LA TELARAÑA: De los dioses ajenos

lunes, septiembre 13

De los dioses ajenos

La Telaraña en El Mundo.


Quizá Dios sólo exista como experiencia personal. No es poca cosa, porque todo –incluido el arte, la ciencia, la retórica, la química, la filosofía, la biología nuclear, la apocatástasis postmoderna o la esferificación de las lubinas crujientes de Ferrán Adrià, con el abisal «Space Oddity» de David Bowie, qué sacrilegio, como música de fondo- son, tan sólo, lecturas de la realidad que nos abraza, con placer o con asfixia, día a día, cosas que nos pasan y nos dejan su pequeña o gran huella, su exiguo asterisco en la apretada agenda de la memoria, su punto y seguido en el tránsito, ese movimiento impreciso al que solemos llamar vida sin saber muy bien si lo es. Lo es. O eso creo.

Por ello, las opiniones de Stephen Hawking –aunque leídas, por ahora, desde la distancia y la interpretación ajena- no me escandalizan, alivian o apuran lo más mínimo. Al contrario.

El enigma de Dios –como el de todo cuanto no podemos describir sino con metáforas y elipsis, con palabras prestadas que buscan trascender su significado y evocar uno distinto y, quizá, nuevo- me parece tan familiar y próximo que poco me importa si existe o no. Y esta indiferencia –que es duda, además de turbación- es un bálsamo tan reparador que no preciso explicarlo. Para qué. Sería como apostar sobre si Antich recuperará los Archivos de Aragón, ubicar a la UIB en el ranking QS o reírle las gracias a Nanda Ramon. Algo absurdo.

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