LA TELARAÑA: septiembre 2009

lunes, septiembre 28

la pasión de figurar

La Telaraña en El Mundo.




Es difícil que el Govern mengüe el gasto público sin aligerar su nómina de altos cargos. La figuración, ante todo. La UIB abre su curso, con aires de Bolonia, y ahí tiene que ir el mentor de cultura, Bartomeu Llinàs, a decir que "El conocimiento es la mejor arma para afrontar el futuro con confianza", que es como no decir nada y refocilarse, además, revistiendo las lápidas.

Igual pasó en las Conversaciones Formentor. Las expectativas de alentar una reflexión proustiana sobre el lenguaje -esa memoria del útero- las anuló el director del ramo, Pere J. Martorell, con su metódica sandez de "acercar la realidad literaria de diferentes ámbitos lingüísticos, geográficos e imaginarios". No hay nada que acercar o alejar. La creación oficia su propio lugar y tiempo más allá de las islas funcionariales.

Pero ahora toca relajarse con las niñas góticas de Zapatero. No cabe invocar derecho a la intimidad tras una foto oficial con Obama. La escena -visible, sin censura, en la Red- me retrotrae a la Familia Addams. Pero no rían. Me importa poco la faz de las crías. El problema es otro. Su disfraz. ¿De Halloween, vampiresas New Age, punkis domadas? Lo ignoro. Por eso voy y vuelvo, perplejo, de la sonrisa presidencial al horror negro de las túnicas y botas paramilitares, como si dos skinheads de pega hubieran aterrizado en el G-20. Así nos luce el pelo. Y el protocolo. Ya sólo nos supera Gadafi.

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sábado, septiembre 26

palacios a precio de eBay

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que el juez debe citar a Matas a declarar, tal y como él ha pedido?



No. Emitir juicios de valor cuando se es consciente de la impostura de los tiempos que corren cuando no vuelan -y eso que sus principales líderes se nos aparecen, por su inteligencia media, como huéspedes metafóricos de alguna paraplejia inclasificable- siempre ha sido una actividad de alto riesgo, pero escribir es simplemente eso. Juzgar. Lanzarse, con asepsia, a la búsqueda y al hallazgo. Dejarse envolver por los giros trepidantes de la trama y asombrarse, luego, con el imprevisto de la solución inimaginable, la que que nos abre la última puerta del laberinto, la vía de escape definitiva que ya ni esperábamos. Nunca debemos esperar nada.

Por eso no sé muy bien para qué tiene, el juez, que citar a Jaume Matas. Su opinión nos importa poco y además, ya hablan por él -si es que hablan- sus singulares balances, sus onerosos relojes, sus palacios a precio de eBay, su patrimonio forjado desde la palpitante tarima del poder. Bastaría, pues, con echarle un vistazo a la pizarra que suele completar ese lugar hasta convertirlo en un aula y ojear, con lupa o microscopio, las huellas de la tiza, sus elocuentes flechas, el signo de las operaciones, las iniciales del tinglado y así, revelar sus incógnitas sin despejar. No parece tan difícil.

Aunque igual lo es. La igualdad en el trato -también en el judicial- parece ser la resultante bastarda de una conjunción sucesiva de desigualdades positivas. ¡Positivas! ¡Siempre positivas! Así las llaman y se quedan, después, tan largos y largas como anchos y anchas. Puro neolenguaje.

Pero fomentar la desigualdad -más facilidades, por ejemplo, para el indigente cine español hecho por mujeres o la bacarrá en espiral de las subvenciones para la literatura escrita en catalán- en nombre de la Igualdad (aquí la mayúscula es diseño, pero también marca: tiene valor pero, sobre todo, precio) revela que el ambiente conceptual anda enrarecido, que algo no cuadra en el paradójico puzle que suele ser un país, una nación, un estado o, qué sé yo, una unidad de destino en lo concreto y difuso, lo puntual y transversal, en lo abstracto que colgamos en las paredes de nuestras vidas o en lo real que se nos escapa como agüilla de arena por entre los dedos líquidos de las manos. O así, porque de lo universal mejor no decir nada, por ahora. Y con Matas que hagan lo que quieran. O si puede ser, incluso, lo que merezca. Qué menos.

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viernes, septiembre 25

tratado de las cosas sin nombre

Anteayer recibí ya las galeradas de mi nuevo poemario: Tratado de las cosas sin nombre. Saldrá el mes que viene, Octubre, bajo el sello de Calima Ediciones. Espero poder presentarlo en Madrid y Palma -de momento y como mínimo, porque me apetece muchísimo regresar, también, a Valencia o a Barcelona- hacia el mes de Noviembre. Os mantendré informados.
En Diciembre me voy a París. Eso sí.

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la agonía autonómica

La Telaraña en El Mundo.




A falta de brotes verdes nos queda la generosidad de Ses Fonts Ufanes. Su espectacular efecto sifón, ese burbujeo subterráneo que, por octava vez en un año, asoma al exterior para recordarnos, quizá, que vivimos sobre arenas movedizas sin más fondo que la vertical en llamas del abismo, nos sirve, no ya de consuelo, que no, sino de aviso y síntoma. De estigma. Rondamos, insomnes, los puentes tendidos sobre un vacío desolador sin más lianas que las frágiles metáforas de un lenguaje que empobrece a ojos vista y a pasos de gigante. Hay peligro alrededor y dentro, muy adentro.

Pero los adjetivos importan poco. El discurso de Antich constató que el cuerpo social de la comunidad yace, inerte, en la UCI con el mejor de los pronósticos: no puede empeorar más. Toca, pues, distraerse con la demora de los plazos hipotecarios, con los altibajos de la fiebre general de la crisis y, así, sin propósito de enmienda, con la sumisión absoluta al pragmatismo de la Realidad como prueba suprema e irrefutable de todos los males.

La Realidad no es, sin embargo, la prueba de nada. No es la causa sino el efecto tardío de un diagnóstico erróneo. No es la autopsia sino la constancia de un latir común. No es la síntesis sino el desarrollo lento -o vertiginoso- de un ser vivo. No es el certificado de su defunción sino, sólo, su anecdótica esquela. Pero ni a eso llega nuestra sutil clase política. Vaya fraude.

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lunes, septiembre 21

los códigos de pago

La Telaraña en El Mundo.




Siempre me gustó la televisión codificada: en su niebla primeriza se escondió, durante años, el mejor fútbol y el mejor porno inimaginables. Pero había que imaginarlos, eso sí. Ahora repaso la actualidad sin dejar que el espanto me invada. Lo consigo a duras penas, a salto de mata, pero lo logro. O eso creo. Creo en muchas cosas. Como mínimo, en tantas como descreo.

Del mismo modo, de refilón, ha aterrizado la televisión digital de pago. Su aspecto de maja desnuda es, sin embargo, tan poco excitante como sólo podría serlo un disfraz fallero de parto antimonopolio. Si ya me parece un abuso pagar por ver burbujear el plasma -puedo sintonizarlo en internet sin trabas- no sé qué pensar sobre estar pagando dos canales -IB3 y TVM- para no verlos ni siquiera codificados. Tiene guasa. O no, no la tiene.

Pero siempre se cumple la ley de los vasos comunicantes. Spanair, Traveltran e Iberia dejarán Son Sant Joan tan huérfano de hangares que no sé si valdrá la pena llevarle la boca del metro hasta sus entrañas de piedra, cristal y acero. Eso nos ahorramos. Será que la realidad es limitada y tiende a ocupar las zonas vacías dejando, atrás, el desierto de su ausencia. No hay por qué lamentarse. Los límites territoriales nos alejan de la ubicuidad, pero no del todo. Su escatología administrativa tiene igual peaje y sentido que la inmersión lingüística: acaba generando asfixia y, luego, sólo asco.

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sábado, septiembre 19

el silencio de los corderos

La respuesta al debate en El Mundo: ¿Debería el PP balear convocar un congreso abierto a todos los militantes?





No. Escribir cuando uno lleva toda la noche -la del jueves al viernes- intentando escapar del clamor del viento, los rayos y los truenos -por no hablar de la grotesca pesadilla de la mujer con bragas negras y pechos desnudos, guante rosa de boxeo y una ciclópea cabeza de cerdo sobre los hombros, que expuso Concha Vidal en la galería Xavier Fiol: el horror del botellón civilizado de la Nit de L´Art- resulta un doble ejercicio de estilo. Por un lado, se agradece el regreso al silencio y por el otro, las palabras todavía arrastran algún síntoma de ambigüedad, resaca o somnolencia, algún déficit significativo esencial y así, triturarlas, resulta no sólo más fácil, sino mucho más fascinante.

Pero mi respuesta negativa de hoy es un acto reflejo. Como cuando te golpean en la rodilla y balanceas la pierna, involuntariamente. ¿Existe, aún, la militancia política? ¿La tiene el PP? ¿Se trata de gente que gasta carnet y cuota mensual? ¿Reciben, puntualmente, el manual actualizado del buen militante, los sucesivos decálogos de cómo enfocar la actualidad sin fenecer en el empeño? No tengo ni idea.

En otros tiempos cuando conocías a alguien -a esa chica tan neumática con la que te hubieras embarcado en una eterna vuelta al mundo o al joven barbilampiño que improvisaba, en los corros de la Universidad, mítines, asambleas e ilusorios estados de excepción- lo primero que sabías era si militaba en el PC de Carrillo, en alguna cédula de lira trotskista o en Fuerza Nueva (esto último sólo lo descubrías cuando ya era tarde y tenías que salir corriendo hacia no importa dónde: el mundo era joven y te parecía enorme). En realidad, sigue siéndolo, aunque ahora los únicos militantes con los que es fácil toparse sean de la OCB, de alguna facción isleña de ERC o del Lobby ese para la independencia y el barco de rejilla. Milicianos de la estulticia.

Si preguntarles a ellos sería una solemne pérdida de tiempo, hacerlo con los del PP -o los del PSIB, por ejemplo- se me antoja un imposible. Su respuesta dejaría al partido huérfano de sus actuales cúpulas directivas. Ello sería fantástico para todos, menos para quienes se empeñan en dirigir, legislatura tras legislatura, el cotarro como si les fuera la vida en ello. Quizá les vaya y no tengan, los pobres, otra forma de sobrevivir a la tortura de no saber, a la vez, vivir y dejar vivir. Eso sí que es grave.

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viernes, septiembre 18

el banquero anarquista


La Telaraña en El Mundo.





Acabo de ver el tráiler de «This is It», la película póstuma sobre Michael Jackson que se estrenará el mes próximo. Son sólo tres minutos, pero sobran para ilustrar la pesada carga -que eso significa tráiler, aunque suela referirse a un camión- que parecemos llevar a cuestas, no sé si por gusto o por fuerza. Tanto da. Es un breve lapso de tiempo -una colección de síntomas a base de fotogramas- que, sin embargo, desmadeja toda la miseria especulativa que pueda imaginarse y quizá algo más.

Una breve anécdota que, como el gestual referéndum de Arenys de Munt -otra de mutantes- no hace sino confirmar la pasión de algunos por la ficción de un mundo en el que los únicos culpables son siempre los otros. Los otros y su eterna paradoja, claro.

Será por eso, el exceso de lastre, que Antich nos deja sin dos de sus más memorables hallazgos: Leciñena y Galmès. Las añoraremos porque el filón de sus desbarres era inagotable, pero ya les saldrán sustitutos. No será muy difícil. Parece que el Govern -a imagen y semejanza de los nacionalistas de cualquier ralea- quiere implantar la ficción turbulenta del cambio para alcanzar el absurdo -o el crimen manifiesto, como escribiera Pessoa- de que todo se quede como estaba. No extraña, pues, que Manera -que no es el banquero anarquista del heterodoxo luso, pero sí el economista titular de la tribu- sea el principal gestor de la crisis. Estamos salvados.

