LA TELARAÑA

jueves, noviembre 6

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Cuando yo nací Juan Ramón Jiménez acababa de recibir su Premio Nobel de Literatura. Es posible que mi nacimiento no haya sido un efecto secundario - y desde luego catastrófico - de que el mejor poeta español de todos los tiempos, y también el más hipocondríaco, recibiera tan justo galardón. Es posible, lo acepto, pero tampoco es seguro que nacer en un momento de tanto festejo lírico me tuviera que convertir obligatoriamente, con el paso del tiempo, en un apasionado del lenguaje en todas sus manifestaciones, y sin embargo así es, lo confieso.

Pero no me tomen al pie de la letra, por favor. Se divertirán más si dejan que su lectura fluya sin ideas preconcebidas, de forma receptiva, sí, pero también caótica y hasta con cierta propensión al absurdo. Hagan como si no estuvieran leyendo y pensasen por cuenta propia, sin el embargo de las frases hechas y los tópicos, esa lepra del espíritu, si se me permite así decirlo.

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Así que vamos a hablar un poco de Internet. Es posible que ustedes hagan ya sus compras, lean sus periódicos preferidos o se relacionen - incluso de forma excesiva - con otras gentes de gustos similares a través de Internet. Yo también.

Pero también es posible que lo consideren una maldición, un ardid globalizador que amenaza con engullirles, el paraíso de los anónimos y sus nicks deslumbrantes, el triunfo definitivo de la imagen, el eslabón penúltimo en el descenso sombrío al mundo feliz de Huxley, tal vez la última de las catástrofes que no supo evitar el recientemente fallecido René Thom. También opino como ustedes. Sí. ¿Por qué no?

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No pasa nada: sólo estoy preparando unos artículos para otro medio y, la verdad, a veces ni la voluntad puede contra la falta de disciplina... e ideas.



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