LA TELARAÑA: noviembre 2009

lunes, noviembre 30

La estadística del caos

La Telaraña en El Mundo.




Bajan los días, perplejos, con la mayoría de la prensa catalana dando lecciones de identidad primigenia -la identidad sumergida en los mínimos intelectuales más repulsivos- o de nacionalismo empresarial, ese híbrido de dictadura étnica y consorcio que, mientras finge valor, teje cómodas redes, lechos de corrupción y molicie donde caer de pie, si van mal dadas, o sacar pecho si es al contrario, que lo será, y el Tribunal Constitucional (al que el gobierno tribal de Antich mira también de refilón, vaya mirada, cuánto cinismo y miedo) cede a la presión y se traga comas, puntos, tildes y frases subordinadas, y consiente en leer lo que otros desean y no lo que está escrito. Pura elipsis.

Todo anda, pues, turbio y, acaso, errado. En un reciente estudio de la UIB no parece que a los alumnos isleños les demanden por su visión de la vida, su umbral filosófico o, en definitiva, sus incertidumbres. No, nada de eso.

Les preguntan si fuman o beben y cuándo y cuánto, o si cortejan con la droga y así, con esos estigmas, crean dédalos de porcentajes y conclusiones donde lo obvio es que hacen lo mismo que casi todos a su edad. Ahora no sé si colegir, con alegría, que aquellos polvos trajeron estos magníficos lodos o si aceptar, resignado, que repetir errores y multiplicarlos es, desde siempre, nuestro sino. Tanto me da. Esa realidad es de pega. Como las consultas soberanistas del PSM, por ejemplo.

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sábado, noviembre 28

la psicología del oráculo



No. Los profetas son gente extraña y sus profecías y cábalas, un arma de doble de filo donde se mezclan la metralla gramatical, la invocación esotérica y la pólvora contable de forma caótica; una balanza dadaísta con el fiel enloquecido y desquiciado que suele esconder en sus platillos -ingrávidos y sutiles- un tanto por ciento de realidad y otro de deseo. Imposible averiguar el porcentaje exacto, ni su volumen efectivo, salvo poniéndose a cubierto y dejando -qué remedio- que transcurra el tiempo y las aguas retomen, o no, su lugar de costumbre o, quizá, otro parecido. El que sea. Al final, cualquiera habrá de valernos, nos guste o no.

Ese tránsito, ese vaivén y ese oleaje nos dirán, obviamente cuando ya sea tarde -y quizás este pacto de gobierno ya no exista, si es que ha existido alguna vez más allá del reparto de cargos y los usufructos lingüísticos- si el naufragio ha sido total, si fuimos pasto de los piratas y los tiburones (o de los Servicios Secretos de Inteligencia y su tan secreta, como hilarante, inteligencia) o si, pese a todo, y aún con la resaca y los harapos a cuestas, podemos recomponer el paisaje y cerrar el capítulo de la crisis (que eso significa crisis, capítulo) y resulta que sí, que hay vida después de o más allá o quién sabe dónde. Hay vida donde uno quiere que la haya y lo demás son sólo excusas o algo peor, proyecciones metafísicas de economistas -pongamos que como Carles Manera- siempre en ascuas y siempre sin querer quemarse. Faltaría más.

Francesc Antich, por lo tanto, nos dice lo que tiene que decir. Nos da una palmadita en la espalda sin saber -ni por vecindad- si padecemos de lumbago, de artrosis o de alguna malformación antigua derivada de la sumisión propia del sector turístico, ese servicio a la parte ociosa de la humanidad, que consiste en doblar el espinazo y extender, discretamente, la palma de la mano. No es extraño, pues, que a la clase política los dedos se les antojen huéspedes y estos habiten, ahora, bajo la suspicacia de los tribunales a la espera del desahucio, mientras en nuestros bolsillos sólo florece -si florece- alguna que otra mísera propina. Con todo, y diga lo que diga Antich, seguro que sí salimos de la crisis, aunque sólo sea para caer en otra. Así llevamos desde el principio de los tiempos y así seguiremos hasta que los jinetes del Apocalipsis decidan lo contrario. Ellos, no Antich.

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viernes, noviembre 27

los primeros ecos...

Pablo Miravet me avisa de sus notas sobre Tratado de las cosas sin nombre y su presentación en Valencia. Gracias, amigo.

Podéis leerlas en este enlace.

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las medias verdades

La Telaraña en El Mundo.



Para constatar que los lobbies se dedican al cabildeo sobra con ojear el DRAE o la Wikipedia, pero ayuda, también, visitar sus webs y atender a sus eventos. Allí aflora el afán utilitarista que les embarga, justo en el momento adecuado, para agitar el legajo de sus demandas. Hay que sumar voluntades a la causa y crear, así, un mundo mejor y más libre. O todo lo contrario. Quién sabe.


El Lobby de Dones pide que se prohíba llevar burkas en público, por motivos, dicen, de seguridad y convivencia. Parece que les entró el miedo, pero no el real sino el otro, el de coger la verdad por sus cuernos (los cuernos de la verdad son enormes) y añadir que ese capuz enrejado no refleja diversidad cultural alguna, sino lo contrario: la muerte de la libertad, el búnker de la exclusión y la tortura.

No es, pues, la hora de las medias verdades, ni aún desde la paradoja -o el espejismo- de confundir realidad y lenguaje. Así, mientras un bloguer parodia a Coelho con un texto erótico -el acto sexual de un pastor y un camello-, otros recogen la primicia con fe ciega. Buscar algo valioso en sus sentencias de papel higiénico es como adorar un seísmo, pero igual pasó con un falso poema de Borges y una carta de García Márquez, dos autores de peso. Con todo, la magnífica zoofilia del apócrifo -su autor es José A. Pérez- es menos perversa que la beatería del autor de éxito. La rica miel y las moscas, o así.

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lunes, noviembre 23

la marca de la Bestia

La Telaraña en El Mundo.



Regreso al silencio litúrgico de la isla sabiendo que bajarse de una nube es poco menos que imposible. La nube ya no sólo nos cubre con su manto de algodón o plomo, sino que nos envuelve, con firmeza, allá donde estemos. Y podemos estar en muchos sitios a la vez. Del lado de la cordura, sí, pero también del que pende sobre un frívolo abismo en llamas, del que atesora brotes de arte y del que los malgasta en la feria mediática donde los antiguos bufones son, ahora, los reyes del mambo. Que siga, pues, sonando su música.

La nube es, además, el lugar donde nos aguardan nuestras pertenencias. El mundo informático anda revuelto con los indicios -ya circulan versiones falsas- del nuevo sistema operativo de Google -Chrome OS-, un presunto enjambre de archivos y programas alojados en el nido virtual de un nombre de usuario y su contraseña. Quizá sea la versión postmoderna y sostenible de aquellas sietes llaves bajo las que quisimos guardar el universo, sin suerte.

Pero hay nubes aún más terribles. La de Sitel, por ejemplo, que nos acerca a un futuro de asfixia. O la de los 666 propietarios del Luis Sitjar, ese cuño satánico contra el que puede fenecer una de las pocas ideas brillantes de Aina Calvo. El gran resplandor, no obstante, se lo llevan los cirros de Munar y su asombrosa teoría de una conspiración de Núñez para dejarla en evidencia. Esta mujer es un artefacto radioactivo. O casi.

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sábado, noviembre 21

del suicidio y las bellas artes

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que Bauzá busca cargarse a Delgado para evitar enfrentarse con él en un congreso?


No. Los colectivos humanos son algo así como un cuadro abstracto, una tela vapuleada por la luz y las sombras –esa guerra antigua-, un campo de batalla donde las armas –tan simbólicas como poco señoriales- sienten la tentación del bisturí y, sin embargo, sólo alcanzan a empantanarse en el barrizal de la paleta; allí los colores se superponen y se anulan, dando lugar a espléndidas transparencias y a gloriosos equívocos. El grumo de las ideas recrea el de los intereses y los conceptos se enmarañan como en una rendición a destiempo, absurda y absoluta. Errónea.