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jueves, septiembre 17

Nit de L´Art



Esto es lo que hay. (Post pin ups, de Concha Vidal en la galería Xavier Fiol)

lunes, septiembre 14

regreso a la Zona Cero

La Telaraña en El Mundo.





He dejado que pasara el 11-S para regresar, ahora, ocho años atrás, al instante en que se me atragantó la comida entre pájaros de fuego y nubes grises de polvo y ceniza. Yo vivía en la Barcelona de una Diada que ya era crítica, pero aún festiva, en un paraje deslucido donde brillaban con luz propia los deseos y la pasión compartida, las ilusiones frágiles del cuerpo a cuerpo y el día a día, la proximidad de la huída o del retorno. No sé si hablo de mí o de alguien que se me parece. Ya poco importa. El lento crujir de las cosas nunca nos abandona.

Repaso, escindido, las imágenes. Mi asombro no es el mismo que cuando la zona cero abrió sus fauces al vacío, pero sí que se me repite una idéntica incredulidad: la sospecha de que el horror siempre regresa, de que vivimos entre círculos furtivos, de que el tiempo pasado y el tiempo futuro son imágenes de lo que somos, que lo que pasó puede volver a pasar y que quizá ya está ocurriendo sin que sepamos dónde. Si en la memoria de lo ya sucedido o en la del porvenir. La mente es un dédalo de archivos, un temblor de espejos. Un nido, pero también un nicho.

Es hora de mirar a otra parte. Se acerca la Nit de L´Art, ese botellón civilizado del que suelo hablarles, año tras año, con igual resignación que desencanto. El arte no tiene nada que ver con el gentío en procesión más o menos guiada. Pero esa historia no interesa a casi nadie. Obviémosla.

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sábado, septiembre 12

la filosofía del burdel

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Ante la amenaza de una mayor presión fiscal cree que las Administraciones deberían prescindir de sus televisiones públicas?





No. Ya dije, no hace mucho, que el maravilloso y singular hexapartito que nos gobierna -qué valor, cuánto eufemismo- no merece sólo dos televisiones sino seis –seis plomizas cartas de ajuste, seis Champions, seis Fórmulas 1, seis telediarios, seis camas redondas donde darse el palique, seis nichos de mugre ecológica y coral, seis pláticas de distinto sesgo, etnia y sexo (pero no lengua, que lengua no hay más que una y grande y libre: la catalana), seis ombligos donde anestesiar el ego, seis lupanares donde remover las ideas- para demostrar, así, la levedad de sus puños al aire frío de Rodiezmo, su ritmo arcaico de sardana, su correfoc de gases pérfidos, su carga submarina de material susceptible de ser imputado (y pronto, además), su afán globalizador, su milagroso haz de roles. Algo así dije, entonces, y no vale ir cambiando, sin más, de opinión. Adelante con las televisiones. El problema es otro.

Ahorrar no consiste en gastar menos sino en gastar mejor y ceñir la contabilidad estratosférica, y patafísica, del dinero público -como en un juego de manos donde no importa el lustre del sombrero ni el flequillo del encapuchado de turno (Antich, por ejemplo) pero sí, y mucho, la magia de saber burlar las apariencias: la realidad es lo que hay, pero también la interpretación de su efímero aspecto- a un severo balance entre lo imprescindible y lo superfluo, lo útil y lo accesorio. El yo, el ello y el superyó. Nada menos.

Se trata, pues, de la depuración urgente de todo lo que es afeite o maniobra política, peaje a la usura dialéctica del poder y su reparto de cargos y galardones, cuestaciones y prebendas, comisiones de vicio y sumisión, liturgias lingüísticas, designaciones digitales, aliteraciones analógicas, funciones y disfunciones: el ritual sofista y seductor del látex. Una espiral de infamia que asemeja un tornado y acaba, sin remisión, convirtiéndose en un reguero de aguas sucias dando sus últimas vueltas hacia el desagüe de la realidad, en su vertiginoso sumidero.

Así, pues, que dejen las televisiones donde están y que empiecen a volatizar conserjerías. Primero las de UM, antes que se las funda Munar como sólo ella sabe y puede hacerlo. Tiene experiencia. Luego todas las del Bloc, antes que ERC o el PSM las conviertan en embajadas de la UNICEF o algo peor. Con lo que queda les basta y sobra. O mejor dicho. Nos basta y sobra.

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viernes, septiembre 11

elegía del botellón

La Telaraña en El Mundo.



Podría enumerar los detonantes suficientes para que un botellón acabe anunciando el rosario de la aurora, pero no lo haré. No creo que la realidad sea un muerto tan dócil como para admitir todo tipo de disecciones sin inmutarse ni airear su disgusto, el gesto roto de su dolor. Al contrario, el cadáver exquisito que intuimos en ella -dentro y fuera: en sí misma- guarda, con celosía, su arcón de chirridos, su ristra de llagas sucesivas, la piel púrpura de su sangre reseca.

Pero cada urbe es como es. Si en Pozuelo han prohibido -mal hecho- el botellón, en Palma se prefiere adecentarlo. Así, Grosske -la política o la gestión del gueto, la estulticia del uso privado del espacio público- apuesta por instalar baños. Gran idea. Hay en el negro fondo del vacío compartido, trago a trago, un desagüe abisal donde todo se reencuentra consigo mismo. Es la máxima del reciclaje y la sostenibilidad. O algo así.

Pero no sólo hay vacío. Hay también desasosiego y carencias: la lenta asfixia de un rítmico estertor dando paso a una explosión bárbara (no es tan raro, tras el estertor no siempre llega la calma). En ese proceder no hay ideología alguna, no hay transgresión ni pálpito anti-sistema; hay sólo alcohol, droga e ignorancia. Es decir, sistema, sistema puro y duro. ¿La estulticia de la que hablaba? Qué va. La de los políticos es peor. En apariencia, culta e ilustrada. En realidad, lerda y dañina.

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lunes, septiembre 7

el pataleo de la OCB

La Telaraña en El Mundo.




No sé si la Vuelta Ciclista a España quiso rendir homenaje a la memoria histórica y pasearse por Flandes como si el sol nunca se pusiera en sus dominios (y entonces a la dirección de la carrera le jugó una mala pasada el tabardillo de tanto sol a todas horas) o si prefirió la paz y el dinero fresco de los Países Bajos a un par de etapas por el Pirineo catalán o el laberinto vasco. Las fronteras ya no son lo que eran. Y mucho menos en Palma, donde podría organizarse alguna etapa sin cortar, siquiera, el tráfico. Los carriles bici darían para una excelsa contrarreloj por equipos. A ver si cuela.

Mientras tanto hay que ceñirse a los hechos. Una sutil denuncia de la OCB ha vuelto a poner en evidencia el proselitismo político de un ente con menos crédito cultural que una peña de analfabestias. Ignoro si al ciudadano Iván Cortés le pegaron, o no, por hablar en catalán. Mal hecho si fue así. Una vez me puso a caldo una recia pareja de guardiaciviles, pero fue en tiempos de la dictadura, y no pienso, aunque otros suelan hacerlo, colgarme ninguna medalla por ello.

Al contrario. Las hostias hay que saber encajarlas y, si se tercia, hasta devolverlas. Pero en caliente. Lo que no es de recibo es irse de asueto a Londres, regresar con el certificado médico de una herida en el rostro y pretender que alguien te recomponga, luego, el alma ensangrentada. Las cosas no funcionan así. O no debieran.

