LA TELARAÑA: diciembre 2008

miércoles, diciembre 31

balas y balances...

Aunque no la agotemos y nos desborde su caudal, podemos comparar la vida a un sinuoso torrente con el mar oscuro y embravecido al fondo, a un lienzo que no queremos acabar de firmar pero que ya lleva, indeleble, nuestra huella, a un libro, en fin, con las costuras maltrechas que –y esa creencia o temor es contagioso- parece tener las páginas contadas. Por suerte ignoramos su número y, en esa inquietud, lo abrimos cada día para reencontrarnos ante una página en blanco, la página vacía que no existe, pero que hay que llenar como sea. Eso hacemos. Atravesamos arrecifes y piras, recodos imprevistos y así, capítulos -a veces dunas, precipicios, marjales, nada- a los que llamamos años: los devoramos como caníbales -con hambre y conocimiento atrasado- y los atesoramos porque en ellos está todo cuanto somos y hasta algo, quizás, de lo que seremos. Es sólo una sospecha, un interrogante abierto que nos resistimos a cerrar. Vivir es resistir. Resistimos.


Debiera, tal vez, hablar sobre libros. Sobre los libros que leí este año y sobre los que dejé para mejor ocasión. Pero no lo haré. La mayoría los he olvidado y, en cualquier caso, estoy seguro de que esa perversa contabilidad puede encontrarse, aunque sea desperdigada, entre las numerosas entradas de este blog...


Así que hablaré de cine, que es un arte menor y digestivo. La mejor película extranjera fue la norteamericana Passengers, dirigida por el colombiano Rodrigo Garcia; la mejor española fue Transiberian, del también americano Brad Anderson y, finalmente, la mejor película catalana fue, por supuesto, Vicky, Cristina, Barcelona, del, todavía americano –porque eso puede cambiar- Woody Allen. Las dos primeras, al menos, se las recomiendo.



Y acabo 2008, con una cita de Baltasar Gracián: "No pueden ser inmortales en la Muerte los que vivieron como muertos en la Vida". Feliz Año Nuevo

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martes, diciembre 30


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lunes, diciembre 29

el ojo tuerto

La Telaraña en El Mundo.


En Navidad pasan cosas raras. Me aturdió la exposición sobre Ramón Llull en CaixaForum. No sé si fue por la media docena de signos cabalísticos que fui, como por azar, descubriendo, o por el estupor ante la pregunta de qué “cinco o seis personas honestas” (según Jaume II) podrían, ahora, emularle en la tarea de integrar creencias distintas –cristianas, judías o sarracenas- en un mismo universo. Me dieron ganas de evaporarme. Es algo muy común.

Todos nos escondemos, de vez en cuando, en alguna parte. Lo sé, porque me gusta jugar al escondite -con ustedes pero, más aún, conmigo- para, entre estas líneas, ir abriendo celosías al teatro de los días, al perfil de sus actores y a la estancia difusa donde no parece suceder nada y, sin embargo, sucede: los personajes entran y salen, muestran sus dudas y certezas, balbucean su ficción, sainete o tragedia y luego, al rato, vacían el escenario dejando tras de sí una rémora de aplausos, una alfombra de abucheos, una fila de temblores, una cadena de silencios o, quizá, un cúmulo de aullidos. Quién sabe.

Más tarde, me dio por ponerme mis mejores galas, calculadora en mano. El abrigo de “cachemir” me costó unos doscientos euros en una sastrería madrileña. Los vaqueros, el jersey y la camisa –que no uso porque no tiene bolsillo: Antonio Miró no regala ni un zurcido-, unos cuatrocientos. Anoté precios. Los zapatos. La ropa interior. Sumé sin complejos, sintiéndome, lo admito, muy acorde con mi aspecto. Los complementos. El viejo «Omega» de mi padre –que no tiene precio, porque es un homenaje- y el «Dupont» que palpo en este instante. Al acabar, la calculadora parpadeó una cifra redonda. Mil euros. Es lo que hay. Ahora podría empezar a comparar agravios -que si el lujo de Munar o los relojes de Matas, que si la labia de Cerdà o el silencio de los corderos- pero no lo haré. Allá cada cual con lo suyo, si lo es. Y si no, que la Fiscalía deje de mirar con el ojo tuerto y aplique la ley. A mí me basta con estar a gusto con lo mío. Lo estoy.

