los botones del tiempo
Repaso la actualidad como quien observa El Coloso, no sé si de Juliá o de Goya, y bien poco que me importa el autor de sus trazos. El lienzo ya no es sólo figura, sino representación y parodia, metáfora y pretexto para la impostura de los críticos: que si los detalles, las imprecisiones o las proporciones alteradas. La realidad es la que es y sólo la farsa, alrededor, mantiene su énfasis contra el paso del tiempo y la revisión superflua. Hay tanto por revisar como por hacer. Y sin embargo, qué mucho se habla y qué poco se hace.
Ni cien preguntas mal formuladas despejan una incógnita. Zapatero ya sabe qué cuesta un café, pero no la crisis. ¿Aprobará Antich, hoy, el decreto Nadal? Los vecinos de Blanquerna ignoran qué hacer con Grosske. Sobre Corea nadie sabe ni contesta. Son Banya, en bloque, se ha instalado en los juzgados de Palma, pero aquí la trama -con personajes que no sé si son policías, abogados, jueces, paraguayos secuestrados o matriarcas gitanas- sí que busca un autor desesperadamente, pero eso es pedir demasiado. La realidad es la que es.
Sólo nos queda especular con las anécdotas. Nacer ancianos y morir lactantes, por ejemplo, sabiendo que entremedias –como en la historia de Benjamin Button- transcurre la vida. Todos los caminos convergen cuando la cremallera del tiempo cierra sus dientes. No es fácil explicarlo, pero para eso están los efectos especiales. Cómo no.
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