LA TELARAÑA: la máquina del múltiple vacío

sábado, octubre 10

la máquina del múltiple vacío

La respuesta al debate en El Mundo: ¿Debe elegir el PP a su presidente autonómico por sufragio universal?




No, pero si esta es la hora privilegiada de los experimentos habrá que atenerse al guión y ahondar en su seductor mecanismo. Empiezo estas líneas dictándoselas al ordenador gracias al reconocimiento de voz. Qué gran fiasco. No me entiende o lo hace a su manera. Mutila mis adjetivos, pervierte mi sintaxis, copia, pega y entremezcla mis frases a su antojo. Le digo Punto y Final y se queda parpadeando. Qué significa eso, me pregunta. Aprovecho su desconcierto para desconectar el micrófono y continuar aporreando las teclas. Qué alivio.

Lo primero es reconocer que la decimonónica cantinela del sufragio universal, libre y secreto suena a reveladora orgía de clarines en plena tormenta, a primoroso amanecer, a irrupción metafórica de la luz y los colores. A vida después de la muerte. A suspiro de alivio, a remanso pastoril de paz y justicia donde, hasta la fecha, sólo han imperado las argucias y el agobio, las tensiones familiares y sectarias, la guerra vil de las sillas y butacas, los sofás, los anticuados tresillos, las poltronas y hasta el apartamento entero. Quizá sea un buen momento para la experimentación. No hay nada que perder. Más se perdió en Trafalgar. O de perdidos al río.

El problema es que vivimos tan acostumbrados a los eufemismos que quizá las buenas palabras e intenciones sirvan ya para muy poco. Un partido político no es una ONG ni una asociación sin ánimo de lucro. Es más bien una máquina con vida e inercia propias. Un ente insaciable. Un embudo y un géiser de opinión que igual sirve para apoyar -o denostar- misiones humanitarias en Afganistán que guerras santas y declaradas en Irak. ¡Como si fueran algo distinto! No lo son. El soldadito de a pie sigue siendo -ahora, siempre- la única víctima. O la primera, que es la que más duele.

Por eso habría que revisar lo del sufragio universal. En 1955 Isaac Asimov escribió un libro, una distopía, en el que, avanzado el siglo XXI -o sea, ya- la tecnología habría creado un superordenador, llamado «Multivac», capaz de tomar las decisiones sociales de acuerdo a los deseos reales de todos y cada uno de los humanos, al margen de sus errores subjetivos, su desidia o ignorancia, sus pasiones más o menos inconfesables. No nos imaginamos a esa máquina -desde su múltiple vacío- ratificando a Bauzá o dirimiendo entre dos personajes como Francesc Fiol y José María Rodríguez. Podría romperse.

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