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viernes, diciembre 26

de brindis

La Telaraña en El Mundo.




Ya pasaron los primeros brindis de cava o champán, las primeras ensoñaciones espirituosas, la fase inicial de unos días marcados por la marea y resaca de los buenos sentimientos atravesando, como proyectiles cargados de vacío, el desequilibrio entre la realidad y el deseo. Así, Antich y su cuota en el gobierno brindaron por la financiación, esa promesa de año nuevo, aún sin cifras. Pura esperanza. UM, sin embargo, dejó atrás las preces astrales de Munar y elevó sus copas por algo similar a setecientos millones de euros. Puro nacionalismo mallorquín. Y el Bloc brindó por el palacete de Matas. Ya son ganas.

Otros, como el IRL, la OCB o el IEB, brindan al aire sólo por la inercia imparable de sus subvenciones al margen de la crisis. Qué crisis. Rafa Nadal empuña su raqueta de oro, sudor y diamantes. Tras él se amustian Douglas y Schiffer y negrean los espectros de Kournikova o De Lucía. Parece que alguien sigue bailando al son de El Canto del Loco. Buen nombre para una velada en el limbo.

Con todo, nos apasiona el reduccionismo y mientras unos, ilustrados, reducen casi todo a Freud o Marx –poco lustre sostiene ya esa magia, esa superstición, esa ciencia forjada sobre la fe en la tautología y la demolición sucesiva: mera anécdota temporal-, otros se dejan llevar por el aldeanismo de lo que llaman lengua y cultura propias, ese oasis teñido de rejas, cadenas y grilletes, que sólo existe cuando desde adentro se irradia niebla espesa, agobio y ceguera. Mal panorama. Será por esa rémora infecciosa que siempre nos estremece de placer –o necesidad- explicar la realidad a base de limarle todas las sombras posibles e idearle asideros, guías transversales, descansillos y líneas de fuga. Salidas urgentes para cuando amenaza naufragio, incendio, derrumbe o expolio. Siniestro total. Ya estamos, pues, divagando -como los primitivos sobre la pizarra glacial de Atapuerca- sobre la grafología de la crisis, que si tiene forma de U, de V o de L. Me temo que la tiene de W. De WC, por supuesto.

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martes, diciembre 23

¡Feliz Navidad!


lunes, diciembre 22

las ordenanzas

La Telaraña en El Mundo.



Desconozco qué se entiende por arraigo social, pero si he sobrevivido en la ingravidez que se le presume a la ausencia total y voluntaria de raíces, será, tal vez, porque discutir sobre esos detalles hiperrealistas me produce tanta urticaria como vergüenza ajena, pasmo, evanescencia, gases. Nunca me gustó el hiperrealismo, es cierto, pero hay ordenanzas malabares que parecen situarse sobre el bien y el mal, en un lugar que, como poco, suele acabar siendo inhóspito. El nuevo Pacto Nacional para la Inmigración en Cataluña incluye, de serie, la obligación de hablar y entender el catalán, por sobre todas las cosas, si es que uno desea poseer esos pliegos identitarios que tanto nos igualan. Es obvio que mi anacronismo -honrando la cismática indiferencia frente a la cohesión uniforme- no tiene cura.

Pero todo empieza a dar risa. O grima. Mahón, por ejemplo –con esa hache que perdió no sé dónde- ha pasado de ser uno de mis paraísos afectivos a constituir la sombra de un acoso administrativo. Escupir en la calle o celebrar un botellón puede multarse con mil quinientos euros. Tirar unas pipas de girasol o tatuar, a lo Bansky, una pared o un árbol, unos setecientos. Pensar, ni se sabe. Sólo me falta inquirir la pena por arrojar una colilla para saber si me sale a cuenta volver donde fui feliz. La canción me dice que no.

