LA TELARAÑA: el ojo tuerto

lunes, diciembre 29

el ojo tuerto

La Telaraña en El Mundo.


En Navidad pasan cosas raras. Me aturdió la exposición sobre Ramón Llull en CaixaForum. No sé si fue por la media docena de signos cabalísticos que fui, como por azar, descubriendo, o por el estupor ante la pregunta de qué “cinco o seis personas honestas” (según Jaume II) podrían, ahora, emularle en la tarea de integrar creencias distintas –cristianas, judías o sarracenas- en un mismo universo. Me dieron ganas de evaporarme. Es algo muy común.

Todos nos escondemos, de vez en cuando, en alguna parte. Lo sé, porque me gusta jugar al escondite -con ustedes pero, más aún, conmigo- para, entre estas líneas, ir abriendo celosías al teatro de los días, al perfil de sus actores y a la estancia difusa donde no parece suceder nada y, sin embargo, sucede: los personajes entran y salen, muestran sus dudas y certezas, balbucean su ficción, sainete o tragedia y luego, al rato, vacían el escenario dejando tras de sí una rémora de aplausos, una alfombra de abucheos, una fila de temblores, una cadena de silencios o, quizá, un cúmulo de aullidos. Quién sabe.

Más tarde, me dio por ponerme mis mejores galas, calculadora en mano. El abrigo de “cachemir” me costó unos doscientos euros en una sastrería madrileña. Los vaqueros, el jersey y la camisa –que no uso porque no tiene bolsillo: Antonio Miró no regala ni un zurcido-, unos cuatrocientos. Anoté precios. Los zapatos. La ropa interior. Sumé sin complejos, sintiéndome, lo admito, muy acorde con mi aspecto. Los complementos. El viejo «Omega» de mi padre –que no tiene precio, porque es un homenaje- y el «Dupont» que palpo en este instante. Al acabar, la calculadora parpadeó una cifra redonda. Mil euros. Es lo que hay. Ahora podría empezar a comparar agravios -que si el lujo de Munar o los relojes de Matas, que si la labia de Cerdà o el silencio de los corderos- pero no lo haré. Allá cada cual con lo suyo, si lo es. Y si no, que la Fiscalía deje de mirar con el ojo tuerto y aplique la ley. A mí me basta con estar a gusto con lo mío. Lo estoy.

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