LA TELARAÑA: enero 2010

sábado, enero 30

El crepúsculo de los dioses

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿La elección de Melià como presidente de UM supone el fin del munarismo?


. Es bien sabido, desde siempre, que todo lo que puede empeorar acaba empeorando. Así, bajo la amenaza etérea -pero judicial y hasta presidiaria- de este implacable axioma, es como se construye el futuro: de mala manera; es decir, con prisas y urgencias, con el aullido intermitente de las sirenas al rojo vivo y la huida enloquecida de los actores por entre el decorado en ruinas de una película a la que le llegó la hora amarillenta del abandono, de la sucesión, del adiós. Ahora toca pagar a la Sociedad General de Autores. Toca cambio de protagonista y, también, de guión. Toca airear el calabozo del pasado (y las mazmorras del presente) y desinfectar su alfombra roja de cadáveres políticos con olor a insecticida, a sudor reseco, a maquillaje caducado, a aliento ácido de un Hollywood rancio y enmohecido que ya sólo existe en la retina desquiciada de María Antonia Munar, en su triste papel de vieja actriz empeñada, contra natura, en seguir ejerciendo de mujer fatal ante el auditorio desencantado, frío y como ausente. Se apaga la luz. Amainan las candilejas. Cae el telón y se hace el silencio y quizá la noche.

Pero no se va a acabar aquí el espectáculo. Faltaría más. Ya redoblan los tambores, se encienden las antorchas y gruñen los imputados -algunos más que otros- como fieras en celo. Unió Mallorquina ya tiene nueva cabeza visible en Josep Melià. Es joven y con estirpe, pero ya peina canas. Todo un presagio.

Sus primeras declaraciones nos confirman -vaya por Dios- el axioma con el que empezaba, de forma traviesa y algo descuidada, estas líneas. Quiere potenciar ideológicamente a UM. Resultará glorioso ver cómo toda una red virtual de intereses económicos, empresariales y monetarios -la red es virtual, el dinero no- adquiere, además, la seriedad que se le presupone a una ideología común a modo de engarce, de engrudo, de ungüento mágico de cohesión, de pretexto para seguir medrando, usurpando el poder e incorporando, a poco que pueda, nuevos cadáveres a su letrina. Ahora toca más nacionalismo y por lo tanto, más acoso y derribo lingüístico, más multas al comercio, más recortes a la educación, al arte y a la libertad, más impuestos revolucionarios en pos de una etnia pura, saludable y catalana. Más leña para una hoguera que arde como si fuera incombustible. Igual lo es. Prepárense para el redoble de la náusea. Y para soportarlo, si pueden.

Etiquetas:

viernes, enero 29

El sacrificio cero

La Telaraña en El Mundo.



Hay días en que uno se descubre, como por asalto, inmerso en un reseco erial sin otra salida -al menos, digna- que el silencio, la cautela, el aislamiento y la reflexión ante las oblicuas aristas de la realidad. Pero también hay días -qué alivio- en que sucede lo contrario: las puertas del discernimiento se abren de par en par y asemejan surtidores instintivos de proyectos e ideas, fuentes milagrosas donde el mundo se renueva sin dejar de ser el que siempre fue. Conviene tomar buena nota de esos estados de ánimo. De ambos. El silencio que sigue a un trueno puede ser tan ensordecedor como el de la respuesta a una oración, si no más.

Pero a lo que iba. Mientras yo puedo, si las ideas me rehúyen, refugiarme en la perplejidad -o en la ironía, la desidia y otras suertes comunes- los políticos han de fingir, de prestado, su inagotable filón creativo, la novedad iniciática de su pleonasmo, su lenitiva vocación de enormes manipuladores. Gente de acción y recursos. Ya se sabe.

Así, pues, no extraña que Miquel Ángel Llauger, la sonrisa verde de un cactus en el desierto de la inteligencia, desee prohibirnos las corridas de toros, la doma de fieras en los circos, el tiro al palomo y no sé cuánta prosa más. Quiere el «sacrificio cero» de los animales. Perfecto. Ese mismo sacrificio cero se lo exigiría yo, a la clase política, para con la sufrida ciudadanía. Pero es sólo un por decir. Que conste.

Etiquetas:

lunes, enero 25

El trébol de la educación

La Telaraña en El Mundo.



Conviene familiarizarse con las cartas de la baraja antes de jugarlas y lanzarse como un suicida -o un tahúr- tras la que más nos guste, la que nos permita arrastrar o envidar, la que nos sirva, a modo de comodín milagroso, para cerrar de la misma forma un póker que una escalera real. Toca, pues, demorarse en lo que muestran pero también en lo que ocultan, para aprender, así, cuanto se pueda de ellas. Suele ser muy poco, es cierto. En la mesa siempre hay quien usurpa la banca y no nos resulta fácil ganarle la mano. Quizá sea una cuestión de estilo.

