LA TELARAÑA: La presa número nueve

sábado, octubre 16

La presa número nueve

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Munar acabará en prisión tras el juicio sobre el caso Maquillaje?


Sí. Quizá la debacle, el naufragio y la caída fatal –al igual que el destierro del paraíso, como de los espaciosos y bien ventilados áticos del poder y del lujo, hacia los sótanos asfixiantes del enrejado retorcido por el óxido, la humedad chirriante y el diseño rácano de las claraboyas minimalistas- no puedan considerarse un viaje sin retorno ni un éxodo fulminante. Tampoco son un castigo eterno o una maldición divina. Nada de eso. Es mucho más fácil entenderlos –y asumirlos- como el resultado lógico y merecido de un proceso lento de degradación y podredumbre, de corrupción revolcándose en sí misma con tanto sentimiento de culpa como de impotencia, de ceguera como de soberbia, con tanta presión íntima de la voluntad y de la razón, mutiladas, como de la inercia y el vértigo patológicos. Un extraño desembarco, con visos ciertos de catástrofe pero también de aprendizaje necesario, en el siempre tortuoso devenir de la vida, esa lección que ha de aprenderse –y que, sin embargo, no se aprende nunca del todo- con esfuerzo y buena caligrafía. No sé si con sudor ni si con lágrimas. Quizá con sangre. Seguro que con decoro.

Pero sólo estamos, como casi siempre, en la maraña de las diligencias previas, en la antesala nerviosa de los autos, las cábalas, los pliegues de cargos, las citaciones, las alegaciones. El preludio tormentoso de la melodía, cuando la orquesta empieza a afinar sus vientos y ni siquiera el público, pese a los murmullos, ha tomado aún asiento en las butacas de la expectación o la indiferencia. Aquí los palmeros, allá los bufones y cómplices, más acá la suite de los invitados, la mampara de los testigos, el estrado solemne de las togas y, al fondo, la mirada fría -y quizá vidriosa- de una María Antonia Munar envuelta, definitivamente, en sí misma y en sus circunstancias, sobre todo en sus circunstancias. Ella sabrá cuáles son. O debiera saberlo.

Con todo, el espectáculo que se avecina promete emociones fuertes y hasta pasiones encontradas. La actual petición del fiscal de seis años de cárcel –al menos en este arranque de la Operación Maquillaje; primero, pero, quizá, no último, porque con el paso del tiempo, podrían añadírsele otras causas y no, por cierto, menores: habrá que estar atentos- no constituye ningún brindis al sol. Parece que la justicia, al fin, ha decidido hacer honor a su nombre y obrar en consecuencia. Ya era hora.

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