LA TELARAÑA: marzo 2009

lunes, marzo 30

memoria fin de siglo

La Telaraña en El Mundo.


Repaso las imágenes con tristeza. Parece que ha vuelto la época aquella –en tinieblas: algo de blanco y mucho de negro- en que los antidisturbios vestían de color gris y repartían mandobles con absoluta incontinencia. Ahora las órdenes no les llegan desde la barbarie instalada en las alturas sino desde la milenaria estupidez de la sección más nacionalista del Tripartito catalán. Pasó en Barcelona y también, aunque a otra escala –la que hay- en Palma. No sé si Bolonia merece tanto motín, pero alivia que los jóvenes no hayan dejado de ser jóvenes. Ojo al oxímoron.

Luego están las estadísticas, ese relevo desenfocado de la realidad que sólo sirve para que algunas asesorías se lucren hurgando en la privacidad ajena. Si el mundo empieza a parecerse a Facebook –o al revés- voy a tener que darme de baja, y lo haré. Las puertas de la percepción no sólo sirven para entrar sino también para salir en estampida. O eso creo.

Las encuestas afirman que el 20% de los alumnos de la UIB ha esnifado cocaína. Pues vale. La cifra me dejaría indiferente si no fuera porque ya queda muy atrás el tiempo en que las drogas -y no todas y nunca esa- tuvieron, tal vez, algún sentido. ¿Cómo explicar que lo que floreció en los sesenta se convirtió en bazofia pura y dura en pocos años? Imposible. La memoria histórica parece preferir otro tipo de osarios consumados e ignorar los que están por venir. Qué gran error.

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sábado, marzo 28

¿Qué me pasa, doctor?


La respuesta a la pregunta del debate -¿Cree que el decreto del catalán hará perder profesionales en la sanidad?- en El Mundo.





No. O sí o ni una cosa ni la otra. Me encantan este tipo de preguntas porque me permiten coquetear con la literatura, saborear las relaciones entre la ficción y la realidad y hasta dar rienda suelta a mi natural y enloquecida vena hipocondríaca. La hipocondría es un arte. Exige introspección y angustia, pero también distanciamiento y humor para relativizar la fragilidad que nos encorseta y salir airosos. No somos esa radiografía aterida que nos mira sin vernos ni ese diagrama de líneas y constelaciones, selvas, fermentaciones y flujos de glándulas con las que el médico nos ausculta. Somos algo más, aunque no sea mucho.

Cuando una ley es torpe y estúpida, nadie se preocupa por cumplirla. No hay, pues, apuro. El decreto del catalán no pasa de ser un feto en plena vigencia de plazos de la ley del aborto, un atentado contra la lógica general de las cosas, su naturaleza y su instinto de supervivencia más allá de cualquier perversión ideológica. Es, en fin, un ataque suicida contra la salud pública en sí misma, que no es ese carnaval lingüístico en el que el Govern danza, sino algo mucho más serio: la salud privada de cada ciudadano. La suya. La mía.

Con todo, basta con ojear la estampa de Antich en cualquier foto -la sonrisa y el flequillo flácidos, la mirada acristalada y los brazos siempre cruzados en salva sea la parte- para inferir que no es un tipo duro. Más parece una víctima resignada del pragmatismo, la erótica del poder y de los pactos con los depredadores –lingüísticos unos, ERC o PSM, y económicos otros, UM- gracias a los que gobierna. O eso cree él, porque todo tiene sus límites y la realidad tiende a la supervivencia, a la mejora cuando puede y a la adaptación si no tiene otro remedio. A ese decreto le aguarda igual destino que al Pacto de Govern. La disolución. El olvido.

Vuelvo a la hipocondría. A veces quisiera que mi equipo médico habitual me hablase en catalán en vez de hacerlo, como acostumbra, en castellano. En catalán parece haber menos patologías o, en todo caso, muchas menos palabras con que expresar esos matices técnicos, indescifrables, piadosos o crueles, que adornan, filosóficamente, las enfermedades –sus síntomas y excrecencias, sus diagnósticos, sus remedios y venenos, sus fármacos- convirtiéndolas en algo tan fascinante como terrorífico. Pero enseguida desisto. La complejidad desenmascara la simpleza y sólo así la vida, caprichosa, prosigue su curso.

