LA TELARAÑA: autopista al infierno

sábado, abril 18

autopista al infierno

La respuesta a la pregunta de millón -¿Debe cesar la presidenta Armengol al imputado Gonzalo Aguiar como representante del Consell en la comisión del convenio de carreteras?- en El Mundo.



No. Aunque yo de carreteras entiendo poco y prefiero, por supuesto, abandonarme al elíptico y apasionante tema de los mágicos difusores dobles o triples o quizá más aún, al menos en el caso de este Consell, fruto maduro de la partenogénesis y el extravío. Me refiero a esos ventiladores camuflados que esparcen chorros a propulsión y ritmo inconcebibles y dejan a todos –incluido Fernando Alonso- con un palmo de narices, envueltos en turbulencias y lluvia ácida por aspersión descontrolada, diarrea, flatulencias, migrañas, malestar general, mareo, impotencia, cefalea, halitosis y demás sintomatología de la corrupción al vapor, al trote, a la velocidad del sonido, del rumor, de la luz y la sombra, de la sospecha, de la imputación galopante y del vértigo, la caída total y absoluta. Libre.

Pero tanta velocidad abruma y no da tiempo para tomar otras medidas que no sean las de la estela de la putrefacción. Salvador Dalí sabía bastante sobre el asunto. Las relaciones de Armengol con su entorno -Gonzalo Aguiar o Antoni Pascual, la sombra recurrente de Munar, el tráfico de rotondas y gasolineras, de capitales e influencias, la inmaculada perversión de las autopistas, su diseño azaroso e interesado, el caos selecto de las competencias, la multiplicidad de cargos, la entelequia final de una gestión coherente- son pura megalomanía y exhibición retórica. Un paraíso en llamas.

Su análisis –o su digestión enloquecida- me transportan al viejo film de Buñuel –Un Perro Andaluz- devolviéndome las imágenes retorcidas de un ojo partido por la cuchilla y un filo irregular de sangre, un burro (se supone que catalán) mostrando la elocuencia de la agonía y el espectáculo fascinante de la descomposición, una mano recubierta de hormigas en busca, quizá, de las líneas quebradas de la vida y la muerte. La huida rápida hacia ninguna parte. El éxtasis del vacío.

¿Cesar a alguien? No. El marasmo putrefacto de las administraciones superpuestas y simultáneas convierten la autonomía –no sólo esta, sino todas- en un ejercicio de usurpación y paranoia. Así, el ojo de la Presidenta ya no puede ver más allá de su propio naufragio ni reconocerse al margen de sus aliados coyunturales. Los necesita tanto -para sobrevivir a la soledad y, sobre todo, al desahucio- que sólo le queda hacerse fuerte con ellos y obviar la precariedad de una legislatura que nació en el delirio y ya se ha instalado, definitivamente, en el absurdo.

Etiquetas: