LA TELARAÑA: noviembre 2010

lunes, noviembre 29

El látigo lingüístico

La Telaraña en El Mundo.


Repaso mi currículo como el que observa un paisaje sin más sentido que el que uno quiera darle; es decir, ninguno. Me alivia, con todo, constatar que el paso de tiempo nunca me deparó la necesidad o el apremio –esas leyes las debiera dictar el mercado, pero no es así: lo hacen los políticos- de poseer algún voluminoso certificado de catalán.

No lo poseo, como tampoco lo tengo de español, inglés o francés, que son –obviando el latín y el griego escolares- los pocos idiomas que, en algún momento, he estudiado con más interés y esfuerzo, huelga decirlo, que éxito. Pero así son las cosas de resbaladizas y etéreas. Incluso sin el estratégico don de lenguas -firmado oficialmente y sellado, al menos, por sextuplicado- podría haberme pasado unos meses ejerciendo de telefonista en el glorioso cuerpo de Bomberos del Consell de Mallorca, con sólo tirar de mis amistades en ERC y de mi ánimo, lo más incendiario posible. La llama de la lengua, como la olímpica, necesita que la aviven con codicia y sin desmayo. Hasta con látigo, si hace falta.

En ello está –despedida, al parecer, la funcionaria bombera- el ilustre Consell de la Lengua intentando implantar la Ley del Cine en Catalán en nuestros cines vacíos. Pues que hagan lo que quieran. No voy nunca al cine, ni siquiera los lunes. Y menos hoy, que echan el Barça-Madrid en el bar de la esquina. Puede ser el colofón a las elecciones de ayer. O no.

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sábado, noviembre 27

«¡Hasta luego, Lucas!»

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Carlos Moyà se merece un homenaje si no se le hizo ni a Llaneras ni a Elena Gómez?


No. Aún puedo rescatar de entre los parajes brumosos de mi memoria –ese desvencijado arcón que siempre amenaza ruina o, quizá, desahucio- bastantes recuerdos de Manuel Santana, con su inmaculado y ceñido uniforme blanco, su juego elegante, técnico y pausado, su carisma de auténtico pionero en un deporte extraño que, además de excesivamente civilizado, nos parecía, también, del todo ajeno. Tampoco puedo olvidar las indescriptibles y épicas –así, de leve, se escribe la historia- remontadas de Juan Gisbert, un jugador que solía empezar a ganar sus partidos cuando ya los tenía perdidos. O de Gimeno –a quien no sé si llegué a ver jugar, porque estaba en otra liga- o, cómo no, del enorme Orantes. Todos ellos conforman un puzle donde se entremezclan el sudor y los olores infantiles, la televisión en blanco y negro, los primeros escarceos con una raqueta en las manos y poco más. También conservo enormes lagunas repletas de olvido. Mares muertos. Océanos vacíos. Eternos agujeros negros.

En uno de ellos debe yacer oculto Carlos Moyá. Y bien que lo siento, porque ha sido uno de los mejores tenistas españoles –y el segundo mejor mallorquín- de la historia. De él sólo recuerdo la famosa frase -«¡Hasta luego, Lucas!» con que se despidió de Pete Sampras tras caer en la final del Open de Australia de 1997, con tan sólo 20 años. Su desparpajo sí que merece, ahora y entonces, la simpatía y el reconocimiento generales.

Pero el tiempo pasa rápido y siempre llega la hora turbia del adiós y las celebraciones. Bienvenidas sean. No se retira todos los días alguien que llegó a ser, en lo suyo, un número uno. O quizá sí. Casi cada día se jubila algún maestro de fábula, algún profesional íntegro, algún abogado o médico magistral, algún científico clarividente, algún escritor magnífico. Algún sabio casi desconocido. Algún Cristóbal Serra, por ejemplo. Y que yo sepa el Govern no se dedica a organizarles ningún homenaje, ningún sarao de alto voltaje, ninguna gala entre tracas y fanfarrias donde lo único que importa es el pedernal de los rostros sonrientes en las fotografías, la publicidad, la apropiación del éxito ajeno y la servil autocomplacencia. Pero no voy a llevar mis críticas mucho más allá. Juzgar al Govern de Antich (y asociados) por sus actos promocionales es tan irrelevante, como temerario sería hacerlo por su labor de gobierno, un auténtico imposible.

