LA TELARAÑA: La lengua roja del colapso

sábado, septiembre 5

La lengua roja del colapso





Sí. Pero antes, a buen seguro, habrá que encargar algún sesudo estudio técnico -de preferencia a la UIB, ese paraninfo incombustible, mercantil y telúrico de la sabiduría- para que la realidad teórica no nos estropee la realidad práctica ni, por supuesto, nos la usurpe, que es lo que suele suceder de forma irreparable cuando uno confunde el diseño de las maquetas con los acabados efímeros del cartón piedra -el mundo en una Polaroid, ya saben- y se deja llevar, abducido, por el holograma calcáreo de sus sueños. Hay que salir a las aceras y esnifar con esmero las líneas maestras del universo. Darse interminables vueltas por las cunetas del asfalto, por las grietas de las zanjas, por el pavés cuarteado de la historia. Por las costuras de la memoria y los sietes de la existencia. Ese traje. Ese oxímoron.

Pero si Ámsterdam -con la uniformada muchedumbre de Pekín al fondo- es la ciudad de las bicicletas, Palma acabará siendo la ciudad de los velódromos. O la del velódromo ubicuo y eterno, su pista roja de tartán descompuesta y desparramada por todas partes como una monstruosa y doliente lengua tentacular -impuesta, aldeana, artificial y ajena a nuestras tradiciones- que se nos obligara, por orden consistorial, a recorrer cada día de nuestras vidas con infumable cara de satisfacción y ánimo aturdido, confuso, exánime; presos, tal vez, de algún inexplicable hechizo. El hechizo de la lengua o el de la vida sana, el ejercicio inverosímil del funambulismo entre el paseo campestre, idílico o poético y el perturbador humo ácido de los coches, el afrodisiaco perfume de la gasolina, el stress de las prisas, el relente glacial del regreso a las escuelas y a los despachos del trabajo, el rumor de la sociedad dando vueltas sobre sí misma. El viaje a ninguna parte, el no viaje, ese simulacro en el que Aina Calvo es una experta. La movilidad quieta. La rotación inmóvil. Lost in Translation.

Llego a este punto -el colapso me detiene, albricias- jadeante y como sin aire, con la tensión por las nubes y el trasero por los suelos. Mi vieja Mountain Bike necesita un reciclaje total. Le chirrían las ruedas y los frenos y se le sale la cadena. Hago uso, desencadenado, del viejo timbre de metal y óxido, pero su musiquilla ronca y ridícula no acaba de cuajar en la escarcha del desierto. Nada cuaja fuera de su hábitat natural. Nada, salvo el oxímoron. Claro.

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