LA TELARAÑA: septiembre 2010

lunes, septiembre 27

En huelga de actualidad

La Telaraña en El Mundo.

Ignoro si, como afirma el refrán, Dios escribe todavía recto con renglones torcidos. Tampoco sé, siquiera, si lo hizo tan sólo una vez, cuando el mundo aún era una página en blanco, el borrador de alguna idea virgen, la nebulosa inquieta y arremolinada que, poco a poco, empezaba como a desperezarse, intuyendo, quizá, las vísperas de alguna explosión enorme e insoportable (y fue entonces, tras el gran estallido, cuando decidió dejarse, para siempre, de literaturas) o si, por el contrario, día a día, siguió intentando acabar lo inacabable. Su obra y la nuestra. Su fracaso y el nuestro.

Sea como fuere, cuanto ahora nos ocurre remite, por igual, al efecto demoledor de su caligrafía como al de su ausencia, al azar de una gota de tinta perdida, la tensión de la nota ilegible, el impacto súbito del apunte o, ya instalados en la modernidad, al hipertexto definitivo a través del cual viajamos de un instante a otro como si danzando en el vacío, en su cómoda inercia, sin más esfuerzo ni condena que haber olvidado, del todo, quiénes somos, a dónde vamos o de dónde venimos.

Quizá esas preguntas, de tan manidas, carezcan ya de sentido. Acaso nunca lo tuvieron. Y sea esa la causa única de que les sigamos buscando la respuesta que nos calme y consuele y alivie, que nos hiera o sulfure. Que nos motive. ¿A qué? Al menos, a seguir escribiendo, que no es poco hacer como si fuéramos dioses, sin serlo.

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sábado, septiembre 25

Cinismo y extravío

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Font tendría que haber dimitido también como diputado tras dejar la portavocía del Consell?

Sí. La verdad es que nunca me he sentido cómodo entre las arriesgadas revueltas éticas –ese funambulismo que se pretende de altura o de cátedra, pero que acontece a ras de suelo, o aún más abajo, en las cloacas del raciocinio- que siempre se acaban revelando cuando intentamos discernir, con solemne y calculada afectación, entre todo aquello cuanto hacemos, decimos hacer o, tan sólo, decimos. Coinciden en ese lugar, tan escurridizo como incierto, infinitas contradicciones y trampas retóricas, no pocos estragos lógicos y sinsentidos, un aire siniestro y pueril a prevaricación intelectual, a descarga de responsabilidades, a vanidad, evasión asistida, fuga, ardid, artificio, a recurrente afán de supervivencia. A miseria. A nada.

Con todo, no podemos obviar la íntima exigencia –higiénica, aunque cruel- de encarar la realidad como si fuera un espejo. Algo paradójicamente profundo y, a la vez, impenetrable, unidimensional, gélido, quizá vacío. Un lugar resplandeciente, y acaso definitivo, donde nos encontramos a nosotros mismos; a veces, recién alzados, casi vírgenes o quizá renacidos, pero siempre con las ojeras taciturnas del sueño y los deseos vencidos –o de su pesadilla- y el pelo revuelto; a veces, agotados y con el tatuaje indeleble de la edad en el rostro, el peso arrugado del silencio en las comisuras de los labios, la noche áspera de los tiempos en el brillo enigmático, y turbio, de la mirada. O algo así. Las imágenes tétricas no dependen tan sólo de lo que las palabras muestren, sino de lo que cada uno pueda ver en ellas. Quiera. O no quiera.

Es por ello, que hablar de un profesional de la política y un asiduo de las imputaciones –que, según la Viquipèdia, tiene el bachiller y, seguro, que también el nivel C de catalán- como Jaume Font, resulta un ejercicio impagable de extravío y cinismo, un pretexto perfecto para ponerse el mundo y el lenguaje –con sus matices, metáforas y elipsis- por montera y acabar delirando hasta triturar todas las reglas gramaticales y mezclar asertos con acertijos, dimisiones totales con dimisiones a la carta, futuros imperfectos con el acabose último de quien se aferra a cualquier silogismo para continuar, al menos hasta mayo, cobrando de unos u otros, pero cobrando. Después, quién sabe. Quizá Melià o algún otro saldo nacionalista. No importa, porque siempre le quedará la apuesta segura de la OCB. Qué menos.