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viernes, noviembre 26

La divina comedia

La Telaraña en El Mundo.


A veces, un baño de estricta realidad –una torrencial ducha fría- no deja de ser algo tan áspero como gratificante. Me explico. Paseaba el miércoles por el Borne cuando advertí más bulla de la habitual en los aledaños de Can Alomar, ahí mismo donde hace años una señora nos vendía el mejor tabaco de contrabando del mundo y ahora Louis Vuitton ha abierto su selecta tienda.

Quise saber qué se cocía, pero al entrar –o casi- las dos atractivas porteras del zaguán me frenaron aireando una presunta lista de invitados. La ojeé de soslayo. Muchos nombres extranjeros. «¿Es una reunión exclusiva?», pregunté, antes de hacerme pasar por María Antonia Munar, por ejemplo. «Sí, mañana abrimos al público», me dijeron. Entonces reculé, consciente de ser parte de ese “público” que no figura en más listas que las del paro, la clase media o vaya usted a saber qué otros infiernos o purgatorios.

De ahí, me fui a un bar con mi nueva condición asumida. Cogí la prensa. En varias fotos, los políticos, desde Antich a Rodríguez, pasando por Diéguez, lucían el mismo lazo en la solapa. «Cuánto adoran los símbolos», pensé, antes de extasiarme con la mesa redonda –creo que con brasero incluido: la llama de la lengua arde lo suyo- que reunía a Antich con los líderes de OCB, Bloc, STEI y demás caterva. Lástima que los nuncios lingüísticos de la UIB no acudieran. Me quedé con las ganas de reconocerlos. Otra vez será.

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lunes, noviembre 22

La ciudad a oscuras

La Telaraña en El Mundo.

Sábado, ocho y media de la tarde. Llego a Palma en el autobús desde el aeropuerto, medio confundido entre una decena de turistas risueños, y aterrizo en la Plaza de España. Nos recibe –para sorpresa de mis anónimos acompañantes, que no mía, porque mi relación con la ciudad es la que es y sé que no hay más cera que la que arde- totalmente a oscuras.

No exagero. No me refiero al mortecino ambiente habitual, con su aire a luces de gas y a corros medievales, sino a una oscuridad sin fisuras, plúmbea y categórica, como si la noche se hubiera convertido en un rayo devastador y le hubiera caído encima a la efigie de Jaime I, fulminándola, como sólo un conquistador puede acabar con otro. Sustituyéndolo.

Con todo, atravesé, circunspecto, la explanada y el apagón, quizá buscándole los endecasílabos al caos, quizá pensando en esos turistas que esperaban, supongo, encontrarse algo más que una plaza sumida en la oscuridad y el vacío. Será que la parálisis general se ha trasladado de la Playa de Palma a Cort y que la política turística –pese a que Antich nos propone como sede del Observatorio de Turismo de la UE, nada menos- no tiene quien encienda, siquiera, las luces a su hora. Igual los técnicos están en cuarentena, a falta del nivel C de catalán o de cualquier otra enfermedad incurable. Le preguntaría a Calvo, pero bastante tiene ya con curarse en salud cara a las elecciones. O eso me temo.

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sábado, noviembre 20

La hora del destierro

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que Nájera debe seguir al frente del Consorcio Playa de Palma pese al fracaso y el parón decretado por Antich?



No. Arriba, la lluvia y el viento dibujaban un enorme y desagradable remolino, una colosal cortina de frío hiriente y fatiga infinita. Las vistas, sin embargo, eran espléndidas y, abajo, y en todas las direcciones posibles, la ciudad desplegaba sus avenidas, parques y plazas, sus solemnes ruinas y sus orgullosos palacios con la decadente ebriedad de costumbre. Voy a situarme para que el lector, también, se sitúe.

Acababa de subir, casi a rastras, los 320 escalones que conducen –tras un leve rapto en ascensor- hasta lo más alto de la cúpula de la Basílica de San Pedro, en Roma. Y no, no se trataba de cómodos peldaños de mármol sino de todo lo contrario, un laberinto vertical de gradas y paredes curvadas, de estrechos e indecisos pasadizos, una ascensión sin más apoyo, a veces, que una gruesa cuerda colgada del cielo, una prueba cardíaca de esfuerzo o, quizá, de fe -ese inefable misterio, no sé si del corazón, las vísceras o el espíritu-, un enloquecido ejercicio contra la claustrofobia y el vértigo invencibles. O casi. Todavía no sé cómo logré salir de ahí con vida.

Pero salí. Y al llegar al hotel no pude si no sonreírme –aunque de soslayo- al recibir, por email, la pregunta que hoy nos convoca. Es lo que tiene viajar. Que nos permite, de alguna manera, entremezclar vivencias y situaciones de, al menos, dos lugares distintos, el de origen donde siempre dejamos algún desvelo y no pocas comodidades, y el de destino, donde nos perdemos en una búsqueda sin más objeto que el placer de comprobar que cuanto conocíamos, sólo, por fotografía, existe de veras. Y sí, existe.

Margarita Nájera tiene, sin duda, su propia historia en la vida política balear, su efigie marmórea de cónsul plenipotenciaria, su corona de laureles y hasta sus cálices con cicuta, su corte de intrigas y traiciones, su gran rosario de desastres conduciéndonos desde sus primeros tiempos, aún desdentados, pero repletos, ya, de heroicidades, en la entonces caótica, alcaldía de Calviá, hasta su actual, arbitraria y catastrófica jefatura del Consorcio Playa de Palma, su sueldo imperial y el de su legión de adjuntos y adláteres, su eterno fiasco de siempre, sus fracasos repetidos, exasperantes, soberbios, irritantes e interminables. Todo un ejemplo, pues. O todo un ejemplar, mejor. Pero que se vaya o la echen. Que se vaya de viaje o la echen de la política. Lo que prefieran, pero ya.


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Las pruebas fotográficas







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viernes, noviembre 19

Fumar era un placer

La Telaraña en El Mundo.


El dos de enero será un mal día para los que aún fumamos y no tenemos –mientras el equipo médico habitual o los observadores internacionales de la OCB, que todo se andará, no se opongan- ninguna intención de dejarlo. El tema puede parecer baladí, pero qué va. He visto multitudes, laceradas y ateridas, fumando en los zaguanes gélidos de Berlín, París o Londres. Pronto las veremos en Palma, aunque el frío no sea tan extremo. Pero no es un consuelo.

Hay una perversión inaudita en cómo el Estado trata lo público y lo privado en este añejo asunto del fumar, ese placer o agonía, ese lento o rápido suicidio, esa brisa de paz e inspiración ante el ajetreo diario o el vacío demoledor de la página en blanco.

Un espacio público es una propiedad del Estado. Un hospital, una escuela, la cola preñada del paro o la celosía selectiva de Hacienda, insuperable, por cierto, en su afán por convertir la cajetilla en un lujo. Pero no mi casa ni un bar cualquiera. Mi casa porque es mía. Y el bar porque es de su dueño, y si él quiere que ahí se fume, no ha nacido aún –o, por lo visto, sí- la ley capaz de mudar sus lares en un lugar sin más humos que los del capricho, la salud y la asepsia impuestas. Cuando ilegalicen el tabaco tendrán toda la razón de su parte –y hasta mi bendición, si procede- pero, hasta entonces, lo suyo es sólo doble moral y fuegos de artificio. La usura totalitaria de la uniformidad.

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miércoles, noviembre 17

Museo Borghese

Como estaba severamente (sic) prohibido sacar fotos del Museo Villa Borghese tuve que recurrir a la cámara oculta para ofreceros estas imágenes. De nada;-)









Con todo, mi lugar favorito andaba por los alrededores...

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lunes, noviembre 15

secret faces

El buen tiempo me sonríe en Roma.


De Keats, justo al lado, queda el dormitorio, la mascarilla de su rostro, el escritorio vacío y el lujo de un salón silencioso.




La vida, sin embargo, sigue afuera...








Las horas muertas

La Telaraña en El Mundo.


Después de pasarme la hora del aperitivo, la de la comida y buena parte de la de la siesta –porque alguna cabezada sí que di- en una céntrica oficina de la Agencia Tributaria para pagar el IBI y ahorrarme la habitual sanción por demora, no me encuentro con el ánimo muy a favor de echarle flores a la Administración, ese monstruo que te pide, siempre, que vuelvas mañana pero que, ahora, si no vuelves, no duda en salir a buscarte por la vía –crucis- de la notificación y el embargo.