La realidad como objetivo no vale apenas nada si los medios para mejorarla -supuestamente- son tan fríos y estériles, o tan asépticos, como un reluciente catálogo de buenas intenciones, al que si no se le ve el polvo es porque se le ve el plumero.

No seré yo el que prejuzgue a José Ramón Bauzá o a Miquel Ramis en su curiosa carrera de bendiciones y tentativas de excomunión política. En realidad, me parecen personajes irrelevantes, simples comodines de usar y tirar en un partido que hace tiempo que perdió el rumbo y el norte, que abrevó de las peores aguas subterráneas de la política, que no supo interpretar la voluntad de sus electores y que, simplemente, se dejó llevar por los vientos huracanados del poder a toda costa. UM mediante, claro. Y en la costa hay arrecifes y torbellinos y una marea peligrosa y un aire a traición, a noche herida, a galeón con bandera negra, cruz de tibias y sonrisa de calavera, a naufragio.

Pero vuelvo al cuadro, al paisaje, al laberinto ecuestre de la Action Painting, al cuerpo embalsamado del artista que confunde la creación consigo mismo, con su soberbia, su egotismo, su locura transitoria, y busco ahí alguna figura que dé sentido –algún sentido, el que sea- al dibujo, a lo que quiere mostrarse, a su espectro, a su danza. Pero no encuentro nada. O sí. Porque hay una mancha, y sólo una, que parece moverse, que ahora rueda por el centro y después por la periferia, que crece o mengua, o ambas cosas a la vez. Me gustaría ponerle varios nombres y muchos apellidos, pero sólo se me ocurren los de Carlos Delgado para nombrar ese borrón con expectativas de cuenta nueva, ese algo distinto y especial, ese milagro que da sentido al conjunto de un partido que en vez de intentar acoplársele intenta aniquilarlo. Suicidas que son algunos. Allá ellos.

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viernes, noviembre 20

Con Justo Serna, Javier Jover y un montón de amigos en La Casa del Libro...





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Lo que dije (o mejor, lo que tenía pensado decir pero que luego amplié, porque la ocasión bien que se lo merecía)


Antes que nada os quiero dar las gracias. A todos. A Justo Serna, a Javier Jover y a todos los presentes. Vuestra presencia es la que da sentido a este acto, más allá de que podamos –o no- convertirlo en una celebración litúrgica, una misa negra, una invocación de espectros, una farsa, una enriquecedora tertulia o en la siempre prescindible presentación de un poemario. En lo que sea.


Lo segundo, quizá, es responder a la pregunta que muchos, estoy seguro, se están haciendo: qué hace un mallorquín en Valencia presentando su libro en vez de hacerlo, como parecería lógico, en Palma. Echarle toda la culpa a la diligencia y generosidad de Justo Serna no sería exacto, aunque sí, desde luego, cierto. Cada vez que regreso a Valencia sé que recupero parte de mi biografía, la de unos años universitarios que pasaron muy rápidos y jóvenes. Unos años que, a fin de cuentas, no sé si fueron, fértiles o funestos; unos siete u ocho años vividos a una velocidad tan desmesurada que todavía hoy, ahora, no he sido capaz de digerirlos del todo. Por eso vuelvo, para ver si consigo retomar el pulso a esos días de fuego, vértigo y biografía. Les contaré medio secreto: Aquí empecé un poema que todavía no he concluido...

Bien, como algunos de ustedes ya saben, es cierto que no me gusta nada hablar sobre lo que escribo. Por eso lo escribo, me digo siempre, añadiendo que no puede haber nada más silencioso que una cuartilla de papel. ¿Silenciosa la cuartilla de papel? Pues no lo sé con certeza. Quizá una de las trampas más (indigestas y) pesadas de la literatura sea tener que insistir, una y mil veces, en reinterpretar lo que ya es, en sí mismo, pura (y simple o compleja) interpretación. Viene a ser algo así como realizarle la autopsia al cadáver de la realidad y no conformarse con su visión -la visión en movimiento de su descomposición, ese estado transitorio en el que vivimos (¡que eso es la vida y no deberíamos de olvidarlo!) sino que parecemos sentirnos obligados a recrearnos en ella (la visión de la vida, de la obra o del cadáver) como si no fuera definitiva. Lo es.

