hipocresía
Cambiemos de tercio. A Sergi Xavier, que ese es su nombre, aquí y en China, aunque ahora el Lobby le llame Sergio Javier, la televisiva repetición –no sé si morbosa o educativa- de su agresión a una ecuatoriana en un tren de Barcelona -ya es raro que funcionara el tren- le va a cambiar la vida. Su ascenso entre las tribus urbanas será de ver, si sabe organizarse y conceder alguna exclusiva para explicarnos, nen, cómo se compagina una conversación por el móvil y un apaleamiento. No es igual ser un descerebrado anónimo que serlo con el pedigrí execrable de la violencia racista. Pero no somos jueces sino testigos. Este chico precisa un curso urgente, completo y doble de Educación para la Ciudadanía. Así aprenderá que no se puede pegar a la gente ni, sobre todo, llamarla “inmigrante de mierda”. Son muy finos los actuales velos de la ortodoxia política. Ah, la hipocresía.
Días atrás, cerca de San Miguel, un marroquí me pidió un pitillo. Se lo negué y seguí mi camino, algo más que sonrojado por el alud de insultos que, en árabe, me lanzaba. Ya no resulta fácil pillarme en el renuncio de hacerle frente a cualquiera por tan sólo unos insultos. La edad aconseja cierta prudencia con el físico pero también con la reputación. ¿Imaginan qué calificativo me pondrían algunos por agredir, aun en el caso que les relato, al simpático fumador? Mejor ni pensarlo.
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