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viernes, septiembre 24

La piedra filosofal

La Telaraña en El Mundo.


El teléfono siempre suena a horas intempestivas pero, al descolgarlo, nos regala, además, mensajes intempestivos. Cuando no un silencio sepulcral o una tétrica voz grabada, es la promesa de un crédito milagroso o el eco tullido de alguna centralita, remota e indefinida –perdida en el tiempo; recibo llamadas que no son de este mundo, sino de otro, acaso pretérito y sumido en alguna fosa séptica de la memoria histórica- que no tiene otra que acosarnos con sus ofertas.

Pero esta semana he de sumar al elenco de horrores un par de encuestas sobre la huelga general del 29, las razones de los sindicatos, lo que haré ese día y hasta lo que voté hace años o votaré –oh, cielos- en breve. Es decir, una lista eterna y barroca de preguntas imposibles. Y de respuestas afónicas. Surreales, claro.

Quizá, en vez de tanto trajín telefónico, convendría dejarlo todo en manos de la UIB. Allí, entre las ruinas del sistema educativo, están floreciendo –merced a su servilismo coyuntural, de acto de fe (laico, eso sí) y de realidad mutilada a base de muestreos y hologramas- entes tan útiles como el GRESIB. Si han descubierto –y lo expondrán en el Casal Solleric: el saber no ocupa lugar, ellos sí- que aquí conviven unas 160 lenguas (y que sólo una causa problemas, añado yo) también podrán, a poco que se les financie, prever el futuro y hasta encontrar la arisca piedra filosofal de los alquimistas. Como poco.

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lunes, septiembre 20

Pesadilla con subtítulos

La Telaraña en El Mundo.



Por vez primera, la OCB ha logrado sorprenderme con la surrealista exigencia de que se subtitulen al catalán las películas que IB3 emitirá –o emite ya, que aún no he visto ninguna- en castellano. Ya era hora. Uno quisiera creer que, incluso por error u omisión, acaba siendo leído y hasta descifrado, más o menos, en serio, pero no. Qué va. La vanidad se diluye rauda ante las causas únicas del acontecimiento. La dignidad, contracorriente, de Pedro Terrasa, la descomposición acelerada del Pacto de Gobierno y la alarmante cercanía de las elecciones. No hay más.

Con todo, lo de la OCB tiene su mérito. No es fácil mantenerse tantos lustros en el centro mismo de la subvención constante, en el ápice más notable de la desfachatez política –sin importar, además, si gobiernan unos u otros-, en el primer lugar de todas las agendas, en el eje transversal –de IB3 al limbo de la UIB, pasando por Cort y el Consell- de toda la política cultural de las islas. Así nos va.

Pero no hay que engañarse. Aquí todo baja siempre de corrido, como un alud de lava y fuego líquido. Todo, salvo la persistencia de la OCB. No han enloquecido de súbito. No, nada de eso. Su viaje está absolutamente planificado, aun sabiendo que no van a llegar a parte alguna. No les hace falta. Ya habitan el mejor de sus mundos posibles. Lástima que su utopía –como sucede siempre- constituya, en realidad, la peor de las pesadillas.

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sábado, septiembre 18

Castigo y penitencia

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que la Fiscalía debe detener a la secretaria de Munar por ocultar dinero presuntamente ilícito?


No. La verdad es que Rosario Martín, la secretaria de María Antonia Munar, su ínclito y desconocido hermano, Manuel Segundo, y la serpenteante -y seguro que alambicada y florida- corte de testaferros que puedan seguir revoloteando, por ahí, más o menos escondidos, agazapados o quizá de hurtadillas, me parecen personajes del todo irrelevantes y prescindibles.