Pero el tiempo no es algo lineal, sino voluble. Es tan común que su indefinible substancia cobre, a veces, una densidad plúmbea y acabe pesando lo que una lápida, como que, en otras ocasiones, se diluya en una distracción leve y rápida, que pasa como de puntillas, sin irritarnos siquiera. O incluso, regalándonos el placer de la meditación, el entrañable viaje por entre los renglones del vacío o el humo púrpura de la indiferencia. Al fin y al cabo, todo pasa.

Aun así, la demora en algunas tareas contrasta con la celeridad en otras. El Govern –hoy dejaré de lado la farsa de las parejas lingüísticas, pero no el morbo de las subvenciones- ha firmado un convenio con la Asociación de la Memoria para elaborar, en 18 meses de alquimia subterránea, un mapa de fosas comunes de las víctimas de la Guerra Civil, para ponerles una cruz; no sé si la de la dignidad, como pregonan, o la del olvido definitivo. Pues ya es hora.


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sábado, noviembre 13

Las ruinas de un sueño

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Está de acuerdo con que Cort promueva demoler el Lluís Sitjar?


No. Hace más de diez años que el primer equipo del Real Mallorca abandonó el Lluís Sitjar y más de tres que se apagó, definitivamente, el rumor formidable de sus candilejas. Desde entonces, nadie parece haber sabido qué hacer con ese estadio -que fue el de nuestros sueños y ahora es como un fantasma herido de muerte y tendido al sol, una ruina de hierros retorcidos y gradas devastadas, una selva de pequeños matorrales y gigantescos abrojos- donde, de niño, me dejé, tantas veces, la voz y la mirada. Allí sentí, además, la emoción de pisar, por vez primera, el césped, aunque fuera, creo recordar, con motivo de uno de esos juegos florales del 1 de Mayo, o de alguna otra fecha similar, en que los escolares dibujábamos los estúpidos arabescos de una geometría vulgar, absurda y simétrica, muy acorde, por cierto, con el ambiente de aquellos años. O quizá con su ausencia.

Allí también, ya con el carné de socio infantil, asistí a bastantes partidos de gloria, sufrimiento y tedio, un enloquecido 4-6 frente al Granada, un par de derrotas contra los de siempre, el enorme partidazo que se marcó «Chango» Díaz –mi ídolo durante algunos meses- en un amistoso contra el Liverpool, algún ascenso, sus correspondientes descensos y no pocos escándalos, en forma de agrias pañoladas, contra los desastres sucesivos en el campo, en el banquillo y, cómo no, contra la hecatombe permanente en el palco. (Una chica joven, con la vejez escondida en la mirada, me detiene y me pregunta si puedo ayudarla. No puedo. Nadie puede, le digo en voz baja y, sin embargo, le alargo un par de monedas, para que me deje a solas con mis recuerdos. Lo hace.)

Es aquí, y ahora, cuando aparece Aina Calvo con su sonrisa incierta, sus reuniones a tantas bandas como el billar del Pacte le permite, que ya no son muchas, y sus urgencias secretas de demolición inmediata. Diríase que la mujer que convirtió Palma en un laberinto de carriles para las bicicletas de sus sueños –no es guasa, aunque lo parezca- quiere despedir la legislatura acabando con algo, con cualquier cosa, con la Playa de Palma, con el Plan General o el Parc de Sa Riera, con el tranvía a ninguna parte y a todas, con el Lluís Sitjar, con lo que sea. Será que ya empieza a sentir el temblor último de los meses, los días y las horas de una legislatura que, sin duda, acabará también, políticamente, con ella.

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viernes, noviembre 12

El efecto acordeón

La Telaraña en El Mundo.



Entre «estar solo» y «sólo estar» –soledad o presencia-, hay un gran abismo, un rumor infinito de matices, substanciados en una sola tilde diferencial, que la RAE –alojándola en el destierro de la ambigüedad desde 1959- ha decidido, ahora, cargarse de un plumazo, como si fijar y dar lustre o esplendor al idioma tuviera que ver más con el desguace rápido de una torre en ruinas –quizá Babel, su vértigo- que con la poda lenta de un siempre escurridizo bonsái. Eso es el lenguaje y no otra cosa. Por eso, los académicos sólo proponen y nosotros, con el habla y la escritura diarias, podemos contradecirles. O eso creo.