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viernes, marzo 27

elogio de las catacumbas

La Telaraña en El Mundo.



En la ciencia ficción –cargada de un realismo predictivo tan lógico como desolador- el transporte público recorre, aéreo, los puentes colgantes y cruza, transparente, el cielo de los cyborgs, las nubes ácidas y los remolinos de ázoe. Aina Calvo, sin embargo, quiere cubrir de vías de plomo las avenidas, de cables la fachada marítima, de congestión y traqueteo la parodia de un futuro virtual. A su tranvía le falta imaginación y le sobran carriles donde perder el tiempo. De su oleaje se ocupa Agustí Jansà.

En efecto: quizá ya no exista la primavera. Ni la de Praga ni la de Bolonia. Ayer hizo frío y hoy calor. O al revés. Pero las estaciones siguen estallando en nuestras venas como en las de los estudiantes y las guardias pretorianas de Montilla y Carod o Antich. Así, el IEB trocó libros primaverales por emails con el lema de algún autor balear. Entrañable. El IRL envió a unos poetas isleños a hacer patria y legión a Serbia. Ejemplar. El CIM ha abierto nuevas y sutiles líneas de subvención lingüística. Excelso.

Aquí nos conformamos con menos. Unas cincuenta almas nos reunimos el martes en el sótano oscuro de “L´Antiquari” para evocar los “slams” poéticos que ideara Marc Smith, un poeta de Chicago, años 80. En esas justas subterráneas la única patria que salió reforzada -sin buscarlo ni gastar un euro- fue la del lenguaje común. Cada vez me gustan más las catacumbas. Huelen a futuro.

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lunes, marzo 23

patología de la lengua

La Telaraña en El Mundo.




No hace falta ser un lince protegido ni un aborto sin consumar, para creer que el problema lingüístico sólo existe, como patología tóxica, en la sinuosa mente de los políticos. El PP ha presentado una enmienda a la totalidad del Plan de Normalización Lingüística del Govern. Podría felicitarles, pese a la tardanza, pero no lo haré. Desean que se redacte otra normativa que no excluya a los castellano hablantes y que refleje la realidad plural de Baleares. Pues no, tampoco es eso. Demasiados errores de concepto.

El bilingüismo, como tópico, aburre. La realidad no precisa de normativa alguna que la vista; al contrario, luce mucho mejor desnuda que ataviada con no importa qué señeras o qué estandartes. ¡Con lo que se parecen las unas y los otros! Tan plurales son estas islas, con su cooficialidad lingüística –siempre en entredicho y siempre por montera- como pueda serlo, y sin duda lo es, la más añeja y monolingüe comunidad de cualquier parte del mundo, España incluida. Aquí sobran faroles y falta rigor. Debe de ser la norma.

La presunta nación catalana –igual le diría al que alardease, impúdicamente, de la balear o la española- es sólo un engendro ciclópeo, un aterido osario arropado por un manto púrpura de heno. Debajo sólo late el fetiche de la identidad y el instinto humano de huir del vacío. A ese uniforme le sobran medallas y subvenciones, coros y danzas. Prefiero el silencio.

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sábado, marzo 21

los abrazos rotos

La respuesta a la pregunta del millón -¿Cree que el Govern debe pedir a Miquel Nadal que dimita?- en El Mundo.



No. ¿Cómo le va a pedir Francesc Antich a Miquel Nadal semejante sacrificio? Sería una crueldad, una maniobra de distracción, un abuso de poder y hasta una prueba, irreparable, de falta de confianza. Cuando un grupo de ilusionados excursionistas, como este gobierno, parten -entre cánticos hedonistas, rondallas, abrazos y soflamas- de viaje hacia no se sabe dónde y quiere el cruel destino que, por desgracia, error u omisión, se pierdan en el páramo –aunque no sepan lo que es eso- la primera norma es no dejar a nadie en la estacada, permanecer juntos a toda costa para defenderse de las fieras y resguardarse del frío, de la soledad y el calambre. Así el destino del grupo se convierte en el de sus partes. Compartir una crisis no la soluciona, pero sí que la hace más llevadera. O algo así.