Lo importante debiera ser bloquear con urgencia todas sus cuentas corrientes, advertir, con absoluta firmeza, a La Caixa que el secreto bancario no existe, por ahora, en España, y concentrar, finalmente, todos los esfuerzos fiscales y de la brigada de delitos monetarios en la detención definitiva de la organizadora máxima –aunque no sé si única- de esta farsa a mitad de camino entre los juegos florales y los tinglados de la usura, de este monopolio de patria de rondalla, identidad de nivel C de catalán –qué menos- y de bajos fondos compartidos -y presuntamente repartidos, quizá, a la antigua usanza de los “gabellotti”-, en que UM convirtió su entorno social, empresarial y político. Es decir, entre unos y otros, casi toda la isla; de refilón o de lleno, de forma implícita o explícita, por acción u omisión, por pacto interesado o por inercia, amistad, apuro, indiferencia o sumisión, por estas brevas o por aquellas. Por casi todo lo que nos es dado imaginar y quizá, también, por lo que ni imaginamos. Que no puede ser poco, me temo. Ni mucho menos.

La labor, aunque pueda parecer ardua y dificultosa, debiera resultar bastante simple y sencilla. Las evidencias son tantas y tan abrumadoras, que habría que hacer un insólito ejercicio de autismo voluntario para no alarmarse ante su rumor continuo a escándalo, para no oír sus alaridos de crispación, su métrica inflamada de autosuficiencia, el descaro impertinente de quien se cree inmune, soberbia, en su cuidada pose, en su perfil de intocable, pese al temblor sofocante de las llamas, la asfixia del humo, el horror de las convulsiones y el caos alrededor, el desastre, la debacle, el hundimiento, las traiciones, el abandono, la sombra trémula de los calabozos que se avecina, la soledad última de quien se queda a solas y advierte que ya no es quien fue. Ni quien creyó ser. Tal vez, ese desengaño final sea el más doloroso de los castigos porque no hay dinero –ni voluntad de penitencia- para paliarlo. Y eso sí que le duele a este tipo de gente.

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viernes, septiembre 17

La noche de los comisarios

La Telaraña en El Mundo.

No tuve suerte, anoche. O no, al menos, hasta donde les puedo contar ahora, porque ya es muy tarde –el telón es sombrío, exiguo y quizá vidrioso, como de añil, absenta y fuego, como de remolino inquieto que se aproxima- y no debo demorar más la entrega de estas líneas si quiero que las lean. No tuve, no, la enorme suerte de tropezarme con los seis comisarios artísticos que el Institut Ramon Llull se trajo de Israel, Italia, Alemania e Irlanda para que vean –y para que aprendan, qué coño- cómo nos las gastamos por estos lares con nuestro anual botellón ebrio de arte y RRPP. Nada que ver con la lengua ni con sus abismos interiores, pero qué importa eso. Nada.

La Nit de L´Art resultó toda una muestra de civilización en éxodo. De aquí para allá, de una decadencia a otra, de un paripé a otro, aunque siempre haya excepciones. Creo.

Una de ellas anida en El Temple con la exposición «Tránsitos» de José Luis Pujol (Palma, 1966). Allí, en su universo repleto de círculos y celosías, de nudos y elipses tan remotas como familiares, la existencia se nos ofrece sin más territorio que la hipnosis del movimiento. Mal lugar, me temo, para que los críticos del IRL engorden su épica –y su liturgia- de la gran cultura catalana. Buen lugar, no obstante, para una dieta austera de realidad, que sólo busca afrontar su propio enigma y no, por supuesto, evadirse con el simulacro de la impostura nacionalista.





PD. Resumen de la Nit de L´Art. No sé quién es el autor (vale, es Bernardí Roig) de estas imágenes, un ejemplo de videoarte con alguna que otra connotación artística en la que ahora, sinceramente, no caigo, pero tampoco creo que eso importe, aquí y ahora, demasiado....


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lunes, septiembre 13

De los dioses ajenos

La Telaraña en El Mundo.