Nos empeñamos, pues, en simular que el bisturí podrá encontrar otras vías donde abrir otros canales y escarbar en ellos y seguir escarbando, hasta dar con el hueso de las cosas, y conseguir entonces, al fin, que el hueso de las cosas (o la médula de los días), desafine y chirríe ante nosotros como nosotros también desafinamos en su interior, habitándolo como vulgares inquilinos con cédula de propietarios, usurpándolo, pervirtiéndolo, dándole, así, sentido (eso decimos y hasta, quizá, después de pensarlo mucho y de pensarlo bien... pensamos cosas muy curiosas y divertidas).

¿Qué significará, al cabo, dar sentido a lo que, lo tenga o no, no lo necesita? Porque no parece que la realidad necesite de algún sentido en sí misma... salvo en nosotros. Entonces sí. Sucede, entonces, que es nuestra propia debilidad la que queda, aquí, ahí y en todas partes y siempre, reflejada y puesta en evidencia. Quizá nos duela admitir que somos seres inacabados incapaces de aceptar (o asumir) que algo pueda ser, simplemente, lo que es, sin los problemas de otredad que tanto adornan nuestro espíritu y que tanto, a su vez, nos exilian del mundo.

Ese exilio es el lenguaje, por supuesto. Me refiero al territorio de todos y de nadie, ese paisaje en llamas, al que llamamos lenguaje (sí, lenguaje… y además lo utilizamos con la intención de ordenar el caos, el caos que, pese a nuestros esfuerzos, siempre nos sobrevive, porque a fin de cuentas, nuestra vida no da para tanto, sino para casi nada).

Ahora podría hablar del oxímoron y hasta parodiarlo con alguna que otra pirueta verbal. Deshacer el camino en sentido contrario. Volver al punto de partida y decir entonces con tono triunfal: aquí todo comienza de nuevo. Pero no será así, porque no hay camino que desandar. Se deshace solo mientras creemos hacerlo... caminando. Esta aseveración debe de ser cierta porque no podemos verificarla. No queremos quedar petrificados como la mujer de Lot (cuyo nombre no sé y las Escrituras, creo, no citan)

Llegamos, pues, a las cosas sin nombre, de las que se supone que trata este Tratado poético e irónico, este entramado de voces y versos donde resulta imposible perderse porque no se trata de ir a ninguna parte, sino, tan sólo -¡tan sólo!- de disfrutar del viaje.

El viaje. No hay viaje sin guía ni plano. Aquí el guía sólo sabe que el plano está incompleto, que le faltan coordenadas y le sobran adjetivos. Nos adentramos, pues, elípticamente, en una elipsis. Qué gran lugar para ir, sin embargo, descubriendo cosas. ¿Qué otra cosa podría desear un poeta? Y mucho más un poeta elíptico, como yo. Esto es Jauja.

Creo que mi poesía, formalmente, reproduce la realidad. Imita su complejidad o su sencillez, reproduce sus formas, a veces voluptuosas, tenues, oblicuas o vacías. Y es posible, quizá, que tras esa voluntad de imitación se disfrace el afán de búsqueda y conocimiento. (Puede ser, pero no estoy seguro) Sólo estoy seguro de que la imita porque no la entiende, porque la sabe desconocida y quiere -necesita- comprenderla, disolverse en ella, esconderse en ella y palparla desde dentro, para ser como ella, para ser ella misma, ser ella sabiendo que eso le resulta, literalmente, imposible. La imitación se convierte, pues, en una parodia. Mi poesía parodia la realidad. ¿Esa parodia puede acabar convirtiéndose en una tragedia? No, para nada. En absoluto.

Aquí (señalo y alzo el libro) no hay lamentación ni condena alguna. Sólo hay un paisaje -a ratos desolado pero siempre familiar- donde todo lo que acontece, acontece en el interior mismo de la existencia. No hay lugar para -ni nostalgia de- todo aquello que ocupa y preocupa a los que Nietzsche llamó «los alucinados del trasmundo». En definitiva, todos y cada uno de nosotros en algún que otro, supongo, buen o mal momento de nuestra existencia.

En el epílogo del «Tratado de las cosas sin nombre» lo explico, aunque sea de otra manera. Escribí ahí, más o menos:

Este libro –ya abandonada la mitad estadística de la vida pero no, nunca, la mitad alegórica del camino, ese indescifrable lugar poético- culmina los que le precedieron para, sin agotarlos del todo, intentar rebuscar la soledad a través del tumulto, el silencio en la algarabía, el conocimiento en la incomunicación más absoluta. La realidad como origen y, también, como único objetivo poético posible me ha dejado, a solas, atravesando las irregulares dunas de estos versos, en la comprometida impostura médica de tomarle el pulso al presunto paciente. Su diagnóstico o su curación –ambas circunstancias, por igual- quedan fuera de mis intenciones. Sólo me importa su lenguaje, su modo de latir, su ritmo, su palabra intermitente, la prueba neutra y desinteresada –tal vez, contra natura- de su existencia.





Postdata1. Después vino la tertulia. El ir y venir entre unos y otros, entre todos. Algo que ahora no puedo explicar pero que no olvidaré nunca. Tampoco la gentileza de Loren Nunez y la magnífica organización de la Casa del libro de Valencia.


Postdata2. En Los Archivos de Justo Serna tenéis cumplida opinión crítica, literaria y hasta social del acto.


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las caras de bélmez

La Telaraña en El Mundo.



El viaje se sustancia en sus anécdotas. Asistir a la pelea –civilizada, es decir, marcada por el perverso prisma de la usura- entre dos taxistas por llevarte al aeropuerto, encontrarte Son Sant Joan impresionantemente vacío, en pleno mediodía de las aerolíneas en fuga, atravesar el Mediterráneo –o su cielo despejado- en un avión con más azafatas que pasajeros y desembarcar, de nuevo, en otro taxi rancio, el de un rancio taxista con la voz ronca y la bandera y el águila –esa ignominia, esa nostalgia repetida- de una España que ya sólo existe en el trasnochado salpicadero de unos pocos vehículos como ese. O eso espero.

Estoy en Valencia. Aquí se observa Mallorca –tan lejos y cerca, tan semejante- como quien se mira en un espejo deforme y, pese a los caprichos del azogue, se encuentra, y reconoce, una y mil veces. Las caras de la corrupción, como las de Bélmez, se reproducen a velocidad de vértigo y todas son la misma cara: todas las caras del universo esforzándose en ser la misma. María Antonia Munar no está sola. En realidad está muy acompañada.

Repaso sus imágenes ante los Juzgados y siento náuseas. De su sonrisa desafiante. De sus besos al aire paniaguado de su claqué de acólitos. De su mala sombra de rímel y cosa “nostra”. Mucho han tardado los científicos en descubrir que el mamífero más ilustre de las Islas, el Myotragus, tenía ramalazos de reptil. ¡Pero si salta a la vista!

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lunes, noviembre 16

La ciudad virtual

La Telaraña en El Mundo.


Gracias a «Street View», la nueva funcionalidad hiperrealista de los mapas de Google, aún es posible pasear por una Palma libre de zanjas y carriles bicis, una urbe irreal -sus transeúntes quietos, su tráfico en perfecto orden y colapso, sus prostitutas como efigies en las esquinas y sus monumentos como árboles de piedra-, ajena a la voracidad del Plan E, a las valvas asesinas -por así decirlas- de caucho repujado y al peligro que, de vez cuando, mientras esperamos a que verdee el semáforo, nos recuerda que ya no sólo debemos vigilar del lado de los automóviles sino también del contrario.


Por ahí, como por asalto, empieza a ser normal que se nos aparezca algún ciclista solitario dibujando eses, como sierpes, en el arcén, sin luces, sin timbre, sin casco y sin seguro. Ya demandaremos a Calvo cuando la sangre llegue al río y el río al mar que es el morir, por ejemplo, o lo que fuere. Será que no hemos avisado.