¿Qué culpa tiene Nadal, en solitario, de que María Antonia Munar tenga la habilidad de enfermar justo cuando toca firmar la sentencia de un apaño urbanístico marcado por el absurdo y la paradoja? ¿O Armengol de perpetuar el peaje social de toda esa maraña indecente de firmas estampadas, presuntamente, por orden de algún ser superior e inaccesible, intocable, inmune? No se trata, pues, de pedir la dimisión de nadie. Más bien, deberían cesar todos al unísono y así, roto el abrazo, dar por concluida la danza. ¿Lo harán?

Ignoro si un gobierno es una entidad sin ánimo de lucro, una ONG surrealista, una unidad de destino en lo universal o un simulacro de ejecutiva de patio de vecinos. El nuestro se parece a esto último. Todo anda pillado con pinzas y rulos entre sandalias y batas floreadas, pantuflas y batines. Falta presupuesto. Sobran goteras y escombros. Y no hay más vistas que las puertas oscuras de los juzgados y las ruinas del pasado. Así cuesta salir adelante. Es casi un milagro.

Pero siempre hay soluciones para todo. Creo que el gobierno en bloque debería irse a tomar uno de esos laxantes cafés por la lengua que tanto publicita –con la subvención popular, además- la inigualable Obra Cultural Balear y dejar, así, que la naturaleza siga su curso y cumpla, al fin, con sus instintos. Es, pues, la hora definitiva de los refranes. Aquí paz y luego gloria, fue bonito mientras duró o se acabó lo que se daba. Eso sí, que el último en salir no olvide tirar de la cadena. Por favor.

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viernes, marzo 20

el cadáver exquisito

La Telaraña en El Mundo.



El ojo no siempre ve lo que mira sino otra cosa. Hace tiempo me construí un mapa de la corrupción en el que iba colocando imágenes y textos –sobre Son Oms, Can Domenge, Scala, IB3, las subvenciones lingüísticas, La Real, Son Banya, Son Baco, qué sé yo- y después banderitas y más tarde flechas, y casi yugos, para ir atando cabos y despejando incógnitas. Vano intento.

El plano parece ahora un puzzle, un cadáver exquisito con un añadido paranormal. De cerca, asemeja un gurruño y de lejos, la sonrisa ambigua de La Gioconda o las mutaciones de Dorian Gray. La efigie de Munar se disuelve en las de Nadal, Matas, Antich, Grosske o Lladó, pero luego reaparece. Siempre lo hace. Es la galería cíclica del horror.

Mientras tanto, sacar a paseo cualquier desvarío sofista sobre la existencia o inexistencia de Dios –que ya son ganas de reducir a cenizas la libertad de credo y hasta la incredulidad, que es otra forma de fe- resulta más tolerable, al parecer, que convertir esos mismos buses en una pancarta nómada donde se exhiba, sin más, el derecho ciudadano a elegir en qué lengua desea la educación de sus hijos. Posiblemente no exista una lengua superior, única y definitiva y todas sean el fruto necesario, mestizo, de una sucesión de injertos y mudas. Quizá sólo nos quede disfrutar cada uno de la suya y aprender cuantas más variaciones mejor, porque en la variación está el gusto. Posiblemente.

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jueves, marzo 19

dos

Piso las huellas muertas por ver si reviven

a) los caminos que andaron mis ancestros.

b) el barro y la ceniza, el polvo y la luz.

c) las tumbas escondidas en las ruinas.

d)

e)



lunes, marzo 16

el escenario en llamas

La Telaraña en El Mundo.



La realidad merece algo más que un juicio sumarial o un balance administrativo que la cierre. Merece también abrirse al ardor incontable de las especulaciones, al desvarío de la pasión y, sobre todo, a la voluntad individual de hacer las cosas como uno quiera, sin atender a la dictadura de las modas, la corrección y el desfile excrementicio y marcial de la uniformidad. Estoy pensando en “Morgana Teatre”, una compañía a la que no he visto actuar porque apenas les dejan estrenar en Palma. El veto al castellano no lo levanta ni un telón en llamas ni un público hambriento. Sólo hay morfina para el filón nacionalista.