Quizá Dios sólo exista como experiencia personal. No es poca cosa, porque todo –incluido el arte, la ciencia, la retórica, la química, la filosofía, la biología nuclear, la apocatástasis postmoderna o la esferificación de las lubinas crujientes de Ferrán Adrià, con el abisal «Space Oddity» de David Bowie, qué sacrilegio, como música de fondo- son, tan sólo, lecturas de la realidad que nos abraza, con placer o con asfixia, día a día, cosas que nos pasan y nos dejan su pequeña o gran huella, su exiguo asterisco en la apretada agenda de la memoria, su punto y seguido en el tránsito, ese movimiento impreciso al que solemos llamar vida sin saber muy bien si lo es. Lo es. O eso creo.

Por ello, las opiniones de Stephen Hawking –aunque leídas, por ahora, desde la distancia y la interpretación ajena- no me escandalizan, alivian o apuran lo más mínimo. Al contrario.

El enigma de Dios –como el de todo cuanto no podemos describir sino con metáforas y elipsis, con palabras prestadas que buscan trascender su significado y evocar uno distinto y, quizá, nuevo- me parece tan familiar y próximo que poco me importa si existe o no. Y esta indiferencia –que es duda, además de turbación- es un bálsamo tan reparador que no preciso explicarlo. Para qué. Sería como apostar sobre si Antich recuperará los Archivos de Aragón, ubicar a la UIB en el ranking QS o reírle las gracias a Nanda Ramon. Algo absurdo.

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sábado, septiembre 11

Poema en el ABC Cultural

En la sección Uni-versos. Ha sido, realmente, una muy agradable sorpresa. Muchísimas gracias a Amalia Iglesias, vaya que sí.



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¿Vírgenes, puros y castos?



La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Está de acuerdo con la decisión de Bauzá de excluir a los imputados del PP de las candidaturas?


No. Desde hace mucho tiempo se repite la misma historia. Algunos cargos electos –aquí la locución indeterminada suele acabar siendo directamente proporcional a la cuota de poder alcanzada en el gobierno que resulte de las urnas y, sobre todo, de los pactos, esa sibilina lacra matemática, ese absurdo ético- acaban convirtiéndose, indefectiblemente, en imputados, primero, y en no se sabe qué, luego. A veces, en ciudadanos libres e inocentes, en reclusos con cierta clase, pedigrí y privilegios casi eternos o en simples anécdotas sepultadas, no por azar, bajo la losa infinita del olvido, la herrumbre, el silencio. Podría poner ejemplos, pero sería de un mal gusto horrible airear el pasado con una sucesión de nombres y apellidos que, de seguro, acabaría siendo morbosa; al menos, si lo que queremos, como sin duda procede, es que la corrupción –ese círculo con ardor piramidal- no vuelva a repetirse en el futuro.

Pero se repetirá. El círculo tiene en su propia naturaleza cerrarse (la pirámide, sin embargo, tiene otros vicios y otras manías, aunque lo que debiera brillar en su cúspide siempre esté envuelto en la niebla más densa), al igual que la tentación del que detenta algún tipo de poder, esa delegación por cupos, tan cómoda como democrática y poco inteligente, suele alcanzar límites insoportables que no todos, ni mucho menos, pueden vencer, anular voluntades, en principio, íntegras, y convertirlas en la simple voz de su amo, esa espectral mezcla de sumisión y fascinación compartidas. La erótica del poder, que decían los ilustrados, o así, de otras épocas tan parecidas a la actual, por cierto y por desgracia.

Con todo, la condición de imputado –aquí la ambigüedad, terrible, es una pesada carga que sólo puede confirmar o disipar el lento andamiaje de la justicia- resulta ser tan voluble y mutante que casi parece una especie de peste mítica, una lacra de la que nadie puede escapar, porque no está afuera, sino muy adentro, entre las volutas de la espiral genética, en el corazón tullido de la condición humana. Así, la idea de Bauzá de apartarlos del vía crucis electoral tiene la virtud de ofrecer a la sociedad algo similar a un jardín limpio de abrojos y otras malas hierbas donde empezar a retozar, vírgenes, puros y castos, la próxima legislatura. Sí, pero no. Tanta ingenuidad abruma. Más nos vale un montón de imputados conocidos que otro por conocer.