Por eso he repasado, con ánimo descreído y curioso, la larga lista de planes y objetivos que deberá trillar el consejero de Educación, Tomeu Llinàs, para obtener un Pacto de Estado que satisfaga igual a tirios que a troyanos. Aquí los tirios son el PP y el PSIB -ambos con su bipolaridad a cuestas- y la UPyD y la mayoría de sindicatos y federaciones de padres. Los troyanos son, sin dudarlo, las hordas del STEI-i, que no por azar creen tener la sartén por el mango. Quizá la tengan. Se les nota.

Sólo ellos -por lo visto- quieren «hacer de la lengua catalana el eje vertebrador del sistema educativo de Baleares», así como repartir, equitativamente, los emigrantes entre los centros públicos y los privados. Será para que no contaminen en exceso. Lo mismo hubiera hecho Goebbels -por citar alguien facilito que, de seguro, conocen- con los judíos.

Etiquetas:

sábado, enero 23

La cuadratura del cisma

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que el congreso ocasionará un cisma en el PP de Baleares?




. Pero para hablar de cismas -y más si se trata de abordarlos en casa ajena y desconocida- hay que andarse con pies de plomo y tantear antes, con suma atención y prudencia, el trasunto completo del paisaje, sus aristas ocultas y su orografía sumergida, no vaya a ser que nos topemos con algún simulacro de Iglesia y, allí mismo, en la sacrosanta piedra fundacional de su Becerro de Oro, ese espejismo, tengamos que enfrentarnos a un muro simulado de las lamentaciones o a una imaginaria pila bautismal donde unos y otros quieren repartir, a destajo, sus credenciales exclusivos de fe y hasta, si se les deja hacer, los eventuales pasaportes políticos cara al futuro electoral -esa entelequia, al parecer, tan bien remunerada- sin que el gatuperio sirva para otra cosa que para sumergirse, de por vida, en el infierno en llamas de la confusión y el caos.

El asunto, pues, no tiene fácil diagnóstico, porque no es lo mismo pretender ser un cismático cuando los demás te tienen por un hereje de toma y daca, un apóstata de cuidado, que aparentar poseer un ánimo ortodoxo y sereno cuando la heterodoxia la llevas impresa en el alma, dibujada en la frente y quién sabe si también colgada, y no como una rueda de molino, sobre las espaldas. Cuánto pesa ese dedo acusador.

Pero ahora, cuando los clarines ya han anunciado, desde las alturas celestiales de la calle Génova, el visto bueno a un Congreso Extraordinario abierto a las opiniones de los 18.000 afiliados al Partido Popular en las islas y hasta el propio José Ramón Bauzá le ha puesto fecha -el 6 de marzo- al evento, es cuando empiezan a vislumbrarse las maniobras orquestales -el poder tiene sus cúpulas y tiende a guardarlas muy celosamente- en busca de la unidad monolítica de una candidatura única que trueque -sin que se note mucho, por supuesto- lo que parecía querer buscarse, es decir, la clarificación de ideas a través de la confrontación y la divergencia, la policromía de la luz común en base a sus destellos personales, por el triunfo, en definitiva, de la mediocridad consensuada para que todo siga igual aunque parezca lucir distinto. Qué va. Para este errático viaje mejor no hacer, siquiera, las maletas y más aún: si, para preservar la inteligencia y la libertad individuales frente a la estulticia del aparato, hay que hacer otra cosa -y quizá haya que hacerla- bienvenido sea el cisma. Y el futuro.

Etiquetas:

viernes, enero 22

entre libros y amigos







Ayer presentamos en la Librería Literanta mi Tratado de las cosas sin nombre. Pocas veces una presentación derivó con tanta rapidez en un exigente coloquio, primero, y en una divertidísima y delirante tertulia, después. Gracias a todos y muy especialmente a Javier Jover, por su entusiasta e incondicional apoyo.

Y esto es, más o menos, lo que entre idas y venidas, preguntas y respuestas, bromas y veras, risas, cigarrillos, improvisaciones y hasta lecturas de poemas acerté a decir (obviamente hay una parte que ya repetí en Valencia, pero es que el libro era el mismo;-)


Muchas gracias a todos. Vuestra presencia es la que da algún sentido a este acto y ya se verá, o no, si conseguimos convertirlo en algo sin nombre o en algo con muchos nombres y además, muchos, muchísimos, adjetivos... quizá en una celebración litúrgica, una catequesis afterpop (que no sé qué es, pero sí sé quién puede explicármelo), el ritual subterráneo de una invocación de espíritus, un sesión sadomasoquista, una farsa circense o taurina, un evento olímpico, una tranquila tertulia sigilosamente oculta tras las cortinas quietas de una habitación ajena al mundo, una representación de soledad y misterio, de prosa y poesía, de tumulto y de silencio: el silencio humilde de la siempre prescindible presentación de un poemario tan silencioso como este. En fin, en lo que sea, en lo que será.


