LA TELARAÑA: «¡Hasta luego, Lucas!»

sábado, noviembre 27

«¡Hasta luego, Lucas!»

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Carlos Moyà se merece un homenaje si no se le hizo ni a Llaneras ni a Elena Gómez?


No. Aún puedo rescatar de entre los parajes brumosos de mi memoria –ese desvencijado arcón que siempre amenaza ruina o, quizá, desahucio- bastantes recuerdos de Manuel Santana, con su inmaculado y ceñido uniforme blanco, su juego elegante, técnico y pausado, su carisma de auténtico pionero en un deporte extraño que, además de excesivamente civilizado, nos parecía, también, del todo ajeno. Tampoco puedo olvidar las indescriptibles y épicas –así, de leve, se escribe la historia- remontadas de Juan Gisbert, un jugador que solía empezar a ganar sus partidos cuando ya los tenía perdidos. O de Gimeno –a quien no sé si llegué a ver jugar, porque estaba en otra liga- o, cómo no, del enorme Orantes. Todos ellos conforman un puzle donde se entremezclan el sudor y los olores infantiles, la televisión en blanco y negro, los primeros escarceos con una raqueta en las manos y poco más. También conservo enormes lagunas repletas de olvido. Mares muertos. Océanos vacíos. Eternos agujeros negros.

En uno de ellos debe yacer oculto Carlos Moyá. Y bien que lo siento, porque ha sido uno de los mejores tenistas españoles –y el segundo mejor mallorquín- de la historia. De él sólo recuerdo la famosa frase -«¡Hasta luego, Lucas!» con que se despidió de Pete Sampras tras caer en la final del Open de Australia de 1997, con tan sólo 20 años. Su desparpajo sí que merece, ahora y entonces, la simpatía y el reconocimiento generales.

Pero el tiempo pasa rápido y siempre llega la hora turbia del adiós y las celebraciones. Bienvenidas sean. No se retira todos los días alguien que llegó a ser, en lo suyo, un número uno. O quizá sí. Casi cada día se jubila algún maestro de fábula, algún profesional íntegro, algún abogado o médico magistral, algún científico clarividente, algún escritor magnífico. Algún sabio casi desconocido. Algún Cristóbal Serra, por ejemplo. Y que yo sepa el Govern no se dedica a organizarles ningún homenaje, ningún sarao de alto voltaje, ninguna gala entre tracas y fanfarrias donde lo único que importa es el pedernal de los rostros sonrientes en las fotografías, la publicidad, la apropiación del éxito ajeno y la servil autocomplacencia. Pero no voy a llevar mis críticas mucho más allá. Juzgar al Govern de Antich (y asociados) por sus actos promocionales es tan irrelevante, como temerario sería hacerlo por su labor de gobierno, un auténtico imposible.

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