LA TELARAÑA: El efecto acordeón

viernes, noviembre 12

El efecto acordeón

La Telaraña en El Mundo.



Entre «estar solo» y «sólo estar» –soledad o presencia-, hay un gran abismo, un rumor infinito de matices, substanciados en una sola tilde diferencial, que la RAE –alojándola en el destierro de la ambigüedad desde 1959- ha decidido, ahora, cargarse de un plumazo, como si fijar y dar lustre o esplendor al idioma tuviera que ver más con el desguace rápido de una torre en ruinas –quizá Babel, su vértigo- que con la poda lenta de un siempre escurridizo bonsái. Eso es el lenguaje y no otra cosa. Por eso, los académicos sólo proponen y nosotros, con el habla y la escritura diarias, podemos contradecirles. O eso creo.

La gramática, con todo, viene a poner orden en nuestras vidas y, sobre todo, en nuestros pensamientos. No hay idea que resista un enjambre sincopado de faltas ortográficas, de abreviaturas para mensajes de texto, el galimatías cotidiano que uno se encuentra, con horror, tanto en cualquier foro de Internet como en las arengas de nuestros políticos, en cuanto se les va la pinza. O el oremus.

Algo así le ha pasado al Govern a la hora de vendernos las excelsas ventajas que atesora el tren desde Palma al Aeropuerto con respecto a un incremento de los autobuses de la EMT. Antoni Verger, el director general de Movilidad –otro ilustre barbarismo- asegura que lo segundo generaría un «efecto acordeón». Suena bien, pero les juro que no tengo ni la más remota idea de lo que quiere decir.

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