LA TELARAÑA: el juego de las paradojas

viernes, agosto 7

el juego de las paradojas

La Telaraña en El Mundo.


Palma, en verano, oscila entre el desierto de la sabana y la sábana de la siesta. Así, la flora es pobre, las sombras parcas y las fuentes, una utopía. La siesta, al revés, es gloriosa, eterna, un inciso en el que el mundo exterior -inmóvil y ausente- y el interior -travieso, pero frágil- se confunden como en un oasis. Si la vida es un sueño -y si no lo es, es algo peor-, soñarlo es lo único que nos queda. Auscultar su pesadilla. Enfrentarla.

No es fácil, lo sé. Hay que jugar con las paradojas y convenir, por ejemplo, que si Pedro Serra desmantela Es Baluard crecen las esperanzas de que Cristina Ros lo convierta, al fin, en un museo. O más aún, que si el Supremo paraliza Son Espases aumentan las posibilidades de su conclusión. La realidad es un equívoco, una mutación, un trivial donde las réplicas marcadas ya no valen. Toca espabilar.

¿Alguien puede, por ejemplo, concebir las Ramblas de Barcelona sin sus kioscos de prensa y su pléyade de terrazas? Quizá no, pero mejor mirar mucho más cerca. Mirarse a fondo, aunque duela. Y duele que en la Rambla y el Borne de Palma no haya ni un kiosco ni una glorieta donde hojear los diarios y distraer la fatiga. Lo primero no parece remediable. Lo segundo, sí, aunque ya en septiembre y con un horario sujeto al estrafalario monopolio coral de las floristerías. Algo es algo. Un quiero y no puedo. O un no sé qué hacer, uno más, de Aina Calvo. Claro.

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