Podría (al margen de la imprescindible presencia de Javier Jover, porque sin editor ningún libro sería posible) haberme exigido hoy, aquí, -y debo admitir que tuve esa tentación- la presencia de algún presentador de postín, de premio y de suplemento cultural, algún personaje con talento mediático y con el suficiente poder de convocatoria -en la línea, postpoética o no, de los músicos y artistas en general de la SGAE, antiguamente bufones de la corte y hoy, al parecer, sus subvencionados más fieles e ilustres- como para convertir este encuentro en una réplica multitudinaria de, por ejemplo, las espantosas pero suculentas verbenas que se celebran estos días en Palma y que hoy nos tienen, quizá, con el estomago algo más encogido que de costumbre y con las ojeras mucho más resplandecientes. Podría... pero finalmente desistí. Este es, quizá, mi libro más personal y definitivo y, por ello, asumiendo (contra lo que sugería, quizás, el título de mi anterior libro) que el desencanto es un bálsamo incluso más poderoso y sincero que la indiferencia, preferí quedarme a solas con él, con su tinta o pasión impresa y con los versos de sus páginas, con él y, por supuesto, con vosotros... mis hipócritas lectores, mis semejantes, mis hermanos, para intentar responder a todas las preguntas -y no tendrían que ser pocas, o eso espero y deseo- que este libro debiera despertar en vosotros como en cualquier lector más o menos atento o distraído.

Con todo, haré un breve inciso, para contaros que en Noviembre sí creí oportuno dejar que «Tratado de las cosas sin nombre» tuviera su dosis mayúscula de cariñosa erudición. Ello fue posible gracias a la generosidad del escritor, ensayista, internauta y, a su vez, catedrático profesor de la Universidad de Valencia, -nada que ver con la UIB-, Justo Serna, que, sin yo siquiera pedírselo -no, al menos, de forma explícita- quiso y pudo y supo ponerme ante un nutrido auditorio que, al margen de su composición, representaba para mí, metafóricamente, enfrentarme a un pasado tumultuoso y caótico del que, quizá, aún no me he recuperado del todo. Por eso presenté este libro en Valencia antes que en Palma. Porque cada vez que regreso allí sé que recupero parte de mi biografía, la de unos años universitarios que pasaron muy rápidos y jóvenes. Unos años que, a fin de cuentas, no sé si fueron fértiles o funestos; unos siete u ocho años vividos a una velocidad tan salvaje que todavía hoy, ahora, no he sido capaz de digerirlos por completo. Por eso volví, allí -y también vuelvo, ahora, aquí-, para ver si consigo retomar el pulso a esos días de fuego, vértigo y biografía que resisten al paso del tiempo y ya no sé, ni quiero saber, si pertenecen al pasado, al futuro, o como en realidad intuyo, a ese estado fuera del tiempo -o sin tiempo- al que llamamos, quizá sólo para entendernos, presente. Un lugar con trama compleja, con nudo extraño y con desenlace, en realidad, muy simple. La desaparición fulminante y sucesiva.

Bien, como algunos de vosotros ya sabéis, es muy cierto que no me gusta nada en absoluto hablar sobre lo que escribo. Por eso lo escribo, me digo siempre, añadiendo que no puede haber nada más silencioso que una cuartilla de papel. ¿Silenciosa la cuartilla de papel? Pues no estoy muy seguro. Quizá una de las trampas más (indigestas y) pesadas de la literatura sea tener que insistir, una y mil veces, en reinterpretar lo que ya es, en sí mismo, pura (y simple o compleja) interpretación. Viene a ser algo así como realizarle la autopsia al cadáver de la realidad y no conformarse con su visión -la visión en movimiento de su descomposición, ese estado transitorio en el que vivimos (¡que eso es la vida y no deberíamos olvidarlo!) sino que parecemos sentirnos obligados a recrearnos en ella (la visión de la vida, de la obra o del cadáver) como si no fuera definitiva. Lo es.

Nos empeñamos, pues, en simular que el bisturí podrá encontrar otras vías donde abrir otros canales y escarbar en ellos y seguir escarbando, hasta dar con el hueso de las cosas, y conseguir entonces, al fin, que el hueso de las cosas (o la médula de los días), desafine ante nosotros como nosotros también desafinamos en su interior, habitándolo como vulgares inquilinos con supuesta cédula de propiedad, usurpándolo, pervirtiéndolo, dándole, así, sentido (eso decimos y hasta, quizá, después de pensarlo mucho y de pensarlo bien... pensamos cosas muy curiosas y divertidas).

¿Qué significará, al cabo, dar sentido a lo que, lo tenga o no, no lo necesita? Porque no parece que la realidad necesite de algún sentido en sí misma... salvo en nosotros. Entonces sí. Sucede, entonces, que es nuestra propia debilidad la que queda, aquí, ahí y en todas partes y siempre, reflejada y puesta en evidencia. Quizá nos duela admitir que somos seres inacabados incapaces de aceptar (o asumir) que algo pueda ser, simplemente, lo que es, sin los problemas de otredad que tanto adornan nuestro espíritu y que tanto, a su vez, nos exilian del mundo.

Ese exilio es el lenguaje, por supuesto. Me refiero al territorio de todos y de nadie, ese paisaje en llamas, al que llamamos lenguaje (sí, lenguaje… y además lo utilizamos con la intención de ordenar el caos, el caos que, pese a nuestros esfuerzos, siempre nos sobrevive, porque a fin de cuentas, nuestra vida no da para tanto, sino para casi nada).

Ahora podría hablar del oxímoron y hasta parodiarlo con alguna que otra pirueta verbal. Deshacer el camino en sentido contrario. Volver al punto de partida y decir entonces con tono triunfal: aquí todo comienza de nuevo. Pero no será así, porque no hay camino que desandar. Se deshace solo mientras creemos hacerlo... caminando. Esta aseveración debe de ser cierta porque no podemos verificarla. No queremos quedar petrificados como la mujer de Lot (cuyo nombre no sé y las Escrituras, creo, no citan)

Llegamos, pues, a las cosas sin nombre, de las que se supone que trata este Tratado poético e irónico, este entramado de voces y versos donde sólo se habla de lo que no puede hablarse y donde, además, resulta imposible perderse porque no se trata de ir a ninguna parte, sino, tan sólo -¡tan sólo!- de disfrutar del viaje.

El viaje. No hay viaje sin guía ni plano. Aquí el guía sólo sabe que el plano está incompleto, que le faltan coordenadas y le sobran adjetivos. Nos adentramos, pues, elípticamente, en una elipsis. Qué gran lugar para ir, sin embargo, descubriendo cosas. ¿Qué otra cosa podría desear un poeta? Y mucho más un poeta elíptico, como yo. Esto es Jauja.

Creo que mi poesía, formalmente, reproduce la realidad. Imita su complejidad o su sencillez, reproduce sus formas, a veces voluptuosas, tenues, oblicuas o vacías. Y es posible, quizá, que tras esa voluntad de imitación se disfrace el afán de búsqueda y conocimiento. (Puede ser, pero no estoy seguro) Sólo estoy seguro de que la imita porque no la entiende, porque la sabe desconocida y quiere -necesita- comprenderla, disolverse en ella, esconderse en ella y palparla desde dentro, para ser como ella, para ser ella misma, ser ella sabiendo que eso le resulta, literalmente, imposible. La imitación se convierte, pues, en una parodia y quizá en una tragedia.

Pero en este libro no hay lamentación ni condena alguna. Sólo hay un paisaje -a ratos desolado pero siempre familiar- donde todo lo que acontece, acontece en el interior mismo de la existencia. No hay lugar para -ni nostalgia de- todo aquello que ocupa y preocupa a los que Nietzsche llamó, con lucidez cegadora, «los alucinados del trasmundo». En definitiva, todos y cada uno de nosotros en algún que otro, supongo, buen o mal momento de nuestra existencia.

En el epílogo del «Tratado de las cosas sin nombre» lo explico, aunque sea de otra manera. Escribí ahí, más o menos:

Este libro –ya abandonada la mitad estadística de la vida pero no, nunca, la mitad alegórica del camino, ese indescifrable lugar poético- culmina los que le precedieron para, sin agotarlos del todo, intentar rebuscar la soledad a través del tumulto, el silencio en la algarabía, el conocimiento en la incomunicación más absoluta. La realidad como origen y, también, como único objetivo poético posible me ha dejado, a solas, atravesando las irregulares dunas de estos versos, en la comprometida impostura médica de tomarle el pulso al presunto paciente. Su diagnóstico o su curación –ambas circunstancias, por igual- quedan fuera de mis intenciones. Sólo me importa su lenguaje, su modo de latir, su ritmo, su palabra intermitente, la prueba neutra y desinteresada –tal vez, contra natura- de su existencia.







Etiquetas: , ,

El poder del ombligo

La Telaraña en El Mundo.



