LA TELARAÑA: del suicidio y las bellas artes

sábado, noviembre 21

del suicidio y las bellas artes

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que Bauzá busca cargarse a Delgado para evitar enfrentarse con él en un congreso?


No. Los colectivos humanos son algo así como un cuadro abstracto, una tela vapuleada por la luz y las sombras –esa guerra antigua-, un campo de batalla donde las armas –tan simbólicas como poco señoriales- sienten la tentación del bisturí y, sin embargo, sólo alcanzan a empantanarse en el barrizal de la paleta; allí los colores se superponen y se anulan, dando lugar a espléndidas transparencias y a gloriosos equívocos. El grumo de las ideas recrea el de los intereses y los conceptos se enmarañan como en una rendición a destiempo, absurda y absoluta. Errónea.

La realidad como objetivo no vale apenas nada si los medios para mejorarla -supuestamente- son tan fríos y estériles, o tan asépticos, como un reluciente catálogo de buenas intenciones, al que si no se le ve el polvo es porque se le ve el plumero.

No seré yo el que prejuzgue a José Ramón Bauzá o a Miquel Ramis en su curiosa carrera de bendiciones y tentativas de excomunión política. En realidad, me parecen personajes irrelevantes, simples comodines de usar y tirar en un partido que hace tiempo que perdió el rumbo y el norte, que abrevó de las peores aguas subterráneas de la política, que no supo interpretar la voluntad de sus electores y que, simplemente, se dejó llevar por los vientos huracanados del poder a toda costa. UM mediante, claro. Y en la costa hay arrecifes y torbellinos y una marea peligrosa y un aire a traición, a noche herida, a galeón con bandera negra, cruz de tibias y sonrisa de calavera, a naufragio.

Pero vuelvo al cuadro, al paisaje, al laberinto ecuestre de la Action Painting, al cuerpo embalsamado del artista que confunde la creación consigo mismo, con su soberbia, su egotismo, su locura transitoria, y busco ahí alguna figura que dé sentido –algún sentido, el que sea- al dibujo, a lo que quiere mostrarse, a su espectro, a su danza. Pero no encuentro nada. O sí. Porque hay una mancha, y sólo una, que parece moverse, que ahora rueda por el centro y después por la periferia, que crece o mengua, o ambas cosas a la vez. Me gustaría ponerle varios nombres y muchos apellidos, pero sólo se me ocurren los de Carlos Delgado para nombrar ese borrón con expectativas de cuenta nueva, ese algo distinto y especial, ese milagro que da sentido al conjunto de un partido que en vez de intentar acoplársele intenta aniquilarlo. Suicidas que son algunos. Allá ellos.

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