en Santiago de Chile, en la Comuna de La Granja, existe una calle con mi nombre. El dislate, verdad o mentira, nada tiene que ver conmigo.

Pero en un mundo en el que nadie sabe de todo -el Renacimiento nos queda lejos y la globalización es una lluvia de pájaros muertos-, nos alivia que aún queden monjes amanuenses ordenando lo que sólo cobra sentido gracias al caos. Esa suma plural -que también es una resta y, a veces, hasta un paso atrás o en falso- es la que, por ejemplo, me permite entender, no sólo la usura gerencial de Luis Carretero, sino, también, cómo la verdad efímera de los sondeos electorales es siempre mucho más sincera que la realidad final de las urnas. Es lo que va del dicho al hecho. Una odisea.

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lunes, enero 3

El columpio de Fragonard

La Telaraña en El Mundo.


Pese a la dudosa ceremonia de la alegría general, las algaradas callejeras e incendiarias de unos pocos, la víspera, y la eclosión ensordecedora de los petardos -hay costumbres que les debieran explotar a algunos en sus tímpanos y no en los ajenos-, el cambio de dígitos en los calendarios pasa tan leve y bizantino -nada que ver con el traslado a Son Espases- que casi ni se nota. Al amanecer todo vuelve a ser lo que era y las horas van reciclándose, como pliegues de un acordeón resacoso, para repicar su habitual melodía. Ya conocemos su letra.

Así es, como si cruzando algún puente suntuario, voladizo e inútil de Calatrava, que nos plantaremos en un día como el de hoy -ya laborable- intentando prender el último cigarrillo en los bares, por ver si nos dejan apurarlo. No creo, pero quién sabe, el humo siempre envuelve la vida de expectativas y demoras y casi que sin ellas no hay fuego ni humo ni vida. No hay nada.

O sí. Aún me resuenan, o chirrían, las palabras de Antich, Armengol y Calvo para despedir el año y cubrirse las espaldas. Sólo lograron lo primero, porque columpiarse -como en el óleo de Fragonard- en un mar de sombras y pactos, ora hacia adelante, ora hacia atrás, sólo vale hasta que se rompen los flecos y dan con sus posaderas en el suelo. Entonces la situación, además de real, es risible. Algo es algo. Siempre nos quedará el humor. Incluso si lo prohíben, que todo se andará.

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