LA TELARAÑA: la guerra interminable

sábado, mayo 16

la guerra interminable

La respuesta a la pregunta -¿Cree que el President Antich maniobra contra Miquel Nadal para evitar que pacte con el PP?- en El Mundo.



Sí. Aunque una tirada de dados jamás abolirá el azar, como escribiera Stéphane Mallarmé, al azar conviene seducirlo con mil ardides y requiebros, convocarlo sin desmayo por ver si, entre las fauces de su indescifrable mecanismo, se nos aparece la brisa favorable de la fortuna, esa sonrisa con labios de mujer fatal y colmillos de vampiro, ese bálsamo contra la necesidad y el agobio, esa pócima reparadora, ese ungüento milagroso contra la precaria condición humana. Estoy hablando de política, aunque no lo parezca, y el decorado asemeje un espejismo gótico. Ya amanecerá.

Resulta, pues, que Francesc Antich se ha lanzado a mordisquearle la yugular a Miquel Nadal. No es un mal principio, pero esperamos que la guerra no haya hecho sino empezar. Queremos más víctimas y defunciones, más instancias judiciales llamadas - aun de forma intempestiva- a filas, más filtraciones de lujo, más carnaza y vísceras, más operaciones de acoso y derribo, más descuartizamientos públicos. Más guillotina. Queremos una carnicería completa en la que rehogar nuestros instintos básicos y convertir nuestra natural indiferencia en obligado, justo y necesario asco. En vómito.

Esta no sería una mala manera de revelar, en su crudeza, la realidad subterránea de las cosas, la descomposición de la vida pública y los políticos, su concepción de la libertad como algo que puede ser medido y pesado, sujeto a trueque y usura, a cadenas por la lengua –por cualquier lengua- y a corrupciones de un signo u otro. Esta libertad tiene muy poco de libre.

El problema es que con estos actores no parece previsible un gran espectáculo. Qué lástima. Ni Antich ni Nadal son seres superiores –como Florentino Pérez o, por decirlo más alto, María Antonia Munar- sino simples peones de brega, piezas de engarce secundario en un complejo armazón donde nada es lo que parece y todo se reduce a conquistar una pequeña parcela de poder –mejor si puede ser edificable y hasta sostener un caserón, una mansión con vistas o, qué menos, un retiro secular a la altura de las circunstancias- y perpetuarse en ella, atendiendo con diligencia y premura, pese a la estrechez, al pragmatismo de las reglas partidistas y su estructura piramidal. El poder sólo dura lo que dura y ya que no deja, por lo común, demasiado prestigio, sí hay que intentar que deje algún que otro rédito. Están en ello. Y se les nota.

Etiquetas: