LA TELARAÑA

martes, febrero 17

Escribir, reescribir. ¿Cuándo realmente finaliza la frase? ¿Cuando la lectura le otorga significado y la aniquila, o después, mucho después, cuando ya no importan los signos y la página se transfigura, y el eco invade las estancias y las puebla de seres de niebla, humo, aire, tal vez nada?

No escribo en tiempo presente, pasado o futuro. Las especulaciones no me están permitidas. Este instante pertenece sólo a mi cuerpo - del lenguaje, de la sudoración y la memoria, esa vieja maquinaria exprimida.



Caos


He dormido entre hermosos cadáveres. Y hasta me demoré explorando las yemas de sus dedos: ese fascinante laberinto, esa geometría difusa, génesis del tacto.

También dejé transcurrir el tiempo en ciudades ruinosas e hice de sus interminables calles mi intransferible patria interior.

(Hay frases útiles que aunque no dicen nada parece que impactan, nadie sabe en absoluto porqué ni dónde)

Luego resucité como sin duda tú misma habías planeado: con una sonrisa beatífica, pese al agarrotamiento general de la musculatura y otros problemas físicos que no puedo ni siquiera insinuar sin padecerlos de nuevo.

No, eso sería concederte demasiada ventaja y, además, debo atenta vigilia y absoluta fidelidad a mis propias ruinas.

Pero cada uno elige su estilo. Recuerdo que nunca me gustó el tuyo, como es lógico y deseable en un joven afiliado a la CNT que disertaba entonces con la misma emoción que ahora sobre la horizontalidad oblicua del deseo, el glu glu de su alborotado remolino al rodear primero y caer vertiginosamente después en el ombligo, de la mujer y de las cosas, de la palabra y la acción directa, del eructo y el abrazo poético - ante el asombro, el estupor y finalmente la desidia de sus sudorosos compañeros metalúrgicos, años 76 y sucesivos, ciudad de Valencia, qué tiempos - Oh.




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