Pero hay más. Los músicos callejeros de Barcelona –después de que tragasen los de París o Nueva York- tendrán que sacarse un carnet de artistas callejeros para simultanear el arte y la mendicidad y, así, librar del silencio las terrazas públicas y los andenes subterráneos del metro. ¿Será un ardid de la SGAE para hurgar en la calderilla de sus alcancías? ¿Propondrá Grosske lo mismo, en Palma, cuando le aburra el oropel del ATiarFoc? ¿Tendré, en fin, que sacármelo por si un día aciago, Borne arriba o abajo, me da por ofrecer unos versos manuscritos o cantados, que sería peor, a los sufridos viandantes? Ni soñarlo. Prefiero la multa y luego, por favor, el olvido.

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viernes, diciembre 19

la educación

La Telaraña en El Mundo.




Vuelvo a Bolonia o a los encierros en la UIB, que es como no ir a parte alguna, salvo a la resaca gloriosa de Mayo del 68, a los aledaños de la confusión y a los debates sobre el fraude de la pedagogía. Habría que empezar a hablar sobre el conocimiento, su utilidad y razones. Son tantas que cuesta prenderles la aguja y tejer algo homogéneo. Pero obviaremos el detalle: quizá sea menor. El todo no existe sino en sus partes y, así, los hay que nos revolcamos entre versos sin cortar, igual que otros lo hacen entre precisos endecasílabos y aún otros, por qué no, entre píxeles y apósitos virtuales de una realidad que, aún tratando de ser única para todos, no acaba de serlo. Y no sé si lo es.

Hay más variantes. Ramón Aguiló escribe sin red y María Llompart publica, en la UIB, “La Tesorería del Reino de Mallorca durante su época de esplendor”. El tiempo se contrae y expande, nos envuelve con su sudor frío. Lo difícil, ahora, es ubicarse lejos de la propia experiencia y la descalificación global. La educación –desde el claustro materno al universitario- arrastra males antiguos de cuando la sociedad era otra, es cierto, pero cómo no ver que el problema se ha envenenado, cada vez más, con ineficaces vacunas y absurdos bálsamos. Supongo que algún sitio existirá entre el torpe bofetón educativo –que, aun como puntual excepción, no hemos olvidado- y el espejismo de las siglas vacías de sentido y dudoso contenido -se supone que son planes de estudio- actualmente vigentes o a punto de serlo.

Llego aquí sin conclusiones. Es obvio. Pero este es un buen lugar para ojear el mundo y preguntarse qué conductas y salidas ofrecemos a los más jóvenes. La respuesta de una clase política inútil y corrupta, no vale. No es nueva. La de un futuro incierto, tampoco. Siempre lo fue. ¿Qué ha cambiado, realmente, en esencia, alrededor? ¿Nada? Si esa es la respuesta, quizá ese sea, también, el problema. Si no lo es, lo extraño es que nadie le lance sus botines a, por ejemplo, María Antonia Munar. Pues sí.

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martes, diciembre 16

ultimátum

Ayer, por la noche, vi Ultimátum a la Tierra, versión 2008. La verdad es que me gustó -o al menos, me entretuvo. A falta de ideas, el guión retoca la inocencia maniquea de la versión primitiva para ofrecernos, ahora, una suerte de parábola del ecologista integral, representado por Keanu Reeves, finalmente vencido -o, acaso, sea mejor decir que seducido- por la perplejidad ante los buenos sentimientos de unos pocos. Será que a la raza humana no hay quién la entienda. Y es que así es el mundo, un lugar hostil y deforme donde todavía campan, aunque sea de forma casi testimonial y subterránea, muy buenas intenciones... ¿para nada? Pues tal vez. ¿Importa algo eso?

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lunes, diciembre 15

issuu

Por aquello de probar nuevas tecnologías y ya, de paso, enloquecer del todo, he subido a Issuu un viejo libro. Me he olvidado la portada... Se puede, supongo, leer aquí.



PD. Y visto el éxito -y el amable alud de comentarios- he subido otro, con la portada original... Debería estar aquí.

