LA TELARAÑA

domingo, mayo 4



Podría cargar contra el romanticismo y contra el surrealismo; podría, pero no lo haré... Constituyen los pilares básicos sobre los que descansa buena parte de la poesía moderna. Podría explicar, comentar, destripar los poemas que considero ciertamente importantes en la historia de la literatura. Podría analizarlos y demostrar que el tiempo pone sus lápidas siguiendo algún orden remoto que rige inexorable... La Tierra Baldía de Eliot, El Cementerio Marino de Valèry, Los Cánticos de Pound, Espacio de Juan Ramón Jiménez, La Iluminaciones de Rimbaud, Las Flores del Mal de Baudelaire, Hojas de Hierba de Whitman, La Odisea de Homero, El Paraíso Perdido de Milton, Los poemas de Cátulo, Borges, Virgilio, Guillén, San Juan de La Cruz, Santa Teresa, Quevedo, Gracián, Manrique, Cernuda, Aleixandre, Ungaretti, Mallarmé, Artaud, Pessoa, D´Annunzio, Celan, Paz... La lista sería interminable.

Podría explicarlos, dije. Y para qué, me pregunto. Por muy perspicaz o erudito que se sea - no es mi caso, pero sí el de otros muchos - los comentarios, indagaciones y elucubraciones sobre un buen poema jamás consiguen penetrar en su misterio, que sólo nos será revelado - y no a todos, ni tampoco de idéntica manera - en el instante esencial e intransferible de la propia lectura del poema. ¿Por qué? Quizá porque la revelación es el poema en si mismo.

Y el poeta un simple médium.

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