El turismo es una arma de doble filo. Es la mano que te engorda antes de engullirte, la que te acaricia antes de abandonarte, la que todavía ahora mece tu cuna mientras te adormeces... Luego puede ocurrir cualquier cosa. Mientras tanto, al
Consell Insular se le ha ocurrido editar un catálogo titulado
I Love Mallorca, because... y más de cincuenta personalidades se han prestado a firmar las razones confesables por las que dicen amar la Isla. Si navegan por la
Web promocional del librillo -tras superar la inevitable presencia de
María Antonia Munar, en su mejor versión
Vogue- podrán leer que, según el
Dalai Lama, “la Isla está protegida por la energía del amor”. Eso explicaría muchas cosas, pero no todas. Tampoco se queda atrás el músico
Hayden Chisholm cuando responde con un egocéntrico “porque Mallorca me ama”... No sé yo, aunque todo es posible.
Ignoro si pueden amarse los lugares al margen de las relaciones con sus gentes. Recuerdo instantes felices en los sitios más inverosímiles e inhóspitos. Pero también relaciones desastrosas en territorios de ensueño. Quizá Mallorca, en su condición de isla, sea un hermoso punto de encuentro, un idílico refugio donde poder regresar, como un amante infiel, una vez tras otra, para desmontar esa estúpida teoría de que los mejores paraísos son los paraísos perdidos.
Pero hay otros paraísos, otros lugares de encuentro menos publicitados. Hace unos días acudí a la convocatoria de la Associació d´Amics i Víctimes del Cómic y me di una vuelta por la IX Fireta de llibres i Tebeos Vells en el restaurado patio de La Misericòrdia. Tenemos magníficos representantes en este arte infravalorado:
Max, Álex Fito, Guillem March o
Tomeu Morey, por ejemplo, sin olvidarme de
José Oliver, que expone en Internet una curiosa tira titulada
El joven Lovecraft. Tampoco llega en mal momento la muestra
Factoría de humor Bruguera, en
Sa Nostra. Es tentador reencontrarse con personajes que pertenecen a la nebulosa pero excitante infancia. Por cosas así también se puede amar Mallorca.