Pero hoy toca buscar refugio lejos del alboroto de la Corte y la corrupción de sus bufones, sin caer en el cinismo. Visito el blog de Grosske y me sonrojo. Ni un sólo apunte sobre Emylse Mas o Sara Mulet. Sólo unas líneas sobre el muro de Berlín, aliñadas con la ciénaga de Guantánamo -faltaría más- y un autoelogio del programa de Sant Sebastià, que va desde la confesión de austeridad al aviso de que se cumplirán los mínimos, y algo más, de música en catalán. Estamos salvados.

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sábado, noviembre 14

La cuadratura del círculo

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que Munar debe dimitir como presidenta del Parlament por la imputación de Can Domenge?



Sí. El lunes, a las nueve y media de la mañana, algunos palmesanos podrán pasarse por su ciclópea farmacia de guardia para hacerse, al fin, con la misteriosa vacuna contra la evanescente Gripe A, esa pandemia de la que todos hablan como si no fuera con ellos -ni con nosotros- y fuera un invento de las farmacéuticas, de las corporaciones futuristas y sostenibles del Apocalipsis, de los políticos aburridos de la crisis económica y hasta de las campañas -campanillas- en pro de la masturbación una, grande y libre. Qué gusto. Mente sana en cuerpo sano y viceversa. O al contrario.

Esta lepra no puede ser de este mundo -¡como si no hubiera otros!- y si se nos cae la piel a tiras es sólo a imagen y semejanza del ambiente general de claustrofobia. Una alucinación colectiva. Una reacción mecánica de autodefensa. Un guiño grotesco a la clase política -esa cosa- que nos gobierna y cuida de nosotros, que vigila nuestros humos y humores, que nos ausculta el correo, el teléfono, la cuenta corriente y quién sabe qué más o qué menos. Vivan los parásitos, los virus y las amebas, las teas humeantes de la Inquisición, la noche oscura del alma, el rostro clonado del nacionalismo en la sábana santa y transgénica de la realidad. O así.

Otros, sin embargo, podremos acercarnos hasta el Tribunal Superior de Justicia -en los aledaños modernistas del Gran Hotel y su tiempo detenido- para ver si María Antonia Munar ha cumplido, a hora tan precoz, con su diario ritual estético, su sesión de peluquería, su maquillaje anti edad y stress, su puesta de punto en largo, su almuerzo notarial y sumarísimo, frugal pero acaso tan mugriento como el grumo lapislázuli de una barra de labios o una mascarilla Max Factor, su disfraz de acerada alumna, displicente, cataléptica, gótica de Costix y la Mallorca profunda, ante el examen, quizá parcial y acaso no definitivo, en las aulas frías y distantes, asépticas, donde la Justicia celebrará -eso se espera- su lento regreso a la cordura, al rigor y a la ecuanimidad. Ya era hora.

Pero no hay que hacerse demasiadas ilusiones. Munar no dimitirá salvo si la juzgan, la encuentran culpable y la encierran, después, entre las cuatro paredes del reposo forzado. Que así sea, si así ha de ser, pero antes hay que cuadrar los balances. Los de Can Domenge, primero, y los otros, después. Una labor tan ingente como la cuadratura del círculo. O más.

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viernes, noviembre 13

Inventario del ruido

La Telaraña en El Mundo.



Suena un timbre, pero su estribillo me llega tan distorsionado que ni me inmuto. Afuera, unos operarios se balancean, entre las grúas y los árboles, trenzando los cables de la luz navideña. Vuelve a sonar el timbre. Si me molestase en atenderlo quizá me diera de bruces con el acalorado notario de Munar dándome fe de algún asunto de estado: las cajas fuertes atrancando ascensores en mitad del vacío, las direcciones fiscales compartidas o, mejor aún, el asombroso maquillaje de la corrupción. Pero ni caso. Creo que el cartero siempre llama más de dos veces.

Ahora el aviso parece llegar desde Facebook. Se ha creado un grupo pidiendo la dimisión de Munar. Como me atrae lo inútil, me apunto rápido, para constatar, al rato, que no somos ni cien los ilusos. Aún es pronto, pienso, mientras en un foro amigo de Internet, una contertulia de filo nacionalista alza su propio Muro de Berlín sobre mi nuevo poemario -lo presento en Valencia, el día 19- porque le irrita mi sarcasmo para con la corrección política. Prefiero seguir así. Esos cepos y sogas son más ruidosos que efectivos.

