LA TELARAÑA: Castigo y penitencia

sábado, septiembre 18

Castigo y penitencia

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que la Fiscalía debe detener a la secretaria de Munar por ocultar dinero presuntamente ilícito?


No. La verdad es que Rosario Martín, la secretaria de María Antonia Munar, su ínclito y desconocido hermano, Manuel Segundo, y la serpenteante -y seguro que alambicada y florida- corte de testaferros que puedan seguir revoloteando, por ahí, más o menos escondidos, agazapados o quizá de hurtadillas, me parecen personajes del todo irrelevantes y prescindibles.

Lo importante debiera ser bloquear con urgencia todas sus cuentas corrientes, advertir, con absoluta firmeza, a La Caixa que el secreto bancario no existe, por ahora, en España, y concentrar, finalmente, todos los esfuerzos fiscales y de la brigada de delitos monetarios en la detención definitiva de la organizadora máxima –aunque no sé si única- de esta farsa a mitad de camino entre los juegos florales y los tinglados de la usura, de este monopolio de patria de rondalla, identidad de nivel C de catalán –qué menos- y de bajos fondos compartidos -y presuntamente repartidos, quizá, a la antigua usanza de los “gabellotti”-, en que UM convirtió su entorno social, empresarial y político. Es decir, entre unos y otros, casi toda la isla; de refilón o de lleno, de forma implícita o explícita, por acción u omisión, por pacto interesado o por inercia, amistad, apuro, indiferencia o sumisión, por estas brevas o por aquellas. Por casi todo lo que nos es dado imaginar y quizá, también, por lo que ni imaginamos. Que no puede ser poco, me temo. Ni mucho menos.

La labor, aunque pueda parecer ardua y dificultosa, debiera resultar bastante simple y sencilla. Las evidencias son tantas y tan abrumadoras, que habría que hacer un insólito ejercicio de autismo voluntario para no alarmarse ante su rumor continuo a escándalo, para no oír sus alaridos de crispación, su métrica inflamada de autosuficiencia, el descaro impertinente de quien se cree inmune, soberbia, en su cuidada pose, en su perfil de intocable, pese al temblor sofocante de las llamas, la asfixia del humo, el horror de las convulsiones y el caos alrededor, el desastre, la debacle, el hundimiento, las traiciones, el abandono, la sombra trémula de los calabozos que se avecina, la soledad última de quien se queda a solas y advierte que ya no es quien fue. Ni quien creyó ser. Tal vez, ese desengaño final sea el más doloroso de los castigos porque no hay dinero –ni voluntad de penitencia- para paliarlo. Y eso sí que le duele a este tipo de gente.

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