La previsión es que el teatro clásico español acabe reducido a algo marginal. No les negaré que la idea me atrae y seduce. Nuestros clásicos, Galdós, Rojas, Calderón, Zorrilla, Lope o incluso Alfonso Sastre, son aquí –y en todas partes- el mejor y casi el único teatro alternativo posible. Lo demás es extrapolación lingüística o política. Mistificación lorquiana. Cursilería.

En el otro extremo habrá que acabar dando –contra todo pronóstico- la enhorabuena a Cristina Ros por atreverse a ir aseando las paredes de Es Baluard del hedor plúmbeo de la doméstica colección de Pedro Serra. Nos trajo a Kiefer y ahora al fotógrafo Mapplethorpe. Su obra está tan viva como sólo puede estarlo lo que, a la vez, consigue ser discutido y, sobre todo, discutible. Yo no le pido más al arte.

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sábado, marzo 14

la ética y las cucarachas

La pregunta del millón en El Mundo.


No. ¿He escrito que No? En efecto. Me restrego los ojos y me dejo invadir, levemente perplejo y adolorido, por el juego confuso de las luces y las sombras. En ese claroscuro se esconde la realidad, juega al escondite con todos y al final se nos deshace en nada, como si fuera un holograma, un espejismo o ambas cosas. Quizá sea, también, el rastro obsceno, la curva subterránea de una sonrisa cínica y abatida, la transgresión de la línea frágil, pero no invisible, que separa lo privado de lo público y que, al separarlo, también lo mezcla y lo deja todo perdido, lo convierte en un lodazal, una sangría, una desvergüenza ética y estética. Un caos de proporciones magníficas, inabarcables. Intolerables.

Pero hoy toca hablar de ética y de estética como si no fueran la misma cosa. ¿Lo son? Lo son, al menos si uno no desea perderse en la maraña artificial de los eufemismos, en la falta de rigor y en el lenguaje cargado de pleonasmos de los políticos, pero no sólo de ellos. Armengol llegó al Consell anunciando, a bombo y platillo electoral, su voluntad férrea de hacer cumplir a rajatabla la Ley de Incompatibilidades. Perfecto, pero absurdo. Si tenía que gobernar con nacionalismos tan arraigados como UM o ERC no le quedaba otro remedio que transigir con sus pintorescas, primitivas y ancestrales costumbres. ¡Cualquiera le explica a Antoni Pascual el rebuscado código ético de Zapatero, aunque sea en la versión más reducida y desglobalizada de Antich! No, hombre, no. Hay cosas que además de no poder ser son imposibles. O eso parece.

Prohibir lo obvio resulta, siempre, una redundancia. Autorizarlo también. ¿Qué hacer entonces? Anteayer el profesor Neira comparecía en una televisión para hablar sobre el abismo que separa las personas de las cucarachas –la diferenciación biológica es suya- y lo hacía con los ojos bien abiertos y el cuerpo más que herido, maltrecho, descompuesto, roto. Su voz parecía surgir de algún lugar más allá del bien y del mal -esas ficciones tan comunes- para volcar toda su razón en una simple pero lógica constatación última: no hay que darle jamás la espalda a una cucaracha. Neira se quedó corto. Algunos políticos no sólo no le dan la espalda a las presuntas cucarachas de la corrupción, que ya tiene peligro, sino que parecen capaces de abrazarse –metafóricamente, claro- a ellas. Qué asco.

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viernes, marzo 13

los colores del blanco

La Telaraña en El Mundo.



Atiendo a las novedades como si fueran recuerdos. Las primeras imágenes de “Watchmen” me reconcilian con la inteligencia –esa perversión tan necesaria- resumiendo el siglo XX en una sucesión de parodias: el beso de Edith Cullen a un marinero anónimo –la foto de Eisenstaedt- se transforma en fraternal lujuria femenina, Kennedy vuelve a ser ejecutado, Castro fuma en el Kremlin y Warhol se mece. Hay más, pero pronto decae y se normaliza. La realidad pierde sarcasmo, ironía y desolación. Entonces ya no queda casi nada.

