LA TELARAÑA: La tentación de ser Dios

sábado, septiembre 4

La tentación de ser Dios

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Debe dimitir Nájera tras ser desautorizada por Antich sobre las demoliciones de Playa de Palma?


Sí. En «Salt», Angelina Jolie –tan espléndida como letal- atraviesa una autopista de seis carriles saltando de los techos de un camión a otro como si tal cosa. En «Inception», es DiCaprio –inevitablemente somnoliento- el que viaja de sueño en sueño como si la vida fuera una sucesión de sueños sin más pesadilla que la de despertarse en el sueño de otro y no en el nuestro. En «Mr. Nobody», la muerte ya no existe, pero el último mortal se debate entre sus recuerdos como si el discurso lineal del tiempo no existiera, salvo como último y fallido intento de justificar lo injustificable. Quizá la vida. O la muerte. O ambas.

Puede que esta introducción cinematográfica –acción, sopor y dialéctica, todo a la vez y todo por separado- les parezca ajena a la pregunta que hoy se nos formula, pero no es así. Margarita Nájera se siente la actriz principal y la heroína indiscutible –«Demolition Woman», la llamaba yo ayer- de una superproducción que, eso cree ella, puede hacerla pasar a la historia como la mayor de las arqueólogas, “deconstructoras” de ruinas, por supuesto, que en Mallorca han sido. Y seguro que han sido muchas. Poco importa que en los créditos figure Francesc Antich como director, porque eso es sólo una maniobra de distracción. Una exigencia del guión. Quizá el peaje del mercado. O la traslación a la realidad de la estructura jerárquica del partido. Tanto da, porque ella se siente el brazo armado de la ley, el tractor arrasador, la nueva diosa de la arquitectura social, del conductismo llevado al límite de regular la vida humana dictando dónde, por qué y cómo han de ordenarse las cosas.

Resulta obvio que la tentación de ser Dios no vive demasiado arriba, sino muy abajo, en el subterráneo oscuro y enrarecido de las pasiones y delirios poco menos que inconfesables. En la cloaca. En la mazmorra. En el antro sumergido de la ignorancia más séptica y angosta, en las entrañas de un infierno en llamas donde el lenguaje pierde todo su significado, se desgaja del nombre de las cosas y se enquista en el silencio y la tozudez demoledora de los mensajes contradictorios y diletantes. Sobre todo diletantes. Suerte que todo tiene su terapia, aunque ya sea tarde para una cura total, pero no para un exilio a tiempo. Nájera debiera aprender a conjugar el verbo dimitir. Y no todo. Le basta con aprenderse el presente de indicativo y obrar en consecuencia.

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