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la confusión

La Telaraña en El Mundo.



Convocar en Son Sant Joan, bajo el lema de Dones Gestionant, a un número indefinido de empresas tan sólo por el género femenino –yo diría que por su sexo, pero esa distinción parece rozar la grosería- de sus directivos y, más aún, hacerlo en nombre de la sacrosanta Igualdad y con el añadido retórico, frugal y ubicuo de Bibiana Aído -a la sazón, ministra y miembra del ramo- constituye, todo revuelto y bien aliñado, un goloso pretexto para la risa y el sarcasmo generales, una parodia de los mejores momentos del NODO y la esforzada Sección Femenina, una burla innecesaria de las propias mujeres, una anécdota que nos prueba que hace falta algo más que un exorcismo para rescatar la cordura de este aluvión de lodo y ruinas.

Está claro que hay atarse los machos, sea eso lo que fuere –y sin buscar pendencia alguna con los colgajos nacionalistas- porque vivimos días en los que la matización, la duda sistemática y la divergencia con la corrección política, son declaradas, de inmediato, reaccionarias. En esta maraña de frases hechas e ideas lapidarias, moverse es alternar con solemnes figuras de cera. No arden, pero se derriten y su lágrima repetida y sucesiva deja el camino pegajoso, imposible, inútil. Casi dan ganas de que –como en Ultimátum a la Tierra- lleguen los extraterrestres y nos pongan a caldo. Todo a su tiempo.

Mientras tanto, los alumnos de la UIB se encierran hoy contra el Plan de Bolonia. He analizado el tema pero las variables resultan difusas y contradictorias, tiznadas por las ideologías o por otros intereses. Me gusta la propuesta de UPyD de crear, primero, un espacio universitario español para, luego, ocuparse del europeo. Lo difícil es pasar de la teoría a la práctica y desligar la universidad del entramado político-estatal de turno y recuperar los viejos conceptos de la excelencia y la educación de primer orden. Yo no sé si los alumnos desean formarse como personas o tan sólo encontrar trabajo. No es lo mismo, pero se comprende su confusión. O la mía.

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viernes, diciembre 12

los logotipos

La Telaraña en El Mundo.



Quizá la vida sea como un desfile de logotipos, una voluble exhibición de símbolos que, más allá de su razón de ser, tienen la intención de mostrarnos no sólo sus cualidades efectivas sino, también, sugerir las ocultas y hasta las inexistentes. Tengo pruebas. Anduve días atrás por Berlín persiguiendo la huella auténtica de su antiguo muro. Explicarlo no es fácil, porque cuesta digerir todo lo que el ojo ve o la piel siente. Se escapa el aire, el latigazo del hedor, el desgarro de la asfixia. No obstante, la encontré en el estallido de grafitis que lo inundan, igual que en el silencio opresivo del laberinto de lápidas del Memorial del Holocausto. Se puede escribir en los muros –en todos- y abrir, con palabras rotas, grietas donde atisbar otro mundo y hacerlo nuestro para siempre.

Alguna vez pedí lo imposible sin conseguirlo y hasta creí en la necesidad de perseverar en esa fe y su absurda, pero hermosa, aventura. Pero el tiempo pasa y los imposibles se archivan. IB3 se ha gastado seiscientos mil euros en un logotipo idéntico al de una empresa de interiores. Aquí el gasto es lo de menos porque en algún siniestro asiento del balance hay que aparcar el despilfarro. Me molesta más la arbitraria costumbre del ente –ese híbrido donde lo público y lo privado son la misma voz ventrílocua de UM- de dejarnos sin el cine de Canal 9 cuando le place. Son como la SGAE y sus bodas grabadas, su voluntad de monopolio, su insaciable usura. ¿Son Oms? Bueno, también.

Ahora recuerdo varios escaparates berlineses con la traducción del último libro del catalán Ruíz Zafón y pienso en la feria de Frankfurt. Sonrío. Hablo con las azafatas de Air Berlín y constato que no saben catalán ni castellano. Estoy por ofrecerles mis servicios como pareja lingüística o invitarlas a un fiel café por la lengua, pero no hace falta. Todo eso ya lo hace la OCB con las subvenciones del gobierno, con flequillo, de Antich y el del fino Montilla. A mí me basta con que el avión aterrice sin problemas. Y así ocurrió.

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martes, diciembre 9

breve álbum berlinés
















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lunes, diciembre 8

fotos más o menos retocadas









Berlín está ya en Internet. Por eso, de momento, he preferido jugar con algunas sensaciones: una Weisen, tras varios años sin probar ni una cerveza, los juegos e interpolaciones con el pasado y con la actualidad, el amigo americano a un euro el abrazo y la pose... Es lo primero que he rescatado de un viaje que también tuvo sus instantes de opresión en los laberintos del Memorial del Hocolausto, su bullicio en los innumerables mercadillos navideños que convierten la ciudad en una fiesta continua, el contraste arquitectónico balanceándose entre el Berlín del Este y el del Oeste, el muro -ahora, frágil- convertido en museo de graffitis y en símbolo de un mal recuerdo, el frío que apenas hizo, la feliz fatiga de recorrer hasta donde las fuerzas dieron de sí y tantas otras cosas que aún debo ordenar...

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luces de ciudad

La Telaraña en El Mundo.



Quizá una ciudad sea un ser vivo, algo así como un animal perezoso y somnoliento que sólo sale de su letargo y alza sus garras cuando percibe, acaso amenazante, nuestra presencia, cuando escucha nuestros pasos y adivina nuestras voces, cuando advierte, al fin, que nuestros deseos pueden entrar en conflicto con la terrible pesadilla de sus propios sueños. Los sueños de una ciudad no los conoce ni su alcaldesa. Quizá, por eso, Aina Calvo acaba el año recortando gastos en la iluminación navideña. Menos días y horas de luz, menos ambiente navideño. Será la crisis.

Recuerdo, no obstante, haber visitado ciudades muy silenciosas y tímidas donde todos parecían andar de puntillas, quizá por no despertar a la bestia dormida, quizá, sólo, para admirar, en paz y silencio, sus infinitas luces colgantes como puentes, su entramado de avenidas y bulevares, sus rotondas y zocos, su olor maduro a vida, a urbe habitada, a oasis. Entre esos recuerdos y la realidad media un abismo.

Algo se mueve en el Ayuntamiento de Palma. De momento, la Unidad Administrativa de Correspondencia –sector de notificaciones en la lengua única de la Administración- parece haber puesto en marcha, al fin, sus reciclados ordenadores para reclamar a los ciudadanos las plusvalías y tasas impagadas, conceptos que acatamos con la resignación de costumbre. Hay que hacer caja y algo más. A Aina le entró la prisa y ahora quiere crear seis ejes cívicos (sic) a través de la ciudad hasta convertir Cort en la nueva Roma donde confluyan todos los caminos. Quiere remodelar el Baluard del Príncep -una magnífica idea heredada- quizá para enaltecer aún más su astroso Museo, conectar el Parc de la Mar con la Fachada Marítima, levantar una pérgola enorme no sé dónde, recuperar no sé qué espacios y, aunque nada haya dicho sobre GESA, devolvernos una ciudad reconstruida hasta que un futuro consistorio decida rehacerla de nuevo. Así cambia la ciudad a la que, como mutantes hipnotizados, siempre regresamos sin saber muy bien por qué.



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Llegó Diciembre a Luke y también mis Apuntes 10.


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Acabo de regresar de Berlín. Magnífica ciudad muy distinta -que no peor ni mejor- que otras muchas que también valen una misa o algo así (pienso ahora en París, Londres o Madrid). Seguiré cuando haya descansado un par de horas... Y con fotos.

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viernes, diciembre 5

la celebración

La Telaraña en El Mundo.



Cuando esta columna vea la luz, estaré –si todo ha salido según lo previsto: el tiempo de la lectura y el de la escritura, como la realidad y el deseo, casi nunca coinciden- en Berlín, explorando las ruinas de una memoria histórica que no finaliza allí, sino que se expande –a través de la Puerta de Brandeburgo- desde el remoto Atlántico hasta los desiertos cercanos al Mar Muerto; estaré palpando las últimas piedras del muro -y arrancando alguna, si aún merece la pena, cosa que dudo- ; estaré columpiándome entre las nuevas sensaciones y las viejas noticias que me llevo conmigo aunque sean una carga pesada y, sobre todo, estúpida.

A los vampiros les aterran los crucifijos. No es un problema ideológico sino de su naturaleza. Al Prior de la Real, sin embargo, le sucede lo mismo con los cantos rocieros y las misas en castellano. Su fe debe de ser, pues, pura bifurcación, sangrante escisión entre la antropofagia nacionalista y los viejos postulados de solidaridad universal, de congregación y caridad, de comprensión y humildad que se le suponen –o suponían- al cristianismo. Yo ya no pondría la mano en el fuego por nadie, porque ese fuego requiere una cruz que ya no existe y hasta una madera que, quizá, ya no sea de este mundo. Las horas bajan lentas, como agua de plomo, y si hay algo que ha tocado fondo y se ha convertido en lodo, en material de arrastre y en desperdicio, es la inteligencia, la costumbre de la tolerancia, la droga de la curiosidad y el asombro renovados.

La prueba podemos encontrarla en Antich y Montilla –juntos y abrigados- a la vera de Jaume I El Conquistador, ofreciéndole preces y un futuro brillante de lenguas sinfónicas, de eurorregiones triunfales, de avances al borde de la ciencia ficción. Quizá todo ello sólo sea su manera de celebrar la Constitución, de multiplicar el milagro de los panes y peces autonómicos, la torre de Babel de las administraciones yuxtapuestas. No diré más, porque yo estoy en Berlín celebrando lo mismo, aunque sea de otra manera.

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lunes, diciembre 1

páginas contadas

La Telaraña en El Mundo.




Pasé muchas tardes con Teresa, encerrados, ambos, con un único juguete. La pasión del conocimiento, el cuerpo, el silencio y la palabra. El juguete era sólo uno, en efecto, pero el juego siempre fue infinito y se multiplicaba durante esas tardes lentas, erizadas y difíciles, que se prolongaban hasta los rumores de la noche y aún más, hasta el desolado amanecer y los invernaderos donde el sueño nos sepultaba y nos convertía en los otros que también somos. Somos muchas cosas a la vez, aunque sólo asociamos una a cada instante y, en ese error de juicio, como si el tiempo no existiera, somos capaces de arruinar nuestra vida. Qué importa eso. No hay vida sin figuración ni metáfora, esperpento y parodia, sin realidad confundida con deseo, sin insomnio. No hay vida sin conciencia de que esta tarde -con Teresa o sin ella- puede ser la última y quizá lo sea. Los libros tienen las páginas contadas. También nosotros.

Pero el tiempo pasa. Juan Marsé es sólo parte de nuestra educación sentimental. También es Premio Cervantes y eso le convierte, ahora, en un pretexto para el sectarismo ideológico. Nada es nunca del todo inocente, es posible, pero los que le acaban de premiar poco tienen que ver con los que le apearon de aquella farsa de la literatura catalana en Frankfurt. La historia es otra y otros los motivos. Marsé, como Juan Goytisolo -dos catalanes en castellano- sólo se representan a sí mismos y por su obra. Todo lo demás es política, juego deforme en los espejos de la necedad institucionalizada. Echémosle un vistazo.

Se han reunido en La Real –dónde si no- los comisarios lingüísticos de los gobiernos balear, catalán, vasco y gallego. Allí, entre las ruinas de un mundo y el espejismo de otro, Margalida Tous, Bernat Joan, Patxi Baztarrika y María Sol López han dado a luz el «Galeuscat». Su idea de extender el aprendizaje de sus lenguas minoritarias sólo tiene un grave defecto, su incapacidad para conjugar la recíproca respecto a la lengua común. Pero nadie es perfecto, creo.

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