Suena el timbre y ya no sé si suena para mí o para todos. Hay algo inquietante en este ignorar de dónde procede el peligro. ¿Qué peligro? ¿Cuál? Yo sólo veo a un hombre solo, algo inclinado sobre el teclado, intentando componer una extraña melodía que sabe que, aún siéndolo, no es suya, sino de la Realidad. De todos.

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martes, noviembre 10

Presentación en Valencia


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lunes, noviembre 9

Regreso al futuro

La Telaraña en El Mundo.



Llevo unos diez años conectado a Internet. No parece mucho tiempo y, de hecho, no lo es. O no lo sería, si -como pienso- las experiencias que se acumulan durante un solo año en la Red equivalen a las de más de tres años, labrados a velocidad de vértigo, en el mundo físico. Sea como sea, sí que empiezo a ser, en la Red, el dinosaurio que casi soy, también, en la vida real. La biografía ya no es un currículo más o menos grueso. Es también un flujo volátil de bytes en busca de no se sabe qué.

En este tiempo han cambiado las cosas. Lo que antes tardabas en bajarte un escuálido mp3 lo tardas, ahora, en una película a la salud, eso sí, de la SGAE, ese ente depredador que hoy goza de mejor salud que entonces, y no se entiende cómo, con tanto pirata compulsivo y autor en crisis sin derechos ni dígitos en su cuenta corriente. Ver para creer. O al revés. No creer en nada.

O en que las cosas sólo mudan de nombre. Pilar Costa, la consejera de la triada de Innovación, Interior y Justicia (sic) presentó un estudio -de la UIB, claro- para decirnos que un 24% de los escolares sufre "ciberacoso" (o "cyberbullying", o ambas cosas). Antes pasaba igual y sufrían también más, como apunta el catedrático Rigo, los más "débiles y diferentes". No había Messenger, cierto, pero tampoco les hizo falta, a los más cabrones, para torear al prójimo. La naturaleza humana es tan cruel e infantil, como previsible.

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sábado, noviembre 7

Los cánticos de las sirenas





No. La espiral de tópicos en que vivimos -no importa si en su interior o si dando vueltas por sus rotondas exteriores: la sensación de extravío es la misma- nos acaba convenciendo de que el mundo es un lugar complejo pero simple, divertido, catastrófico y hasta laxante, un curioso entramado de causas perdidas y de relaciones efímeras donde las conexiones parecen querer durar para siempre pero se disuelven, como azucarillos, a las primeras de cambio. O a las segundas.

La historia se repite. ¿Qué responsabilidad tiene Mateu Alemany si los Martí Mingarro le prometieron el oro y el moro y le firmaron los pagarés correspondientes sin que parezca haber voluntad ni fondos con que afrontarlos? Ninguna. El mercado dicta las reglas de su juego elíptico, pero el balón no deja nunca de rodar por las laderas. Ya arbitrarán su desenlace los tribunales, si procede. Toca volver a empezar sin apuntalar el rumor -como en la rondalla, con brisa isleña, del tobillo de Ronaldo y un pobre diablo metido a brujo: el desvarío tribal de la superstición- de que alguna maldición acecha a la propiedad de Real Mallorca. Obviaremos esa tesis mientras el equipo funcione. Y ya lleva años instalado en el milagro. Que dure, aunque nos aburran las añagazas, las letanías, los ritos patéticos del hechizo.

Mientras tanto, unos y otros acaban de poner el grito en el cielo por la intención fiscal de acabar con la Ley Beckham. Hacen bien. Los que deberían tributar a lo grande son los políticos, con sus soldadas oficiales y sueldos privados, sus dietas y su afición eterna a turnarse en los consejos administrativos de las más importante empresas. Ya podrían Antich y Manera aligerar los presupuestos de tanto peaje mercantil y lingüístico, tanto carril ilustrado, tanto maquillaje superfluo, tuneado y maniqueo.

