LA TELARAÑA: los firmantes

lunes, octubre 27

los firmantes



La Telaraña en El Mundo.



La actualidad tiene sus temas estrellas, su firmamento de aguas díscolas que, de repente, brotan como géiseres y luego desaparecen en un olvido que tiene mucho de aparente y poco de real. O viceversa. No recuerdo, por ejemplo, qué se hizo del famoso punto de Gräfenberg, de su difusa ubicación territorial, de su nerviosa composición, de su aura de placer y orgasmo, de sucedáneo prostático, de lugar común donde tantear el milagro del temblor y la vida. Tampoco debe acordarse Zapatero que –plantado por el G-5, el G-8 y hasta el G-20- anda recorriendo medio mundo en busca de ese punto –llamémosle ahora por su nombre: el Punto G- como si su hallazgo nos valiera la salvación económica, el respeto del mundo y no, en cambio, la simple confirmación de que el desfile marcial de las horas muertas en los círculos cerrados del poder y la demagogia, ese club de ombligo tan selecto, es, este sí, aquel también, un incontestable coñazo.

En realidad, casi todo es un coñazo o algo peor. El punto “cat” es puro hastío. Nuestra privacidad en manos de Larry Page, una entelequia. Asociarse con UM o ser conseller, tareas suicidas. Cardona reitera su inocencia “porque no podía leer todo lo que firmaba” (sic). Yo le creo. Leerse esos contratos de letra menuda y arenas movedizas nunca fue de su incumbencia. El sólo tenía que firmar, como el autor de culto cuando su esforzado “negro” le entrega la obra con la que taladrar la posteridad. Quién sabe. El mundo es un lugar complejo donde sobran injusticia e ingratitud. Y cómo no, cuánto cinismo.

Con todo, ayer tuve un rato de fugaz alegría. Mi seguro médico me informó de que gracias a la Ley Orgánica 3/2007, sobre igualdad efectiva entre hombres y mujeres, me actualizaba la cuota mensual para no discriminarme por motivo de embarazo o parto. El desencanto me sobrevino al constatar que, aún así, la cuota del año próximo será superior a la de este. Ah, cómo disfrutaré si por un casual me quedo embarazado. Ah, cuánto añoro los tiempos gloriosos de IMECO.

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