LA TELARAÑA: El deber de la crítica

viernes, junio 4

El deber de la crítica

La Telaraña en El Mundo.



Si crear y destruir no fueran actividades tan sincronizadas y similares, en su razón de ser y en sus efectos, dejaría de criticar cuanto acaece alrededor. Quizá cedería al lujo del silencio o la inercia relativa del todo vale, o puede valer, quién sabe, rindiéndome a la ceguera del ojo pío, simple, que siempre prefiere que suceda algo –lo que sea: una levedad o un instante echado a perder- a que no suceda. Ah, el temblor y el éxtasis, el aquelarre de los mitómanos.

Pero no. Callar convertiría el juego ajeno en propio. Y hace tiempo que ya no juego en equipo ni le relleno las papeletas a nadie. Por eso me aburre el montaje anual de Biel Mesquida y su liturgia mediterránea de lenguas y poetas teledirigidos, con su arsenal de versos como si artefactos de paz. Nada menos. Esa propaganda -y el error conceptual de su paz, teatral y relamida- nos sale cara, porque ya hay, en Palma, quien oficia el ritual del misterio, como Antonio Rigo y su «Último Jueves», sin subvenciones ni petulancias. Qué de curvas que tiene el camino.

Muchas. Ayer, alguien me pidió o exigió, a gritos, un instante. ¡Un instante! Le hubiera dado cualquier cosa, pero no este instante –o aquél- que ahora evoco para recordar que el domingo se presenta «Una pátina de verdad», el nuevo poemario del mallorquín, y quizá mediterráneo, Javier Jover. Con él casi concluye la Fira del Llibre. Y siempre está bien lo que bien acaba.

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