Pero los cantos de sirena nos seducen. Le pasó a Alemany, pero la inmunidad metafórica no está al alcance de todos. Tampoco de Florentino, y su palco abierto al césped en llamas de la especulación, o de Laporta, y su farsa independentista de antorchas humeantes y banderas -como amantes de usar y tirar- en mitad de la noche de los tiempos o en el Medioevo de las ideas. A Diógenes le bastó con un quinqué para demostrar que si resulta hermoso buscar un imposible -la verdad de un solo hombre, por ejemplo- mucho más lo es hacerlo sin intención alguna de encontrarlo. Por supuesto.

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viernes, noviembre 6

El huevo de Colón

La Telaraña en El Mundo.




En «Google Maps» aparece una ciudad fantasma, Argleton, que no existe. ¿No existe? Pronto serán legión los que querrán visitarla. Allí podrían recabar, como en un mal sueño, nuestros ochenta mil parados, para crecer y multiplicarse o refundar el paraíso. Así funciona la realidad. A base de espejismos.

O concursos de Belleza. Su aluvión de curvas y temblores corporales me aturde igual que los premios de Literatura, Cine, Artes o Química nuclear aplicada a lo que sea. No creo en la inocencia de los jurados ni en la candidez de quienes ceden su cuerpo, su libro o su espectrograma, a un lance donde las leyes naturales dependen, más que del mérito, de la necesidad. Ese juego es un trueque de favores. Un ejercicio de mendicidad. Una parodia.

Pero a lo que iba. Melody Mir -no la conozco y es una lástima: la Miss Balear tiene un físico neumático- ha saltado a la fama, no por vencer donde solía, sino por ignorar cuándo descubrió América, Colón. En 1980, dijo al jurado, antes de sonreír y desdecirse. Su lapsus, con todo, es más noble que el afán de muchos historiadores -o así- por darle paisanaje al marino. ¿A quién le importa si fue catalán, luso o de Felanitx? ¿A los becarios de la OCB, a algún sector de la UIB, a los sans-culotte del PSM, a los recalificadores selectivos de UM? Manipular, así, la Historia sólo puede darse desde una total falta de presente. Y de futuro, que es lo mismo.

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lunes, noviembre 2

Ojos de Papel

La revista literaria Ojos de Papel ha tenido a bien editar una espléndida presentación, avance incluido, de mi nuevo libro Tratado de las cosas sin nombre (Calima, 2009). Podéis leerla a través de este enlace. Muchísimas gracias a Francisco Fuster, que se ha ocupado de todo, y a Rogelio López Blanco por su generosa labor de edición.

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Esperando a Godot

La Telaraña en El Mundo.




Acabo de ver los cinco minutos de destrucción y efectos especiales más impresionantes que recuerdo. Hablo del tráiler de «2012», la película que se estrenará en España dentro de dos semanas. Puede que sólo sea otro film más sobre las profecías mayas y el fin del mundo, otro producto de consumo y olvido fácil, pero eso es lo de menos. El avance de un tsunami -una inmensa masa digital de agua y píxeles- no hace sino recordarnos que en la actualidad local asistimos, también, a otro remolino enorme, destructor y perverso: el de la corrupción expuesta, al fin, a los rigores de la Justicia. Pues ya era hora.

A todo el mundo le llega su hora. Una vez o dos, como a Cañellas. Le llegó, incluso, a Munar y aunque el efecto óptico nos sugiera que todo lo demás son minucias de comparsas y teloneros, no es así. La líder de UM es sólo una pieza más en la cloaca mugrienta donde lo público y lo privado perdieron su nombre para convertirse en otra cosa. En algo sin nombre, pero con muchos socios. Tantos que ni los imaginábamos.

No sé si toca, como algunos dicen, regeneración y vuelta a empezar o si, finalmente, toca abandono, repulsa y desprecio. Sólo estamos -siguiendo con el símil fílmico- en los cinco primeros minutos del tráiler, en la previa a las grandes decisiones. Rodarán cabezas, sí. Pero no sé si el guión puede, todavía, salvarse. Ese milagro debiera de estar en nuestras manos. ¿Lo está?

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