LA TELARAÑA

martes, junio 10


1.- Se expande el universo. O se contrae. Un punto lo contuvo y otro lo está aguardando. Nos está esperando el punto final. No el punto y seguido, no el punto y aparte: el punto final. Ese punto de ignición o de conjuro, ese punto desmedido y ansiado como la sirena que da el trabajo por concluido, nos sorprenderá como la brisa tras el parpadeo de un labio y será la muerte, o no será, será nada. Nada que observar y nadie observando: ¿lo concibes? Ya te lo dije, es el vacío.

Pero qué me importa la física, la matemática, la química, la iátrica o cualquiera de sus variantes... qué me importan esas partes mínimas de lo mínimo, qué me importa el átomo, su explosión, su implosión, su gravedad, su inercia, su cuántica, su icono...

El vacío que no existe... Como el olvido, que tampoco. Eso digo, dije y repito ahora, culminado el crimen, a qué el castigo; finalizada la creación, a qué repetir tan desgastada partitura.

¿La no existencia es lo inefable? ¿El vacío más allá del lenguaje? ¿Los dioses, el objeto de nuestra concupiscencia? ¿Nuestra ignorancia, nuestra carencia?

El vacío nos espera sin esperarnos, dejémosle sombras, aristas inverosímiles y pétalos azules, dejémosle pensamientos y lágrimas de risa o llanto, dejémosle dádivas frugales y ecos con truco, dejémosle minas de charol y labios de ópalo silencioso, dejémosle cualquier cosa que no pueda degustar; quizá así pase de largo, el vacío, pase de largo para no volver...

¿El poema, un vacío repleto de vacío? ¿Un oleaje, una marea, un vértigo, una piedra o una palabra cualquiera lanzada contra el muro de nuestros cerebros? ¿La luz, como la verdad, la negación de todos los colores, su abolición dialéctica y así, la nuestra?


2.- No hay silencio en mi memoria, ni olvidos en mi silencio.





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