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sábado, septiembre 5

La lengua roja del colapso





Sí. Pero antes, a buen seguro, habrá que encargar algún sesudo estudio técnico -de preferencia a la UIB, ese paraninfo incombustible, mercantil y telúrico de la sabiduría- para que la realidad teórica no nos estropee la realidad práctica ni, por supuesto, nos la usurpe, que es lo que suele suceder de forma irreparable cuando uno confunde el diseño de las maquetas con los acabados efímeros del cartón piedra -el mundo en una Polaroid, ya saben- y se deja llevar, abducido, por el holograma calcáreo de sus sueños. Hay que salir a las aceras y esnifar con esmero las líneas maestras del universo. Darse interminables vueltas por las cunetas del asfalto, por las grietas de las zanjas, por el pavés cuarteado de la historia. Por las costuras de la memoria y los sietes de la existencia. Ese traje. Ese oxímoron.

Pero si Ámsterdam -con la uniformada muchedumbre de Pekín al fondo- es la ciudad de las bicicletas, Palma acabará siendo la ciudad de los velódromos. O la del velódromo ubicuo y eterno, su pista roja de tartán descompuesta y desparramada por todas partes como una monstruosa y doliente lengua tentacular -impuesta, aldeana, artificial y ajena a nuestras tradiciones- que se nos obligara, por orden consistorial, a recorrer cada día de nuestras vidas con infumable cara de satisfacción y ánimo aturdido, confuso, exánime; presos, tal vez, de algún inexplicable hechizo. El hechizo de la lengua o el de la vida sana, el ejercicio inverosímil del funambulismo entre el paseo campestre, idílico o poético y el perturbador humo ácido de los coches, el afrodisiaco perfume de la gasolina, el stress de las prisas, el relente glacial del regreso a las escuelas y a los despachos del trabajo, el rumor de la sociedad dando vueltas sobre sí misma. El viaje a ninguna parte, el no viaje, ese simulacro en el que Aina Calvo es una experta. La movilidad quieta. La rotación inmóvil. Lost in Translation.

Llego a este punto -el colapso me detiene, albricias- jadeante y como sin aire, con la tensión por las nubes y el trasero por los suelos. Mi vieja Mountain Bike necesita un reciclaje total. Le chirrían las ruedas y los frenos y se le sale la cadena. Hago uso, desencadenado, del viejo timbre de metal y óxido, pero su musiquilla ronca y ridícula no acaba de cuajar en la escarcha del desierto. Nada cuaja fuera de su hábitat natural. Nada, salvo el oxímoron. Claro.

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viernes, septiembre 4

la infección sostenible

La Telaraña en El Mundo.




Con tanto protocolo y psicosis oficial, con tanto resquemor colectivo basado en la manipulación paradójica de la Ley de los Grandes Números -ya saben, esa ristra contable que mezcla los pingües beneficios de las oscuras compañías farmacéuticas con el terror solitario de las masas en los ambulatorios del sudor, el caos y la tristeza- cuesta muy mucho hacerse una idea cabal de lo que andan, entre unos y otros, entre todos y nadie, tramando. Cuesta mucho creerse algo. Cualquier cosa. Nada.

Entenderán, pues, que mi natural hipocondríaco esté superando sus críticas cotas habituales y ya ande rondando un aparatoso estado de agitada levitación. No sé si es por puro gozo sensitivo -esa alergia tiene raíces incontrolables-, por un cierto asombro intelectual -del que nada diré- o por algún que otro brote redentor de sarcasmo que siempre ayuda a relativizar las cosas. Vale la pena hacerlo.

Hay que hacer lo contrario que Bàrbara Galmés. Si ella, como Consejera de Educación, tiene la suficiente desfachatez como para transmitir las consignas oficiales sobre vacunación reconociendo su temor a los efectos secundarios del fármaco; yo, por mi parte, sólo puedo exigir que se vacune, antes que a nadie, a todo el personal sanitario, educativo, legislativo, político y funcionarial que haya acreditado un nivel óptimo de catalán. No vaya a ser que luego, si van mal dadas, no tengamos quién nos consuele.

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