LA TELARAÑA: Ramon Llull

viernes, septiembre 12

Ramon Llull

La Telaraña en El Mundo.




De vez en cuando entretiene levantarle monolitos totémicos a cualquier cosa. María Antonia Munar se lo podría alzar a Son Oms pero ha dejado sus huellas en tantos lugares emblemáticos, que cualquiera sabe. Le preguntaríamos a Miquel Nadal pero, desde que Calvo le dejó posar de alcalde, no hay forma de bajarlo de sus nubes subvencionadas de aviador tóxico. En ellas podría encontrarse, si quiere, con el propio Zapatero, ahora de boy scout senderista, trocando los pantanos de la crisis por el aire virtual de las alturas. Entre ambos, Futura se derrumba como tantas otras cosas, pero es lo que hay. No hay futuro y todo es psicológico. Puro manierismo.

Tenía pensado alzarle mi tótem al Alelo 334, ese gen con nombre de galaxia y aura inolvidable a danza de hormonas y días de vino y rosas, pero no voy a hacerlo. Jamás le fui infiel a nadie. Escribirlo no tiene mérito –en parte, porque si fuera falso también lo afirmaría contra viento y marea- pero sí que demuestra que no respondemos igual a los mismos impulsos y que la monogamia sucesiva es una vocación matrimonial tan rigurosa, resignada y leal como el más estable de los matrimonios. Lo ridículo es levantarle instituciones y epifanías a Ramón Llull, aunque el Instituto de su nombre sea un buen lugar donde evocar infidelidades, parejas de conveniencia y sandeces de hecho.

No importa que Antich sea tan catalán como Montilla o Carod-Rovira. Inventar un país es una tarea sutil, donde hay que cuidar los detalles, las estructuras –aquí el cartón, allá la piedra- del decorado, la puesta en escena, el oleaje del telón atravesando los bastidores, el atril encendido, el patio radiante de butacas y la penumbra servil y ruidosa del gallinero. Todo está estudiado con mimo. La pantomima exige el ritual de los gestos al aire y las poses artificiales con que aplacar el suplicio y la incredulidad, la liturgia de los siglos vencidos por el paso marcial de las generaciones al compás de la ignorancia. O de la supervivencia. Quién lo sabe.

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