Visito la carpa del Libro en Catalán. El folleto de la OCB no es de estraza y engulle a varios Nobel. Rafa Nadal sonríe. Compro un libro con olor a cacao mientras alguien presenta su obra ante trece personas y compara la violencia de género con la situación de Cataluña. Huele bien el chocolate. Entro en un foro virtual pero me cansa la civilizada ortodoxia al uso. Me pasa con la realidad como con Internet. A veces, me falta el aire.

Pero para compensar otros agravios –Gesa o la tasa de residuos- el cartero me trae un lujoso ejemplar de “Els colors del Blanc” del pintor Lluís Ribas y el poeta Santiago Montobbio. «No hay nada más antiguo que querer ser moderno» leo, mientras en el libro y la vida nos rondan -entrelazadas como palabras- sábanas blancas y cuerpos de mujer. Esas sábanas serán mortajas y esos cuerpos ruinas, pero ello no les resta valor ni belleza. En absoluto.

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lunes, marzo 9

el guión y la trama

La Telaraña en El Mundo.



En la caverna las sombras se palpan, ciegas. Imposible distinguir más que los ojos en llamas del último aborigen, agazapado pero desafiante y solo. Muy solo. Comienza, entonces, el reproductor a volcar sus imágenes. No estoy hablando de Eastwood, grandioso, ni de Banderas, ridículo junto a Freeman. Hablo del cine según Carod-Rovira, del mismo cine al que, tras la usura de la SGAE, quieren ahora sumir en la paridad lingüística, un filón de escombros ideológicos, una mazmorra sin más luz que la de los acomodadores huérfanos en busca del público perdido. ¿Hay alguien ahí? Nadie.

También huérfano o de padre sin nombre, intenta ser Carod. En su blog –que cuenta con una televisión propia: Carod.tv.- asegura ser «hijo de padre aragonés y de María Rovira, de Cambrils». La fijación territorial llega al guión con que se adorna pues se trata de un homenaje al poeta mallorquín Rosselló-Pòrcel. Qué pequeño es el mundo y cuántos tópicos atesora. No sé cómo le caben. ¿Caben?

Aquí todo cabe. Y si no a la fuerza. ERC desembarcó en Mallorca con pocas, pero muy claras, ideas. Ocupar el máximo poder con el mínimo esfuerzo. Encontró el terreno abonado en todas partes, pero sobre todo en el Consell. No hay oposición -arqueológica o de bomberos- en la que Lladó no logre situar a los suyos. Así se hace país. Aleluya. Armengol. Albricias. Y no sigo con más interjecciones de júbilo, por no llegar a Antich.

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sábado, marzo 7

buscando a Obama

La respuesta al debate en El Mundo.



El vendaval de la otra noche me dejó el cabello como un estallido. El asunto no mejoró cuando me pidieron unas líneas sobre los candidatos del Partido Popular –los nuevos y viejos, ambos o ni una cosa ni otra- a la Junta Territorial de Palma. Con estos pelos lo mejor es empezar a restregarse los ojos. Cuidado con los fosfenos.

No es de recibo que Rosa Estaràs pervierta el debate democrático con un simulacro de consenso impuesto. Las cúpulas deben sustentarse en sus pilares, pero no aplastarlos. De los candidatos Serra, Feliu o Martínez sólo conozco sus fotografías en blanco y negro y de Cirer, Rodríguez o Fiol sus actuaciones en el pasado, las que ahora –trastocadas por mi desmemoria selectiva- les avalan o cicatrizan por igual. Parece que el más activo es José María Rodríguez. Qué espanto. ¿No hay más cera que la que arde? ¿Dónde está el Obama del futuro? Ni se le conoce ni se le espera. Mal asunto.

Mientras tanto, igual valdría un candidato que fuera un lienzo en blanco, el yeso virgen donde pudieran esculpirse, a la vez, los deseos de todos: un personaje liberal y conservador y progresista, hombre y mujer, alto y bajo, silencioso y bilingüe, letrado y científico, una especie de Zelig camaleónico –sin Woody Allen- abarcando el espectro de la realidad. Un alma sarcástica contra el poso trágico de la historia.

