LA TELARAÑA: los abrazos rotos

sábado, marzo 21

los abrazos rotos

La respuesta a la pregunta del millón -¿Cree que el Govern debe pedir a Miquel Nadal que dimita?- en El Mundo.



No. ¿Cómo le va a pedir Francesc Antich a Miquel Nadal semejante sacrificio? Sería una crueldad, una maniobra de distracción, un abuso de poder y hasta una prueba, irreparable, de falta de confianza. Cuando un grupo de ilusionados excursionistas, como este gobierno, parten -entre cánticos hedonistas, rondallas, abrazos y soflamas- de viaje hacia no se sabe dónde y quiere el cruel destino que, por desgracia, error u omisión, se pierdan en el páramo –aunque no sepan lo que es eso- la primera norma es no dejar a nadie en la estacada, permanecer juntos a toda costa para defenderse de las fieras y resguardarse del frío, de la soledad y el calambre. Así el destino del grupo se convierte en el de sus partes. Compartir una crisis no la soluciona, pero sí que la hace más llevadera. O algo así.

¿Qué culpa tiene Nadal, en solitario, de que María Antonia Munar tenga la habilidad de enfermar justo cuando toca firmar la sentencia de un apaño urbanístico marcado por el absurdo y la paradoja? ¿O Armengol de perpetuar el peaje social de toda esa maraña indecente de firmas estampadas, presuntamente, por orden de algún ser superior e inaccesible, intocable, inmune? No se trata, pues, de pedir la dimisión de nadie. Más bien, deberían cesar todos al unísono y así, roto el abrazo, dar por concluida la danza. ¿Lo harán?

Ignoro si un gobierno es una entidad sin ánimo de lucro, una ONG surrealista, una unidad de destino en lo universal o un simulacro de ejecutiva de patio de vecinos. El nuestro se parece a esto último. Todo anda pillado con pinzas y rulos entre sandalias y batas floreadas, pantuflas y batines. Falta presupuesto. Sobran goteras y escombros. Y no hay más vistas que las puertas oscuras de los juzgados y las ruinas del pasado. Así cuesta salir adelante. Es casi un milagro.

Pero siempre hay soluciones para todo. Creo que el gobierno en bloque debería irse a tomar uno de esos laxantes cafés por la lengua que tanto publicita –con la subvención popular, además- la inigualable Obra Cultural Balear y dejar, así, que la naturaleza siga su curso y cumpla, al fin, con sus instintos. Es, pues, la hora definitiva de los refranes. Aquí paz y luego gloria, fue bonito mientras duró o se acabó lo que se daba. Eso sí, que el último en salir no olvide tirar de la cadena. Por favor.

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