No bromeo. Cada día que pasa me siento más País, más Nación y hasta más Estado. Tengo mi propia lengua y, además, no me la muerdo nunca. Tengo, también, mi propio territorio, con sus fronteras y cañadas, sus arrabales asépticos, sus fosas éticas y sus vistas, a menudo, prodigiosas, su peaje más o menos consciente al paso marcial del tiempo y sus achaques, el lento diagrama de la decrepitud marcando una discreta línea quebrada con puntos rojos, verdes, áureos o azules: todo el arco iris a mi entera disposición dejando entrever los instantes de placer o dolor, de memoria u olvido, de sueño, de alegría, de ternura, de soledad, de silencio.

Tengo, además, mi propia Constitución, más fornida y resuelta cuanto menos la pongo a prueba. Y hasta mi propio Ejecutivo que, aunque algo voluble -a veces se deja embaucar por cualquier deseo pasajero- sí acude en mi ayuda cuando más lo necesito. Ahora, por ejemplo, entre estas líneas -aparentemente herméticas- que escribo para expresar lo que, aún, ni siquiera imagino.

Resulta agradable dejarse llevar por las palabras y su música. Convertir al lector en el único cómplice de la danza y en el único artífice de su desenlace. Por eso, hoy, no me referiré a la actualidad exterior. Desde que soy País, Nación y hasta Estado -huelga decir, que muy independiente y, por supuesto, soberano- sólo me interesa el inmejorable aspecto de mi ombligo en el espejo.

Etiquetas:

lunes, enero 18

Presentación En Literanta


Etiquetas: ,

La orgía sostenible

La Telaraña en El Mundo.


Acabo de saber que las Fiestas de San Sebastián, que empezaron el sábado y durarán hasta que el AtiarFoc acabe, o no, lacerando las vidrieras de La Seo, son el fruto orgánico y social de la fértil y bien preñada participación ciudadana. Lo dice Grosske en su blog y habrá que creerle, porque califica los criterios de su programación -lo que hace la euforia- como "el elemento nodal del cambio político en materia de fiestas populares". Ni más ni menos.

O sea, que ya me veo lanzándole las obligadas flores a la comitiva plural que tanto se desvive por nuestro desenfreno, por nuestro botellón de cada 19 de enero, y, en suma, por la feliz resaca que el monumental orgasmo -y sé que me quedo corto- nos deparará cuando la cosa alcance su clímax. ¿Cuándo? Estamos en ello.

Así, pues, con su folklórico pregón sobre el tablao de Cort, la inigualable Terremoto de Alcorcón ya empezó a subirnos la fiebre orgiástica. No sé si la eligieron los socios de las peñas blaugranas, los de la peña taurina de la UIB o ambos, pero qué importa eso. Nadie recuerda unas fiestas por su pregón, sino por su caos emocional, su comunión étnica con las tradiciones que tanto dicen definirnos y, en definitiva, por la transgresión absoluta de los estrechos límites impuestos, paradójicamente, desde las propias alturas municipales. Yo, de ustedes, carbonizaría los butifarrones y sobrasadas a su salud. Y que les aprovechen.

Etiquetas:

sábado, enero 16

La ciudad de los horrores

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Debe aprovechar el Govern la paralización de Son Bordoy para reducir las viviendas?


No. El lugar en que vivimos -llamémosle la ciudad, el barrio, el ático, la parcela, el lodazal, la chabola, el zulo, la cueva, el nicho o, en definitiva, la tierra- es, desde siempre, el campo de batalla y el sitio físico del asedio, la demostración más palpable de que algún gen con aires de dominación y arraigo nos arrancó del orgulloso y altivo nomadismo para convertirnos en risibles propietarios feudales de algo que, por lo que fuere, se nos deshace como polvillo de nieve o nada entre las manos. No hace falta que sobrevenga un terremoto haitiano, con su correlativa sucesión adjunta de tsunamis y su infinita y macabra contabilidad fúnebre, para darse cuenta de ello. Tampoco es preciso perderse -no, al menos, aquí y ahora, no hoy- por los arrabales de la perversión ni recabar, como por sorpresa, en el histórico afán territorial de los nacionalismos, esa ideología primitiva, tribal y depredadora. Hoy -ya lo dije- no quiero caer y ni chapotear, siquiera, en la escatología soez y subterránea de las aguas muertas. Sus moradores me importan muy poco. O nada.

El problema está en otra parte. El paisaje se nos está derrumbando -si no es ya pura ruina- con su alud de aristas catastróficas y volúmenes insostenibles, su red obcecada, pero transparente, de barbarie, no sólo consentida sino, también, promocionada. Basta con echarle un vistazo y observar, como por descuido, el horror pétreo de la actual colmena, constatar su deterioro, advertir su camaleónica sumisión a los sucesivos planes urbanísticos y palpar, aunque sea con desencanto, su eterno peaje hipotecario al oleaje de la especulación inmobiliaria y al pésimo gusto estético, en fin, del dinero por sobre todas las cosas.

No me siento hoy -ya lo dije- con ánimo de escarbar más allá de lo obvio. El Govern se ha mirado en el espejo y se ha horrorizado con su propio aspecto de constructor enloquecido. Ahora le toca variar el recuento y suavizar el perfil. Hacer contrición. Evaluar opiniones. Contabilizar viviendas y catastros. Arremangarse la camisa de fuerza y redefinir, si sabe, los objetivos. El parque urbano ya está repleto de pisos vacíos que buscan un comprador que, al parecer, no existe. En Son Bordoy, por lo tanto, no se trata de reducir viviendas. Se trata, más bien, de hacer otra cosa. Tengo en mente algunas maravillas, pero no soltaré prenda. A ver qué se les ocurre a esos genios.

Etiquetas:

viernes, enero 15

Esto es Cotiledonia


La Telaraña en El Mundo.


Iba a escribir sobre ya no recuerdo qué -quizá sobre esa panda de creadores que no distinguen entre original y copia y no reconocen más propiedad que la usura de un intelecto que nunca fue tan privado, ni sostenible, como ellos quisieran o sobre la amnesia selectiva de los testaferros de Munar (o de los que pronto avistaremos revoloteando Son Bordoy) como metáfora de la amnesia sideral de la legión de testaferros que en este mundo han sido, son y serán- cuando caí en cuenta de que, el miércoles, no asistí a la proyección de «Péndulo», el documental sobre Cristóbal Serra, que han producido L'Encant, Perifèrica y Reikiavik, gentes de por aquí, creo. ¿Imperdonable? No estoy muy seguro.

Hay olvidos que, sin ser voluntarios, tienen su propia razón de ser. Me unen demasiadas cosas a Tófol y a su obra como para preocuparme -¡ahora!- de lo que sobre él se haga o diga, cuando tan poco se hizo o dijo cuando más se debía. Es decir, hace quince, veinte, acaso treinta años.

Por eso acabo de releer la entrevista que le hice en 1984 -y que publicó, a doble página, este mismo diario cuando aún era El Día de Baleares-, la media docena de reseñas que le habré dedicado desde entonces y hasta los apuntes que guardo de las tardes lentas que pasamos, en su casa de Vía Argentina, encerrados con la literatura como único juguete. Sobre esas notas no diré nada. Por supuesto. Yo también nací en Cotiledonia.

Etiquetas:

lunes, enero 11

El apagón analógico

La Telaraña en El Mundo.



Es posible que hoy, al filo del mediodía, su televisión se quede como desangelada y vacía, desarmada e inútil como un vigía ciego escrutando el paisaje a través de una infernal borrasca de nieve. No tendrá a su alcance, entonces, más vistas que las de un telón de píxeles fundiéndose en la nada. Pero no se apure. Aunque la experiencia le pueda parecer nueva, no lo es. El mundo no desaparece porque usted deje de verlo. Ni al contrario. Y además, igual le conviene tomarse unas vacaciones, darse una tregua de tanta realidad a dosis forzadas o, quizá, dársela, es un por decir, al mundo. ¿Por qué no?

Lo mismo hacen los recuerdos en nuestra mente. Se transforman. O las células al renovarse sin pausas. Se suceden. Lo mismo hace la vida -reemplazar lo viejo por lo nuevo para que la escena no cambie- con su rosario de grandezas y miserias que, en realidad, son siempre la misma cosa. Una exhibición vana. Un espectáculo prescindible. Algo que pasa y se olvida, aunque deje, a veces, su huella o su herida.

No importa, pues, que corra a por un descodificador digital. Ni que se conecte a Internet o a su página en Facebook para cerciorarse de que sus amistades le siguen siendo fieles. Ahí siguen y ahí seguirán hasta el fin de los tiempos. Sólo preocúpese si, por algún curioso motivo, añora -más allá de un mohín nostálgico- el Canal 33 o el Súper 3. Si es así, hágaselo mirar. Podría ser algo grave.

Etiquetas:

sábado, enero 9

Pedid y se os dará


La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que la normalización lingúistica debe ser, en tiempos de crisis, la única actividad que incrementa la cuantía de subvenciones y ayudas directas en detrimento de otras áreas?



Sí. Anteayer, apareció Antich frotándose las manos para anunciarnos -¡oh, aleluya!- que dispone de dinero para generar no sólo empleo y bienestar social, sino también una especie de orgía colectiva que convertirá 2010 en el año en que vivimos peligrosamente. Que así sea. Lo malo es que quiso refrendarlo parapetándose junto a Carles Manera y su habitual posado gris, severo y frugal, sus manos quietas y juntas como dos cirios o dos clavos, su sonrisa canosamente miope y, en el fondo, la sombra oscura y quizá fúnebre de un gran resquemor: el duro peso de la realidad que otros cargan -y él consiente- sobre sus ilustrados hombros de economista solitario. La realidad pesa muchísimo y toda de golpe aún pesa más. Pesa lo indecible.

Pero igual cree Antich que Manera no es alguien corriente. Quizá no lo sea. Atesora un currículo de exactamente treinta páginas floridas -según comprobé en la web nutricia de la UIB- y eso no es ninguna tontería. Son treinta páginas de lustre y lastre, de proyectos e ilusiones, de sueños cumplidos o no, de éxitos y fracasos. Mucha realidad ha pasado por sus manos quietas y juntas y mucha, también, se ha posado sobre sus hombros. Mucha realidad y no poca ficción, por supuesto.

Pero vamos, ahora, a hablar de ficciones o realidades (si es que no son lo mismo). Jamás pediría una subvención por escribir en castellano. Tampoco por ser varón, heterosexual o nacido en estas islas. Hay, de seguro, desgracias mayores. No la pediría, ni aunque la sordera me acabe convirtiendo en la sonora metáfora de una tapia. Nunca pediré nada por ser como soy y la verdad -casi que lo reconozco- es que hago muy mal.

El Govern está para paliar, precisamente, nuestras carencias. Pedid y se os concederá o algo así o peor. Esa es la liturgia que celebran, a destajo, la OCB, las tropas animalistas de la lengua propia, las hordas del IEB o el Ramón Llull, las falanges de cualquier lobby independentista, las legiones de famélicos por la Lengua, las cédulas infiltradas de la UIB, las Asociaciones de lo que sea pero en catalán. Todos ellos han encontrado en el Pacte -igual en Cort, Consell que Govern- la munificencia infinita de quienes, al no distinguir entre realidad y ficción, ni saber qué hacer con el dinero, lo reparten como si fuera suyo y no nuestro. En realidad, ya es suyo. Se lo dieron. Y este año más. Que no decaiga. Esto es Jauja.

Etiquetas:

viernes, enero 8

Invasores a sueldo

La Telaraña en El Mundo.




Las raíces tienen voluntad tentacular y padecen espasmos -la vida se agarra a la vida y se retuerce hasta alcanzar la savia, la sangre, la tierra o el aire- que las obligan a recrear formas tortuosas, como de pesadilla necrófila, a través de los más oscuros remolinos subterráneos o aéreos. Uno no debería fijar sus señas de identidad en una sinéresis tan banal como soez. En realidad, nadie debería fijar su residencia ni un palmo más allá de su propio cuerpo. Ni en su cerebro. Hay peligro de intoxicación, de desembarco ajeno, de invasión y desahucio.

Aquí la invasión es ya un hecho. Su contabilidad debiera agitar la conciencia del Govern (si la tuviera) pero, en su defecto, nos revuelve el estómago y nos hace creer que vivimos bajo el yugo de alguna potencia mayúscula empeñada en la sublime idiotez de ocupar el espacio con algo vacío y sentirlo lleno. Esa digestión emana gases mefíticos.

Por eso, cuando la crisis nos deja sus astrosas cifras de fin de año, al Govern, Consell o Cort, se les revientan, por triplicado, las costuras del ahorro con la incontinencia de la normalización lingüística contra viento y marea. La nave invasora -capitaneada por la OCB, la Fundación Llull y sus marines: Jóvenes, Músicos, Escritores y náufragos en general por la Lengua- se parece a esos platillos volantes de serie B que dicen venir en son de paz y a la que pueden nos devoran. Ya oigo sus regüeldos.

Etiquetas:

lunes, enero 4

sin trampa ni cartón pero con sorpresa

Ayer, domingo, entré en el Corte Inglés (de Jaime III). Ese es el único estante (en el centro de las Avenidas ya ni eso) que dedican, actualmente, a la poesía... . Pero ahí estaba. Un milagro.



Etiquetas: ,

Vuelta a empezar

La Telaraña en El Mundo.



Días atrás me alegró y entristeció encontrar al amigo David Torres en una tertulia nocturna de Intereconomía. Me alegré por verle y por oírle, también, un par de opiniones sensatas e irónicas (que suscribo) pero me mortificó, o quizá me abrió, aún más, las puertas del desencanto, el entorno en que se hallaba. No se puede atacar la zafiedad de Zapatero, que eso pretendía el programa de marras, con la exhibición musculosa y terca de otra zafiedad idéntica, si no peor, aunque de signo (qué signo, cuál) opuesto.

