Llevo unas semanas dedicado exclusivamente a Duellum, mi nuevo poemario en marcha. Los versos se suceden de forma pausada pero constante. En realidad, me gusta sumergirme al margen de todo - o de casi todo. Suele pasarme a menudo. Ahora igual que antes, hace mucho tiempo, cuando mis versos no tenían otro destinatario que el cajón de madera - y allí hacían buenas migas, supongo, con el polvo y las pequeñas arañas y el tiempo deshilachado y el silencio.
Pero ya sólo faltan unos pocos días para que Alrededores o la Mansión de las luciérnagas esté en mis manos y en las librerías. Esa será su prueba de fuego, que el lector lo descifre, si puede.
Yo, mientras tanto, sólo podré acariciar sus lomos y pasar página. Como siempre.
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Me paseo por las salas absolutamente desiertas del Palau Sollerich como si fuesen las avenidas de una urbe imaginaria. En los escaparates -tan virtuales como las tres torres de Grande, pero sin sus delirios de usurpación y grandeza- sólo se vislumbran las líneas sombrías, tétricas pero reveladoras de la exposición “La Oscuridad Visible” de John Martin. Sin duda, constituyen una magnífica ilustración de la realidad onírica, del origen del hombre a través del tiempo, los mitos, el pensamiento y la cultura.
El estimulante viaje de la vida nos enseña, a marchas forzadas y forzosas, a relativizarlo todo. Lo primero, el lugar donde nos gustaría vivir. En Mallorca nos bastaría con que los factores esenciales que definen un territorio, su clima, paisaje y comunicaciones, no estuvieran contaminados por el submundo ideológico que lo pervierten con imposiciones de lengua, cultura y otras religiones de conveniencia. Sólo eso ya justificaría el desembarco de “Ciutadans de Catalunya” en Baleares. Aunque no estoy yo muy seguro de que sus postulados de desobediencia y libertad individual puedan sobrevivir el trasvase a la arena política y librarnos, así, de la claustrofobia y la vergüenza ajena de tener que andar, a tientas, entre las veleidades de los creyentes nacionalistas de turno y la pesada broma de sentir que todo se reduce a salir del armario para caer en la cajonera. De momento, el silencio con que las televisiones públicas los han recibido no puede ser más elocuente.
Otros ciudadanos de las islas prosiguen su solitaria labor toreando como mejor pueden un universo repleto de laberintos con trampa, surrealistas negociaciones con las administraciones y demás lindezas. Me refiero a los tres únicos editores de poesía en castellano que, salvo error u omisión por mi parte, siguen en activo. Son Román Piña y la Bolsa de Pipas, Javier Jover y su editorial Calima y José Luís Reina Segura y La Lucerna. El primero me editó dos libros hace muy poco. Los otros dos lo harán este mismo año. He de reconocer que, pese a todo, no estamos solos. Ni ladramos.
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