La gramática, con todo, viene a poner orden en nuestras vidas y, sobre todo, en nuestros pensamientos. No hay idea que resista un enjambre sincopado de faltas ortográficas, de abreviaturas para mensajes de texto, el galimatías cotidiano que uno se encuentra, con horror, tanto en cualquier foro de Internet como en las arengas de nuestros políticos, en cuanto se les va la pinza. O el oremus.

Algo así le ha pasado al Govern a la hora de vendernos las excelsas ventajas que atesora el tren desde Palma al Aeropuerto con respecto a un incremento de los autobuses de la EMT. Antoni Verger, el director general de Movilidad –otro ilustre barbarismo- asegura que lo segundo generaría un «efecto acordeón». Suena bien, pero les juro que no tengo ni la más remota idea de lo que quiere decir.

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lunes, noviembre 8

Maniobras publicitarias

La Telaraña en El Mundo.

Cuando el perfil de unos hechos, cualesquiera, se convierte en el voluntario pretexto publicitario de unos, u otros, conviene distanciarse lo máximo posible y dedicarse, tan sólo, a observarlos como lo que son, un simple, puro y duro esperpento. Así, y revoloteando sobre el caso de la intérprete de la Guardia Civil, Saida Saadouki, no puedo negar que, al verla acudir al juzgado escoltada por el recaudador jefe de la OCB, Jaume Mateu, dejó de importarme qué versión, cuál, de las confrontadas es la verídica.

Tampoco sé –y no pienso tratar de averiguarlo- si se puede llamar “mora”, siquiera sea coloquialmente, a una mujer marroquí, o si es un exceso, también, calificarla de “catalanista” cuando se empeña en hablar catalán donde, por desgracia, no la entienden. Puede que sí o puede que no. Cada vez resulta más difícil situar la frágil línea que debiera separar las simples descripciones, más o menos realistas, del también anciano rosario de los insultos y las vejaciones. Por no hablar de las venganzas. O los réditos políticos.

No están los tiempos para según qué veleidades. Quizá para ninguna. Por unos cuantos párrafos de más, o de menos, te pueden condenar, sin remisión, a la hoguera. Hay mucho pirómano suelto. Por eso, y por si acaso, no pienso llamar a Ratzinger, “alemán catalanista”, sólo porque haya nacido en Baviera y chapurree catalán en la Sagrada Familia de Gaudí. Faltaría más.

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sábado, noviembre 6

Las absurdas listas cerradas

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que José M. Rodríguez debe ser el candidato del PP al Ayuntamiento de Palma?


No. Supongo que cada partido político tiene la más absoluta soberanía, la inapelable autodeterminación y hasta la más sagrada, inviolable y castiza independencia –al menos, si lo que se pretende es rizar, hasta los límites del pudor y la asfixia, el juego malabar de la palabrería más añeja, aplicándola al siempre renovado agujero negro, negrísimo, fuliginoso, romo y vacío, del marketing, ese ejemplo único de cómo reciclar ideas sin tener siquiera una, ni de buena ni de mala- para hacerse el harakiri electoral como más le guste o convenga. Allá ellos.

Pero no hay drama, no, sino sólo parodia y representación. Quizá un poco de arte y ensayo. Un simulacro de música marcial para un desfile de sonrientes payasos. La liturgia familiar de la democracia. O algo así. Pero que no nos falte. Que no nos la roben. Que hay farsas peores y campos de concentración lingüísticos, territoriales y económicos al acecho. Sombras totalitarias con el sangriento disfraz nacionalista. El bestiario inmundo de la estulticia. Polifemo contra Ulises. El día a día por las calles de Palma –como por las de Dublín- sin más objetivo que observar el paisaje –sin que nos atropellen los cíclopes ni los cicloturismos, a ser posible- y ser felices. O intentarlo.

Pero aquí el problema es otro. Sólo se trata de ponerle rostro -o, en su defecto, flequillo- al siempre hermoseado cartel electoral, ese pasquín enorme que nos martilleará desde el estruendo estético de las vallas publicitarias como si fuera el anuncio de algún producto milagroso, la promesa de un futuro de fábula, el maná más exquisito, el paraíso en la tierra y más aún. No hay límites cuando se trata de vender lo que se vende solo.

José María Rodríguez no es un personaje que nos ilusione. Al contrario. Su aspecto –a veces, desaliñado- nos recuerda el de un funcionario al borde de la excedencia. Tiene a su favor, eso sí, unas primarias que se llevó de calle. O eso me dicen. Con todo, preferiría su presencia, entre iguales, en el seno de unas listas abiertas y que fuera la ciudadanía, luego, la que ponga a cada cual en su sitio. Una lista cerrada es un duro ladrillo contra el paladar, un bloque de hormigón contra los matices, una tormenta de plomo contra las sutilezas, un atentado contra la lógica y quizá, también, contra el buen gusto. Pero es lo que hay hasta que se imponga otro tipo de cordura. Ya tarda.

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viernes, noviembre 5

El economista en las nubes

La Telaraña en El Mundo.


Supongo que más vale tarde que nunca y que rectificar es de sabios y que, al fin y al cabo, no somos nadie ni somos nada, sino sólo -¡sólo!- un flujo incoherente de tópicos, de medias verdades y mentiras, de no pocos palos de ciego; quizá veletas girando, enloquecidas, tanto por el júbilo vertiginoso ante cualquier ilusión, deseo o placer imprevistos, como por el desencanto tras su fatal naufragio contra los arrecifes de la realidad. Así van las cosas –y nosotros con ellas- reordenándose con el mismo efecto –paradójico- de quien quita el polvo de unas estanterías para dejarlo posar en otras.

Aun así, a veces, debemos aplaudir algunas iniciativas. El Bloc ha logrado que las instituciones –todo el arco parlamentario, incluidos los culpables políticos de la actual situación- exijan la restitución de lo pagado a la SGAE por el canon digital, ese concepto a lomos del abordaje, el fetichismo de los autores, para consigo mismos, cómo no, y la usura manejada a favor de corriente. La del Gobierno. O la del Ministerio de Propaganda.

No creo que me devuelvan ni un euro. Pero tampoco me importa. Si Carles Manera –que estudió más finanzas que yo- se permite el lujo de asociar el aumento virtual de los ingresos de la Comunidad –por vía impositiva- con la salud real de las haciendas domésticas, sólo puedo colegir que ningún asunto financiero tendrá jamás, al menos en sus manos, arreglo. Ninguno.

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lunes, noviembre 1

La Inquisición hiperbólica

La Telaraña en El Mundo.


Serán burros, pensé, sin añadirle, siquiera, las exclamaciones o los interrogantes pertinentes. Pónganlos, ustedes, si gustan. Resulta que PSM, Iniciativa y Verds, con Llauger al aparato, propondrán al Parlament la prohibición de las corridas de toros, el tiro al pichón y a la codorniz –esa vieja revista debe tener, ahora, hasta el humor cosido a perdigonazos- si UM logra, en otro debate paralelo -parodia, pretexto y detonante- salvar la tradicional suelta de patos en la Colònia de Sant Jordi y Can Picafort. Nada menos. Nada de nada. Y nada de nuevo.

Sus razones recaían luego en el lodazal retórico de las grandes palabras, la bruma ideológica y la anemia intelectual. ¿Qué significará esa coletilla de conseguir una ley “más proteccionista y acorde a la sensibilidad (sic) de las sociedades modernas y avanzadas”? Ya no sé dónde anda la modernidad. Ni dónde paran sus avanzadillas. Sólo sé que, a veces, aparecen algunos tornados de humo, alguna borrasca de ira y algún diluvio de insultos. Duran un par de telediarios y se volatizan.

Con todo, a la modernidad pude echarle una ojeada hace muy poco, cuando observé, en Facebook, el estropicio de una nube de pirómanos, al más puro estilo «Fahrenheit 451», agitando sus antorchas en busca del último libro de Sánchez Dragó y su infantil –o quizá senil- hipérbole de un antiquísimo manga japonés. Será la Inquisición, que vuelve. O que nunca se fue.

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