La democracia tiene su glamour y sus miserias, su libre albedrío y su servidumbre aritmética a mayorías y minorías, su cacería de votos –no siempre con licencia- en las balanzas ideológicas y su arqueología en las cloacas, su trasiego de maletines en un viaje que se desea próspero para todos pero que sólo alcanza para algunos, su elegante, escotado traje de noche pero también su mono de trabajo. La democracia es como un Casino inmenso, con su banca, sus croupiers y mesas electorales, su pléyade de curiosos y tahúres. Todos ellos garantizan que el ritual se cumpla. La Casa Común debiera ganar siempre, pero los deseos y la realidad no siempre coinciden. Estos últimos años Matas y Antich se han alternado en el poder. Sin embargo, siempre gobernó Munar. Pero eso no me extraña. Hace tiempo que dejé de confiar en la suerte. Los dados del azar están trucados y la inteligencia en peligro.

Se busca un candidato ajeno a esa perversa complicidad. Igual aún no ha nacido.

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viernes, marzo 6

la ideología del látex

La Telaraña en El Mundo.




Lo dijo Rimbaud en un rapto de ebriedad poética: «Hay que ser absolutamente modernos». En efecto. El problema surge luego, cuando se pretende convertir el éxtasis individual en colectivo. La penúltima gran experiencia de modernidad condujo al nazismo. La última –la que ya llega, la que siempre se está gestando- no sabemos si nos llevará a la distopía de la eugenesia y los clones. Por ahora, vivimos entre dioses menores y portátiles, como de usar y tirar: pañuelos y consoladores. La ideología del látex.

La reconocemos porque sus apóstoles son, además, ridículos. Por ejemplo, la OCB –la Obra- invitando a conferencia y café clónico por la lengua –en realidad, a postración becaria, esperpento de servilismo y pleitesía- al nuncio del nacionalismo culé, Joan Laporta. Su club, a falta de títulos, atesora la rancia vocación de no ser lo que es, sino algo más. Aquí la matemática no falla y la suma se rebela contra la perversión y acaba restando. Pronto quedará en nada.

Pero miro alrededor y no me sorprendo. Hoy comienza una semana de nueve días sobre el libro en catalán. «Hay que apoyar al Gremi» dicen Joana Lluïsa Mascaró y Margalida Tous, mientras el dinero fluye desde el Govern y el Consell hacia La Misericordia. El revuelo lo interpretan los de siempre: Sebastià Alzamora, Biel Mesquida, Sebastià Serra o Janer Manila. Ya casi ni los distingo y sé que, pronto, los habré olvidado. Ojalá.

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lunes, marzo 2

el puente simulado

La Telaraña en El Mundo.



Resulta fácil vaciar de sentido la realidad. Basta con atender a las anécdotas y filtrar la brújula de su desvarío como si sus protagonistas, en vez de todos, fueran tan sólo los otros. No es así. Ceñir la realidad a la baraja de anécdotas, siempre bien surtida, que cualquier tahúr manipula a su antojo, puede parecer un ejercicio sagaz –y muy útil si se trata de escribir una columna para lectores dóciles- pero no deja de ser, nunca, una perversión y un despilfarro intelectual, un juego leve, un artificio de estilo que, al final, cede por su propio peso. Su ingravidez. Su nadería.

Mientras tanto, las anécdotas se suceden, mutantes, hasta que la realidad las enaltece o disuelve sin reparo alguno. No lo merecen. Así, la noche del viernes –buscando las sombras y la alevosía- recorrí el nuevo Pont des Tren. En el ambiente olía a cartón piedra, a poema ripioso, a mezcla de quejido –el espectro del arquitecto Bennázar arrastrando adoquines a través del tiempo- y discurso fútil de Calvo, Vicens o Fermoselle. Demasiado revuelo para sólo vadear el vacío. Qué poca cosa.

Pero menos es caer en la redundancia y convertir un día en una Diada –otra-, abrir las puertas de la Presidencia –aire, más aire-, editar un libro de pega y ofrecer a la ciudadanía un maratón de tiro olímpico, petanca, bailes, carreras al trote y hasta medallas de oro para la UIB. Así todo queda en casa y en el olvido, claro.

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