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viernes, septiembre 10

Paisaje con códigos

La Telaraña en El Mundo.

El tema resulta desagradable, bronco, ingrato. Es difícil aplicar el eufemismo de un código ético a una situación prosaica y, desde luego, nada filosófica, a una suerte de parrilla de salida donde la meta puede ser, quizá, el pódium metafísico del servicio público, como sugiere Jaume Font –portavoz del PP en el Consell y socio catalanista, me dicen, de la ubicua OCB- o el doloso trasiego de cargos y encargos a sueldo, el tránsito por entre las comisiones más abisales, el discreto encanto de aparecer en los medios y opositar a lo que sea, como sea. A todo. A diputado como a imputado. Y qué más da. Casi nadie recuerda, hoy en día, qué son los parónimos.

Pero el paisaje siempre ofrece otros perfiles a los que asirse para subsistir en la niebla sólida de una realidad que ya no se sabe si existe. Así, los hay que carecen de código alguno que les estorbe a la hora de plasmar sus jerarquías y la continuidad del vacío de poder en el poder, ese lugar vacío.

Pueden, pues, eternizarse en la práctica de las subvenciones como signo, nada inocente, de identidad. Podrán secarse, y para siempre, Ses Fonts Ufanes, pero no, nunca, el riego perene al catalán. Vale para todo. Para las televisiones locales, los consorcios públicos, los planes urbanísticos y la cultura pagada –ese féretro de la ética- con la venda en los ojos, la borra en las fosas nasales y no sé si la pluma en la mano. Me temo que no.

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jueves, septiembre 9

Tránsitos

Queda en el suelo el polvo centelleante, la bruma
apretada, la cal y la música. Queda el espacio
expuesto y vacilante, ansioso de huellas y golpes,
conforme, finalmente, con su destino de tránsito.

 
Me alegra que estos versos de mi libro El Bálsamo de la Indiferencia le sirvan a José Luis Pujol para introducirnos en el magnífico catálogo de su próxima, e inminente, exposición: Tránsitos.


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lunes, septiembre 6

Composición de lugar

La Telaraña en El Mundo.


Coquetear en exceso, aunque sólo sea hasta donde nos lo permite el pudor, con alguna que otra idea propia es una gran suerte que, sin embargo, puede acarrear, de vez en cuando, algún riesgo inesperado: quizá la posibilidad indeseada de algún malentendido perturbador y erróneo, el estropicio siempre molesto de la etiqueta fácil y gratuita y, también, en no pocas ocasiones, la rémora inútil, pero terca y exasperante, de los juicios a priori. Estar en contra de unos no significa estar a favor de los otros, sus presuntos adversarios. Pero tampoco lo contrario. Esa dialéctica carece de síntesis, de valor y hasta de sentido.

Hace tiempo que sé que la tierra de uno suele ser una especie de tierra de nadie donde se arremolina el polvo de las ideas, las huellas de su búsqueda, los restos del naufragio que acompañan su más que difícil captura y la posterior catarsis de su doma. Su ardua digestión, esa cirugía silenciosa, lenta y casi invisible.

Estoy hablando de ideas. Es decir, de algo contradictorio y también cambiante. Quizá etéreo, pero de apariencia firme. Variable. Puede que tormentoso. De algo leve y voraz que busca la armonía sin acabar de encontrarla nunca. De algo que no tiene fin. O quizá sí. De algo que concluye, como hoy esta columna, con la inquietud de no haber citado, aparentemente, a nadie y, a la vez, con la extraña certeza de haber aludido a casi todo el mundo. O eso espero.

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sábado, septiembre 4

La tentación de ser Dios

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Debe dimitir Nájera tras ser desautorizada por Antich sobre las demoliciones de Playa de Palma?


Sí. En «Salt», Angelina Jolie –tan espléndida como letal- atraviesa una autopista de seis carriles saltando de los techos de un camión a otro como si tal cosa. En «Inception», es DiCaprio –inevitablemente somnoliento- el que viaja de sueño en sueño como si la vida fuera una sucesión de sueños sin más pesadilla que la de despertarse en el sueño de otro y no en el nuestro. En «Mr. Nobody», la muerte ya no existe, pero el último mortal se debate entre sus recuerdos como si el discurso lineal del tiempo no existiera, salvo como último y fallido intento de justificar lo injustificable. Quizá la vida. O la muerte. O ambas.

Puede que esta introducción cinematográfica –acción, sopor y dialéctica, todo a la vez y todo por separado- les parezca ajena a la pregunta que hoy se nos formula, pero no es así. Margarita Nájera se siente la actriz principal y la heroína indiscutible –«Demolition Woman», la llamaba yo ayer- de una superproducción que, eso cree ella, puede hacerla pasar a la historia como la mayor de las arqueólogas, “deconstructoras” de ruinas, por supuesto, que en Mallorca han sido. Y seguro que han sido muchas. Poco importa que en los créditos figure Francesc Antich como director, porque eso es sólo una maniobra de distracción. Una exigencia del guión. Quizá el peaje del mercado. O la traslación a la realidad de la estructura jerárquica del partido. Tanto da, porque ella se siente el brazo armado de la ley, el tractor arrasador, la nueva diosa de la arquitectura social, del conductismo llevado al límite de regular la vida humana dictando dónde, por qué y cómo han de ordenarse las cosas.

Resulta obvio que la tentación de ser Dios no vive demasiado arriba, sino muy abajo, en el subterráneo oscuro y enrarecido de las pasiones y delirios poco menos que inconfesables. En la cloaca. En la mazmorra. En el antro sumergido de la ignorancia más séptica y angosta, en las entrañas de un infierno en llamas donde el lenguaje pierde todo su significado, se desgaja del nombre de las cosas y se enquista en el silencio y la tozudez demoledora de los mensajes contradictorios y diletantes. Sobre todo diletantes. Suerte que todo tiene su terapia, aunque ya sea tarde para una cura total, pero no para un exilio a tiempo. Nájera debiera aprender a conjugar el verbo dimitir. Y no todo. Le basta con aprenderse el presente de indicativo y obrar en consecuencia.

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viernes, septiembre 3

«Demolition Woman»

La Telaraña en El Mundo.

Como septiembre se me antoja, desde siempre, una suerte de renacimiento tras el inocuo descanso agosteño, esas vacaciones forzadas, y quizá forzosas, en un limbo artificial de sol y ausencias, lo celebro alternando la lectura de una edición bilingüe, en latín y castellano, por supuesto, de «Sobre el decoro de la poética» del renacentista balear Antonio Lulio (hacia 1510-1582) y sus prolijas digresiones sobre el orden que debe regir la retórica, la filosofía y, en definitiva, el pensamiento y la vida, con el caos infumable que empieza a inundar los titulares diarios con el regreso de la actividad política y la repetición ebria e inmisericorde de los mismos tópicos e iniquidades. Nada que ver con el decoro, por cierto.

Pero sí, quizá, con los juegos malabares. Sólo así se entiende, por ejemplo, que los planos de Nájera alimenten los más diversos espejismos según cuando nos adentremos en su misterioso enjambre de realidad virtual.

Así, lo que en un primer instante iba a ser una zona residencial se convierte, al ojearlos de nuevo, en una zona de ocio nocturno digna de la película porno que intitula estas líneas, quizá en un convento o en los aledaños cibernéticos de un vergel en mitad de parte alguna. No extraña, pues, que Antich la desmienta. Lo malo es no poder saber a qué versión exacta, de entre tantas demoliciones como aparecen y aparecerán, se refiere. Pero eso no lo sabe ni él.

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jueves, septiembre 2

agitadoras punto com

Ya salió el número de septiembre de Agitadoras. No os lo perdáis.

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