Será que añoro la inteligencia y que su destierro de la vida pública se me antoja insoportable. Será que olvidé que la inteligencia es sólo una virtud individual y no colectiva. Será que lo supe desde siempre pero que nunca acabé de conformarme. Será eso o será lo contrario. Tampoco es que importe demasiado.

Luego llegó, verbenera y prolija, la Diada de Mallorca, la auténtica Diada Independentista o la farsa oficial de las ofrendas florales. Todo muy junto y revuelto. Un buen pretexto, sin duda, para que el nuevo nazismo -digo nuevo y hay que ver lo viejo que es- salga a la calle a quemar banderas o izar paños, sin que me afecte un ápice cuáles son sus colores, su legitimidad o su afrenta. En esa hoguera coyuntural (como en su borrasca de estilizadas esvásticas) sólo se abrasa y dispersa el lento fuego de la necedad y la intolerancia. Pero ya estamos en 2010. Vuelta a empezar.

Etiquetas:

domingo, enero 3

Antoni Serra reseña mi Tratado de las cosas sin nombre

Hoy tengo que agradecer las amables, generosas y elocuentes opiniones de Antoni Serra en Última Hora sobre Tratado de las cosas sin nombre. Gracias, amigo!




Etiquetas:

sábado, enero 2

El cubo de Rubik

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que el nuevo parque de la fachada marítima de Palma es viable con el antiguo edificio de Gesa en pie?




Sí, pero no es fácil explicarlo. Hubo un tiempo en que la arquitectura y, en general, las artes, buscaban la armonía sin renunciar, a veces, al énfasis solemne de la aparatosidad, al simbolismo del oasis en pleno caos generalizado o a la simetría como única forma de reproducir -puro artificio- el etnocentrismo en la naturaleza. Ahora todo eso ha caído en desuso. No hay presupuesto para pirámides faraónicas ni talento para una nueva Capilla Sixtina; se prefiere un adefesio como el Bou de Calatrava marcando a hierro la línea quebrada de la muralla de Palma (sobre Calatrava podríamos listar un surrealista catálogo de esperpentos, sobre todo, en la ciudad hermana de Valencia) o un refrito de barro nutricio en mitad del gótico aéreo de la Seo para ponerle, luego, la rúbrica de una firma de prestigio, una referencia cultural de corta y pega y aquí paz y luego gloria. Viva la impostura del postizo y la sospechosa fragancia de lo efímero y fragmentado.

Será que la posteridad no puede esperar y que una obra bien hecha sobrepasa el breve y tortuoso umbral de sostenibilidad en que se ahogan -ahogándonos- los nuevos mecenas de hoy en día: Zapatero y su corte de artistas de la ceja o Antich (como antes Matas y siempre Munar) y su cofradía litúrgica de adjuntos bárbaros, postnacionalistas y metalingüísticos.

Con todo, el ojo humano acaba viendo lo que desea ver en lo que hay, acaba escogiendo, de entre los perfiles del horror, el que más le gusta o menos le repele, acaba parpadeando y dando respingos (de lujuria, se supone) para no caer amordazado por la incontinencia y la desidia. Hay que sostener la hecatombe con el simulacro de una mirada firme y desafiante y, así, evitar el derrumbe o posponerlo, al menos, hasta que ceda la tormenta y llegue, tal vez, si no la cordura, sí unas próximas elecciones que lo cambien todo para que nada cambie o así o peor. En cualquier caso, no hay demasiado tiempo para tomarse nada en serio. Y mucho menos, las obras coyunturales de una fachada que sólo desea cubrir el lodo para ocultarlo. O contenerlo. Por eso, el edificio de Gesa, ese cubo de Rubik en pleno vergel tropical, resulta no sólo imprescindible sino ejemplar. Dado el éxtasis colectivo y el hervor burbujeante de la memoria histórica, dejarlo ahí, impertérrito, lo convertirá en símbolo salvaje de la zafiedad política actual. Un monumento ebrio a la corrupción.

Etiquetas:

viernes, enero 1

2010

Año Nuevo. Empiezo desubicado y etéreo. Lo último que escribí ya lleva fecha del año pasado y está aquí o entre las páginas de Tratado de las cosas sin nombre y las fotos de unos instantes memorables. Lo próximo permanece, aún, invisible y en silencio (pero le siento algunos latidos que habré de descifrar).

Jamás hago balances. Y este año, ni tan siquiera, de los libros ajenos que me gustaron o dejaron de gustar. Ellos y yo sabemos qué relación tuvimos y hasta dónde llegamos... a ratos, juntos y a ratos -y finalmente- absolutamente separados.

Hoy sólo puedo añadir que en mi agenda hay unas inquietantes páginas en blanco.



******************************

Pero estoy, aunque no se me vea. O al contrario.




Etiquetas: